A fuerza de incendios, extinciones y deforestaciones, la crisis ambiental se hace lugar en la agenda mediática y política, una preocupación sobre la que desde hace tiempo indagan artistas como Pablo Lapadula, Jimena Croceri, Adriana Bustos y Eduardo Molinari ¿Cómo entender el arte en medio del desastre? ¿Tiene una potencia transformadora o anticipatoria para intervenir sobre la realidad? ¿Son los artistas que trabajan estos temas “artivistas”, en el sentido de que transportan sus convicciones a su práctica artística?
Télam dialogó con esos cuatro artistas para reflexionar sobre la crónica anunciada de un deterioro planetario que en el arte tiene un lenguaje crítico desde hace ya tiempo a través de producciones simbólicas que activan nuevos sentidos y preguntas sobre las relaciones entre humanos y no humanos, entre el medio ambiente y el sistema, que es decir, ni más ni menos, la cultura. Aunque la relación entre arte y ecología es tan antigua como la capacidad reflexiva de imaginación, esos encuentros entre arte y naturaleza parecen haber conquistado mayores espacios de intervención, difusión e incluso, institucionalización.
Lapadula, doctor en Ciencias Biológicas y artista visual, dedica su práctica a la reflexión sobre arte, ciencia y naturaleza desde distintos espacios, como el Centro de Arte y Naturaleza de Muntref, y quizá su obra más emblemática sea la serie “Zoología fantástica”, donde construye una museografía taxonómica de especies biológicas; Adriana Bustos impulsa un proyecto comunitario de plantación de maíz y mandioca en tierras fiscales en Paraguay y en su obra trabaja cruces con la memoria política o problemáticas territoriales y raciales; Croceri, por su parte, experimenta con elementos cotidianos y cuerpos y ha representado al agua como canal de comunicación colectivo; mientras que Molinari con su proyecto “Archivo Caminante”, ha investigado la producción de monocultivo, especialmente soja, en articulación con la historia, la política y el sistema neoliberal en trabajos como “Los niños de la soja”.
¿Hay un giro ecológico en el arte? Lapadula cree que sí: “La crisis de la pandemia, que no fue traccionada por problemas financieros sino por problemas de uso y relación con el mundo natural, desencadenó una crisis biológica. Eso se transformó en agenda artística porque fue un conflicto que nos atravesó a todos y paró el mundo. El arte contemporáneo, como una antena del espíritu de época, se direccionó hacia la pregunta y la controversia ¿qué es la tierra? ¿qué es el ambiente? Es desde este lugar donde el campo del arte contemporáneo empieza a generar obras de sentido que indagan sobre la relación y la forma que tenemos hoy en el siglo XXI de entender qué es el mundo natural y, por lo tanto, a partir de ese entendimiento, desarrollar un tipo de diálogo”.
El artista y científico sostiene que la naturaleza es una sola “a lo largo de toda la historia” pero lo que cambia es la forma de abordarla, según la época, porque no puede no pensarse como constructo cultural de un tiempo: “La naturaleza siempre es la misma; la interpretación, las imágenes, lo usos y desusos van cambiando con la época y con la cultura. Por lo tanto la visión de la naturaleza es cultural: la naturaleza no sabe de sí misma, es la cultura quien define qué es la naturaleza”.
Para Molinari, cuya obra integra la exposición “Simbiología” en exhibición en el CCK, también hay un giro aunque marca una advertencia: “El giro existe, pero la relación de fuerzas está en disputa y en cada vez mayor tensión”. En su opinión, “es importante diferenciar el sistema de arte contemporáneo que es el resultado de la cristalización de un imaginario impuesto a lo largo de nuestra historia reciente que responde a los intereses de un sector minoritario vinculado a experiencias traumáticas y autoritarias desde el comienzo de nuestra historia colonial”.
