Tecno.
La forma en que se desenvuelven las relaciones interpersonales ha variado sustancialmente en el último tiempo, sobre todo en esta era de las redes sociales. Aquellos que convivieron su vida entera con estas plataformas están aplicando prácticas sociales que, por innovadoras, no se llegan a analizar por completo; y alcanzan rápido un estatus de “moda divertida” que probablemente sea contraproducente, viciando la formación de vínculos de aún mayor toxicidad, cuando colectivamente se la estaba intentando erradicar. Y encima, como en tantas otras áreas de la vida, la pandemia no parece haber contribuido a mejorar las cosas.
Pero suceden. La aplican millennials, centennials, e incluso aquellos que todavía no salen del secundario. Quizás, así como un día comenzamos a interiorizarnos en el bullying para intentar desterrarlo y generar ambientes sociales más sanos, convendría también seguir hablando de las nuevas acciones que afectan nuestras formas de relacionarnos.
En este artículo, buscaremos brevemente conocer y analizar algunas prácticas que sí tienen nombre; pero que, así y todo, su auge parece estar lejos de acabarse.
Glosario de las nuevas prácticas sociales
El ghosting es una práctica que posibilitaron como nunca el advenimiento de las redes sociales y la mensajería instantánea como principal medio de comunicación interpersonal. En términos sencillos, se trata de la “desaparición, como un fantasma” por parte de una persona con la que nos estamos comunicando.
Quien realiza el ghosting está absolutamente decidido a ejecutar esa desaparición de manera tajante, sin intención de dejar ninguna puerta abierta al contacto. Justamente, el propósito que subyace en la acción pasa por causar el mayor daño posible a la víctima, haciéndole sentir la falta de su existencia en toda regla. La metodología técnica es evidentemente sencilla: se basa en bloqueos constantes en todo tipo de aplicaciones y a toda cantidad de cuentas que pudieran tener relación con la persona “ghosteada”.
Expertos destacan lo diferente que el ghosting es respecto de cualquier otra forma de finalizar una relación interpersonal de cualquier tipo, al dejar a la víctima “sin saber qué es lo que pasó, abandonada en la gestión y el entendimiento de qué significa la ausencia de comunicación por parte del otro”, con el agravante de que esta persona se encuentra “incapacitada de cerrar la relación”.
Psicólogos de todo el mundo alertan sobre el desmedido nivel de crueldad que conlleva esta acción, superador de las causas -incluso válidas- que pudiera argumentar el “ghoster”. Un estudio publicado en el International Journal of Environmental Research and Public Health realizado por la Universidad de Castilla-La Mancha con 626 personas de entre 18 y 40 años demostró que las personas que sufrieron ghosting demostraron una menor satisfacción con la vida, mayor soledad y más sensación de impotencia que quienes no lo atravesaron.
Una encuesta de 1.521 personas de entre 18 y 35 realizada en los Estados Unidos en 2018 por BankMyCell fue la puerta para el tratamiento de este tema por parte de varios medios de comunicación: en ella, el 71% de los varones confirmaban haber tenido relación con el ghosting, mientras un 82% de las mujeres hacían lo propio. La principal razón esgrimida por parte de quienes lo practicaron era “evitar confrontar a alguien”, en el 38% de los varones y el 50% de las mujeres encuestadas.
El victimario, quien no sufre ninguna consecuencia por sus actos, es señalado en este tipo de estudios por su falta de responsabilidad afectiva; que más adelante definiremos. La víctima, por el contrario, encontrará una enorme cantidad de recursos en la que se le ayuda a comprender que no tiene la culpa de lo sucedido (porque pasa horas y horas buscándola) y que, a gente de tal toxicidad, es mejor perderla que conservarla.
