En su libro “Contraseñas”, el escritor y periodista Osvaldo Aguirre compila crónicas y artículos que viene escribiendo desde 1993, en los que ubica al delito y al crimen como prisma para pensar la sociedad desde una perspectiva alejada de los discursos punitivos y morbosos, aproximando una lectura que deviene condición de posibilidad para “acceder al conjunto de lo social”, en palabras del autor.
A tono con el híbrido de registros que marcan la obra de Aguirre (Colón, 1964), en la que confluye la indagación en el lenguaje con el cuestionamiento del sentido común, los textos reunidos en este volumen abordan el crimen en la cultura argentina: desde bandidos rurales, pistoleros y santos criminales, hasta la presencia de lo policial en la literatura argentina con Borges a la cabeza y las búsquedas narrativas que ponen en jaque a los estereotipos.
Detrás de una pesquisa que reconoce que en el desplazamiento del punto de vista se nutre la comprensión y la riqueza de lo que se quiere atrapar, Aguirre a través de estas entrevistas, crónicas y artículos introduce nombres, casos e historias para re-situar “los consensos en torno a la ley y al castigo”, como adelanta en “Contraseñas” (Unipe), porque reconoce que en esa disputa de sentidos hay también una intervención social y una explicación del tiempo que vivimos. Lo ilustra con un caso que estos días reedita la atención de los medios a propósito de su tratamiento en los tribunales: “Es posible que las circunstancias en que fue asesinada Nora Dalmasso permanezcan en el misterio, pero ese crimen, a partir de su múltiple repercusión social, no deja de ser revelador de comportamientos de la justicia y del periodismo y de representaciones sobre las mujeres y la sexualidad”.
A pesar de cierta fugacidad del periodismo, los textos escapan al registro de la caducidad, y eso que algunos datan de casi tres décadas, cuando el autor empezó a trabajar en la sección Policiales. Para este proyecto, que nació cuando terminó la carrera de Letras en una conversación con Horacio González, reescribió y corrigió: “Cuando escribo para la prensa, no me resigno a que esa producción quede agotada en el día. Muchas veces me parece que se puede hacer más, que hace falta profundizar”, dice a Télam.
El proyecto de escritura de Aguirre se bifurca en literatura, poesía, periodismo, investigación y edición; hace poco meses presentó una biografía sobre Francisco Urondo, un libro sobre bandidos sociales y también reeditó un volumen de entrevistas a Rodolfo Walsh. Su interés órbita en torno a temas del género policial, a partir de una premisa que se vislumbra en “Contraseñas” cuando entiende que el hecho policial “no es un relato folclórico” ni “una pieza que interesa por curiosidad o por su presunto carácter insólito, sino un documento cargado de significación”.
-Télam: ¿Qué fuente inagotable se aloja en lo policial? -Osvaldo Aguirre: Hay una idea de Hans Magnus Enzensberger que justifica el título del libro: el delito es una especie de contraseña, permite un acceso particular al conjunto de lo social; en la investigación del crimen, la sociedad se investiga a sí misma aunque no lo advierta o no lo quiera advertir. Eso es lo que me interesa del crimen, el modo en que permite reflexionar, comprender o por lo menos observar las circunstancias históricas y sociales de la época en que ocurre. Es la perspectiva de la gran tradición de los cronistas policiales en la Argentina, la línea de Emilio Petcoff, de Marta Ferro, de Ricardo Ragendorfer. También lo pienso como una especie de intervención social, porque muchas veces vemos que los relatos periodísticos contribuyen y dan forma al sentido común punitivo, a los estereotipos que sostienen políticas de mano dura o prácticas represivas e incluso a los discursos de odio.
-T: ¿Cómo concebís esa contraseña del crimen en la cultura argentina? -O.A: La crónica y la literatura policial se conforman tempranamente en nuestra cultura. En 1873 ya aparece una publicación específica, la Revista Criminal, y como demostró Álvaro Abós otros episodios como la historia de Clorinda Sarracán -condenada primero a muerte y después a prisión por el crimen de su esposo Jacobo Fiorini en 1856- habían sido narrados a través de la prensa de un modo que anticipa coberturas posteriores. En el último cuarto del siglo XIX también la literatura policial registra una producción creciente y bastante desconocida hasta los estudios y antologías de Román Setton.
Por otra parte, la historia policial nos presenta acontecimientos que son grandes condensaciones no solo de ideas en torno al crimen sino de concepciones políticas en pugna, de fenómenos sociales y culturales que están en proceso. Por ejemplo: la producción discursiva, los estudios, las sentencias, las crónicas alrededor de los crímenes de Cayetano Godino, el Petiso Orejudo, no nos hablan tanto de él como de los médicos, los periodistas, los inmigrantes, los policías, las personas que construyeron esa enorme conversación social, de sus ideas sobre el castigo, sobre la inmigración, sobre la pobreza, sobre la sexualidad, etcétera. O para tomar un episodio actual: es posible que las circunstancias en que fue asesinada Nora Dalmasso permanezcan en el misterio, pero ese crimen, a partir de su múltiple repercusión social, no deja de ser revelador de comportamientos de la justicia y del periodismo y de representaciones sobre las mujeres y la sexualidad.
