25 noviembre, 2024
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Perspectiva de género y literatura: las trampas de las que conviene escapar

Dolores Gil. (Foto: Victoria Gesualdi.)

Fechas conmemorativas como el 8M, que apuntan a generar conciencia y a reformular puntos de vista, son al menos contradictorias porque en la intención de evidenciar lo velado por intereses creados muchas veces distorsionan lo mismo que intentan mostrar: sobre si existe otra manera de instalar una nueva visibilización de las autoras que van reformulando y completando antiguos cánones, reflexionan la escritora ecuatoriana Fernanda Ampuero, la argentina Dolores Gil y la boliviana Giovanna Rivero.

Hay un Día Internacional de la Mujer y es innegable por qué surge: la cosmovisión sexista patriarcal pareciera haber relegado a los cuerpos con genitales femeninos a los interiores de la privacidad ciudadana (los hogares), a violencias machistas muchas veces institucionalizadas y, cuando el capital exige su mano de obra y sapienza, relega esos cuerpos a una serie de segundas y terceras líneas de planos académicos, obreros, profesionales y políticos.

Esa idea celebratoria parece muchas veces no escapar de cánones o estructuras patriarcales. En ferias y eventos literarios no es raro encontrar mesas de escritoras agrupadas por la situación, o la singularidad, o la generalidad, de ser mujeres. No pasa eso con las mesas de escritores: ni en ferias, ni en librerías, ni en ciclos de zoom se convoca a escritores por ser varones. Sí por cuestiones estéticas, por temáticas, por formas de tratar el lenguaje y puntos debatibles más allá de una cuestión de sexo o de género.

Son épocas en que se habla de “fenómeno” para referirse a la mayor exposición de escritoras en espacios vinculados a la promoción de la lectura, el libro y la literatura, término que significa prodigio, rareza, maravilla y a su vez monstruo, engendro, aberración.

Quiénes son Fernanda Ampuero, Giovsanna Rivero y Dolores Gil

Fernando Ampuero y Giovanna Rivero cuentan con una obra y una trayectoria muy reconocida en la escena internacional. Y la argentina Dolores Gil es una de las últimas sorpresas en el campo de las historias literarias abrumadoras y hasta asfixiantes, pero con una belleza y luminosidad que permiten seguir adelante.

Fernanda Ampuero: Escritora y periodista, nació en abril de 1976 en Ecuador. Identificada con lo más potente del gótico contemporáneo -gótico decolonial o nuevo gótico latinoamericano, han llegado a describir desde el imperio-, en 2012 fue elegida una de los 100 latinos migrantes más influyentes de España. Recibió el premio Hijos de Mary Shelley por el cuento “¿Quién dicen los hombres que soy yo?” y su libro “Pelea de gallos” fue declarado una de las 10 mejores ficciones de 2018 por The New York Times.

Traducida al inglés, portugués e italiano, publicó en revistas de crónica y en diarios de Italia, Brasil, Colombia y Ecuador. Estudió Literatura. Por un tiempo fue profesora (miss Ampuero) y vivió en España y México. Otros títulos suyos son: “Lo que aprendí en las peluquerías” (2011), “Permiso de residencia” (2013) y “Sacrificios humanos”(2021). Tanto ella como Rivero recibieron el premio espaÑol de relatos Cosecha Ñ.

Giovanna Rivero: Nacida en Montero, Santa Cruz, en 1972, es reconocida sobre todo por cuentos de corte fantástico y cierta aura terrorífica. “Tierra fresca sobre tu tumba” es uno de esos ejemplos. Pero su obra es amplia: “Lo más oscuro del bosque” (2015) y “La dueña de nuestros sueños” (2002) son cuentos postulados para niños.

Y cuenta con una buena saga de novelas donde están “Las camaleonas” (2001), “Tukzon, historias colaterales”(2009), “Helena 2022: La vera crónica de un naufragio en el tiempo” (2011) y “98 segundos sin sombra” (2016). Sus otros libros de cuentos son “Contraluna”(2005), “Sangre dulce” (2006) y “Niñas y detectives”(2009).

Seleccionada como uno de los 25 secretos mejor guardados de América Latina por la Feria del Libro de Guadalajara, Rivero vive en Estados Unidos desde 2007 cuando se instaló para hacer un doctorado en literatura hispanoamericana de la Universidad de Florida.

Dolores Gil: Nació en Buenos Aires en 1981. Es licenciada en Letras; trabajó como docente de Literatura y Lenguas Clásicas; y escribió en la Revista Ñ, de Clarín; Moda y Belleza, de La Nación; en la edición argentina de Harper’s Bazaar y Elle. “Parte de la felicidad”, primera, apabullante y breve novela publicada en 2021, está dedicada a recuperar y retomar una conversación con su hermana Manuela, quien murió en un accidente doméstico a los seis años.

-¿Por qué definir desde una concepción de anormalidad al hecho de que hoy la producción literaria de algunas autoras sea metabolizada y valorada por el mercado?

