@RFilighera
Un verdadero símbolo de la canción popular que supo convocar multitudes en una sala teatral o en un espacio al aire libre, en nuestro país o en cualquier otra región de Latinoamérica. Con el paso del tiempo, su imagen se agiganta como ídolo indiscutido de varias generaciones de incondicionales fans. Y cumplió, en definitiva, con esa gran quimera de todo muchacho con identidad barrial y cuyos sueños encontraron vocación en la música y en el progreso constante de una personalidad única, misteriosa e inimitable.
La leyenda empezó a transitar a partir, precisamente, de aquel 19 de agosto de 1945. Roberto Sánchez nació en la maternidad Sardá, en Capital, y fue el único hijo de Vicente Sánchez e Irma Nydia Ocampo, ambos de origen español. El lugar de residencia de la familia estaba ubicado en la populosa barriada de Valentín Alsina, al sur del Gran Buenos Aires. Precisamente, en esa localidad, aquel muchacho transcurrió su infancia y adolescencia. Posteriormente, y ya en la etapa más álgida de su popularidad, Sandro construyó su emblemática mansión, libre de asedios de los paparazis, en la localidad de Banfield.
Y aquí cabe señalar un detalle valioso en cuanto a la conformación de su identidad: su abuelo paterno, de ascendencia húngara, pertenecía al pueblo rom, y se apellidaba Popadópulos. Sin embargo, posteriormente, al emigrar a España lo cambió por Rivadullas, constituyéndose en la nueva identidad con la que emigró hacia la Argentina.
Precisamente, esa herencia, con el paso de los años, la adoptó Sandro, llegando a asumir el sobrenombre de Gitano y que marcaría una verdadera señal de costumbres e impronta musical.
Es que Roberto, desde chico, apostó a cumplir, con aquello que en Estados Unidos, en pleno período de posguerra, se denominó “el sueño americano”. Y al dejar, a los 13 años, sus estudios secundarios, comenzó a ayudar a su padre en el reparto de vino en damajuanas, y como repartidor continuó luego en una carnicería y, posteriormente, como cadete y empleado, a destajo, en una farmacia. El bichito por la música se hacía sentir cada vez con mayor intensidad y, en este sentido, compró a crédito su primera guitarra y su conocimiento del instrumento provino de un gran amigo de ese entonces: Enrique Igoytía. Formaron, en consecuencia, un dúo de voces y empezaron a participar en diversos certámenes de canto.
Luego, en formato de grupos, Sandro irá recopilando experiencia y recorrido en instancias y situaciones, que le van a ir dando conocimiento acabado del mundo musical y, también, del oficio en todas las presentaciones que va a llevar adelante. En 1960 formó su primer grupo, que se denominó Trío Azul, aunque después, al dejar uno de los integrantes el citado grupo, se convirtió en el dúo Los Caribes, aunque se disolvió al poco tiempo. Precisamente, por esos años, se constituyó la banda Los Caniches de Oklahoma, integrada por aquellos músicos: Héctor Centurión, Lito Vásquez, Armando Quiroga y el propio Sandro, que se ocupaba de los roles de guitarrista y segunda voz. Ese mismo conjunto, al poco tiempo, se iba a convertir nada más ni nada menos que en Los de Fuego.
Y así dadas las cosas, en agosto de 1963, Sandro grabó su primer single, titulado “¿A esto llamas amor?” y un foxtrot: “Eres un demonio disfrazado”, a lo que le sumó “Choza de azúcar” y “Dulce” y en 1964 debutó con Los de Fuego en el disco “Presentando a Sandro”, con las canciones: “Hay mucha agitación” y “Las noches largas”. Todo un verdadero paradigma.
Situaciones que hay que tener en cuenta para entender, de alguna manera, sus constantes progresos en su meteórica trayectoria. Siempre atento al constante devenir de su paso por los diferentes auditorios del mundo del show, a fines de los años ’60 Sandro empezó a gestar valiosos cambios en su estilo. En este sentido abandonó el rock para edificar musicalmente otra imagen que estuviera más volcada hacia un repertorio más popular, poniendo énfasis en la balada latinoamericana y erigiéndose, en consecuencia, en una de las figuras más sobresalientes del bolero y el pop latino.
Hasta ese entonces, Sandro había aportado temas y poses muy características del rock y, sobre todo, de su gran ídolo, Elvis; sin embargo, posteriormente esas poses tan sensuales de sus movimientos de caderas cedieron terreno a otro tipo de cantante, más acompasado en la dinámica de un verdadero showman, de un hombre conocedor de los escenarios musicales y así, en definitiva, con estas particularidades, logró su cometido.
En octubre de 1967, con el emblemático tema “Quiero llenarme de ti” se unge ganador del Festival de la Canción de Buenos Aires y, a partir de este episodio, probablemente, empieza a generarse otra historia. Y en este devenir de grandes descubrimientos y apuestas artísticas de gran magnitud, al año siguiente se hace acreedor del disputado Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar. Por lo tanto, se le abren las grandes puertas del mercado latino y, en este sentido, realiza ingentes giras por Venezuela, Colombia, Perú, Uruguay, Paraguay, Ecuador, México, Puerto Rico, Costa Rica y República Dominicana. El furor por su música es tan grande que su carrera se extendió, también, a las comunidades latinas de Estados Unidos.
Otro mojón fundamental en su carrera radica en el lanzamiento de su octavo álbum, sin lugar a dudas uno de los más exitosos y en el que hizo gala de composiciones como “Penas”, “Penumbras”, “Por tu amor”. La sociedad entre Sandro y Oscar Anderle -todos los temas les pertenecen- se afianza con una enorme fortaleza. La base de su propuesta musical va hacia la balada romántica sin alejarse, totalmente, de un espíritu rockero.
