25 noviembre, 2024
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“Las trabajadoras sexuales cumplimos un rol muy importante para mantener el orden social”

(Foto Julián Álvarez).

El libro “Y si yo fuera puta”, de la brasileña Amara Moria, compendia la experiencia que esta escritora y crítica literaria trans reunió como trabajadora sexual durante dos años en las calles de Sao Paulo, período que coincidió con la consolidación de su transición y que ella definió, en un blog catártico y urgente que sedimentó este trabajo, como el de “una travesti que se descubre escritora al intentar ser puta, y puta al bancar ser escritora”.

Diario obrero sin romantizar, texto íntimo sobre la construcción de una identidad, puta y travesti, marginada hasta de los idearios más progresistas de las sociedades y los Estados, y a la vez crónica de un mercado negado, desregulado y patriarcal, la publicación de Mandacaru rescata una de las voces que hoy más suenan en la escena Lgbtq+ y alrededores de Brasil, el país con más transfemicidios del mundo: 92 en 2021 según la organización Transgender Europe.

Feminista, doctora en Teoría y Critica Literaria con tesis doctoral sobre las indeterminaciones de sentido del “Ulises” de Joyce, su nombre se inspira en las moiras, videntes que advirtieron un destino amargo para el Ulises de Homero en “Odisea”, esa misma destinación “amarga” que -interviniendo su nombre con una única letra, de manera muy sutil-, tantas veces anticipa para ella y sus compañeras de calle en este este libro.

“Veintinueve años viviendo como hombre, más específicamente como un hombre hegemónico, blanco, nada afeminado, interpretado como hétero incluso siendo bisexual, de clase media, y fue solo cuestión de hacer la transición y que me vieran como travesti para vivir mi primera experiencia de violencia sexual”, escribe Moira, renacida bajo ese nombre el 1 de mayo de 2014.

Había nacido en 1985 en Sao Paulo y sabiendo desde muy chica primero que era bisexual y luego que quería transicionar, retrasó todo lo que pudo el proceso por miedo, “ser expulsada de mi red de afectos”, dice en la entrevista con Télam que tiene lugar durante su visita a la Argentina para participar de la Feria de editores que finalizó este domingo. Algo que de muchas maneras ocurrió y que de otras muchas, no.

Un camino de deconstrucción puertas adentro de la escena trans

Más allá de abrir la escena del trabajo sexual travesti del Brasil a audiencias lectoras LGBT+ ampliada y cis, el libro “Si yo fuera puta” propone una mirada deconstructiva puertas adentro de la comunidad trans: desde el uso del “bajubá” o “pajubá”, argot trans usado para protegerse de la violencia institucional, hasta reflexiones sobre la gordofobia en la perspectiva de los cuerpos disidentes.

En la publicación de Mandacaru, sello feminista y autogestivo de académicas y activistas de Brasil y Argentina, Amara Moira recupera palabras del “bajubá”, variedad lingüística clandestina utilizada por la comunidad trans en Brasil -que significa secreto en yoruba-nagó-, surgida en los 60 para alertarse, defenderse y comunicarse, un argot que en Argentina podría medirse con el “carrilche” por sus funciones.

Si bien la idea inicial de sus traductoras -Lucía Tennina, Penélope Serafina Chávez Bruera y la propia Moira- era trasladar aquellas palabras a sus analogías “carrilches”, la decisión de la comunidad trans porteña de conservar la clausura y no popularizarlas las llevó a conservar los términos en “bajubá” -el fin fue causar el mismo extrañamiento que provocan en portugués al lector ajeno a ese argot-, y sumar un glosario explicando el significado de cada uno de ellos.

-Télam: ¿Popularizar aunque sea unas pocas palabras de ese dialecto, generó alguna resistencia hacia adentro de la comunidad LGTB?

-Amara Moira: El ‘pajubá’ es un argot oral que se transforma muy fácilmente. Las palabras que uso acá son muy conocidas, las encontrás en Google. En este momento la sociedad brasileña se abre para un diálogo más profundo y más verdadero con la comunidad travesti. En los últimos cinco años cambiaron las cosas, por ejemplo con travestis y personas trans en cargos políticos importantes. Si conseguimos transformar mínimamente la percepción de la sociedad y si se transforma la manera como nos tratan es posible utilizar el ‘pajubá’ no más apenas como una lengua de ‘seguranza’ sino como manera de pensar la propia la cultura y de producir cultura. Hay un deseo muy grande de la sociedad trans de estudiarlo, por ejemplo, en la universidad. Es una variación lingüística muy viva, ya se usó en varias obras y, si las travestis quieren hablar sin que las entiendas, van a hablar sin que entiendas.

