El exagente del FBI que dice haber desvelado el gran misterio de la IIGM se confiesa en ABC

 y con balas que hemos podido analizar», sentencia.

Sus canas transmiten experiencia; aquella que ha utilizado para dirigir esta investigación con las mismas técnicas que utilizaba en el FBI y publicar ‘The Betrayal of Anne Frank: An Investigation‘. Con cierta melancolía recuerda que todo empezó hace seis años con una treintena de teorías; las más repetidas por los historiadores desde que terminó la guerra. «A todas ellas les aplicamos el axioma de conocimiento, motivos, medios y oportunidad. Un clásico a la hora de seguir la pista de los criminales», señala.

El primer paso, analizar qué presuntos culpables podían saber que había personas escondidas en aquel almacén de Ámsterdam, estrechó el cerco. «Es muy sencillo. Al cruzar los datos nos percatamos de que varios sospechosos estaban en campos de concentración cuando se produjo la delación. Era imposible que les hubieran visto», añade. Van den Bergh, por el contrario, estaba en la ciudad.

Los motivos eran igual de claros. Tras investigar una infinidad de archivos, el equipo de Pankoke logró saber que Van den Bergh, entonces notario, había pasado a estar bajo la lupa de los nazis. «Había falsificado unos informes que aseguraban que no era judío, y lo habían averiguado. Necesitaba comprar tiempo, que no le enviaran ni a él ni a su familia a un campo de concentración».

La suerte quiso que también dispusiera de los medios. «Formaba parte del Consejo Judío y, por tanto, disponía de una lista con las casas en las que se escondían refugiados», sentencia. Para este notario la solución pasaba por entregar direcciones a cambio de semanas de libertad. Por último, está claro que tuvo la oportunidad de hacerlo, pues había sido amigo del mismo Hermann Goering y tenía relación con las altas cúpulas del Reich.

Con todo, Pankoke insiste en que este sistema solo les valió para eliminar sospechosos. Luego vino la búsqueda de pruebas físicas. «Encontramos la copia de un mensaje anónimo que el padre de Ana, Otto, recibió tras la guerra y que apuntaba al sospechoso. La original había desaparecido y el contenido no estaba completo en los informes», apostilla. Por descontado, afirma que el equipo contó también con la ayuda de varios psicólogos y perfiladores expertos en crímenes. «Entre ellos está Roger Depue, fundador de la unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI. Nos ayudaron a conocer la personalidad de los posibles culpables, pero también de Otto», sentencia. Y es que, desde el principio hubo una pregunta que les rondó la cabeza… ¿Por qué no señaló al delator? «Comprendimos que, como el culpable murió en los años cincuenta, ya no había justicia posible para él», finaliza.

Cinco preguntas a Pankoke

Existe controversia con las supuestas listas que el Consejo Judío tenían a su disposición con las direcciones de los refugiados. ¿Existieron?

Sabemos que existían porque hay muchos testimonios que lo confirman. Eran reales, obtenidas probablemente de las listas del Consejo Judío que se entregaron al SD. El mismo jefe de este organismo dijo que habían sido entregadas a los nazis. Además, no era la única forma de obtener información. Cuando los detectives del SD arrestaban a judíos siempre les preguntaban si sabían donde había más. Prometían que delatarles les ayudaría.

¿Por qué las entregó?

Su protección empezó a fallar a principios de enero de 1944 porque sus amigos, Alois Miedl y Goering, estaban perdiendo poder frente a Hitler. Como se sentía muy vulnerable y los nazis sabían que los documentos que demostraban que no era judío eran falsos, entendió que la única opción era satisfacer a los nazis. Si le necesitaban, podría escapar. Como tenía acceso a direcciones donde se escondían judíos, las entregó. Aunque lo hizo sin nombres.

¿Se parece esta investigación a la del FBI?

Estoy jubilado del FBI, pero he aplicado los mismos parámetros en mi investigación y he traído a todo mi equipo para que colabore. Un ejemplo es que hoy quedan poquísimos supervivientes del Holocausto y hemos tenido que rastrearlos. También hemos tenido que buscar en archivos, periódicos, entrevistas… Esta información la hemos ordenado y contrastado con la ayuda de una base de datos que nos ha permitido acortar los tiempos.

¿Con qué expertos cuenta su equipo?

Hemos tenido a personas diseccionando cada palabra de los informes; cada entrevista relacionada con el caso en cuestión. Un psicólogo y un investigador revisaron todo el trabajo y estudiaron las personalidades de Otto Frank para ayudarnos a entender su comportamiento. Creemos que él sabía quien fue el traidor porque fue notificado de ello poco después de su liberación. Pero no lo mencionó. Sabemos que entrevistó a uno de los detectives holandeses que participó en la redada y que le dijo que sospechaba de A. van de Bergh, pero que le dijo que no sabía qué había sucedido. Solo le explicó que estaba sentado al lado de su sargento cuando este recibió una llamada y le ordenó que se dirigiera al almacén porque allí había judíos.

¿Por qué guardó el secreto?

Otto Frank no podía probar que el notario era culpable y le preocupaba que fuera judío. Dijo muchas veces que saber quién era el traidor no le iba a devolver a sus hijos. Solo haría daño a otras personas. Por eso lo mantuvo en secreto.