Renovada como práctica y estudio, la curaduría artística, esa actividad entendida como una intermediación entre obras de arte contemporáneo, artistas, acervos y un público expandido, se redimensiona desde la mirada de una nueva camada de curadores como Rodrigo Barcos, Bárbara Golubicki y Belén Coluccio, quienes enfatizan la importancia de explicitar las escenas contemporáneas, abrir nuevas lecturas y centrarse en la escucha activa del proceso curatorial colectivo anclado en el presente.
Encargados de articular los vínculos entre los públicos, los artistas y los espacios donde las obras son exhibidas de acuerdo a un meticuloso guion que supone reordenamientos y cruces para poner en diálogo una producción artística con el tiempo histórico que la interpela, los curadores son las piezas decisivas detrás de las muestras que llevan adelante museos, galerías o centros culturales y su labor se ha ido complejizando en los últimos tiempos a tono con una escena mediada por la intersección de lenguajes y la intervención de la tecnología.
No solo eso: confrontada a un signo de época que interpone demandas urgentes en torno a la diversidad sexual o la crisis medioambiental, la tarea de curaduría exige una reactualización permanente y una conexión fluida con los discursos sociales y las narrativas que irrumpen en los formatos digitales. ¿Qué variables legitiman en la actualidad el trabajo de los curadores? ¿Cuáles son los desafíos que enfrentan las nuevas generaciones que se integran al circuito del arte para desempeñar su expertise curatorial?
¿Cómo es ser un curador hoy ante nuevos guiones curatoriales que pueden construirse desde una mirada más “joven” u otras posibilidades de enfoque? “Lo interesante de ser curadora el día de hoy es que no existe una respuesta unívoca. Desde mi perspectiva la curaduría es ante todo una práctica, se define en el hacer, y es ante todo colectiva -explica Golubicki a Télam-. Se centra en la escucha activa: del artista, del material de archivo, del patrimonio”.
“Una mirada nueva (antes que joven) se permite tener una responsabilidad más afectiva con el material de trabajo, no imponer o bajar una línea, sino abrirse y abrir nuevas lecturas, no cerrar interpretaciones a tesis o posturas individuales”, dice. Y destaca: “La curaduría es menos del autor, menos de tesis y más de sacudir y desordenar discursos anquilosados”.
Desde una postura más formal, Barcos sostiene que “ser curador es el ejercicio y la ejecución de esa práctica”, y ya desde su visión personal indica: “Pienso en la curaduría como gestos, que no necesariamente tienen que ser muy evidentes o marcados. Pueden ser gestos más sutiles y silenciosos donde hay implícita una mirada autoral, a veces mucho más interesante, que decisiones estéticas y conceptuales ligadas a temáticas o cuestiones de agenda pública”.
Entre 2015 y2018, Barcos dirigió la galería BÚM en La Plata. En 2017 participó de la Bienal Nacional de Arte en el Museo de Arte Contemporáneo de Bahía Blanca y en 2019 del Salón Nacional de Arte Contemporáneo de la Universidad de Tucumán. Actualmente trabaja en el equipo curatorial del Centro Cultural Ricardo Rojas y en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires como asistente curatorial e investigación.
“Creo que la construcción de un guion curatorial tiene que ver con esa visión autoral, con una mirada particular y específica sobre el arte y sobre el mundo”, amplía el curador. Y si bien “lo joven” se asocia “a la novedad y un rango de edad” -algo con lo que no está de acuerdo- considera “que es consecuencia de una sociedad que le tiene terror al envejecimiento y piensa tanto a la producción artística como a los cuerpos como descartables e intercambiables”.
“Relaciono y entiendo lo joven como algo genuino y vital, que posibilita hacernos preguntas y ejercitar el pensamiento crítico o simplemente nos brinda la posibilidad del goce, y eso puede estar en una exhibición con obras de la década del 50 o con las producidas este año”, afirma Barcos.
Por su parte, Coluccio manifiesta su interés en “dar espacio a los procesos” y considera que “les curadores ya no somos esas superestrellas del arte que fueron una década o dos atrás”. La historiadora delimita los alcances del rol: “Me interesa pensar mi rol y el de mis colegas como articuladorxs entre las diferentes instancias institucionales. Me gusta pensar que mi práctica de la curaduría es la de ser una interlocutora de lxs artistas y sus procesos”.
