“Una memoria no puede ser completa y tiene mucho de subjetivo”, dice la escritora y periodista Luciana Sousa sobre el telón de fondo de “Cuando nadie nos nombre”, su segunda novela, que narra la historia de una mujer que regresa a la casa materna a partir de la muerte de su abuelo después de más de diez años y ese retorno la impulsa a indagar en la historia familiar, en los silencios, los objetos y en la memoria colectiva de un pueblo en La Pampa que cayó en el olvido.
A Sousa (Buenos Aires, 1986) siempre le gustó mucho contar historias, pero sobre todo, aquellas que “se alejan” de su cotidiano. En 2017, emergió como una escritora muy elogiada por sus lectores al ser seleccionada por el Hay Festival como parte de los 39 mejores escritores latinoamericanos menores de 39 años. A partir de ese reconocimiento, integró la selección de cuentos conocida como “Bogotá 39”. Su primera novela “Luro”, reeditada por Tusquets en 2018, cuenta la historia de una mujer embarazada que trabaja en una estación de servicio en la ciudad de Pedro Luro -ubicada al extremo sudoeste de Buenos Aires- y ansía un nuevo comienzo.
“Cuando nadie nos nombre” se sitúa en Mariano Miró, un pueblo en la Pampa que fue enterrado por el cultivo de soja y fue olvidado. Solo algunos ancianos lo recuerdan. Sousa se topó con esta historia por casualidad mientras leía para la facultad y decidió investigar. “Era un poco más difícil pero más libre en lo creativo porque es un pueblo que no existe hoy como tal, es una zona rural de chacras, de cultivo”, confiesa la autora a Télam sobre el proceso de escritura y agrega: “Me permitía cierta libertad para trabajar que, en el caso del libro anterior que hacía una referencia muy clara a Pedro Luro, estaba muy condicionada porque Luro existe y tiene una dinámica”.
¿Cómo vuelve al presente el pueblo de Miró? ¿Qué importancia tienen los objetos en la ficción de Sousa? La escritora se entera que un día unos niños de una escuela rural fueron de excursión junto a su maestra, Alicia Macagno, a este sitio. Mientras jugaban, vieron destellos en la tierra y decidieron excavar. Cuando finalizaron la tarea encontraron restos de vidrio, loza y metal que atestiguaban que allí habían vivido personas. “La tierra todavía sigue sacando cosas, no es que alguien dijo ‘Levantemos el cultivo. Vamos a limpiar’. Hay una relación muy loca de la historia con la tierra. El pueblo realmente estaba enterrado pero con movimientos que responden a cómo se usa ahora ese suelo, se van revelando cosas. Los objetos fueron centrales para la historia de Miró y en la novela cumplen un rol narrativo”, señala la escritora.
Sobre un pueblo sepultado en el olvido, Sousa erige la ficción con Ana que regresa – luego de una década en Bariloche- a raíz de la muerte de su abuelo y se encuentra con su madre y su abuela, que tiene dificultades de memoria. El retorno la lleva a preguntarse qué sucedió con el vecindario de su infancia y por qué faltan historias que lo narren. “Hay una importancia del registro en el libro”, asegura Sousa.
Por un lado, está el registro que va haciendo Ana, luego el de Mara (su pareja) y también está el de la abuela que intenta no olvidar. “La historia se compone bastante fragmentariamente y también necesita de esas pequeñas escrituras. Todo está viniendo a conformar un tejido pero nadie parece tener una sola pieza, sino distintas piezas que van conformando distintas aproximaciones a esa historia, a esa familia, a esa tierra”, cuenta Sousa.
En “Cuando nadie nos nombre” (Tusquets), Sousa se sumerge también en los vínculos familiares y sus extrañas formas de constituirse. La comunicación en la familia de Ana es acotada: los personajes hablan con gestos, con el cuerpo. Pero en el hueco que deja el silencio, se teje de a poco la historia de este pueblo olvidado y también la de Ana, quien se convierte en una suerte de viajera en el tiempo para comprender no solo la historia de Miró, sino también la propia.
-Télam: La novela empieza con el deseo de muerte por parte de la abuela de la protagonista ¿cómo tomaste esta decisión narrativa?
-Luciana Sousa: Empecé a escribir la novela después de que murió mi papá. Él tuvo la posibilidad de una sobrevida con muchos problemas y pensé, conociéndolo y sabiendo que no iba a ser feliz teniendo muchas limitaciones, que le iba a costar mucho. Pensé también en muchas personas que están en situaciones en las que no consideran que eso es una buena calidad de vida y no quieren vivir así. Si bien el libro se fue por otro lado, sí me interesaba la situación de una persona mayor. Fue lo primero que escribí: la abuela y la situación de la abuela de no querer por algún motivo seguir viviendo y lo difícil que es esa situación hacia el interior de la familia. La discusión era qué es la vida. Por ahí arrancó el libro. Todo el resto de derivaciones de los personajes vino después. El primer capítulo lo escribí primero y lo sostuve primero hasta el final, la idea de qué pasa con las personas que en algún punto se cuestionan no seguir viviendo, sin tener una enfermedad terminal.
-T.: Las memorias también están hechas por los relatos de otros, ¿está relacionado con una pregunta tuya acerca de qué está hecha la memoria?
