Wenceslao Fernández Flórez odiaba las entrevistas, por eso concedió tantas, del mismo modo que echaba pestes de la censura y, a la vez, formaba parte de la Junta de Clasificación de censura de películas cinematográficas. Su vida (nació en 1885 y murió en 1964) estuvo llena de contradicciones. No sabemos si las perseguía o las encontraba, como no sabemos cuánta verdad oculta un chiste. Fumaba cigarrillos, pero coleccionaba pipas; era agnóstico, pero se avergonzaba de haber nacido fuera del matrimonio; presumía de cosmopolitismo, pero nunca dejó de ser un coruñés lejos de su hogar, o eso sugería. Incluso en la posteridad aún lo acompaña la paradoja. En su día solo le interesaba a los lectores, no a los críticos, y
ahora parece ser al contrario: tiene más exégetas que público.
Esto último lo apunta Miguel González Somovilla en el prólogo de las ‘Novelas escogidas’ que acaba de publicar la Biblioteca Castro, un volumen contundente que incluye cuatro obras capitales del autor gallego: ‘Volvoreta’, ‘El secreto de Barba Azul’, ‘Las siete columnas’ y ‘El bosque animado’. «Son novelas subversivas, en las que vierte sus opiniones sobre el ejército, la Iglesia, el caciquismo, el sometimiento de las mujeres en la Galicia rural o los enfrentamientos de clase entre gentes del campo y la ciudad», explica el investigador. Y luego añade: «En una España con índice de analfabetismo considerable, Wenceslao era un auténtico superventas. Es un autor injustamente olvidado, al que le pesan ciertos prejuicios».
Sobre esto, el olvido del genio, se ha escrito mucho, tal vez demasiado. Dicen que le pesó su vena humorística, tan poco admirada por ciertos círculos académicos, seguramente poco cervantinos, y que el hecho de haberse encuadrado en ningún grupo, en ninguna tendencia, tampoco ayudó: el precio de ser un bicho raro, en resumen. También se alude, con frecuencia, a un cierto sesgo político o ideológico. El argumento reza que su cercanía al régimen y su mirada sobre la Guerra Civil lo convierten en una figura demasiado incómoda para la España democrática y, aunque puede que haya algo de eso, Haro Tecglen, Rafael Conte y Fernando Fernán Gómez fueron tres de sus grandes reivindicadores hace no tanto… «Yo le decía que fui un niño que confirmó su vocación por la izquierda sociológica leyendo sus novelas, y le gustaba», contó el primero en un artículo de 1985.
Para Andrés Amorós, catedrático de literatura y prologuista de ‘El bosque animado’ de Ediciones del 98, que apareció a finales del año pasado, todo es más sencillo. O más complicado, según se mire. «Es que hoy si alguien no está en los planes de estudio es que está olvidadísimo. ¿Quién lee hoy a Gabriel Miró? Y es un escritorazo de primera categoría. ¿Quién lee hoy a Azorín? ¿Y a Gómez de la Serna? ¿Y a Pérez de Ayala? Hoy leemos el último best seller, el premio Planeta», lamenta. «El arte no progresa. Progresa la medicina, la higiene, las telecomunicaciones, la técnica. Pero un músico actual no es mejor que Bach. ¿Para qué leer solo lo que ha salido la semana anterior? Está bien recuperar a Wenceslao como se ha recuperado a Camba, a Pla», apostilla.
Memoria histórica
La apuesta de la Biblioteca Castro coincide con la de Ediciones 98, que se ha propuesto rescatar la producción de Wenceslao sobre la Guerra Civil. De momento ya han lanzado a las librerías ‘El terror rojo’ y ‘Una isla en el mar rojo’, y en las próximas semanas llegarán ‘La novela número 13’ y ‘Crónicas de la Guerra Civil española’, título este último que permanecía inédito, y que recoge varios textos de no ficción sobre el conflicto fechados entre 1937 y 1939. Fuera de este proyecto, por cierto, también han rescatado ‘El bosque animado’ y ‘Tragedias de la vida vulgar’.
«Creo que es muy oportuno reeditar estas obras, porque con la ley de memoria democrática hay que escuchar la voz de los que vivieron aquellos tiempos para tener un conocimiento bueno, profundo y auténtico de lo que sucedió. Él se salvó de milagro, y el suyo es el testimonio de uno de los escritores más grandes del siglo XX», asevera Jesús Blázquez, responsable de Ediciones 98. Sobre su posición a favor de los sublevados, Amorós comenta: «La gente se queja de que dice unas cosas terribles de los rojos. Bueno, es que si los republicanos van a tu casa a matarte te haces franquista. Y no leerlo porque era franquista es una tontería».
La paradoja de esta suerte de renacimiento editorial, tímido pero nutrido en cuanto a títulos, es que podría no ser tan buena noticia. Al menos eso sugiere José Luis Castro de Paz, presidente de la Fundación Wenceslao Fernández Flórez, una entidad tan modesta que él ha tenido que pagar de su bolsillo las facturas de la luz más de una vez. «Básicamente, no tenemos personal y casi ningún apoyo institucional. La reedición de las obras que escribió sobre la Guerra Civil pueden favorecer el mal nombre que tiene Wenceslao en parte de la población», afirma. ¿Pero le pesa tanto la política? «Eso es evidente. Bajo la dirección cultural de algunos partidos se nota un desprecio llamativo. Y es agotador. Sería mucho más respetado en Galicia si hubiera escrito en gallego… Aunque él se identificó con Galicia. Era un personaje muy complejo. También era antimilitarista, agnóstico y estaba a favor del amor libre, pero en política se desdibuja la sutileza de la gente, y se deja de lado la obra», asevera.
La fundación tiene dos sedes, una en Coruña y otra en Cecebre, donde está la casa museo del literato, que se puede visitar los fines de semana siempre y cuando se solicite cita previa, pues desde que se marchó la guardesa no hay nadie allí de forma fija. Allí están sus papeles, entre los que se encuentran los más de ochenta tomos con su obra periodística, sus cartas y algunos poemas y relatos juveniles. Quizás sean de interés para un exégeta…
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