El artista encuentra como continuidad de esa minoría la idea de “exterminar al otro, al diferente, enemigo, disidente. Este núcleo que puede ser conceptualizado como ´pensamiento genocida´ es un intenso punto de contacto con el pensamiento ecocida actual: para desarrollar el modelo de agronegocios que el neoextractivismo propone, es preciso exterminar a todas las especies vegetales y animales que impidan el crecimiento de las semillas transgénicas”, dice y marca una sospecha para cerrar su idea: “La ´escena institucional artística´ aún vigente, aunque cada vez más desafiada, fue pensada y concretada en el período 1989-2001, cuando se impuso el modelo neoextractivista de agronegocios, fumigaciones, megaminería, deforestación, venta de tierras a extranjeros, barrios cerrados, especulación inmobiliaria, urbanización del campo. Es muy duro verificar que los beneficiarios de ese saqueo se encuentran presentes en institucionalidad de lo que simpáticamente nos gusta llamar ´el arte´”.
A propósito de las indagaciones sobre medio ambiente, Adriana Bustos considera que “la agenda ecológica es inseparable de la política y todo gesto artístico es un acto político y en este sentido activa y propone nuevos sentidos”. En sus palabras, “estamos presenciando en tiempo real el temido deterioro planetario efecto de negar de modo persistente que nuestro planeta es un organismo vivo, inteligente , sensible y finito”.
Junto con Mónica Millán, Bustos viene desarrollando desde 2015 el proyecto “Plantío Rafal Barret” junto a organizaciones comunitarias del Paraguay y Argentina, donde generan plantaciones por fuera de la industrialización de alimentos. “Son gestos casi invisibles que operan transformaciones en nuestra percepción y relación con la tierra como la verdadera regente-generadora de vida que incluye también la nuestra”, cuenta.
Es que esta artista nacida en Bahía Blanca -actualmente forma parte de una muestra colectiva en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires- entiende el arte como un “sistema de conocimiento singular y sofisticado en tanto involucra la memoria emotiva, la memoria histórica y la percepción a nivel corporal involucrándonos en el presente. El arte puede proponer nuevas cosmologías, formas creativas de configurar el mundo, modelos alternativos y por tanto otros sistemas de valores”.
Jimena Croceri concibe su creación artística como una neblina a la que ingresa impulsada por el deseo de experimentar sin grandes teorías porque para ella el arte es posibilidad, “es una apertura de preguntas” que en su caso se vincula a la experiencia. “El arte tiene desde hace cientos de años una comprensión del tacto, las sensaciones, lo que entendemos a través de la experiencia, y eso es un gran mediador para comprender procesos complejos. Quizás también por eso puede darse esa membrana hipersensible para percibir cosas del entorno anticipadamente”, piensa esta artista que registra que Argentina en “los últimos años no hubo mucho interés en la relación del arte con la naturaleza” por lo que celebra que “hayan emergido estos temas”.
El capitalismo hace sus trampas sugiere Molinari cuando dice que “el neoliberalismo ha transformado a la sensibilidad en un campo de batalla más” y por tanto un terreno de disputa. Cuando el artista empezó sus investigaciones sobre el modelo de agronegocios, en 2008, viajó a zonas de cultivo y lo que en primera instancia le parecía un campo precioso, con plantas altas mientras caía el sol, se convirtió en un peligro silencioso porque cuando quiso acercarse, tocarlas, le dijeron que no lo haga por las fumigaciones. “Eso es invisible y nos invita a pensar qué tipo de cultura visual necesita el agronegocio”, grafica.
Aunque las formas de concebir el arte son tan polisémicas como las subjetividades que la llevan a la práctica, los artistas coinciden en ubicar al campo artístico como terreno de preguntas, por lo que Croceri piensa que en ese sentido puede tener “capacidad de intervención social” y así lo argumenta: “No se si hoy en día dentro de una obra puede darse una verdadera transformación, pero es un gran punto de partida. Estrategias desorganizadas que tienen vocación de ser impías con el esquema de las cosas. ¿Qué pasa si el arte es una forma de inventar hábitos no habituales en nuestra vida cotidiana?”
