22 noviembre, 2024
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Films y libros que exploran el trabajo doméstico y las tareas de cuidado

Historias de vida en distintos formatos e investigaciones académicas posan su mirada sobre el trabajo invisibilizado de las empleadas domésticas y las tareas de cuidado, desde best-sellers como “Mucama” de Stephanie Land -convertido en la serie “Las cosas por limpiar”- o “El muelle de Ouistreham”, un texto de la periodista Florence Aubenas que acaba de llevar al cine el escritor Emmanuel Carrère, hasta “El ala interior” -una obra que Mercedes Azpilicueta y Agustina Muñoz presentan en la Bienal de Performance- o “Como de la familia”, una investigación del sociólogo Santiago Canevaro.

Desde esa modernidad que impulsa el progreso y desplaza cuerpos al trabajo doméstico en las grandes casas de la oligarquía porteña, a los vaivenes contemporáneos que tensionan el lugar de la mujer como trabajadora y empleadora -una fuerza laboral femenina lanzada al ruedo con fuerza en Argentina desde los ’60-, la invisibilización y desvalorización de este tipo de trabajo indispensable, cotidiano, doméstico, contrasta con una emocionalidad comprometida y el quehacer mismo en los ámbitos privados de este universo laboral.

Telam SE

“Mucama”-“Las cosas por limpiar”

Estas tensiones entre afectos, invisibilidades y deseos por salir adelante ante una situación de violencia familiar, es el marco de la novela norteamericana “Mucama” (“Maid: Hard work, low pay, and a mother’s will to survive”, 2019), de Stephanie Land, que puede verse por estos días en Netflix en su formato de serie como “Las cosas por limpiar” y que toma elementos de la novela autobiográfica para perfilar la historia de superación de la joven madre de una niña pequeña que muestra al pasar las realidades del trabajo doméstico, la mala paga y las fallas del sistema social.

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“El muelle de Ouistreham”

Un caso diferente es “El muelle de Ouistreham” (2011), basada en la investigación que la periodista Florence Aubenas realizó en 2007 en Normandía, norte de Francia, sobre este tipo de trabajos. El libro, centrado en la precariedad e invisibilidad de las trabajadoras domésticas, fue adaptado al cine y estrenado recientemente en el país europeo por el escritor Emmanuel Carrère, autor de títulos como “Limónov”, “El adversario” y “De vidas ajenas”. La película tiene en el rol protagónico a Juliette Binoche y a pesar del tiempo transcurrido desde la publicación del texto “la realidad que refleja es todavía más actual”, según ha referido recientemente el director.

“Madres paralelas”, de Pedro Almodóvar

La incursión en esa intimidad de la maternidad y los cuidados del trabajo doméstico, los agotamientos y alegrías, está también muy patentes en “Madres paralelas”, el último filme del español Pedro Almodóvar, que entrelaza estos temas con los de identidad y memoria de un país y la herida dejada por el franquismo.

“El ala interior”

Otro formato para esta temática tan transitada actualmente es el adoptado por Mercedes Azpilicueta y Agustina Muñoz en el “El ala interior”, una obra recién estrenada en el marco de la Bienal de Performance que corporiza durante sus 45 minutos la realidad de las trabajadoras domésticas a través del lenguaje y la voz de tres las performers -Daniela Basso, Laura Peralta y Guillermina Etkin, además coautoras- vestidas de riguroso blanco que atraviesan las distintas décadas según el vestuario ideado por Lara Sol Gaudini y la música de Ailin Grad.

“Nodrizas, amas de leche, costureras, cocineras, lavanderas, planchadoras, ayudantes de cocina, amas de llaves, empleadas domésticas”, describe el texto de la performance que comenzó a presentarse este fin de semana en el Museo Enrique Larreta del barrio de Belgrano, a partir de una investigación sobre la actual casa museo que cruza lo artístico con lo académico, basada en material del archivo y aportes del Archivo General de la Nación.

Es que Mercedes Azpilicueta y Agustina Muñoz, ambas artistas y performers, posaron sus miradas desde la mujer de hoy hacia esas tareas de servicio y maternidad que remiten a vocaciones, sueños y deseos subsumidos al espacio privado de las grandes casas de la Belle Epoque porteña. Y para ello tomaron como base de su guion las conversaciones con las antropólogas rosarinas Julia Broguet, Lali Corvalán, Manuela Rodríguez, y la historiadora Patricia Nobilia, que se desempeña en el Museo.