-T: La idea de que la trabajadora sexual travesti vale menos parece una perspectiva esencialmente patriarcal. Llama la atención cómo una vez iniciada la transición la escena del trabajo sexual se vuelve cada vez más machista, no se narran mujeres que entren a ese circuito contratando servicios, por ejemplo.

-A.M: Está empezando a crecer el número de mujeres que contratan trabajos sexuales, pero a las travestis no les gusta atender mujeres, es algo muy complicado. Como la travesti tiene su género deslegitimado intenta de alguna manera compensar eso haciéndose muy heterosexual. No es algo simple en la comunidad trans de Brasil decirse travesti y no heterosexual. Yo soy bisexual y fui muchas veces deslegitimada por relacionarme con mujeres. Solamente ahora estamos consiguiendo hacer posible que las personas trans puedan reivindicarse bisexuales, lesbianas y con otras orientaciones sexuales.

-T: ¿El género fluido no entra en la idiosincrasia inicial trans, entonces?

-A.M: Tenías que sentir atracción solamente por un varón para ser una travesti y no cualquier varón, por hombres que son la definición de virilidad patriarcal, machos, que por definición son aquellos que más nos violentan.

-T: El blog que da origen al libro fue cuestionado por gordofóbico, pero eso no traspasó a estas páginas: la escritora describe cuerpos diversos, no los juzga ni degrada.

-A.M: Reescribí mucho los textos cuestionados, en el blog no eran respetuosos de ciertos cuerpos disidentes. Yo cambié y cambié pensando en eso, encontrar maneras de hablar sobre cuerpos sin ridiculizarlos por estar fuera del patrón hegemónico de belleza. Me gustaría incluso ayudar a transformar esos cuerpos en cuerpos bonitos, potentes, no avergonzados, llevar a la práctica eso que dice Virgine Despentes en la teoría King Kong. No es un problema ser una persona fea, hay personas feas y personas bonitas, personas pobres y personas ricas, el problema es cuando te dicen que no deberías existir porque sos fea. Soy una proletaria del género.

Hija de funcionario público. Hermana de miembro del Opus Dei. Su madre fue la primera que se arrepintió de haberle dicho, a sus 19 años cuando le contó de su bisexualidad, que “ya nada la espantaría”.

Se ríe Amara con esa memoria -“redoblé la apuesta”, dice- y con esa risa le llega otra: “cuando mi madre descubrió el blog que escribía después de cada cita como trabajadora sexual de la calle, por unos posteos que hice en Facebook, le dije que era un trabajo para la facultad, la construcción de una ficción literaria”. Sigue tentada: “el engaño duró dos meses”.

Su madre ahora le regala el libro autografiado a las amigas, que se lo piden porque el nombre de Amara se hizo conocido en Brasil. “Nunca lo leyó”, aclara la hija.

La atmósfera del libro es otra. Del goce al dolor físico: “el empalamiento”. Amigas queridas que aceptan la transición pero la bloquean hasta en las redes sociales al saber su decisión de trabajar de puta callejera. Del arrobamiento liberador de las primeras experiencias al tedio de cualquier trabajo obrero, mal pago, expuesto a violencias específicas de un trabajo, el sexual, donde el patriarcado está a sus anchas: de los clientes, de la policía, de los vecinos, “cobres por las tuyas o no, a través de un cafisho, cobres mucho o poco, estés en un departamento o estés en la calle…”

El mejor valor de estos textos es la inmediatez que captan. Moira escribe cada crónica después de cada encuentro, en el colectivo de vuelta, antes de dormir esa noche. Lo sube a su blog, menos pulido y más bien panfletario, producto de su activismo y de la urgencia que esas realidades le provocan. Parece leerse en vivo, en directo. Y de todo aquello elige lo más potente y lo mejora para la edición en papel.

Foto Julin lvarez
(Foto Julián Álvarez).

-Télam: La mirada de los otros como restrictiva de la identidad atraviesa todo el libro.

-Amara Moira: La identidad no es solamente las cosas que decimos de nosotras mismas, es también la manera como somos vistas y entendidas por los otros. Tardé mucho en empezar mi transición por el miedo de perder a mis amigos, mi familia, mi derecho de continuar estudiando, de seguir con mis planes. Tenía mucho miedo de tener que abandonar todo y empezar a vivir de una prostitución que ya conocía porque 10 años antes había tenido una novia trans trabajadora sexual

-T: Eras profesor de portugués antes de transicionar, a los 29 años, ¿cómo llegás a la prostitución?