Lapadula se distancia de la idea de activismo porque entiende que ese campo le pertenece a activistas: “La obra honesta debe expresar las propias contradicciones de la época mas que generar discursos de resolución a esos problemas. Los discursos de resolución de esos problemas están en manos de las políticas de medio ambiente, y de ciencias y culturales. Los artistas y científicos producimos conocimiento con las contradicciones de la propia época y no podemos salir de este encorsetamiento en el cual hemos crecido: podemos elaborar una visión crítica mostrando en nuestras propias obras, las contradicciones del sistema”.
Por eso, agrega, “no creo en la capacidad anticipatoria del arte, sí creo que el artista está muy atento a la climatología biológica de la sociedad y que reacciona ante las erupciones que suceden en el tejido cultural y responden de forma más eficaz, mas torpe, pero siempre responden. Y esas respuestas en el campo del arte están indexando un conflicto que sucede de forma contemporánea”.
Sobre la relación entre arte y política, Molinari hace memoria: “Para quienes habitamos durante los 90 procesos de borroneo de las fronteras entre práctica artística y práctica política, las jornadas del 19 y 20 y todo lo que vino después hasta los asesinatos de Darío Santillán y Maximilano Kosteki, una pregunta era ¿pueden nuestras imágenes representar a las víctimas del neoliberalismo? Muchos creían que sí. Otros, entre los que me incluyo, creemos que no”.
“La potencia política de las imágenes artísticas en las que creo -argumenta- no son aquéllas que representan algo sino las que funcionan como presencias. Son trabajos de memoria o ejercicios de imaginación política donde lo que se hace visible tajea el régimen de visibilidad impuesto por los opresores y desoculta, desentierra, hace presentes visiones que accionan junto a los actores sociales. Me gusta pensar, siguiendo el título de un libro de un amigo filósofo, que estamos habitando una ofensiva sensible”.
Las preguntas ecológicas que activa el arte a través de la creación de piezas artísticas pueden generar reflexiones, acciones, expresiones estéticas de un clima de época o formas de vincularse con el mundo. Lo cierto es que más allá de los modos que cada artista tiene de vincularse con su práctica, sus obras funcionan como poéticas que revalorizan otras formas de encuentro con los recursos naturales, incomodan por su potencia crítica y devienen punto de partida para empezar a comprender las urgencias y preocupaciones de la relación con el medio ambiente.
Intersecciones entre vida y obra: cuando la pregunta deviene arte
En sus obras, Pablo Lapadula, Jimena Croceri, Eduardo Molinari y Adriana Bustos, cada uno con su tono y estilo, despliegan conversaciones críticas sobre la relación entre humanos y no humanos en un sentido estético, poético y político, ya sea revitalizando los recursos naturales, proponiendo obras fantásticas que ponderan lo biológico, criticando al modelo extractivista o reflejando otros modos de relacionarse con el entorno sensible.
Las imágenes recientes de yacarés escapando de las llamas del fuego conmovieron a todos; lo que parecía un relato distópico se viralizó en redes sociales, llegó a las conversaciones familiares y se instaló en los medios de comunicación. Más allá -o más acá- de las responsabilidades políticas que corrieron el foco de lo importante, lo que se expuso fueron las pruebas concretas de un modelo social, económico, político y cultural que no empezó ayer.
Adriana Bustos piensa que estamos viviendo en “tiempo real” el deterioro planetario, además de “una escala zoológica distorsionada por la sobrevaloración de la consciencia como un súper poder que nos ubicaría por sobre otras formas de vida, los avances de la ciencia y la tecnología vienen a alimentar dicho poder a partir de la manipulación del ADN”. Ella encuentra que algunas de estas referencias atraviesan de manera tangencial parte de su producción. “El relato histórico es el substrato de mi obra, pero la historia no es un discurso totalizante. Contiene en su estructura espacios vacíos, inconscientes, contradictorios y quiméricos. Por mi parte intento ir al encuentro de aquellos espacios, sacudir los patrones de conexión pre existentes conocidos y reacomodar la información dentro de nuevos patrones. La operación quizás provoque nuevos modos de ver el mundo”, se ilusiona.
