Plinio el Viejo narraba en su ‘Historia natural’ el caso de dos pintores, Zeuxis y Parrasio, que decidieron medirse en un concurso pictórico para comprobar quién era el más virtuoso. El primero pintó unas uvas tan reales que hasta los pájaros se acercaron a ellas para picotearlas. El segundo optó por unas cortinas. Zeuxis le pidió que las descorriera para ver su trabajo. Cayó en la trampa de Parrasio: la cortina era la pintura. Resultó claro vencedor. Zeuxis había logrado engañar a unos pájaros; Parrasio, a un pintor. El trampantojo (palabra que procede del francés ‘trompe l’oeil’ y que significa engañar al ojo) ya estaba presente en la Antigüedad clásica. El propio Platón escribe en ‘La República’: «Todo
lo que engaña seduce».
A lo largo de la Historia, el arte se ha dejado seducir por este juego de mentiras, que consiste en hacer ver lo que no es. En el Barroco, el trampantojo vivió su Edad de Oro (todo es falso, fugaz, apariencia), pero decayó en el Romanticismo. Hoy, con el ‘boom’ del arte urbano, ha vuelto a resurgir con fuerza: fachadas y aceras de las ciudades cobran vida con los grafitis. Banksy es el nuevo rey del trampantojo. El Museo Thyssen, que acaba de exponer el arte de Magritte, el gran ilusionista, continúa con una muestra que propugna, hasta el 22 de mayo, una revisión de este género tan popular, en el que es la realidad la que parece imitar al arte.
A través de 106 obras de unos 80 prestadores, los comisarios, Mar Borobia y Guillermo Solana, proponen un paseo por siete siglos de trampantojo (del XV al XXI). El recorrido de la exposición es transversal: no es cronológico, sino temático. Arranca con un mosaico con tres perdices (301-400 d.C.), del Museo Arqueológico Nacional. Se cierra con ‘Tren elevado en Brooklyn’, un espectacular collage a caballo entre la fotografía, la escultura y la arquitectura, obra de Isidro Blasco. Con este impresionante puzle, nos traslada a una calle de Nueva York. Es una de las dos piezas creadas ‘ex profeso’ para este proyecto. La otra, un gran mural del ilustrador y músico Víctor Coyote con la palabra hiperreal que da acceso a la muestra.
Advierte Solana dos aspectos del trampantojo. El primero, asociado a Zeuxis: se ve «como un arte para niños, para bobos, para ingenuos; un arte infantil y naif que cualquiera, sin ninguna cultura pictórica, entiende». ¿Quién no ha oído en un museo a alguien decir, mientras observa un cuadro, que parece real, de verdad? Pero hay otro aspecto del trampantojo asociado a Parrasio: «Es un género muy sofisticado, complejo, filosófico, metapictórico, que aborda una reflexión sobre la pintura, sobre la mentira de la pintura. Tiene que ver con sus límites, con las fronteras que separan pintura y realidad», explica el director artístico del Museo Thyssen. «Es un mundo de pequeñas cosas. A primera vista, se hallan en un desorden caótico, descolocadas. Pero hay un orden».
Y esas pequeñas cosas configuran un mundo de sensaciones. Son cuadros que requieren una mirada muy lenta y cercana, miope. «El engaño es fascinante. Tiene un efecto convincente, poderoso; nos dejamos llevar por la ilusión». En el siglo XVII el trampantojo se convirtió en un género independiente en Holanda. Hay excelentes obras en la exposición de maestros como Willem Claesz. Heda, Christoffel Pierson, Cornelius Norbertus Gijsbrechts o Georg Flegel. Empleaban en sus composiciones recursos técnicos: juegos ópticos y lumínicos (el reflejo en los metales y cristales), la perspectiva, los encuadres y escorzos… Se valen de hornacinas, nichos, ventanas, armarios y alacenas, paredes, tablones de madera e incluso los propios marcos y las traseras de las pinturas. También, de las imperfecciones, roturas y dobleces.
El trampantojo tiene muchos subgéneros. Como los ‘quodlibet’ o rincones del artista (sus pinceles, paletas y demás utensilios) y los gabinetes de curiosidades. Los cuadros están plagados de objetos inanimados (cartas, dibujos, mapas, partituras, libros, joyas…) También, alimentos, animales muertos, caza (armas, trofeos), flores… Juega un papel muy importante el virtuosismo del pintor para recrear hasta el más mínimo detalle. Es el caso de Jan van Eyck, presente con el ‘Díptico de la Anunciación’, de la Colección Thyssen. Gracias al uso de la grisalla, consigue la tridimensionalidad de las figuras, que semejan esculturas. Además, obras exquisitas como ‘San Marcos Evangelista’, de Mantegna; unos racimos de uvas de ‘El Labrador’ (Prado); ‘Bodegón con frutas y verduras’, de Sánchez Cotán (Colección Abelló); ‘Trampantojo’, de Jean-Étienne Liotard, préstamo de la Frick Collection; ‘Documentos de la tesorería del Ayuntamiento de Ámsterdam’, de Cornelis Brisé; y ‘Huyendo de la crítica’, de Pere Borrell del Caso, un célebre lienzo de la Colección del Banco de España donde el protagonista escapa literalmente del cuadro.
Los realistas de Madrid están representados por Isabel Quintanilla (‘Bodegón con membrillo’) y Antonio López (‘Ventana por la tarde’). Este siempre ha negado ser un pintor hiperrealista. Aclara Guillermo Solana que no es una muestra sobre el hiperrealismo de los años 60 y 70, sino sobre el arte con una sensación de hiperrealidad: lo pintado como si estuviera vivo. El trampantojo, atemporal, sigue hoy vigente. Se usan los mismos mecanismos perceptivos, aunque se renuevan los objetos y su significado. La exposición se cierra con la renovación del género en Estados Unidos y una aproximación al trampantojo moderno: César Galicia, Manuel Franquelo, Lluís Hortalà (las dimensiones de su obra han obligado a exhibirla en el vestíbulo)… Dalí y Arcimboldo representan dos caras de la misma moneda: el primero destruye la ‘Madonna’ de Rafael; el segundo construye un rostro con animales.
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