-Fernanda Ampuero: Considerar una ruptura en el sistema que causa estupor que las mujeres escribamos es ofensivo y casi te diría obsceno. Es hacer volar por los aires la literatura de miles de escritoras que han sido sistemática y alevosamente borradas del canon, silenciadas y confinadas a ciertos temas que no molestaban y se consideraban propios de nuestro género como la cursilería romántica o materna y un erotismo soft dedicado más a las fantasías de los señores que a nuestras propias exploraciones sexuales.

Hemos sido borradas de la historia de la literatura. Se iluminó el otro lado, condenándonos a la oscuridad, pero no al silencio. ¿Les suenan las hermanas Brontë, Jane Austen, Emily Dickinson, Mary Shelley, Armonía Somers, Clarice Lispector, Nélida Piñón, Elena Garro, Sor Juana Inés de la Cruz, Carson McCullers, Shirley Jackson, Safo, Amparo Dávila, Alicia Yánez Cossío, Ida Vitale, Aurora Venturini, Rosario Ferré, Margarita Elio, Mercé Rodoreda, y un infinito etcétera? Todas ellas escribieron antes que nosotras. Perplejidad ninguna. Las mujeres hemos escrito siempre, lo que pasa es que el foco lo movían ellos.

-Giovanna Rivero: He estado pensando mucho en la obsolescencia como uno de los principales dispositivos del mercado. La obsolescencia se aplica no solo a la tecnología o a los cuerpos, también a las ideas y a la dimensión intangible de la cultura. Desde este enfoque, estos racimos de palabras hiperbólicas –boom, fuerza de la naturaleza– se presentan con la supuesta buena intención de señalar una excepcionalidad, pero como todo límite entre lo extraordinario y lo ordinario, deja por fuera formas de representación que se formulan bajo otras sensibilidades y que no se someten a dictados mainstream. A eso que es excluido se lo considera obsoleto, un peligro para la pulsión moderna del tiempo presente.

Quizás sería saludable abrazar la anacronía, separarse de lo inmediato y obligar al lenguaje que ‘no–mbra’ los eventos a fugarse de esa suerte de asombro patentado por el mercado. Insistir en darle a la escritura el lugar de núcleo creativo, no a la autora o al autor. Es la escritura lo que le da carne y espíritu a la literatura. Sí, es preciso insistir en ello: es la escritura en tanto registro de la imaginación. El resto es anécdota.

-Dolores Gil: El auge de la literatura escrita por mujeres es algo que efectivamente irrumpe como acontecimiento en el campo cultural. Para saber por qué sucede haría falta un estudio sociológico: ¿tenemos las mujeres mejores condiciones materiales y por eso estamos escribiendo más? ¿Cuánto más estamos escribiendo? Si es así, ¿se debe a un mejor acceso a la educación y a los bienes culturales, a que tenemos más tiempo para nosotras, a que tenemos menos hijos que antes, o a que se dieron cambios en las relaciones entre varones y mujeres con respecto al tiempo dedicado a tareas domésticas y de cuidado? La lista puede seguir al infinito. No lo sé: no leo literatura desde la sociología ni me interesa escribir desde ese lugar. Tampoco lo pensaría desde el lugar de la anomalía, no creo que las mujeres en la literatura seamos una novedad. En Argentina tenemos una tradición muy rica de grandes escritoras, no estamos dando los primeros pasos

Giovana Rivero Foto Archivo
Giovana Rivero. (Foto: Archivo)

-En ese interés mainstream surgido hacia las escritoras, ¿juega el deseo de una cartografía literaria menos obturada o al menos obturada por otras cuestiones?

-Ampuero: Yo creo que siempre se han querido leer buenas historias. De eso se trata, de buena literatura escrita por él, ella o elle. Pasa que, como en todo, lo hegemónico no permitía el acceso ni a ella ni a elle. Quien quisiera leer a una autora ecuatoriana de los años 50 tenía que buscar a alguien que tuviera el libro y fotocopiarlo porque nunca se reeditaba. Las escritoras trans no tenían espacio para existir mucho menos para publicar. Siempre estuvimos, pero ahora nos ven.

-¿Hay, en serio, algo nuevo bajo el sol?

-Ampuero: Decir que sí sería pisotear las tumbas de las escritoras que vinieron antes de nosotras. Lo único nuevo, como te decía antes, es la luz, el foco.

-Rivero: Por suerte existe lo singular y es esa singularidad la que aplaude quien está del otro lado de la escritura. El mercado omnívoro ofrece esa aspiración en sus estanterías con distintas etiquetas, pero gran parte de la responsabilidad de metabolización de qué y cómo se lee está en las lectoras y lectores. Leer lo que tiene más eco en redes o por pura identificación afirmativa nos deja vulnerables. Cómo ser una lectora más salvaje y autónoma, de modo que pueda construir sentidos particulares cuando entro a un texto es el desafío. Así como propongo escribir desde una esquina anacrónica, creo que ejercitar lecturas que se fuguen de la época es buen ejercicio para no quedar a merced de nuevas obturaciones culturales.

-Utilizando una de las ideas, quizá un poco engañosas por la propuesta de volver al pasado que encriptan, surgida del corazón de la pandemia, ¿existe otra manera de instalar una nueva normalidad, una nueva visibilización?

