Considerado el texto fundante de la crónica moderna argentina, se presentó una nueva edición del clásico “Una excursión a los indios ranqueles”, de Lucio V. Mansilla, personaje carismático y contradictorio de la historia local que instaló “el tutorial” de escritura que todos los cronistas utilizan hoy, en palabras del periodista Alejandro Seselovsky, a cargo del cierre del volumen con su crónica de viaje “¿Qué pasó con los ranqueles después?”, donde acude a la búsqueda de los descendientes de aquellos personajes que protagonizaron las andanzas que cuenta el autor en 1870.
Acompañado de dos frailes y un puñado de soldados, Mansilla -un dandy porteño, escritor, político y coronel, dueño de una pluma sagaz e ingeniosa- convenció a Sarmiento en aquel entonces de que lo envíe a lograr un tratado de paz con los caciques ranqueles residentes en Leubucó (La Pampa), un trayecto de 18 días por tierras desconocidas que despliega a modo de folletín de no ficción, en misivas que dirige a su amigo Santiago (Arcos) y que hoy ocupan un lugar central en la historia argentina, mucho más por el aspecto literario que por el histórico.
“Una saga que posee un impacto literario mayor que el resultado concreto de la excursión, un libro de viajes”, describe el académico Saúl Sosnowski en el prólogo de la flamante reedición a cargo de Marea Editorial -como parte de la colección Ficciones Reales que dirige Cristian Alarcón-, que devuelve a las librerías este texto clásico de la literatura, íntimamente vinculado a la historia y los devenires de la nación Argentina.
“El viaje de Mansilla tiene importancia en la historia de la fundación de este país, en quiénes somos como nación: su texto marca la última oportunidad que tenemos de construir el país con el indio, con el negro, no suprimiéndolo, sino incorporándolo. El vuelve de Leubucó y le dice a la sociedad porteña algo que la sociedad porteña no va a escuchar y por lo que él después no va a pelear que es ‘el indio es un argentino’, ‘el indio también es argentino’. Eso no dura nada. Todo se deshace y diez años después ya avanzan las filas del Ejército Argentino con Roca encabezando esa expedición y el indio es suprimido, directamente. Ese mensaje que había traído Mansilla desde las tolderías fracasa y Mansilla tampoco pelea por él”, describe en una entrevista con Télam el periodista Alejandro Seselovsky, a cargo del post-scriptum del libro, una crónica en tierras ranquelinas.
En un primer viaje y en su rol de cronista, Seselovsky recorrió los mismos pasos que Mansilla hace 150 años, y en un segundo realizado en el año 2022 fue desde Leubucó hasta Colonia Mitre, un paraje pampeano que alberga descendientes de los ranqueles que se entrevistan con Mansilla -como Mariano Rosas, Baigorrita o Epumer-, que viven algunos en tolderías similares, que conocen la lengua araucana, y que descienden de un linaje que llega incluso hasta la fallecida guitarrista María Gabriela Epumer.
“La crónica es un género fundante del continente, son informes, que no tenían ni buscaban la gracia de la narración. Pero Mansilla hace otra cosa, inaugura algo distinto, nos pone a leer con goce y entretenimiento. Comprende el siglo XX treinta años antes de que empiece. Si revisás los primeros capítulos ya está hablando de que probó la tortilla de huevo de avestruz, el charquicán en Perú, el chipá en Asunción, las ostras en Nueva York, o sea, el tipo es el Canal Gourmet en un mundo a vela. Y después dice que prefiere dormir al raso, con el techo de las estrellas antes que en el toldo del cacique Baigorrita y que hay hoteles que son mucho peor que el campo para dormir. Es el Airbnb de 1870”, compara Seselovsky, apasionado del texto.