-L.S.: No podía plantearme hacer un libro sobre la memoria. Cuando escribo, no trabajo así. La idea es primero seguir una historia y después pensar un poco más. El primer momento tiene que ser de mucha libertad para mí. Si pienso en hablar de grandes temas, no voy a poder llegar con más naturalidad. Sí hay una intención de recomponer cierta memoria y una idea de que la memoria no puede ser completa y tiene mucho de subjetivo, pese a la historia colectiva. Al elegir contar la historia en Miró, en algún punto tenía que meterme con la pregunta de por qué se olvida un pueblo, cómo alguien puede tirarlo abajo. Me parecía la forma de que Miró no fuera solamente un paisaje sino también parte de la trama y la forma de que esa trama dialogara con la historia familiar era que la memoria y la historia tuvieran un lugar importante porque permitía ver los momentos de esa familia. Aunque no pensara en la memoria directamente, había muchos caminos que me llevaban a que la memoria estuviera involucrada.
-T.: ¿De qué manera aparece el silencio y qué tanto espacio ocupa en la historia?
-L.S.: Hay muchas cosas que se sugieren pero no se aclaran y muchos momentos en la novela en donde parece que se van a decir cosas entre los personajes pero no se las dicen. Me parece que eso es parte de lógicas de vinculación entre personas pero también parte de la identidad de esa familia y de cierta posibilidad narrativa de generar tensión. Todas las familias tienen algún tipo de secreto y Ana se encuentra con cosas que no puede terminar de entender o que nadie le va a explicar. Eso contribuye a pensar cómo funcionan en general las familias y los grupos humanos. Para las protagonistas, es muy importante el silencio porque es una marca de cómo se relacionan. Cuando Ana se va al sur, tiene una comunicación estricta y escueta con la familia. Esa lógica, que al principio parece muy cargada, después se va aflojando no en palabras sino en gestos. Es decir, no hablando lo que hay que hablar sino con actos entre ellas, de ser más comprensivas con la situación de la otra.
-T.: En varias escenas donde se matan animales la protagonista siente rechazo o incomodidad ¿De qué se trata esto?
-L.S.: La búsqueda de ciertas escenas que ella recuerda del pasado tienen que ver con explicar ese contraste entre lo que ella sentía y su familia. Una distancia con ciertas costumbres que terminan haciendo que ella se vaya de ese lugar y no tanto del lugar en sí o de las costumbres de la provincia. Lo veo más a cómo ella no se integra a lógicas familiares. Hay otras también que va recordando o va iluminando para entender más por qué se va, sin tener ningún conflicto específico. Como una búsqueda de pensar quién es y tratar de entender por qué se fue.
-T.: Ana cuenta su primera menstruación como una experiencia que la preocupó y que no quería que nadie se enterara, ¿pensás que aparece una idea de la menstruación como algo tabú?
-L.S: Tenía que ver con la marca de ser mujer, que era además una característica que en su familia la ponía en un lugar diferente al hermano, por ejemplo. Lo encuentro también un momento muy bisagra y bastante inestable para todas las mujeres. Muchas personas no saben qué hacer. Es lo que le pasa a Ana: está en un lugar donde no termina de entender, no tiene mucha información, la familia lo celebra pero hay algo de eso que ella no acepta o no siente que sea una celebración. Entonces, de alguna manera, para mí era narrar otro episodio en el que ella se siente un poco por fuera de la lógica de la familia, del pueblo, de costumbres.
También no deja de ser una mujer en un espacio hace muchos años atrás. No se pueden ignorar ciertas cuestiones que tienen que ver con eso, por más que no es una novela dedicada a pensar el rol de la mujer rural ni mucho menos. Pero se ha llevado la vergüenza de mancharse, de tener alguna marca de esa menstruación, parece que tiene que ser higiénica. Recuerdo cuando iba al colegio y era esconder las manchas y ponerse buzo sobre el buzo y que no se supiera. Pero no solo en ambientes rurales, para cualquier mujer de más de 30 años, la menstruación fue eso.
-T.: Tus dos novelas transcurren alejadas de la metrópoli, ¿te interesa alejarte de la ciudad de Buenos Aires para escribir?
L.S.: Me gusta mucho acercarme a situaciones que no son mi cotidiano. Jamás viví en el campo, tampoco viví en Pedro Luro, si bien es una ciudad. Nunca viví fuera de Buenos Aires. Y sin embargo, no estoy tan convocada a escribir sobre Buenos Aires porque hay muchas cosas que naturalicé. No escribo sobre mí y tampoco escribo sobre el lugar donde vivo. Hay algo de esa distancia que me da libertad y creatividad. Trabajo con la ficción, no puedo ni aunque lo intente escribir auto ficción o situaciones de mi vida. No logro llevarlo a la literatura como sí sé que lo hacen muy bien otros autores. No es mi caso. Me gusta empezar de cero una historia y llevar a mis personajes a situaciones que por ahí no tengo tan vividas porque me genera no solo el placer de escribir algo y de alguna forma, representármelo, sino también de acercarme a situaciones que no tienen que ver con mi cotidiano. Es parte de la literatura el mundo de posibilidades que se abren. Nadie que escribe policiales necesariamente estuvo involucrado en un crimen y, sin embargo, aporta para quien lo lee un mundo, una lógica, en fin: todo un género.
Creo que en algún momento se perdió un poco la idea de que la esencia de la literatura es la ficción. Entonces, pareciera que siempre hay que tener un acercamiento total al “yo”, a lo inmediato, a lo que podemos constatar desde la experiencia personal. Y no es mi caso, siempre escribí de otra forma. Entiendo que exista la auto ficción, no la menosprecio pero no es lo que yo hago. Siempre cuando llegan preguntas que tienen que ver con “Bueno, ¿y esto te paso?”. No, es un ejercicio de la imaginación. Para mí, escribir es necesariamente crear algo y lo que puedo llegar a escribir, que tenga que ver con mi vida, no lo publicaría jamás. Es otro tipo de escritura para otros fines. No es lo que creo que tiene que ser una novela mía.
La entrada “Cuando nadie nos nombre”, una novela sobre lo que se olvida y lo que perdura se publicó primero en Cultural Cava.