25 noviembre, 2024
Espectáculos

Oscar Ferreiro, el maldito más famoso

@RFilighera

Un verdadero personaje del espectáculo nacional y que encontró, de grande, el reconocimiento popular en derredor de una dilatada trayectoria. Oscar Ferreiro nació el 28 de agosto de 1941, en Buenos Aires y murió, a los 63 años,  el 16 de junio de 2009, como consecuencia de un cáncer, en el Hospital Italiano. Fue uno de los villanos más destacados de nuestras ficciones.

En cuanto a su paso por el acontecer del mundo del espectáculo se pueden apuntar las siguientes referencias. En televisión se destacó por sus interpretaciones en la telenovela “Montecristo” (2006), donde representó a Alberto Lombardo, un civil vinculado con la última dictadura militar y con la apropiación de niños nacidos en cautiverio; en “22, el loco (2001)”, corporizó al padre de Federico Falcone (Adrián Suar), en tanto, en “Primicias” (2000), se puso en la piel de Gibraltar un militar vinculado, también, a los más oscuros procedimientos. Sin embargo, fue en “Ricos y famosos” (1997), en el personaje de Luciano Salerno, un empresario corrupto vinculado a la política, que lo ungió a los planos de la gran popularidad.

En “Montecristo” hizo uno de sus papeles más celebrados.

Su gran creatividad, en este sentido, le permitió trabajar en el ciclo “Alta comedia” y en algunos capítulos del unitario “Socias” (2008), su último trabajo en la pantalla chica. Por otra parte, en cine, se recuerda su interpretación del villano Lebonián, en el emblemático filme “Tiempo de valientes” (2005), de Damián Szifron. Antes, había hecho su aporte, en calidad de actor de reparto, en películas como “Operación masacre” (1972), “El pibe Cabeza” (1975) y “Seguridad personal” (1986)

En cuanto al teatro, Oscar Ferreriro, protagonizó textos fundamentales de la dramaturgia universal. En este sentido, se pueden citar:  “El deseo bajo los olmos”, de Eugene O’Neill, “La muerte de un viajante”, de Arthur Miller y “Un enemigo del pueblo”, de Henrik Ibsen. Obras, en definitiva, que pusieron en el escenario las inquietudes de un intérprete con posibilidades de abordar todo tipo de historia y roles.

En varias charlas mantenidas en la redacción de Crónica, Oscar Ferreiro confesó aspectos fundamentales de su vida, recuerdos y anécdotas que fueron recorriendo un camino en donde la aventura y la mágica sorpresa del universo formaron su personalidad. Es que la vida fue para el actor, no nos cansamos de acotarlo, un gran sinónimo de aventura.

Los días por el barrio

Se crió en Martínez Castro, entre Junta y Monte, Floresta, corazón barrial si los hay. Allí vivió hasta los 18 años. Estaba la escuela y los clubes: Sol de Mayo y América del Sud. En esos ámbitos hacían su recorrido todas las orquestas de tango y Oscar se deleitaba con la agrupación, precisamente, del maestro don Osvaldo Pugliese. El tango, en consecuencia, era dueño y señor. Su infancia, entonces, se tradujo concretamente en un sentimiento: el Parque Avellaneda, la esquina y el almacén del Gordo Roberto. Ahí, consignaba Ferreiro en una suerte de aquelare de juegos y actos para todos los chicos de aquel entonces.

Luego, el actor hizo la secundaria, más concretamente, el Nacional, en el colegio Mariano Moreno. Sin pruritos, había confesado que estudió “para no laburar”. El padre de Oscar fue propietario, en un principio, de una papelera y, posteriormente, de un frigorífico. 

Hombre de barrio, gustaba de las motos y el tango. (Foto Archivo Diario Crónica)

Los primeros trabajos

“El primer trabajo que tuve, fuera de mi familia, fue vendiendo baldes y palanganas a pagar por mes. Ïbamos, puerta en puerta, casa por casa y junto a mi compañero, decíamos: “Señora, no se haga problema, téngalo, volvemos a pasar mañana””. Con su compañero de ruta, José Alonso y jeep mediante, de 9 a 12, Oscar realizaba su camino de emprendimiento, desde Castelar hasta Moreno. Con este devenir se costeaba sus estudios de teatro. “Mi padre ya se había ido a Mar del Plata y yo con esto podía subsistir”.

Al terminar el servicio militar, Ferreiro realizó una apuesta grande: se fue a pasear-durante tres años- con un grupo de amigos por toda América. Se trasladaron a Socompa y después pasaron a Arica, Antofagasta, Arequipa, Cartagena, Barranquilla, San Andrés. Luego vino Panamá, más tarde Costa Rica y posteriormente Estados Unidos. Oscar tenía 20 años en ese entonces y admitió que si este viaje lo hubiera encontrado más grande: “No volvía más. Realmente, me sentía muy bien”.

Y así dadas las cosas, continuó en el relato: “Fui parrillero en Bogotá, también atendía el hotel. En Estados Unidos la situación fue un poco más compleja. Estuve en un lugar que se llamaba “Ninethy-Nine”, todo costaba noventa y nueve centavos. Era un boliche enorme y ahí lavaba platos. En cambio, en el Caribe, me hice amigo de un negro, Steve Robinson, quién pintaba y arreglaba cosas. Era dueño de una caseta enorme y trabajaba con todos los hoteles”.

