Dice Andrés Amorós (Valencia, 1941) que la memoria es un invento maravilloso. La suya, que es ancha y ágil, está llena de años de lecturas y citas chispeantes, de iluminaciones que ha ido recogiendo desde muy joven en cuadernos que hoy llenan cajas y cajas. La regla era (es) sencilla: lo bueno merece ser recordado. Con ese material y ese espíritu ha pergeñado ahora un libro curioso al que ha bautizado como ‘Las cosas de la vida. Guía para perplejos’ (Fórcola), y en el que propone un recorrido por las grandes cuestiones de la existencia (el amor, la libertad, la belleza, la risa; esa clase de inventos) a través de la cultura y la experiencia, tanto propia como ajena.
es un perplejo, Andrés?
—Lo de ‘Guía para perplejos’ era una especie de guiño a Maimónides. Aunque luego encontré una frase de San Pablo, que es un personaje extraordinario: «Nos vemos perplejos pero no desesperados». Es una lección vital… La perplejidad es propia de la condición humana. Naces y hay miles de cosas que no entiendes, y después aprendes lo que puedes. Es propio del ser humano ser perplejo, y menos mal: el que esté seguro de sí mismo, de todo, mala señal.
—Este es el libro de su vida, ¿no?
—Pues sí, es el libro de lo que he leído a lo largo de los años. ¿Puede ser personal un libro donde hay tantas citas? Yo creo que sí: nos define mucho lo que amamos.
—¿Cuánto pesa la lectura?
—La vida es más importante que la literatura, pero también hay literatura vivida: lo que lees de verdad, lo que te influye, lo que te ayuda a entender lo que está pasando. Ese saber que no eres el único que sufre con ciertas cosas. Y luego está…
—¿Qué?
—Que aprendemos más del ser humano leyendo a Shakespeare que a Freud. O a Cervantes. Que yo no sé lo que habían estudiado, pero sabían expresar los aspectos esenciales del ser humano.
—Hay cosas que no cambian, claro.
—Cuando leo esa falacia del hombre nuevo… ¿Qué camelo es eso del hombre nuevo? El ser humano no ha cambiado radicalmente. Hemos mejorado en medicina, en higiene, en sanidad. Vivimos mejor que todos nuestros antepasados, pero en el fondo yo leo a Cervantes y es lo mismo. Veo ‘Macbeth’ y ahí está el amor, el odio, los celos, la envidia: las pasiones humanas, que se mantienen siempre. No tienen solución.
—¿No existe el progreso?
—El arte no tiene por qué mejorar con el paso del tiempo. El arte tiene historia, pero es presente: toda la literatura es presente, como Bach, como Velázquez. Neruda decía algo así: dentro de poco alguien descubrirá que hay un joven poeta griego que es el más moderno y actual de todos, y que se llama Homero.
—¿Qué hay del adanismo?
—El adanismo es un problema actual muy grande. La ignorancia es atrevida, y algunos descubren el Mediterráneo continuamente. No se trata de ser original, sino de aprender de los que saben, de tener hambre de conocimiento. Yo soy viejo, pero tengo muchísima curiosidad. Pienso mucho en una frase que escuchó Giner de los Ríos en uno de sus paseos por el campo. La dijo un campesino y él la puso en su despacho: «Entre todos lo sabemos todo». Y es verdad, pero hay que ir al especialista, al que sabe, no a cualquier charlatán. Yo respeto la sabiduría.
—Al contrario que la originalidad…
—Es que lo de ser original… [ríe]. Son etapas que se pasan en la adolescencia, pero hay gente que se queda ahí eternamente, que va por la vida buscando epatar, exclusivamente. Y cuando llegas a cierta edad no te escandaliza casi nada. A mí me escandaliza la ignorancia, la estupidez, pero no que un señor diga una barbaridad.
—Recuerda en el libro que Baroja decía que la vejez es para releer. ¿Ya está en esas?
—Por gusto sí, desde luego. Pero por curiosidad y profesión estoy al tanto de la actualidad. El problema es que tenemos poco tiempo y a veces me digo: para qué leer una novela reciente mala cuando no he leído a un clásico, o cuando no he releído este otro. La pandemia me ha servido para leerme la Biblia como si fuera una novela, de principio a fin. Ah, lo que se aprende.
—¿La curiosidad no se apaga con los años?
—Gracias a Dios, no. Yo quisiera saber de todo mucho más. Y lamento no haber estudiado más matemáticas, ciencias, tantas cosas… La mayor alegría es cuando descubres algo bueno, maravilloso. Me acuerdo cuando descubrí a Irène Némirovsky. Qué gusto: es una verdadera alegría.
—El libro está plagado de citas brillantes. No sé si alguna le sirve como lema vital.
—Las cosas van cambiando, pero yo creo que ahora, en este momento, elegiría eso de «nos vemos perplejos pero no desesperados». Es que está muy bien. Y al final del libro cito una frase de Shakespeare, en ‘La tempestad’: «Todo es verdad». Y después otra de Frank Sinatra: «That’s life». Y esta de Katherine Mansfield: «Just life». Eso es: hay que aceptar la vida.
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