La particularidad del texto de Mansilla, de su excursión, alberga el rol clave de cualquier cronista: explicar al que no está allí lo que sucede, sus comidas, costumbres, juegos, modos de vida, nombres, el clásico brindis de los indios, en lugar de chin chin “yapai, hermano”, sus paisajes circundantes e incluso cómo se dan los parlamentos ranqueles, lenguaraz (traductor) mediante: “Él pone el cuerpo en el territorio impredecible para absorberlo, para dejarse imprimir por la experiencia del viaje y relatarlo con gracia y tratando de entretener a su lector. Con eso funda la crónica moderna argentina: ninguno al día de hoy ha podido salir del método Mansilla, él creó el tutorial del cronista moderno de todos los que nos dedicamos a ese género. Querramos o no, tenemos en Mansilla nuestro punto de partida”.
El cronista añade a su relato intriga y humor, una aguda capacidad de observación y el despliegue de todo su encanto: relata conversaciones con cabos de su equipo, encuentros con los caciques, los brindis (yapai, hermano), o el hilarante relato de “el negro del acordeón”, que con su música sorprende a Mansilla en los momentos más inoportunos (“me hacía el efecto de una lima de acero que raspa los dientes”, se queja el autor y militar).
“Lo que más me conmueve -cuenta el periodista que regresó sobre los pasos de Mansilla- es que él fue mal armado, con dos frailes, veinte tipos, a lo desconocido, a la toldería, al desierto, en donde no tenía ninguna correlación de fuerzas. Si querían, lo achuraban. El fue con su encanto, su carisma, todo eso que él desplegaba que era parte de su clase- El, que no era unitario ni federal, estaba casado con una Rosas, y era padrino de Dominguito Sarmiento, él que está afuera de la grieta Argentina -que ya en ese momento se expresaba-, inventa la literatura del yo, ese yo que no es gramatical porque no es un tema de escritura: es un tema de concepción del mundo. Mansilla clava la bandera de ese ‘yo’ en el territorio del mundo de la cultura en general y en el de las narrativas en particular”.
– Mansilla es presentado como un personaje encantador, contradictorio, díscolo, inclasificable, cuyo aporte fue mucho más a la literatura que a la historia como él hubiese querido…
– Mansilla muere creyendo que fracasó porque quería ser político. El escribe de “costadito”, es como si te dijera que iba a jugar fútbol 5 con los amigos, solo por patear un rato la pelota, y termina siendo Messi. La zona de Mansilla que triunfa no es la que él quiere que triunfe. Hubiera querido triunfar como político, ni siquiera como militar y eso que había sido un muy valiente coronel. Pero él no triunfa donde quiere sino donde la historia decide.
– Dice el prólogo que “Mansilla siempre habla de sí mismo, aun cuando pretendía hablar de otros…”
– Eso está bien pero es que Mansilla, digamos… ¿viste que en las películas de zombies nunca se sabe qué le pasa al zombie? No tiene subjetividad, es un monstruo que dice “grrrr” y come carne humana, pero nunca se sabe cómo duerme, qué le pasa a la mañana, cómo es su día, porque es un objeto, no un sujeto. Mansilla convierte al indio -que era el zombie del siglo XIX, porque el malón era una marabunta que pasaba por el pueblo en un tropel y cuando se iba quedaban menos chicos, menos mujeres, menos ganado, menos caballos, menos oro- en sujeto. Lo subjetiviza, le da alma porque se lo relata a la sociedad porteña. Y al construir subjetividades el indio pasa a ser un argentino. No hubiéramos conocido el pulso de esa sociedad en el interior del desierto pampeano sin Mansilla, que se instala en el territorio para poder obtener de ahí la materia prima de su relato y después lo cuenta y además lo cuenta muy bien. Y finalmente todo el tiempo Mansilla está diciendo “tan bárbaros no son”; descubre que en diversos aspectos de su organización tienen un grado de civilización que nosotros no. En línea con lo fundante de este país, que es ‘civilización o barbarie’, donde nace la grieta argentina que Mansilla intenta romper, él dice: “No, tan bárbaros no son. A veces los bárbaros somos nosotros”.
La entrada “El indio era el zombie del siglo XIX pero Mansilla lo convierte en sujeto” se publicó primero en Cultural Cava.