21 noviembre, 2024
Cultura

Carmen Laforet, el destino de una escritora

Una de las cosas que a Carmen Laforet (1921-2004) más le chiflaban, después de escribir, claro, era viajar, sentir que recorría los infinitos caminos de un mundo siempre por descubrir, vagabundeando, como cantaba Serrat, por ese universo tan propio como ajeno, siempre singular. Y de ahí que la gran exposición que conmemora el centenario de su nacimiento esté concebida como un viaje con varias paradas en las que el visitante descubrirá la vida y la obra de una mujer que, ante todo, fue ciudadana del mundo, y a él se entregó a través de sus pasiones, encarnadas en la literatura. Quienes se acerquen al Instituto Cervantes, que acoge la muestra hasta el próximo 29 de mayo, deberán acudir a la

 sede de la institución en Madrid con una maleta vacía que llenarán de nuevas experiencias, igual que Andrea, la protagonista de ‘Nada’, obra cumbre de su autora y, también, de la literatura española, llega a Barcelona, con la misma ilusión.

El manuscrito de esa novela, con la que Laforet logró, con sólo 24 años, el premio Nadal en su primera edición, es la joya de la exposición, pues nunca antes se había mostrado al público y aquí se exponen siete cuartillas. Aunque la intención de los comisarios, Ana Cabello y José Teruel, que han contado con el apoyo, en todo momento, de la familia Cerezales Laforet, era invitar al visitante a redescubrir la obra ‘laforetiana’, demostrar que su trayectoria no empieza y acaba con su debut, que después de ‘Nada’, mucho. Un propósito alcanzado plenamente gracias a las seis paradas de ‘Próximo destino: Carmen Laforet’, título que juega con el nombre de la editorial que la encumbró a lo más alto del panorama narrativo español y con la vocación de escritora que la acompañó siempre, hasta el final. Libros, manuscritos, documentos, artículos, fotografías, pinturas, objetos personales… en un recorrido que, como la buena literatura, trasciende lo personal y alcanza la dimensión universal de una escritora única.

Manuscrito de ‘Nada’ – COLECCIÓN PARTICULAR

En la primera parada, el vagón se detiene en un espacio íntimo, tranquilo, casi nocturno, con esa luz tenue, pero luminosa, que siempre debe tener la ‘habitación propia’ de un(a) autora(a). En ella, mientras de fondo suena la música de Claude Debussy (no era melómana, pero el compositor francés la encantaba), se proyectan las pocas imágenes en vídeo que se conservan de ella (en Roma, uno de los destinos en los que más feliz fue, de la mano de Rafael Alberti) y se muestran objetos personales, muchos de ellos relacionados con la escritura. Su máquina de escribir, su pluma, un cenicero; ejemplares de sus primeras lecturas (Elena Fortún, Pío-Baroja), de ‘Orlando’ (estaba muy influida por Virginia Woolf), El Quijote que se trajo de Canarias (se lo robó, en realidad, a su padre de su biblioteca) y que su madre le leía cada noche en su niñez; su primer dibujo infantil, el retrato de sus abuelos paternos; sus primeros escritos, como un trabajo escolar sobre Gabriel Miró en el que ya siendo adolescente apuntaba maneras. Y una de las curiosidades de la muestra: un ejemplar, conservado con mimo por su familia, de ‘Grupitos habla’, una revista que ella hacía con tres amigas más.

Carmen Laforet, de niña, en la playa de Las Canteras
Carmen Laforet, de niña, en la playa de Las Canteras – COLECCIÓN PARTICULAR

Con el pudor de haber entrado en el espacio más reservado y personal de Laforet, el visitante se adentra, a continuación, en la sección más importante de la exposición, el grueso de la muestra, titulada ‘Un destino de escritora’. Ahí está el recorrido de su obra, inaugurada con ‘Nada’, de la que por primera vez vemos parte de su manuscrito, en concreto siete cuartillas, escritas con letra espigada y perfectamente legible, que corresponden a la primera versión del primer capítulo. A su lado, el mecanuscrito y un código QR que permite escuchar a la propia Laforet leyendo el comienzo de ‘Nada’, en una grabación que, curiosamente, pertenece al Congreso de los Estados Unidos. Sin olvidar el cuando menos llamativo informe de censura de la novela; uno de los censores alegó un inconveniente, porque la obra «morbosa» atentaba contra la moral o el dogma, y otro la calificó de «novela insulsa, sin estilo ni valor literario alguno (…), no hay inconveniente en su autorización». Qué ojo el de los censores… La novela, afortunadamente para los lectores de todo el mundo, fue autorizada en su integridad.