Y ese devenir de grandes presentaciones por todo el mundo, fue acompañado, por otra parte, de su exitoso recorrido por el mundo del cine, ya que había cristalizado en el período 1969-1980 más de 12 filmes. Sus temas como “La vida continúa”, “Quiero llenarme de ti”, “Guitarras al viento”, “Por eso bebo”, “Hasta aquí llegó mi amor”, se erigen en composiciones que lo ubicarán como uno de los artistas latinos más importantes a nivel mundial. Y en esta línea de continuidad, precisamente el 2 de agosto recibió en Nueva York un Disco de Oro por haber sido el artista latinoamericano con mayor cantidad de placas vendidas en los Estados Unidos. Y hablando del país del norte, el 11 de abril de 1970 se convirtió en el primer artista latino en actuar en el Madison Square Garden, en Nueva York, y lo hizo en vivo, en dos recitales, en el recinto llamado Felt Forum, frente a un total de algo más de 5.000 espectadores. Fue presentado en esa oportunidad por Cacho Fontana y se trató de un acontecimiento único para la historia de la música popular argentina.
El largo y penoso adiós
Con el paso de los años, empero, su salud empezó a resentirse, cada vez con mayor fuerza, lamentablemente. En 1998 se le diagnosticó una grave enfermedad ocasionada por décadas de su terrible adicción al tabaco (fumaba alrededor de tres paquetes diarios) y que aceleraron su final. No obstante, más allá de sus dificultades, Sandro no bajó nunca los brazos y siguió apostando, más allá de sus limitaciones físicas, con su vocación por el público y su profesión. Precisamente, en 2001 presentó uno de sus mejores e inolvidables espectáculos: “El hombre de la rosa”, que fue posible gracias a que junto al micrófono llevaba conectada una asistencia de oxígeno que le permitía desarrollar un show de esas características. De esta manera pudo realizar en 2004 otra gira nacional, “La profecía”, también una suerte de labor que se convirtió como su gran testamento musical.
Luego, su enfermedad fue avanzando hasta el punto que la falta de oxígeno le dificultaba su vida diaria. Entonces se le diagnosticó como única solución (milagrosa, por cierto) la posibilidad de un doble trasplante de corazón y pulmones. Luego de una importante espera, el 20 de noviembre, luego de 8 meses de internación, se llevó a cabo la compleja intervención en el Hospital Italiano de la ciudad de Mendoza. La operación resultó exitosa, sin embargo, la convalecencia fue compleja y los nuevos órganos no se adaptaron al organismo del querido Roberto Sánchez, falleciendo el 4 de enero de 2010, a los 64 años. No obstante, más allá de su desaparición física, la leyenda continúa en el recuerdo, la emoción y la sensibilidad de un artista de excepción. Y que nos acompaña y nos va a acompañar siempre.
Las nenas
Fue, sin lugar a dudas, uno de los fenómenos que más caracterizó la trayectoria artística y humana del ídolo en todos los aspectos y sin antecedentes, a nivel mundial. La gran pasión de sus admiradoras, quienes en los años ’70 eran adolescentes, continuó la carrera de Sandro, en una suerte de acompañamiento por demás fiel. Por otra parte, esas furtivas admiradoras constituyeron toda una suerte de ritual y que tuvo connotaciones de pasión y frenética devoción desde el aspecto sensual (y sexual) en cada una de las presentaciones del cantante. Dicho fenómeno, entonces, se convirtió en un verdadero clásico, casi como ofrenda religiosa: el regalo que hacían las chicas de su ropa interior al atribulado ídolo. De la misma manera, la imagen de aquellos peregrinajes frente a la mansión del ídolo en Banfield en el día de su cumpleaños. Y el ídolo, con sus graves problemas de salud, con su voz entrecortada, daba un pequeño discurso, en el frente de su vivienda, en aquella tarima preparada especialmente, con su habitual e incondicional afecto y luego las recibía, lunch mediante, en el interior de la vivienda. Inolvidable.
Los amores del Gitano
Carismático, pero extremadamente reservado en cuanto a sus vínculos afectivos. Así era Sandro y defendió, en consecuencia, su intimidad a capa y espada. En cuanto a los amores provenientes del mundo artístico, el cantante fue relacionado con figuras como Soledad Silveyra, Cristina Alberó y Susana Giménez. Sin embargo, con Julia Adela Viscinani cristalizó uno de sus pasajes sentimentales más duraderos y que se extendió entre 1969 y 1982. Hubo rumores de boda, que finalmente no se concretaron. Posteriormente, el cantante fue visto en compañía de Tita Russ, la ex esposa de Alberto Olmedo, y se habló, por ese entonces, de una fuerte relación en el mundo afectivo del ídolo. En ese transitar de amores y mujeres, María Martha Serra Lima fue señalada, posteriormente, como “la tercera en discordia” en la pareja que habían constituido Sandro y Tita Russ. Aunque el gran amor de su vida, indiscutiblemente, fue la relación que mantuvo hasta el final de su existencia junto a Olga Garaventa. Precisamente, el ídolo lo había definido de esta manera: “Un amor de esos que vienen sin previo aviso”. El romance tomó trascendencia pública en 2004, y tres años después la pareja celebraba su boda en la histórica casona de Banfield. Anteriormente, cabe señalar que Roberto mantuvo una relación sentimental con María Elena Fresta, que quedó finalmente inconclusa. Ella había sido la mujer que había cuidado durante 20 años a la madre de Sandro.