26 noviembre, 2024
Espectáculos

Alicia Bruzzo, la rosa de acero

@RFilighera

Pocas intérpretes de nuestros escenarios han logrado exponer un grado de conocimiento tan amplio que permitiera el abordaje de todos los desafíos en materia artística: desde el campo más popular hasta el tránsito por ese laboratorio de ensayo que conduce a las pasiones más trágicas y hondas de la condición humana. Así fue, sencillamente, Alicia Liliana Estela Bruzzo (tal su nombre completo), una artista integral dispuesta a relacionarse con la gente en derredor de un manto de generosidad único.

Nació el 29 de septiembre de 1945 en la Maternidad Sardá, del barrio porteño de Parque Patricios, lugar donde pasó su infancia. Egresó del Instituto Bernasconi y del Conservatorio de Arte Dramático. Fue alumna de Agustín Alezzo y cursó estudios de abogacía hasta el último año sin graduarse, y pintura en París.

La infancia

En charla con Crónica, la actriz recordaba sus primeros años de esta manera: “A la memoria me viene mi vereda, la calle Rondeau, lo que yo les decía a los taxis cuando llegaban hasta la puerta de mi casa, el último árbol grueso, ya que empezaban, a continuación, luego, los finitos. Me acuerdo de la calle Urquiza, el conventillo en el que yo iba a jugar con los gitanos, y mi amiga la Buzona; estaba también el parque donde quise aplicar una gimnasia nueva que había aprendido en Quilmes y con la que casi me rompo el alma”.

En este devenir de situaciones y emociones, Alicia puntualizaba que “los carnavales en plena calle eran una cosa extraordinaria. En una oportunidad, estando yo ‘invicta’, recibí un baldazo impresionante; me encontraba en mi casa, pero los chicos se treparon por la terraza y desde allí no me dieron oportunidad para poder cubrirme. El barrio siempre ha sido un verdadero tesoro afectivo para evocar de por vida. En mi casa recuerdo que salían a la puerta, durante la tarde, tres vecinas que vivían abajo, solteronas ellas, y que sacaban, diariamente, sus respectivas sillas. También me acuerdo de la familia Durán, que vivía al lado nuestro y que cuando me enojaba con mi mamá me iba a comer, precisamente, a la casa de ellos. En algunas oportunidades llegaba a casa a las dos de la madrugada y lo hacía cantando. Los Durán, pobres, gritaban al momento: ‘Callate, Alicia, por favor’. A mí desde chica me apodaban Zaza ya que siempre me encontraba cantando una canción con ese nombre”.

Ese aluvión de paisajes de época imborrables permaneció siempre junto al corazón de la artista: “Atesoro la imagen de mi viejo cruzando la calle Rioja, a la altura de Caseros, cuando me mostraba en un comercio una cafetera y yo siendo apenas una niña le contestaba con una expresión que sigo recordando con mucho afecto: ‘Fabububu’”.

Y en esa suerte de pasado y nostalgia: “Estaba la plaza, el club Huracán, el gimnasio municipal, ubicado en el parque donde iba a nadar. Además, en Huracán hice gimnasia, aparatos, patín, bowling y todo lo que uno se puede imaginar en esa línea. En la época de los carnavales, más que el tema de ir a bailar, jugábamos mucho con el agua. Por otra parte, en esos años se hacían muchos asaltos: se ponía la casa, las chicas traían la comida y los muchachos la bebida. Me acuerdo que en una oportunidad, yo tendría 13 años, la mayoría de mis amigas estaban de parejita, entonces mi mamá espiaba la situación y mientras estaba jugando una pulseada de a pie -uno de los chicos se llamaba Carlitos y el otro Julio-, mi vieja, muy preocupada, me dijo: ‘Pero, nena, vos a tu edad no tenés que jugar de esa manera, tenés que ponerte a bailar”.

Adolescencia

Empecé a cursar esa etapa con mucha vida de club; tenía a mis amigas del Normal 1 practicando gimnasia y yo continuaba en esas lides: en Huracán realizaba natación y vida de campamento; la adolescencia, entonces, más se relacionó con una actividad social y sobre todo con el deporte en sí. Huracán estaba a la vuelta de mi casa y allí, en consecuencia, pasaba muchas horas. En mi casa, recuerdo, había un recodo de las escaleras que a mí me servía para pensar. Eran escalones de mármol y en ese recodo, que no se veía desde arriba ni desde abajo, ahí, precisamente, me sentaba. También estaba la terraza, mi propio cuarto y en el que mi papá abrió ventanas que daban al cielo. Esto me quedó muy marcado y siempre estoy buscando lugares que cuenten con esa perspectiva. Retorno, otra vez, a los 13 años para contar un episodio que evoco con mucho humor: en ese entonces pinté mi habitación de rojo furioso y, en oportunidad de padecer un estado gripal con mucha fiebre, el médico dijo: ‘Hay que volver a pintar la habitación de otro color’, y acepté que me pintaran el techo y una pared de amarillo huevo”.