“Cuando estamos en esa instancia germinal de un proyecto, donde todavía parece que no hay nada, es fundamental que alguien pueda interpretarlo y darle valor. Entonces la exhibición no resulta ser el fin de un proceso curatorial. Lxs curadorxs hoy pensamos nuestro campo ampliado en ciclos de actividades, espacios, programaciones, publicaciones, vínculos con comunidades u organizaciones”, desmenuza.
Coluccio (Buenos Aires, 1989) es egresada de la carrera de artes de la UBA e integra el equipo de Programas públicos y comunitarios de la Dirección Nacional de Museos del Ministerio de Cultura. Fue asistente de curaduría del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires en exposiciones como “Una historia de la imaginación en la Argentina” y “Sergio De Loof: ¿Sentiste hablar de mí?”, y asistente de investigación para el libro “Feminismos y arte latinoamericano” de Andrea Giunta, entre otros proyectos. Es también codirectora del espacio de exhibición “LAR-local de artes recientes”, ubicado en La Paternal.
A la curadora le interesa retomar “esos gestos de artista observados en su proceso de trabajo o las palabras usadas para expresarse”. Para ello evita las construcciones estandarizadas tales como “el artista investiga o cuestiona” e identifica “las acciones precisas que implican a cada une en el hacer de su obra” y así poder abrir la trama hacia los públicos”. Y también “que la muestra pueda contarse sobre sí misma, mostrar cómo llegó a ser, hablar de las múltiples personas a las que involucra”.
Otra dimensión de la práctica es el diseño de la muestra pensada para un público desde museos e instituciones públicas, museos privados, galerías de arte, centros culturales, espacio público e incluso el taller de un artista, explica Barcos y traza una diferencia: “las grandes instituciones generalmente piensan las muestras poniendo al público en un lugar central, es decir muestras taquilleras, lecturas de época fáciles y tratando de que vaya la mayor cantidad de gente posible”. En cambio, “una muestra en un centro cultural quizás busca revisar su propia historia y trayectoria y el trabajo de las exhibiciones está relacionado a un público específico que concurrió a ese mismo lugar décadas anteriores”.
Desde otro lugar, Golubicki indica: “así como la curaduría es una práctica que se desenvuelve en el marco de lo colectivo, y por lo tanto, atenta a una suerte de conversación o rumor social, no concibo que las exhibiciones se despeguen de la figura del público o del espectador. En este plano, claro, los públicos aparecen de alguna manera ya segmentados por los espacios en los que se pone en práctica la exhibición. Pero siempre se tiene que pensar, sin condescendencia, en el otro que mira, o que participa de la muestra”, explica.
Golubicki (1984, Buenos Aires) trabaja en gestión, curaduría y crítica de arte. Estudió historia del arte (UBA) y participó como curadora del Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella (2017/2018), coordinó los espacios de arte del CCEBA (2011).
“Hoy sabemos que buena parte del sistema del arte ya no se limita al viejo modelo del individuo contemplativo y que las instituciones tienen hoy un abanico de herramientas para introducir estímulos (departamentos de educación, talleres para niñes, material de prensa, etc.) y el régimen de atención hoy es muy distinto al del pasado”, afirma Golubicki, en tanto que Coluccio destaca la importancia en la claridad de los textos que acompañan las obras, la relación de las imágenes mostradas y el modo en que “el cuerpo recorre el lugar”.
“Las instituciones de arte y los museos buscaron en los últimos años vincularse con comunidades específicas, hacer lugar a sus demandas y deseos, aprender de sus saberes”, un tránsito importante desde “donde la sociedad vuelva permanentemente a elaborar una imagen de sí”, indica Coluccio.
Un elemento más se suma desde la confluencia que reviste Barcos como artista y curador quien establece lo afectivo como algo importante de su práctica: “la noción de público está relacionada a mis afectos, amigxs artistas, curadorxs, investigadorxs, médicxs, activistas. Al hacer una obra o una muestra pienso en esas relaciones afectivas como destinatario final. Según el curador, “puede parecer endogámico en una primera lectura, pero en realidad surge desde la admiración hacia la mirada y la sensibilidad que tienen y cómo se desarrollan en sus trabajos”, dice. Postura que gráfica desde el poema de la artista Liliana Maresca que toma como mantra: “el amor, lo sagrado, el arte / no tiene pretensiones / son fugaces / aparecen donde no se los llama / se diluyen”, cita.
Para Barcos, estás palabras son una guía de trabajo porque “el mejor encuentro con el arte sucede a veces de manera íntima y fugaz, espontánea. Y eso en el momento de hacer una muestra o pensar en un público es imposible de planificar”, reflexiona.
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