-T: ¿Y lo literario alumbra otras rendijas para reflexionar sobre esa contraseña? -O.A: La ficción no es una mentira y además no se agota en una cuestión de contenidos. Es una forma de ordenar ciertos hechos y, sobre todo, como efecto de esa misma forma, de dar sentido, de producir interpretaciones. Mi referencia es esta idea de John Berger: “sean cuales sean los motivos personales o políticos que me llevan a escribir algo, en cuanto empiezo la escritura se convierte en una lucha por dar significado a la experiencia”. La ficción nos permite comprender y pensar, y su aporte es todavía más importante cuando la crónica policial suele estar infestada de estereotipos y de lugares comunes. Evaristo, la historieta de Carlos Sampayo y Francisco Solano López, es por ejemplo mucho más reveladora para analizar el mito del comisario Evaristo Meneses que los incontables artículos de prensa que siguieron su carrera en los años 60.
-T: ¿Cómo correr al crimen de su bagaje moral si desde su idiosincrasia se supone asociado a la ruptura de un código? -O.A: Las historias de bandidos sociales y de santos criminales cuestionan esas representaciones sobre el crimen. Hugo Chumbita examinó de modo ejemplar, en “Jinetes rebeldes” y en su libro sobre Vairoletto, el modo en que figuras como Mate Cosido o la saga de gauchos correntinos alzados contra el orden liberal en el siglo XIX tuvieron un fuerte respaldo de las sociedades en que actuaron. Hay un sentido de reparación de injusticias en la aprobación que recibieron estas figuras. Pero lo que hoy vemos en relación al neoliberalismo y sus efectos es distinto. Estos días leí una crónica sobre un grupo de vecinos que enfrentó a la policía para proteger a una persona que había infringido su prisión domiciliaria por robos. No se trata de justificar pero sí de comprender aquello que sostiene ese tipo de solidaridades y que tiene que ver con la exclusión sostenida, la pobreza creciente, la violencia cotidiana en la que viven tantas personas.
-T: Posicionás tu práctica como periodista en contra del orden establecido ¿cómo ha sido tu experiencia en los medios? -O.A: Como periodista recibí a veces indicaciones sobre no mencionar a tal o cual persona o empresa involucrada o investigada en hechos policiales, o la orden de pasar en limpio escritos que ya venían redactados, en el mejor de los casos, desde alguna dependencia de gobierno u oficina de prensa. Por supuesto que estas cosas producen bronca, pero también aprendí que hay formas de gambetear estas interferencias y sobre todo cuando uno apuesta a los sobreentendidos y a la inteligencia del lector y cuando toma distancia del medio para el que trabaja. Por otra parte me parece que hoy es más difícil para los grandes medios ejercer ese poder de censura y silencio, por la presión de las redes sociales y por la proliferación de medios alternativos.
-T: En estos textos se ofrecen perspectivas distintas de las que se suelen ver en los medios, ¿qué voces te interesa rescatar en la complejidad que supone el delito o lo criminal? -O.A.: A poco de empezar con la crónica policial, me llamó la atención el hecho de que había voces autorizadas y voces a las que no se concedía ningún crédito. Todavía hoy escuchamos con desconfianza las historias que cuentan personas cuyas vidas están atravesadas por el delito o que viven en la marginalidad, como si no hubiera nada de verdad en esas historias. Inversamente, estamos dispuestos a creer sin mayores reparos en las versiones de la policía y de la justicia, cuando tenemos múltiples demostraciones de su falsedad o del modo en que encubren los hechos. Entonces, mi interés es por un lado trabajar contra los consensos que rodean a estas versiones –que además operan para sostener políticas represivas- y por otro escuchar esas voces desautorizadas, sin los prejuicios habituales.
-T: Los textos funcionan como retratos de época: qué se castiga, qué se pondera. ¿En qué tiempo de lo criminal estamos? -O.A: En una época muy difícil, no solo por las circunstancias del presente sino por lo que se genera como efecto acumulado de décadas de políticas neoliberales. En el caso del narcotráfico vemos que la explosión de violencia actual en Rosario está en directa relación con las diversas formas en que el Estado se ausentó de los barrios desde los años 90 y al crecimiento de las desigualdades, el desempleo y la informalidad generalizada de la economía, sin olvidar la perversa actuación policial. Los jefes de bandas, los sicarios, los soldaditos, son muchas veces jóvenes analfabetos, cuyas vidas transcurrieron en la más completa marginalidad. Y como complemento de esto vuelven a circular las recetas de mano dura como panacea, recicladas desde los discursos de odio, como mostró la cruzada que se organizó en su momento en Twitter en apoyo al policía Chocobar.
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