Con Federico Luppi hizo “Pasajeros de una pesadilla”. (Archivo Diario Crónica)

El germen del teatro

Alicia sostenía que la pasión por el escenario se presentó de manera inconsciente. “En el jardín de infantes yo representaba Blancanieves o Cenicienta o el discursito de fin de año. Pero la vocación teatral se fue dando más tarde ya que en primer término estudié abogacía hasta tercer año realizando, en consecuencia, la mitad de la carrera hasta que descubrí el teatro y dejé todo. No fue una cosa tan elaborada; fui invitada por un grupo de amigos a realizar una serie de improvisaciones y quedé fascinada. Sentí que era lo mío, como un amor a primera vista. Entonces, me inscribí en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático y toda esa etapa la viví con mucha bohemia. Tenía clases a las seis de la tarde que se prolongaban hasta la madrugada. Después nos íbamos al centro y varios boliches se constituían en una suerte de sedes sociales. Varios comían tallarines (en el recordado Pippo) y el resto de la muchachada pasaba el pan por el queso rallado que quedaba en la mesa”.

La tele

Y en ese devenir del destino y la vida, Alicia recordaba que “a los dos años de debutar en la televisión tuve la posibilidad de realizar mi primer trabajo teatral. Concretamente, fue en 1972, con ‘Las brujas de Salem’, el clásico de Arthur Miller, en tanto mi trabajo para la pantalla chica fue en la tira ‘El hombre que me negaron’, con Alberto Martín y Nora Cárpena, una muy atractiva historia de Alberto Migré. Al poco tiempo ya había hecho un protagónico (luego de haber trabajado con Narciso Ibáñez Menta) con Arnaldo André y Osvaldo Grandi, en tres teleteatros, de un mes cada uno, y que tuvieron una buena respuesta de audiencia”.

Junto a Alberto Martín, en un ensayo. (Archivo Diario Crónica)

“Las brujas”

Sin lugar a dudas, “Las brujas de Salem” se constituyó para la Bruzzo en una inmejorable carta de presentación para su actividad teatral. “Fue un trabajo espectacular y que me llegó a conmover de manera potencial. Los sábados realizábamos tres funciones que exigía al público sacar sus localidades con bastante antelación. Con la dirección de Agustín Alezzo tuve la suerte de formar parte de un elenco de lujo: Alfredo Alcón, Lalo Artich, Milagros de la Vega, Susy Kent, Víctor Manso y José Slavin, entre otras grandes figuras. Fue algo inolvidable”.

Trayectoria de lujo

Y en ese amplio recorrido por el mundo del cine, teatro y televisión, se fueron dando trabajos de singular categoría y que la artista plasmó con su particular buen gusto y sensibilidad. En teatro: “Mary Barns” (una de las composiciones dramáticas con mayor peso en la historia del teatro argentino), “La venganza de don Mendo”, “Yo amo a Shirley”, “Alta en el cielo”, “La rosa tatuada” y “Misery”, mientras que en tevé sus trabajos en “El Rafa”, “Pobre Clara”, “Alta comedia”, “Situación límite”, “Atreverse”, “Libertad condicionada” y “Nacido para odiarte” (en esta telenovela componía a una negra centroamericana) adquirían singular vuelo interpretativo. Bellos trabajos comprometidos con la verdadera esencia de una actriz que sigue tan presente en nuestros corazones como el universo y la naturaleza misma.

Su trayectoria fue amplia y muy celebrada. (Archivo Diario Crónica)

En el local Opera Prima del Paseo La Plaza, Alicia Bruzzo expuso una serie de obras plásticas que luego presentó en el Centro Cultural Recoleta. La artista sostenía que “el arte digital es una forma de canalizar más lo que yo siento, lo que soy y lo que tengo para decir. Son diferentes lenguajes en donde está la posibilidad de expresar sentimientos, angustia y goce”.

Su paso por el cine

Se inició en el cine con su aporte para el filme de Sergio Denis “Me enamoré sin darme cuenta” y continuó en películas como “Paño verde”, “Las venganzas de Beto Sánchez”, “La isla”, “Sentimental”, “Espérame mucho” y ya en roles de gran protagonismo en “Pasajeros de una pesadilla”, “Una sombra ya pronto serás” y “De mi barrio con amor”. Precisamente en este filme llevó a cabo una de sus composiciones más sensibles de toda su trayectoria.

Problemas de salud

Junto a Manuela, su hija. (Archivo Diario Crónica)

No todas fueron rosas en el camino de Alicia. En este sentido, cabe acotar que padeció problemas de salud desde que en 1992 fue víctima de una partida de propóleo adulterado (una acción de sabotaje que hizo mella en la salud de la población), intoxicación por la que estuvo varios días ingresada en cuidados intensivos y que posteriormente derivó en un estado de obesidad. En 2000 se sometió a una cirugía gástrica para reducir los 140 kilos que pesaba. Sin embargo, sus problemas de salud, que la alejaron de los medios, le permitieron realizar obras como artista plástica, en arte digital, montando varias exposiciones. Las dificultades, en su organismo no cesaron: en 2001 se le diagnosticó cáncer de pulmón. A todo esto, en los primeros días de febrero de 2007 sufrió una descompensación pulmonar mientras pasaba sus vacaciones en el balneario bonaerense de Mar del Sur. Debido a ello fue trasladada a la ciudad de Buenos Aires y a los pocos días se le manifestó una crisis cardíaca que provocó su muerte, a los 61 años, el 13 de febrero de 2007. Había estado casada con el director y maestro de actores Raúl Serrano, padre de su hija Manuela, quien continúa con el legado y las convicciones de sus padres.

Por R.F

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