Sueños a más no poder

Oscar recordó que “Me vine haciendo dedo desde el aeropuerto. Esto se pudo dar porque los aviones que se compran, inevitablemente los tienen que traer, entonces regresaba con el piloto. Yo agarré uno que me trajo hasta Chile y desde allí retorné a la Argentina”. De manera contundente, Oscar señaló que “en ese viaje yo no tuve como objetivo la búsqueda de dinero, me interesaba, reitero, conocer otros países, saborear el gusto de la aventura. Yo ya había empezado a estudiar teatro y tuve la suerte, entonces, la posibilidad de conocer muchas personas. Experimenté distintas situaciones, supe lo que es el hambre, laburé y me divertí mucho. Después me cansé: el teatro me seguía interesando y, por consiguiente, emprendí la retirada”.

La filosofía de la calle

Haciendo un salto en la vera del camino, Oscar evocó, luego, la época que lo vinculó a su performance como bailarín. “Hacíamos práctica de tango, a partir de los 14 años, en un club que se llamaba “Floresta Sud”. Íbamos con los muchachos y aprendíamos el paso femenino. Así se aprende a bailar. Estaba el Turco José y su hermano. Los fines de semana visitábamos diversos boliches, éramos asistentes de uno que quedaba en Alberdi y también, el José María Moreno, el José Hernández, en Mataderos y recuerdo, entre otros, a Chicago y Sportivo Buenos Aires, en Barral y Gaona, había, en definitiva, una cantidad enorme de boliches que se presentaban espléndidos para la música ciudadana, el baile y la noche de Buenos Aires”.

Y si se trataba de vida nocturna, precisamente, Ferreiro destacaba por aquel entonces (nota que se le realizó en octubre de 2001) que “el tango tenía presencia. Yo era hincha fanático de Osvaldo Pugliese y seguía con especial atención su recorrido artístico. Lo he visto con Chanel, con el Negro Montero y además, puedo decir, que gracias a mi viejo, pude conocer, siendo apenas un chico, a Alberto Morán. Yo me crie escuchando tangos. Vivía en un barrio de tango, por otra parte. Era la música que a mi me identificaba. Después vinieron otras expresiones como la cumbia, el rock y el jazz, géneros que  también me gustaron mucho”.

Con algunas lágrimas en sus ojos, Oscar recordaba y subrayaba por aquellos días que “yo le estoy muy agradecido al barrio y a la atorranteada, ya que fue una de las etapas más importantes de mi vida. Aprendí lo que es bueno y lo que es malo, lo que es dar la palabra, lo que es un amigo y aquel que es mala persona.  A las minas las empecé a conocer en las milongas. Y la mejor manera de saber cómo son es estar con ellas. A mi siempre me ayudó la altura y, de muchacho, era bastante buen mozo… me defendía. A los cachetazos fui incrementando mi bagaje existencial y hay que tener en cuenta que las mujeres son grandes maestras. En todo paso adelante que he dado, siempre hubo una mujer y esto fue como algo inevitable”.

Agradecido

Los trabajos iniciales de Oscar Ferreiro ejercieron para el actor una energía de particular magnetismo que recordó de por vida. En este sentido, puntualizó que “Ivonne Fournery me dio una mano muy grande en mis primeros pasos artísticos. Luego, fue Nené Cascallar que me posibilitó realizar el primer trabajo en materia televisiva y, precisamente, ha sido en la época que me encontraba estudiando con Hedy Crilla. Recuerdo que mi debut fue en el recordado y exitoso ciclo que causó conmoción en nuestra tevé: “El amor tiene cara de mujer”. Y, realmente, no quedé conforme con este trabajo, en consecuencia, empecé a realizar publicidad con Alberto Ure, el Bebe Kamin y Luis Puenzo, entre otros directores. Después, trabajé con Nora Massi y fue ella quién, tres años después, me recomendó a Martha Reguera, debido a que esta directora necesitaba un personaje con las características de un langa. Yo estaba haciendo teatro por ese entonces y, además, tenía una zapatería. Había hecho, a todo esto, alguna película con Leopoldo Torre Nilsson y alguna obrita de teatro, también. Esto fue en 1979 y trabajé en “Estación Terminal”. Así, en la continuidad de mi carrera artística, participé en “La sombra”, una telenovela que tuvo un éxito fenomenal y cumpuse al primer psicoanalista en nuestra ficciones. Se trataba, precisamente, del doctor Anselmo”.

Un actor que se comprometía en cuerpo y alma con su trabajo.
Se comprometía mental y físicamente con cada personaje.

La batalla con Martha Reguera

Precisamente, en ese devenir de situaciones, tropiezos, caídas y ponerse de pie, nuevamente, en aquellos años de descubrimiento de la profesión, Oscar Ferreiro, en charlas con este medio había puesto de manifiesto  aquellas dificultades: “En un primer momento yo tuve varios desencuentros con la realizadora Martha Reguera y, realmente, me la tuve que aguantar piola porque me había recomendado Nora Massi y no deseaba, por consiguiente, generar una situación de conflicto mayor. Martha tenía mal trato con todo el mundo y a mí me resultaba difícil de poder aceptar. Yo tenía defectos serios, hablaba y cabeceaba al mismo tiempo y, por ende, era muy difícil poder hacerme un primer plano. También se me caían las frases en los finales. Reguera me lo marcaba a su manera y Nora que estaba cerca del lugar del trabajo, me hizo comprender que Martha tenía razón. Por lo tanto, yo puse mucha la persona que me hizo aprender el oficio de la televisión y por esta circunstancia es que siempre le voy a estar más que agradecido”.

Dicho episodio se erige, llanamente, como un verdadero ejemplo de vida y que Ferreiro, más allá de la compleja situación en el tema de las relaciones humanas y laborales, con el paso del tiempo, supo clarificar que todo ese mal trago que había experimentado en ese entonces, coadyuvó, notablemente, en el buen ejercicio  de una profesión, en la que el intérprete pudo descollar con el paso de los años.

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