“La historia del cuidado es un capítulo de la historia del patriarcado y del feminismo que por suerte ha sido abordado”, sostiene Muñoz en diálogo con Télam y afirma que la performance colaborativa “es una pieza que tiene un espíritu de empoderamiento y de homenaje”.

La dimensión afectiva en el ámbito del trabajo doméstico

Cuidado de niños y ancianos así como el trabajo doméstico son parte de una dimensión afectiva que se establece en paralelo al vínculo contractual entre empleador y empleada, y es un tema que suele atravesar la vida de la mayoría de las personas y las décadas, algo en lo que trabajó el sociólogo Santiago Canevaro en su libro “Como de la familia”, con Buenos Aires como campo de investigación.

¿Cómo se caracteriza el tipo de implicación que las empleadas domésticas entablan con el mundo material y emocional de sus empleadores? “Tiendo a pensar que la implicación es al mismo tiempo ambigua, compleja y necesaria, porque las trabajadoras domésticas tienen que cuidar de los objetos personales de los empleadores y al mismo tiempo tienen que realizar un trabajo de una determinada manera, e implicarse afectivamente en el caso de que cuiden niños, y cuando no cuidan niños también, porque a veces la manera de limpiar tiene que ver con la forma en que se relacionan con sus empleadores”, reflexiona Canevaro en diálogo con Télam.

También indica que la ambigüedad está en “conocer e implementar los procedimientos y las maneras específicas de cada uno de los hogares donde trabajan”, y el de sus propios hogares. “Hay una ambigüedad entre lo que tienen que hacer adentro y en sus hogares, o cómo aprender lo que tienen que hacer en el espacio laboral/privado de los empleadores”, señala.

“Al mismo tiempo, cuando se trata de cuidados, lo complejo y ambiguo es que a mayor implicancia afectiva o mayor grado de cercanía, se podría leer que está mejor hecho el trabajo, porque el trabajo de cuidado supone eso”, dice el investigador. Y agrega: “la mayor implicancia da un mejor trabajo de cuidado en este caso, pero muchas veces eso va en detrimento o se pone en tensión con las propias dinámicas afectivas, tanto de maternidad como de cuidado de los propios empleadores”.

Canevaro menciona desde una afectividad positiva el caso de “niños que reconocen mayores cuidados por parte de las trabajadoras que de los propios padres”, o la relación afectiva de los ancianos y sus cuidadores que lleva a veces a que los primeros reconozcan derechos y otorguen compensaciones monetarias a los que cotidianamente cuidan de ellos, ante el desacuerdo de los propios familiares, algo que puede llevar a disputas judiciales.

“La implicancia tiene que ser de alguna manera equilibrada pero si o si hay una especie de ontología del espacio que supone que tiene que haber una implicancia para que el trabajo sea realizado de una manera positiva, o eficiente o eficaz, entonces ahí está la tensión”, afirma.

¿En qué medida la dimensión afectiva entre empleada y empleadores permite atenuar o diluir las asimetrías económicas y sociales que definen el vínculo y en qué medida, la ausencia de este tejido afectivo magnífica esas diferencias? “La dimensión afectiva no termina atenuando o diluyendo las asimetrías que se sostienen, pero sí permiten procesar la desigualdad o la relación de diferencia de clase de manera distinta, tomando en verdad los elementos, la gramática, el lenguaje, los instrumentos o todo lo que se condensa en el espacio del hogar como lugar de trabajo; entonces allí el vínculo pasa a ser parte de la manera en cómo se regula esa relación laboral y al mismo tiempo de desigualdad o de diferencia de clase”, explica.

Como ejemplo, Canevaro describe la preferencia por parte de las trabajadoras en tener como empleadores a buenas personas antes que buenos patrones, porque las buenas personas les permiten acceder a ciertos beneficios, favores, compensaciones que “les permite sostenerse en el mercado de trabajo y mejorar sus condiciones sociales, comparativamente con otros trabajos que puedan conseguir dentro del universo laboral en el que participan” -explica- un tipo de relación que algunos estudios califican como negativos.

“Esta dimensión afectiva cuando no está presente es en trabajos más fríos o desapegados en donde por ejemplo el patrón no considera la situación personal, marital o de hijos que puede tener una trabajadora, que en el caso del servicio doméstico por ser un trabajo de mucha implicancia afectiva -por tratarse de un lugar como el hogar-, siempre está presente esta pregnancia o cercanía, no solo física sino afectiva entre unos y otros, sobre todo en el caso de los trabajos de cuidados”, concluye el investigador.

