28 noviembre, 2024
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Carla Maliandi: “No me interesa que los personajes tengan características elogiables”

Maliandi nació en Venezuela, donde estaban exiliados sus padres. (Foto: Ale López)

El olvido, la búsqueda de la identidad de una protagonista que pierde su propia lengua y no logra saber quién es o qué le gusta pero que recupera un pasado ancestral y un idioma desconocido, son los ejes que vertebran “La estirpe”, la segunda novela de Carla Maliandi, en la que una mujer pierde su memoria luego de un accidente tan trágico como ridículo.

“A veces digo café y no estoy segura si es café lo que quiero pedir, porque las palabras no me suenan a nada. Otras veces recuerdo frases enteras que alguna vez dije o leí o me dijeron”, relata Ana, la protagonista que pierde la memoria en un accidente tan inusual como cómico: se golpea la cabeza con una bola de espejos en un salón en el que festeja su cumpleaños. El accidente la aleja de su marido y de su hijo, del que no consigue recordar el nombre y lo llama “el chico” y la acerca a otros seres: Mónica, la mujer que la ayuda en las tareas de la casa; un vendedor de la calle Brasil en Constitución, y un conjunto de recuerdos que no son propios sino de su abuelo que participó de la Campaña al Desierto junto a Julio Argentino Roca.

“La escritura de Maliandi es precisa y preciosa al mismo tiempo. Una escritura que conmueve como pocas y que deja sin palabras eso es lo que pasa con los libros que son capaces de atravesar la mente y el corazón de los lectores de una manera tan honda”, describe Selva Almada en la contratapa de la novela publicada por Random House.

Carla Maliandi es argentina pero nació en Venezuela en 1976. Estudió en la Universidad Nacional de las Artes y es escritora, dramaturga y docente. Su primera novela, “La habitación alemana”, fue editada en 2017 y ya está traducida al inglés, alemán, francés y portugués.

Sobre la imposibilidad de contar la propia historia y la relectura del pasado familiar que recorren la novela conversó la autora con Télam. A continuación, los principales tramos de esa charla.

-Télam: ¿Es la amnesia o la pérdida de la identidad de la protagonista de “La estirpe” el único camino hacia el autoconocimiento?

-Carla Maliandi: No lo sé. Creo que un vacío en la memoria puede estimular búsquedas que tal vez de otro modo no haríamos. Siempre es necesario decir algo sobre nosotros mismos. Es un requerimiento legal, hay que acreditarse. Si parto de una memoria vacía seguramente querré saber más sobre mí. El personaje de mi novela estaba en ese proceso antes de perder la memoria. Cuando esa cabeza queda en blanco, el personaje retrocede muchas posiciones en ese mismo juego de saber quién es, y qué derecho tiene a ser quien es.

-T: Aunque las circunstancias que atraviesa Ana son bastante dramáticas, por momentos, la narración adquiere ribetes tragicómicos, como el accidente con una bola de espejitos o la visita a las mujeres que consumen marihuana en la costa…

-C.M.:Al escribir pensé que tal vez había un clima lúgubre que dejaba poco espacio para el humor en esta novela. La lectura de los demás me hace ver que no fue así. El tono de la narradora es seco, porque viene de ese pensamiento roto del personaje , que no puede extenderse en el acto de contar. Pero es posible una forma de identificación con ella, por ejemplo en el modo de descubrir y enfrentar los problemas. Tal vez eso despierta una forma lejana de humor. La historia es sombría, pero se pone en marcha con un episodio ridículo. Y queda bajo ese signo: lo trágico es ridículo. En un momento algunos personajes se liberan y se ríen de lo dura que les resulta la historia.

La autora es dramaturga y docente Foto Facebook Carla Maliandi
La autora es dramaturga y docente. (Foto: Facebook Carla Maliandi)

T.: ¿Qué papel juega la literatura, por ejemplo en los versos que evoca Ana en su recuperación de la memoria?

-C.M.: Las preocupaciones de Ana son dos: una historia y una forma. La historia es una cantidad de imágenes violentas sin conexión. La forma es el libro. Quiere escribir un libro con esas imágenes que están en su cabeza. No le preocupa la literatura porque no parece recordarla, sólo recuerda algo mucho más cercano: «yo escribía un libro». Al despertarse una mañana cualquiera le vienen a la cabeza unos versos, aparecen como cualquier otro fragmento de memoria rota. Entonces piensa con toda naturalidad que esos versos tal vez sean suyos, ya que antes ella era escritora. Bueno, no, alguien le explica que son versos de Echeverría, de Guido y Spano. Son parte de un mundo ajeno, la literatura. Ana nunca piensa en la literatura, Ana escribe un libro.

-T.: La protagonista logra recuperarse o evoluciona hacia otra Ana?

-C.M.: Va hacia otra Ana y de hecho llega a la otra Ana. No sabemos si quería recuperarse. Ni siquiera sabemos si el accidente que sufrió su memoria es determinante. La escritora Katya Adaui, que fue una de las primeras en leer y comentar la novela,  resumió la situación escribiendo algo así: “Se golpea la cabeza el día de su cumpleaños: se regala la desmemoria, una vida diferente”. Me gusta mucho esa observación, es un buen modo de organizar la lectura.