-Ampuero: La guetificación de las mujeres en la literatura es algo que a mí personalmente, e imagino que a muchas de mis colegas, me tiene harta. No es posible alcanzar el respeto por lo que hacemos si nos clasifican y agrupan por lo que tenemos entre las piernas o por el género al que sentimos que pertenecemos. Es antinatural que en las antesalas de las ferias de libro estemos todos y todas juntas y luego nos tengamos que separar en aulas diferenciadas de niños y de niñas. Lo peor es que ellos hablan del mundo y sus criaturas y del oficio de contarlo, mientras nosotras hablamos de ser mujeres. He estado en mesas, esto es literal, que se llaman “Ellas también cuentan” o “Ahora ellas cuentan” o “Mujer que escribe” o “La letra femenina”. ¿Qué es eso? Tengo más en común con escritores que abordan los temas que me interesan que con algunas colegas con las que me han sentado a debatir. No está bien pretender deshacer el “Club de Tobi” haciendo el “Club de Lulú”. Basta ya.

Fernanda Ampuero
Fernanda Ampuero.

-Gil: Es cierto que las escritoras partimos de una desigualdad de condiciones previa que nos hermana más allá de estéticas, géneros o temas que trabajamos y desde esa óptica a veces nos tratan como una especie de gremio aparte, sobre todo en cuestiones que no tienen que ver con la escritura en sí, sino con la circulación de nuestros libros o espacios de sociabilidad literaria. No se me ocurren maneras de instalar más visibilización porque no se me ocurre decirle a nadie lo que debería leer, menos, si tendría que leer a mujeres o varones. Me interesa más la representación de una imaginación que la verificación de a qué género pertenece, aunque, generalizando, puedo arriesgar que hay cierta relación con el dolor que las voces femeninas están trabajando de otra manera y que ese es un terreno a explorar.

-Rivero: El término visibilización es problemático pero detenernos a pensar en sus connotaciones y problematizarlo es un avance hacia nuevas epistemes. Lo visible apela a un impacto visual, a un reconocimiento del paisaje, y el hecho de naturalizar algo que siempre debió haber sido natural, como la participación de escritoras en ámbitos de la cultura, pasa por ese orden que, aparentemente superficial, va formando un imaginario. Lo siguiente sería denunciar, entrar en estado de alerta ante las codificaciones velocísimas del mercado. Siempre busco la etimología de palabras a las que les encargo un procedimiento político y el prefijo “de” habla de un alejamiento, quiero pensar que ‘denunciar’ es un des-enunciar: desmontar enunciados que pretenden enquistarse como verdades, mirar con distancia futura lo que arde en el presente.

El “boom de escritoras latinoamericanas”, esa golosina falaz

Los feminismos de la región señalaron en la literatura poéticas distintas a las que solía ofrecer el mercado editorial y abrieron la posibilidad de reimaginar desde otras perspectivas y cuerpos con un impacto que se replicó en el mercado y los medios de comunicación: las características de esa conmoción o el origen de ese hoy ingente interés piden ser pensadas por fuera de lógicas binarias, tal como sugiere la escritora ecuatoriana Fernanda Ampuero.

¿Es útil preguntarse qué tipo de conversaciones traen a nuestra región esas escritoras que ahora son un punto de interés para los grandes grupos editoriales, que ahora se exhiben en las vidrieras de las librerías, que ahora convocan en las ferias en mayor proporción que en toda la historia de las ferias? Tal vez esa perspectiva obture, desde la genealogía de la literaria seguramente encorseta, disipa, empaña el foco, tal vez sea tiempo de empezar a dejar evolucionar las preguntas.

“Lo que intento es escribir la mejor literatura que puedo, no defraudarme y no defraudar. La escritora no es el mercado editorial, obviamente, y escribe desde y para sus propias obsesiones. Ya es el trabajo del lector y la lectora encontrar esa perspectiva o ese tratamiento del cuerpo que sea diferente -postula Ampuero-. Yo intento hacer lo que pueda para que las y los lectores no olviden mis historias, porque sean hermosas dentro del horror, para crear algo nuevo con las palabras de siempre y que se vea por primera vez lo visto mil veces. Más allá de eso hay abismos en los que no me quiero meter”.

“Estoy bastante cansada -dice- de que nos llamen boom o fenómeno porque no somos ni lo uno ni lo otro. Que te cause perplejidad que el cincuenta por ciento de la población haga algo, cualquier cosa, como la otra mitad está mal, muy mal, es hasta ridículo. Yo no soy una mujer que escribe sino una escritora. Hay una gran diferencia”.

“Lo que sí creo que es favorable del ‘boom de escritoras latinoamericanas’, esa golosina falaz pero deliciosa para los taxonomistas del arte, es decir, los críticos y los periodistas culturales, es que por fin pueden agarrar la bandera de la moda y de lo cool para reivindicar la figura de, yo qué sé, Elena Garro, y avergonzarse de años y años de haberla menospreciado frente a su marido Octavio Paz -apunta-. Las vivas dan vida a las muertas”.

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