Centradas en la casa y su historia, Azpilicueta y Muñoz se encontraron con que el nombre del escritor Enrique Larreta (1873-1961) define al museo, pero el título de propiedad viene por “herencia matrilineal” de parte de Josefina Anchorena de Castellanos, esposa del diplomático, que la hereda de su madre y ésta a partir de otra mujer -explica Muñoz-. Entonces, en la línea de la casa hay todas mujeres pero curiosamente el museo se llama Larreta por el nombre del escritor”, indica.

“Primero empezamos a pensar cómo había sido el lugar de la mujer en esas casas, qué sucedía a nivel doméstico y hogar, y enseguida llegamos a las otras mujeres que trabajaban y vivían allí, el personal doméstico, en las dependencias de servicio muy grandes”, relata.

Basadas en conversaciones con las investigadoras que trabajan con la performance y el cuerpo ligado a lo histórico, se enfocaron en el período de fines de 1870, década del nacimiento de Larreta, hasta 1920, cuando la vivienda termina de construirse y remodelarse para dejar de ser una casa de verano y convertirse en la residencia del coleccionista de arte español y su familia, que da origen en 1962, tras la adquisición del predio por parte de la ciudad, al Museo de Arte Español Enrique Larreta.

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En cuanto a la delimitación temporal elegida, las artistas rescatan ese “período histórico crucial para nuestro país, la generación del 80, que construye esa identidad nacional, blanca, europea. Un período de muchísima violencia y de exclusión que marca a nuestro territorio y un relato”, explica Muñoz. Y esto se liga con la vida de esas mujeres que trabajaban en las casas de la oligarquía, donde “convivían muchísimas mujeres, idiomas, culturas, historias, como comunidades atravesadas por mucha vida e historia, que pasaban a trabajar al servicio de una familia, como la de Anchorena y Larreta”, sostiene.

Los cuerpos contemporáneos, los que están en escena, “dan cuenta de una reivindicación, un reconocimiento y la idea de que muchas de esas historias continúan en el presente y que estamos en un momento en que las ideas de cuidado se vuelven a mirar desde un lugar de justicia a lo que implica esa labor, ese tiempo dedicado que incluso hoy es visto como algo dado”, indica Muñoz.

Tesis de Santiago Canevaro

El libro “Como de la familia: afecto y desigualdad en el trabajo doméstico” (Prometeo), una investigación basada en la tesis doctoral del sociólogo Santiago Canevaro, testimonia el universo laboral centrado en la relación entre empleadas domésticas y empleadores, las tramas contractuales y por sobre todo las afectivas.

En el caso puntual del ingreso creciente de más mujeres al mercado laboral -dedicadas antes al hogar y la crianza-, la percepción en torno al rol de las empleadas domésticas o las propias mujeres que trabajan fuera de sus casas, tiende a la invisibilización como una figura presente.

Siguiendo los estudios historiográficos, apunta el investigador del Conicet, “el ingreso de la mujer al sector del trabajo formal en los años 60, 70, mayoritariamente, se produjo con la presencia de trabajadoras domésticas remuneradas en sus hogares. Eso hizo que las empleadoras se transformaran en trabajadoras, y esto es un elemento central”.

“Lo interesante es que son trabajadoras-empleadoras que se reconocen en tanto tales -explica a Télam-. Ahora, eso no es una condición sine qua non para que eso sea leído como algo positivo para visibilizar el trabajo, observado en los números de regularización del trabajo doméstico aún después de la nueva ley que tiene casi diez años y es pionera y de amplia difusión. Pero la regularización sigue siendo baja, a diferencia de otros países como Uruguay. Entonces ahí sí se ve que se sigue invisibilizando el trabajo”.

Entre las explicaciones de este fenómeno “no solo están las sociológica o antropológicas, también del mercado laboral específico de las trabajadoras domésticas, de los empleadores y los tipos de conformación de los sectores medios que contratan a estas trabajadoras”, apunta Canevaro, en referencia a sectores que “suben y bajan de la escalera social y no tienden a contar con los recursos para la regularización”.

Por otro lado, “sí hay una dimensión cultural que es muy fuerte aún con la mayoría de los empleadores varones y mujeres dentro del sector formal, pero es interesante como sigue siendo invisibilizado en términos de la regularización de un trabajo”, concluye.

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