La artista Sofía Durrieu presentó “Arco reflejo”, una escultura performativa que se instala durante tres días en la Bienal de Performance con la promesa de tres situaciones de contacto y ambigüedad entre materia, cuerpo y espíritu, como un puente que juega con la tradicional dicotomía entre cuerpo-mente cartesiano, y acerca al participante a una cuidada experiencia táctil en la Sala Pays del emblemático Parque de la Memoria de la Ciudad de Buenos Aires.
“Arco reflejo (acupuntura/nuevos altares)” es una de las casi 20 obras nuevas que impulsa la cuarta Bienal de Performance (B.P.2021), concebida a partir de la experiencia de Durrieu (Buenos Aires, 1980) quien cruza su inquietudes entre la filosofía, su experiencia de vida y la expresión artística centrada en la escultura devenida en acto performático, como “modo de habitar el cuerpo” y el entorno.
Los tres dispositivos que semejan una estructura de prótesis son definidas como “escultura performativa duracional”. Ubicados en tres espacios de la Sala Pays, son “operados” por tres performers, entre los que están Rocío Englender y la propia Durrieu.
Los tres espacios y situaciones están vinculadas al tacto desde el recibir, generar y tocar, y la artista -que vive y trabaja entre Argentina y Suiza- llega a esta performance como continuidad de sus trabajos sobre “nociones, ideas y experiencias de contacto algo limitado por el contexto global de la pandemia”, explica.
Los dispositivos escultóricos proponen el reencuentro con la función táctil e invitan al visitante a participar de una experiencia particular en cada una de las situaciones propuestas.
Por ejemplo, el primer dispositivo se sitúa en un espacio muy amplio contrastando con el “único punto donde se concentra la atención”, destaca Durrieu en diálogo con Télam sobre la larga estructura metálica que sostiene un larguísimo dedo de bronce dorado, que conjuga reminiscencias de una catedral con sus ritmos y repeticiones.
En cambio, el segundo dispositivo invita a involucrarse más para trabajar con “ciertos gestos y acciones de acuerdo a piezas de bronce que están impresas con cierta gestualidad y llevan al cuerpo (y sus distintas partes) a tomar ciertas posiciones desde una estructura circular más cercana al hinduismo. Y el tercero invita a entrar en una situación de cercanía con el piso, “a habitar lo bajo”, indica la artista.
“La propuesta es tomar al cuerpo como un territorio en el cual no solamente se lo considera materia separada de los planos más espirituales (planteado por el filósofo francés René Descartes), como la tradición occidental designa, sino que se lo considera como un puente, un pasaje, y a partir de esas experiencias de materia y tacto se puede acceder a ciertos espacios psíquicos, espirituales, emocionales y no sin él”, explica.
Las estructuras-esculturas ponen distancia y al mismo tiempo unen, “establecen un vínculo y en cada situación hay ideas, juegos contradictorios”.
Las estructuras-esculturas ponen distancia y al mismo tiempo unen, “establecen un vínculo y en cada situación hay ideas, juegos contradictorios” que buscan “ambiguar” y poner en cuestión, señala Durrieu.
Estos trabajos toman el concepto de “esquema corporal” planteado por el neurólogo Paul Schilder y la reelaboración de la imagen de la persona entendiendo que existe una necesidad de “contacto con el mundo y con los otros”; sobre todo “en este momento donde eso está muy cercenado, muy prohibido. Este trabajo se pregunta qué nos sucede desde lo corporal, psíquico y espiritual cuando esos contactos empiezan a ser menores, más espaciados o prohibidos”.
En un momento en que se impulsa la protección sanitaria con una disminución del contacto físico, la artista pone en juego estas “prohibiciones, regulaciones y mediciones” como estructuras para “desactivar algo del cuerpo, generar un contacto y crear una experiencia de mayor reunión entre personas o con ciertos aspectos de la realidad física”, ya no contemplada como algo escindido.
Entonces, surgen preguntas como “¿qué pasa si todos estamos siendo dirigidos hacia un mismo tipo de contacto o comportamiento con el mundo (en sus aspectos objetuales, humanos y naturales)? y, cuando esos contactos son cada vez más definidos, estrechos y envuelven más prohibiciones ¿cómo impacta en nuestra sensibilidad, ideas, desarrollo espiritual y nuestras emociones?”, cuestiona Durrieu.
Los dispositivos funcionan basados en reglas e indicaciones dadas por los performers y son reflejo de normas existentes. “Así se perfila el esquema corporal y la disposición psíquica, ideas y sensibilidades, que se encauzan en un espacio predeterminado” y como contraparte “hay un contacto con el mundo, con nosotros y las cosas que es indispensable”, detalla su creadora.