-A.M: En la universidad eran cinco personas trans para 30.000 alumnos que en su gran mayoría nos eran hostiles, todo el tiempo nos hacían sentir que no pertenecíamos: miradas de asco, risas, personas que ya no querían hablar con una. Antes de la transición era simple, tenía muchos amigos, ahora era muy difícil mantener las amistades, solamente personas asumidas Lgbt+. Entonces la calle, junto a mis amigas trans, me empezó a hacer sentido, en los otros sitios tenía que luchar por mi derecho de estar ahí, en la prostitución no, era natural que yo estuviera allá, la sentía como un espacio espacio de liberación.

-T: En un primer momento tu relación con la prostitución es muy eufórica.

-A.M: Porque era increíble que me desearan, que quisieran pagar para estar conmigo, estaba creando mi nueva identidad y de alguna manera inventando las posibilidades de sentirme plena. En los otros espacios tenía que luchar para ir al baño, para tener amigos, mi familia lloraba todo el tiempo, sentía era lo peor que les ocurrió en la vida, me miraban como una alienígena, pero era el momento más feliz de la mía: yo tenía plata, yo tenía una beca de estudios, era la primera persona de la familia en hacer un doctorado. Yo tenía un nombre.

-T: “Y si yo fuera puta” habla del erotismo como “fuerza de capital”, ¿de dónde viene el estigma?

-A.M: Vivimos en una sociedad que no sabe hablar sobre sexo ni deseo ni placer, tiene miedo de hacer discusiones profundas sobre eso, pero eso no impide que las personas deseen, que hagan sexo, que tengan fantasías. Las trabajadoras sexuales somos encargadas de lidiar con estas demandas creadas por la sociedad pero prohibidas de discutirse abiertamente, tenemos un rol muy fuerte en esa sociedad que si no vivencia esos deseos y fantasías a través nuestro entra en crisis. Las trabajadores sexuales cumplimos un papel muy importante para mantener el orden en la sociedad.

-T: ¿Por qué elegiste no ficción para narrar?

-A.M: Quería que los lectores tuvieran la certeza de que esa es la vida de la mayor parte de la comunidad travesti y de la comunidad que las niega pero usa sus servicios. Me parecía importante jugar con el lenguaje hasta lograr que las personas no duden de que lo que cuento es así.

Foto Julin lvarez
(Foto Julián Álvarez).

-T: El blog, escrito entre 2014 y 2016, fue más una responsabilidad social que una catarsis, entonces.

-A.M:

Al principio era una manera de entenderme y entender las cosas que estaba viviendo, escribía para no enloquecer, después fue ganando otra importancia, comenzó a hacerse conocido y cuando vino la propuesta de transformarlo en libro lo reescribí todo.

-T: En esa reescritura continuó la idea de dirigirse a una audiencia ¿la imaginabas de alguna manera?

-A.M: Me gusta jugar con la persona que lee, fingir que no es un libro. Es curioso con qué tipo de lectores fantaseaba. En Brasil tuve muy buena recepción de la comunidad travesti y Lgbtq más amplia, hasta de personas que ni son feministas. Señoras viejas me escriben diciendo que no imaginaban cómo era la vida de una travesti ni del trabajo sexual y que el libro transformó su mirada, que solían vernos como personas peligrosas. Me gusta mucho pensar que tanto yo como este libro puede ser un puente entre muchos mundos, con un pie en la universidad y otro en la prostitución.

-T: Escribís Amara y transformás esa palabra en “Amarga” varias veces en el texto, el destino amargo del trabajo sexual en la calle que al principio parece elegido a través del goce, pero donde finalmente pasan cosas horribles. ¿Cómo te posicionás hoy ante el trabajo sexual?

-A.M: Hace cinco años doy clases de literatura en un espacio institucional que tuvo el coraje de contratarme, algo muy curioso porque 15 años atrás, recién graduado en Letras, con 21 años sin experiencia, pero varón blanco hegemónico, no fue un problema que me contrataran como profesor. Década y media después, con experiencia en la enseñanza de literatura y un doctorado en Joyce es necesario coraje para contratarme. Sería hermoso que no fuera así. Ahora no trabajo en la calle pero ayudo de otras maneras, asistiendo amigas trabajadoras sexuales a hacer sus perfiles en redes sociales para vender contenido adulto por ejemplo. Yo misma produzco contenido sexual y erótico en Internet, videos más que nada sadomasoquistas. Ya no es la prostitución mi trabajo oficial.

-T: Publicar este trabajo ¿modificó de alguna manera tu perspectiva LGBT+?

-A.M: Tengo 37 años y escribí un libro que habla sobre mis intimidades sexuales y hoy día es divertido, chistoso, pero me pregunto cómo voy a hacer cuando tenga 70 o 90 años. A veces quiero olvidar que escribí este libro pero eso puede ser un problema, porque a veces yo cambio, yo quiero ser otra persona. Y si Bolsonaro vuelve a ganar, si Brasil se convierte en un Estado dictatorial, también quiero olvidar que escribí ese libro.

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