Biólogo y artista visual, Pablo Lapadula concibe su crítica a la mirada positivista sobre la naturaleza “apuntada no al método científico ni tampoco a la práctica artística, que son muy eficaces dentro de su propio diseño, y por eso defiendo las prácticas disciplinares desde su propio lugar y lo que propicio es un puente y diálogo entre ellas más que una hibridación, un diálogo que acompañe la reflexión mutua”, cuenta sobre su trabajo “como artista referido en el campo de la biología” donde “trata de poner en referencia y relativizar el pensamiento positivista científico a una práctica cultural relativa al marco cultural de época”.
En ese diálogo, Lapadula busca también que “la sociedad lea la producción científica como una producción subjetiva de un campo que trabaja una retórica de la objetividad y de esta forma acercamos la ciencia a la sociedad, porque la ciencia tiene tantas imprecisiones, dudas y cavilaciones como cualquier otro campo cultural. La ciencia al presentarte como humanitaria, subjetiva y frágil puede ser integrada al gran coro de la cultura sin tener una especie de pretensión de superioridad y esto la enriquece”. Por eso agrega: “Intento que la intersección de mi vida, la práctica artística, científica, emocional y familiar, esté toda adentro de una amalgamada idea de cómo vivir en el mundo y que esa idea sea artística. El arte entendido a la vieja usanza: como aquellas acciones que el ser humano implementa para mejorar la relación consigo mismo y con humanos y no humanos”.
¿Cómo lograr esa relación? En la obra de Lapadula la respuesta está en mostrar lo contradictorio: “No pretendo que mi obra revolucione y dé una mejor respuesta y solución al problema, pretendo que en ella se reflejen mis contradicciones porque soy un producto de época, y a partir de objetivar nuestros defectos en una sala de exposición y debatirlos en la arena pública de la cultura, es ahí entonces que vemos nuestra patología y a partir de verla estamos capacitados para tratar de reformularla. Evidentemente un planteo así debería entroncarse en la agenda de los conflictos sociales y políticos porque la actividad artística y científica son parte de la agencia social y política de época y consecuencia de una relación histórica”.
A pesar de haber tenido desde joven “un vínculo amoroso con animales y plantas, bosques, lagos, mares, montañas”, Eduardo Molinari encuentra un punto de inflexión como persona, ciudadano y artista que ubica en el año 2008, cuando “tomé conciencia de la gravedad de la situación que estamos atravesando como país y como planeta” a partir de la investigación y el contacto territorial que se activó cuando empezó a informarse sobre modelo de agronegocios y sus efectos.
“Este despertar -como lo llama el propio Molinari, además docente investigador en el Departamento de Artes Visuales de la UNA- activó una militancia que intento ejercitar desde lo que sé hacer, desde la práctica artística, pedagógica e investigativa. Una práctica situada, en contexto, transdisciplinaria e indisciplinaria: en busca de saberes vivos para alcanzar el Buen Vivir y habitando procesos de desborde y desestabilización de las codificaciones que propone el pensamiento dominante y opresor del neoliberalismo y el fascismo posmoderno”.
Con la convicción de la colaboración como eje de la práctica artística, Jimena Croceri dice que tiene un método “de laboratorio que no es racional ni estéril sino mas curioso que preciso mi trabajo se compone de varios elementos protagonistas: el tiempo, el azar, la colaboración, el acontecer de los elementos, la correlación y la coincidencia. Esto no disminuye la autoría pero tampoco la coloca en primer plano”, explica la artista quien define que su enfoque “se centra en estas colaboraciones con humanes y no humanes”.
Fuera de grandes “teorías acaparadoras”, como las llama, Croceri encuentra que su práctica artística “mas bien busca otros ritmos, donde parece que no hay nada. Pienso el arte relacionado a una nota o un recordatorio que nos muestra una fuerza donde pensábamos que no había nada. Esta idea de fuerza no es una relacionada al progreso o el movimiento hacia delante, es mas cercana a los procesos naturales y a los trabajos cíclicos”, reflexiona.
La entrada Arte y ecología, un diálogo que se vuelve urgente frente al deterioro planetario se publicó primero en Cultural Cava.