22 noviembre, 2024
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“Cómo la puntuación cambió la historia”, un recorrido por las marcas del lenguaje

Bård Borch Michalsen.

Una coma, un signo de pregunta o un punto pueden cambiar por completo el sentido de una oración y por lo tanto nuestra comunicación: en esas marcas hay un largo pasado hasta convertirse en lo que son hoy, un sistema escueto pero decisivo de convenciones que aportan precisión, lírica y expresividad al lenguaje escrito, y que aún en su coherencia no están exentas de los cambios de comportamiento que motorizan usos y desusos, tal como sostiene el noruego Bård Borch Michalsen en el ensayo “Cómo la puntuación cambió la historia”.

A Bård Borch Michalsen -académico noruego, especializado en lenguaje y cultura, vicerrector en la Universidad de Tromso- le gusta jugar con las palabras, cambiar las letras, incorporar emoticones, desplazar marcas de puntuación. Sabe que un cambio de lugar o un signo altera el tono y transforma el significado de lo que se quiere decir porque en esos gestos está la diferencia: aclimatan la lectura e inclinan el tono y los tiempos del texto, e incluso guían la voz propia. Y por eso, atento a que es no es lo mismo la afirmación exclamativa “¡cómo la puntuación cambió la historia!” que la pregunta “¿cómo la puntuación cambió la historia?”, su primer libro traducido al castellano por Christian Kupchik se titula así, un poco en el medio de ambos sentidos y se desliza en clave más procesual: “Signos de civilización. Cómo la puntuación cambió la historia”.

¿Cómo pasamos de “ESCRIBIRTODOJUNTO” a “escribir todo junto”?. El camino, como hilvana este libro, está plagado de ensayos, simultaneidades, búsquedas, avances tecnológicos y también, de magia que escarba en las posibilidades del lenguaje para imprimirle muchos más colores. Sin tintas medias, Michalsen define a la puntuación como una “de las cosas más espléndidas que produjo nuestra civilización” y la define como nuestro “software”. La presencia de estos signos facilitó la comunicación, le dio agilidad al lenguaje y la expandió a tal punto que hoy un “hola” con punto en un mensaje de WhatsApp no tiene la misma vitalidad que un signo de exclamación para decir “hola!”, lo mismo escribir en mayúscula o imprenta.

En este trabajo publicado por Godot, el investigador narra un recorrido fascinante sobre los modos en que la puntuación fue ensayando marcas en dos mil años de historia y fue arcillando también un sistema coherente que otorgó mucha amplitud a los modos de decir en los distintos alfabetos, pero más amplitud tomó como fuerza motora del desarrollo de las sociedades. “Los signos de puntuación no son únicamente una parte importante de nuestro código idiomático, sino que se transformaron nada menos que en una de las fuerzas impulsoras en el desarrollo de toda nuestra civilización occidental”, escribe el autor en las primeras páginas.

Michalsen define a la puntuación como una “de las cosas más espléndidas que produjo nuestra civilización” y la define como nuestro “software” 

Como un gran estado del arte de la puntuación, que se trenza con la historia de la escritura, la tipografía o la impresión y los buenos o correctos usos de algunos signos, el ensayo también explora por ejemplo la forma en que la puntuación atraviesa el cuerpo. ¿Cómo es que de pronto actuamos como signos vivientes de exclamación, como se lee en el libro? La puntuación, como sistema dentro de la escritura, se funde con la materia y con la cabeza; nos guía como una voz interna y nos detiene con su condición externa. “Cuando hablamos no tenemos la puntuación, pero tenemos la voz y el lenguaje corporal! Y al revés: cuando escribimos, la puntuación expresa de algunas maneras el lenguaje corporal, la voz (y el silencio)!”, dice Michalsen a Télam.