Carta de Carmen Laforet a Elena Fortún
Carta de Carmen Laforet a Elena Fortún – COLECCIÓN PARTICULAR

‘Nada’, además de lograr el Nadal, para disgusto, por no decir enfado, de César González Ruano, fue recibida con un entusiasmo unánime tanto por los escritores que residían en España como por los exiliados. En la exposición, de hecho, se recogen los emocionantes testimonios, vía epistolar, de Américo Castro, Francisco Ayala o Juan Ramón Jiménez. Pero, como indica la siguiente parada de la muestra, la de Laforet es ‘Una obra por (re)descubrir’, y lo demuestran todos los documentos expuestos relacionados con sus otras obras (escribió cuatro novelas más, ‘La isla y los demonios’ (1952), ‘La mujer nueva’ (1955), ‘La insolación’ (1963) y la póstuma ‘Al volver la esquina’ (2004), además de su narrativa breve), los numerosos artículos periodísticos que publicó en diferentes revistas y periódicos (fue ilustre colaboradora de ABC) y sus libros de viajes.

Carmen Laforet y Consuelo Burrell, en el Madrid de los años 40
Carmen Laforet y Consuelo Burrell, en el Madrid de los años 40 – COLECCIÓN PARTICULAR

Y llegamos a la escritura y la amistad. A las redes personales y profesionales. Carmen Laforet fue muy amiga de sus amigos (tuvo, según ella, «la suerte» de hacerlos, aunque fuera, más bien un don). Ellos fueron primordiales en su vida y están en el centro de toda su obra. Cultivó la amistad en todas sus facetas, generando una redes inquebrantables allá por donde pasó, de Canarias a Barcelona, de Madrid a Tánger o Roma. La prueba, el rastro de aquellas relaciones con Elena Fortún, Ramón J. Sender, Emilio Sanz de Soto, Enrique de Rivas Cherif, María Zambrano, el ya mencionado Alberti, María Teresa León o Jane Bowles, entre muchos, muchísimos otros, está en las dedicatorias, cartas, prólogos, reseñas, críticas y, por supuesto, fotografías expuestas en el Cervantes.

Cubierta de la edición ucraniana de 'Nada'
Cubierta de la edición ucraniana de ‘Nada’

Como testigos, las cubiertas, en las paredes, de todas las traducciones de ‘Nada’ en el mundo. Es una de las obras de la literatura española contemporánea más traducidas, desde la primera, al francés, en 1948, hasta la última, al persa, en 2021: italiano, inglés, alemán, sueco, neerlandés, portugués, chino, árabe, checo, coreano… Y en la muestra están todas, salvo la más reciente, que no llegó a tiempo de ser incluida en la muestra por un hecho tan terrible como la guerra. El pasado lunes, Agustín Cerezales Laforet, hijo de la escritora, recibió la portada de la traducción al ucraniano. Ahora, la novela «espera, desde un refugio más o menos seguro, a que termine la guerra para ser impresa y salir a la calle», en un hermoso símbolo de cómo la literatura es un refugio protector frente a la barbarie.

Carmen Laforet
Carmen Laforet

La última parada de este viaje maravilloso nos conduce al legado de Carmen Laforet, desde las ‘chicas raras’, como las llamó Carmen Martín Gaite, hasta la actualidad. En ella se exhiben documentos y libros de las escritoras de preguerra, de María Teresa León a Carmen Conde. Están la Cartilla del Servicio Social de la Sección Femenina de la Falange, en la que Laforet aparece retratada con cara de pocos amigos y muchas circunstancias, y el Manual de Higiene de la Sección Femenina. Y no podían faltar las autoras de posguerra, que fueron el espejo en el que ella se miró, con primeras ediciones de Dolores Medio, de Elena Quiroga… Aunque, tal vez, en ese cierre destaquen por su excepcionalidad el manuscrito de ‘Entre visillos’ y el recibo de la editorial Destino de la entrega de la novela, por Sofía Veloso (seudónimo de Martín Gaite), al premio Eugenio Nadal de 1957. Carmen Laforet fue el puente en el que ellas confluyeron, y sigue siendo el destino al que todos los caminos de quienes aspiran a llamarse escritoras terminan llegando. La suya es una voz aún por escuchar, y gracias a esta exposición resonará por fin como debe.

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