“La idea de escultura performativa -agrega- es el resultado de un proceso de trabajo basado en esculturas que de por sí ya tienen un aspecto performático. Hay algo en la escultura que demanda del espectador cierta acción”, algo en lo que ya se había embarcado: “Mis trabajos proponían hacer manifiesta esa dependencia, por un lado existir de una manera independiente como escultura, pero al mismo tiempo transformarse ante el encuentro con otra persona”. El concepto de duración se relaciona con “habitar ciertos espacios físicos y temporales no como si fuesen un bloque, sino con variabilidad, que haya momentos de silencio, espera y actividad. No hay una propuesta de espectáculo, sino una experiencia de acuerdo a la sensibilidad de cada persona y ese sentido implica sintonizar con la presencia, con qué es lo que está pasando en el momento”.
El Parque de la Memoria como sede fue una propuesta de la Bienal, que desde la perspectiva de un espacio abierto casi sin árboles, cercano al agua y a un horizonte, conjuga una vastedad que se pone en contraste con la propuesta puntual de Durrieu, “concentrar la atención en un foco”, que se vuelve inevitable cuando hay una situación de contacto.
A esto se suma otro contrapunto, los dispositivos dialogan con el monumento con los nombres de las víctimas del terrorismo de Estado, una obra “que refiere a la ausencia”, señala Durrieu, un diálogo que se materializa y resuena en sintonía con la ambiguedad entre lo material y lo que no lo es: ” hay algo de las contradicciones y las ambigüedades que me resulta casi inevitable y que trasciende la categoría y el orden de qué es lo que está y que no, qué es materia, qué es espíritu. En ese sentido hay algo de esas ausencias y el modo en que aparecen inscriptas en ese espacio muy vasto que funcionan muy bien con este trabajo donde el tacto, tan puntual, se vuelve a abrir a algo que es más resonante”,.
¿Cómo llegó esta artista a la performance y al uso del cuerpo como materialidad? “Surgió muy naturalmente desde esas esculturas que propongo, que tienen que ver con el uso, con lo funcional, una funcionalidad difusa que apunta a abrirse a preguntas y experiencias -dice-. Una parte de mi práctica propone ese tipo de esculturas que necesitan ser activadas por otra persona”. A su vez, los dispositivos están basados “en la tensión escultórica, lo objetual y lo que circula entre un objeto y una persona, o varias, que entran en contacto con una escultura. Hay energías que entran en situación que de alguna manera también son materiales escultóricos”.
En las inquietudes de Durrieu se “motorizan las indefiniciones que busca ´ambiguar´”, es decir, muestra “las contradicciones internas y lo difuso de ciertas categorías que ordenan el mundo”. A su entender, “hay algo que también hace uso de estructuras y sistemas que nos articulan y articulan el mundo, nuestras percepciones, y por ende nuestra sensibilidad e interrelaciones y eso está puesto en juego desde la imitación y al mismo tiempo desde la búsqueda de un espacio ahí dentro para que suceda otra cosa y desde la intensión de evidenciar que hay una interpretación de esos sistemas, una construcción y, con eso, una posibilidad de reconstruirlos, resignificarlos y reinterpretarlos”.
La propuesta es una experiencia situacional a ser vivida como “arte vivo” donde “hay algo que inevitablemente se transforma y, en ese sentido, al involucrarse, pedirle al visitante que participe, pone en evidencia la continuidad entre lo que es cuerpo, psiquis y emoción, como un continuum”, resume, y las formas que toma este trabajo son reminiscencias de ciertos altares religiosos o de ciertas formas de religiones, formas que funcionan como una especie de puente o de reversión y que proponen un ritual: “inscribir el cuerpo hacia la fe, no la religiosa, la más vital”.
La artista participó de muestras como “Magenmund” (Kunst Raum Riehen, 2021), “Outoforder” (Kunsthaus Baselland, 2020), “Cariátide” (Kasko, Basel, 2019), “Control Remoto” (Pasto) y “Puppet-me” (Ruth Benzacar) en 2018 y “Corrida” (CCK, 2017), entre otras. En 2018 se mudó a Suiza y en 2020 obtuvo la Maestría en Artes del FHNW HGK Institut Kunst de Basilea.
La performance se repetirá este sábado y el domingo a las 16 en avenida Costanera Norte Rafael Obligado 6745, CABA, con entrada gratuita e inscripción previa en https://bienalbp.org/bp21/programa-artistico/sofia-durrieu/#t-3
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