En una breve entrevista por correo electrónico, donde no faltan signos de exclamación ni emoticones, el investigador relaciona su inquietud sobre los estudios de lenguaje y puntuación con un “desde siempre”, como nombra a esa memorias que llegan desde la infancia, en este caso la profesión de su mamá que fue editora y profesora de lengua. “Vengo escribiendo desde que soy muy joven, como periodista, editor y académico. Hace algunos años mi editor me preguntó si podía escribir sobre la marca de la coma. Dudé; es posible escribir un libro solo sobre la coma? Si, lo es! Descubrí la importancia de la puntuación y una historia muy interesante”, señala.

Esa historia lo llevó en un viaje de estudio que se remonta a la Antigüedad y a la clásica Alejandría, la gran capital intelectual de la época. Allí el autor encuentra al “héroe”, Aristófanes de Bizancio, que legó aportes al sistema de puntuación en el idioma griego, de quien heredamos su cadencia y la coma. Desde luego, el lenguaje está atravesado por la historia y sus relaciones de poder, y el sistema que diseñó Aristófanes quedó en el olvido aunque la necesidad de separar espacios o poner acentos fue heredada al poco tiempo. Otro de los héroes que vendrían después, en el Renacimiento, sería Aldo Manuzio, veneciano, que como gran hombre influyente de su tiempo modernizó y habilitó una relación más amplia e individual con los libros, es decir, con el pensamiento, la escritura y la puntuación, en tiempos donde la imprenta como tecnología se agitaba pujante y prometedora.

“Cuando hablamos no tenemos la puntuación, pero tenemos la voz y el lenguaje corporal. Y al revés: cuando escribimos, la puntuación expresa de algunas maneras el lenguaje corporal, la voz (y el silencio)”.Bård Borch Michalsen

Otro de los aspectos que destaca el noruego es que cuando se empezaron a publicar textos, gracias a la maquinaria de la imprenta, y se socializó su acceso, también se puso en jaque el monopolio de la interpretación. ¿Con la puntuación ocurrió algo similar, en tanto que su carácter civilizatorio lo dota también de un aspecto más democrático al poder incluir mayor cantidad de personas? Para Michalsen sí: “la puntuación posibilitó la escritura y la lectura para más personas”. Sin embargo, que esta afirmación no simplifique las cosas porque, como refleja el autor, a la puntuación en tanto poderosa caja de expresión también la atraviesan relaciones de poder.

¿Son las redes sociales, las nuevas tecnologías, la que disputan ese poder en el presente? “Una pregunta interesante. No sé la respuesta, pero ambos, tanto la tecnología como ´el lenguaje de la calle´ de los medios sociales obviamente influencian la forma en la que escribimos. “Hace 25 años antes tenías que publicar en medios de comunicación, hoy en día todo el mundo tiene una ´máquina de publicación” en sus bolsillos´. Los medios sociales han sido un regalo a la libertad de expresión”

Entrevista

-Télam: ¿Y cómo se relaciona eso con la afirmación de que el lenguaje escrito no va a desaparecer frente a la digitalización en tanto y en cuanto se gestione de la mejor manera la tradición de la escritura? ¿Quiénes son los responsables de esa gestión, de ese cuidado?

-: Hmmmm. Tu eres responsable. Y yo soy responsable. Pienso que el entrenamiento del lenguaje (formación del lenguaje) debería tener más espacio en la educación, desde el jardín de infantes hasta las universidades.

-En la medida que el gran aporte de la puntuación fue mejorar la comunicación (la idea de que un signo en otro lugar cambia el sentido total de una oración) ¿qué reflexión te merece el actual uso de la puntuación en redes sociales como Twitter donde muchas veces se juega con la eliminación de signos o palabras escritas en forma conjunta, como puede ser el hashtag?

-Me gusta jugar con las palabras y la puntuación. Picasso lo puso sabiamente de esta manera: “Aprende las reglas como un profesional, entonces podrás romperlas como un artista”.

-¿Y conocemos lo suficientemente las reglas de la puntuación como para empezar a romperlas?

: Mirá lo que dije de Picasso. Eso espero!

-T: Por último, en tu análisis incorporás los emojis como marcas que están ocupando su lugar en el lenguaje escrito. ¿Algún día dedicarás un ensayo a los emojis?

-: ?(emoji)

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