-T.: De algún modo, María, la niña indígena que el abuelo de Ana adopta es la inversa del personaje de La Cautiva de Esteban Echeverría…

-C.M.: La cautiva blanca es uno de los iconos de la literatura argentina. Y hasta de nuestra pintura. Aparece en todas las generaciones literarias, hoy mismo tiene más vida que el gaucho. La india urbana no es un ícono de la ficción argentina ni de nada. Los sobrevivientes del exterminio, sus historias, procesos de transculturación, traslados geográficos, trata laboral, etc, no son temas clásicos. La historia nos enseña sobre ese mundo más que la ficción. Las imágenes que tenemos en la cabeza son de tipo documental. La cautiva blanca es un destino individual, novelesco, la deriva de una sexualidad, la fascinación por el mundo considerado salvaje, es decir, es una figura romántica. En la pintura, la cautiva es la luz del cuadro, la mirada se va primero con ella. Se nos propone una identificación. La cautiva blanca suele tener un nombre, una historia familiar que quedó atrás. La mujer toba de mi novela no es nada de eso. Incluso María es un nombre genérico, el nombre dado a las chinas del servicio. Significaba procedencia, bautismo, tareas a cumplir.

 -T.: El primer rasgo de la pérdida de identidad es la pérdida del instinto maternal. ¿Qué sucede con esta mujer que habla de su hijo como “el chico”?

-C.M.: En principio no me interesa que los personajes tengan características elogiables, ningún buen sentimiento, ningún interés, culpa ni compasión que resulten ajenos a su carácter. Sobre todo cuando se trata de personajes narradores. Traté de construir una narradora que, con todas estas obstrucciones afectivas, conservara la capacidad de recibir simpatía. Se olvida el nombre de su hijo, pero hay otras marcas de sociabilidad perdida. Rechaza a los que quieren ayudarla, anda sucia, si se aburre se va y te deja hablando sola. En un momento, conversando con un hombre qom, nos demuestra que su buena conciencia es falsa, que la buena conciencia es imposible aquí.

Telam SE

-T.: ¿Qué papel tienen los hombres en la historia, desde el médico que  la aconseja al esposo, que no sabe muy bien qué hacer para recuperarla?

-C.M.: Cumplen papeles diferentes, espero que no aparezcan siempre determinados por el género. Hay un marido progre que quiere de regreso a su mujer tal como era, con todas sus funciones asociadas. El hijo quiere el afecto de su madre, el médico quiere pilotear el problema, administrar la crisis… y tenemos un par de personajes menores, que aparecen y tal vez dicen las cosas como son. Uno es un carpintero que sabe frases de autoayuda, el otro es su compañero del grupo de terapia, el qom chaqueño que redefine los valores de la historia.

-T.: ¿Cuál es el rol de las mujeres: Mónica, la madre, la vecina, la amiga? ¿Existe una comunidad de congéneres capaces de auxiliar a Ana?

-C.M.:Creo que cada personaje trata de colaborar en la restauración del estado anterior de cosas, que aparece como ideal para todos. Menos, tal vez, para Ana. En el escenario anterior Ana era una académica, una madre de familia, una mujer que decoraba su casa, etc. Volver a esa normalidad es el buen deseo de todas y todos, menos de Ana, que no recuerda ese escenario ni sueña con recuperarlo. Quiere volver a su libro, y en esto no recibe ayuda de nadie. El malestar de Ana aparece cruzado por problemas de rol, derivados en buena parte de los condicionamientos de género.

-T.:  Cómo surgió la idea de la novela? Uno tiende a asociar este tipo de historias sobre identidad con los represores, no con los genocidas de otros períodos de la historia.                          

-C.M.: Nació de un relato familiar, pero tomó su forma por el modo en que a mí me la contaron, el modo en que la entendí y sobre todo el modo en que la ficcionalicé. Desde chica conozco la historia de María la China, que vivió en casa de mis tatarabuelos hace más de ciento veinte años en La Plata. Tal vez una novela tiende a producir efectos fuertes y rápidos, la realidad suele ser más complicada. Hubo un inmigrante italiano, abuelo de mi abuelo, que en el siglo XIX integró como músico la campaña del Chaco. En el monte había orden de exterminar, de hecho el exterminio ocurrió, pero el músico volvió a La Plata con una nena toba escondida, María la China. Este episodio aparece en el relato familiar como una decisión muy arriesgada: un músico inmigrante que desacata las órdenes del Ejército Argentino. El hecho se completó después con el bautismo de la nena, la escolarización, el servicio doméstico en el caserón de la familia, el matrimonio. Para empezar, estos son los hechos. Y como suele pasar, uno se pregunta qué significan, cuándo solidificaron como hechos. Cómo se reunieron alrededor de esa historia, pensada como herencia.

-T.: Pero ese relato circulaba solo en el ámbito privado…

-C.M.: Sí. También es interesante pensar cómo esa historia, nacida para ser conocida por un grupito de familiares, cruzó un siglo entero. Y llega al presente sin poder negarse a una variedad de lecturas, opuestas entre sí por diferentes lógicas políticas, diferentes claves, desde la redención hasta la apropiación, de la conquista al genocidio, de la Lista de Schindler al Pozo de Banfield. Porque lo que resulta del exterminio es un desequilibrio en la base de lo que somos, la imposibilidad de dar nombre a un país construido sobre territorio arrasado. El personaje de “La estirpe” no es el tatarabuelo músico, ni siquiera la China, sino Ana, que sufre ese desequilibrio de la historia argentina y es atacada por las imágenes del exterminio. Son imágenes para las que no tiene palabras.

 

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