Hermano del ghosting es el denominado caspering, consistente en prácticamente los mismos fines de desaparición pero de una manera más paulatina; arribándose al resultado final con un nivel de confusión similar aunque menos intenso, complementado por un mayor número de expectativas. En ambos casos, por todo tipo de motivos, prima la difícilmente justificable falta de honestidad y claridad en las comunicaciones.
El caspering puede también relacionarse con una práctica denominada curving, la cual consiste en comunicar a la otra persona que uno está experimentando un desinterés en la continuidad de las conversaciones – pero no de forma abierta y clara, por supuesto, sino aplicando acciones tintadas de toxicidad. Extender adrede los plazos para responder los mensajes, disminuir progresivamente el tamaño de las respuestas y, sobre todo, la utilización de constantes pretextos para no verse en persona. Por más creativo que se crea el que realiza estos actos, las excusas suelen ser las mismas y aparecen en las encuestas y estudios respecto de estos fenómenos.
El orbiting es otro término que dio entidad a un concepto utilizado hace quizás más tiempo, consistente en el envío de numerosas señales tales como ver todas las historias e incluso reaccionar a ellas, dar “me gusta” en publicaciones y hasta incluso comentarios, retuits y respuestas en público; pero no contestando mensajes ni llamadas, nunca profundizando la “conversación”. La periodista Anna Iovine, que acuñó el término, explicó que quien realiza la práctica “te mantiene lo suficientemente cerca como para que ambos se puedan observar, pero lo suficientemente alejada como para nunca tener que hablar”. Psicólogos describen que, de esta forma, la persona “mantiene sus opciones abiertas” sin importarle el costo que la metodología pueda tener en los demás (el coloquial “ganado”).
No está de más mencionar al “stalking”, práctica consistente en investigar por completo a una persona a partir de sus perfiles en redes sociales, para lo cual muchas veces se incurre en la utilización de cuentas falsas y se realiza de manera sostenida en el tiempo, manteniendo un constante flujo de información sobre la persona stalkeada por parte del stalker. Por mucho que se realice, explicado como lo que es suena bastante mal.
Lo que pensamos y sentimos nosotros mismos es, sin dudas, importante; puesto que evidentemente lo será más para nosotros que para cualquier otro. Sin embargo, para no caer en el egoísmo y la crueldad, es normal que busquemos un equilibrio frente a lo que piensan y sienten los demás. Numerosos expertos presentan a la responsabilidad afectiva como el concepto que permite acercarnos a dicho balance.
Si bien hay multiplicidad de definiciones, hay cierta convergencia respecto de que la responsabilidad afectiva o emocional consiste en ejercitar la capacidad de expresar nuestras emociones, pensamientos y/o necesidades siendo respetuosos de las emociones del otro. Se utiliza el término “responsabilidad” porque implica hacerse cargo de los sentimientos propios, de la forma en que se expresan y del cuidado mutuo que implica el establecimiento de un vínculo con un prójimo.
No se trata de hacerse cargo de las emociones de los otros, ni priorizar constantemente a los demás por encima de uno. Pero sí de primar un sentido de sinceridad y honestidad en la forma en que se desenvuelve la relación, pudiendo cuidar al otro en lo que quepa como posible: el objetivo no es evitarle todo sufrimiento a los demás, pero sí evitar sufrimientos innecesarios que pudieran causar nuestras actitudes irresponsables.
Al final de tanta modernidad, de tanto millenniallismo y centenniallismo, causa algo de gracia terminar una vez más en el origen de la ética de muchas religiones y posteriormente de numerosas corrientes filosóficas y psicológicas… la regla de oro. Tanto por la positiva (tratá a los demás como quisieras que te traten a vos) como por la negativa (no le hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a vos), comprender los actos como recíprocos rápidamente nos debería hacer entender que el respeto al otro (y a alguna que otra norma establecida para tal fin) es, al final, el respeto a uno mismo.
*Licenciado en Periodismo con honores por la Universidad Siglo 21.
Conductor de “Noticias de 6 a 8” en Canal 26.
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