24 noviembre, 2024
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Del Ku Klux Klan a ‘V de Vendetta’: cartografía secreta de la máscara

Antifaces, pañuelos, pasamontañas y mascarillas. El Ku Klux Klan y Pussy Riot. Cabaret Voltaire y las logias masónicas. ‘Watchmen’ y ‘V de Vendetta’. Las prótesis faciales de los soldados desfigurados durante la Primera Guerra Mundial y las coloridas máscaras de los luchadores mexicanos. Fantômas y la banda Bonnot. Chamanes y rebeldes. Héroes y villanos. «El rostro enmascarado bien podría ser el gran símbolo de una contemporaneidad en la que las batallas se libran en el reino de las apariencias y las fronteras entre realidad y ficción se desvanecen», leemos justo antes de penetrar, muy oportunamente enmascarados, en ‘La máscara nunca miente’, exposición con la que el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) explora los usos políticos, sociales y

 culturales de antifaces, pañuelos, pasamontañas, mascarillas y, en fin, máscaras, durante el siglo XX.

Porque, tal y como apunta la directora del centro, Judith Carrera, «en su ambivalencia, la máscara ha servido, sirve todavía, como instrumento de control y de imposición del terror por parte de todo tipo de poderes, pero también como herramienta clave de contestación y transgresión del orden establecido». Entre esos dos extremos, el del control y la subversión, se mueve una exposición ideada por el escritor canario Servando Rocha y el director de exposiciones del CCCB, Jordi Costa, a partir de ‘Algunas cosas oscuras y peligrosas. El libro de la máscara y los enmascarados’, ensayo con el que Rocha dibuja una historia subterránea del último siglo y medio «bajo el signo de una máscara desacralizada». O, dicho de otro modo, un relato que huye de pintorescas aproximaciones antropológicas para tratar de explicar qué se esconde tras tamaño baile de máscaras. «La antropología y la etnografía nos pueden explicar cómo es el mundo actual, pero creo que una de las grandes virtudes de la exposición es explicarnos quiénes somos», defiende Rocha.

Detalla de la sección dedicada a los luchadores mexicanos
Detalla de la sección dedicada a los luchadores mexicanos – Martí E. Berenguer

De las páginas del ensayo a la sala de exposiciones, la muestra reúne más de 700 piezas entre libros, pósters, fotografías, material audiovisual, indumentaria y, claro, máscaras. Capuchas del Ku Klux Klan, pasamontañas originales de las Pussy Riot, máscaras antigás de la Gran Guerra, originales de David Lloyd para ‘V de Vendetta’, fabulosos diseños Leonora Carrington para la obra ‘Opus Sinistrum’, de 1969… Solo de luchadores mexicanos, por ejemplo, se exponen más de 80 máscaras, todas perfectamente alineadas como cabezas de mentirijilla ensartadas en picas medievales, y con una variedad de formas y colores que haría enloquecer a los mismísimos Daft Punk.

El de los gladiadores mexicanos, las raíces bien plantadas en los ritos aztecas e inevitables guiños a iconos como El Santo, Blue Demon, Fray Tormenta y Superbarrio Gómez, es uno de los los siete apartados, acaso el más visualmente atractivo, de una exposición que, echen cuentas, se abre con una máscara mortuoria neolítica de hace 9.000 años y se cierra con una gigantesca mascarilla quirúrgica de las de hoy mismo. Entre ambas, barra libre de subculturas, ramificaciones imprevisibles y conexiones con las vanguardias artísticas del siglo XX.

Disfrazarse de monstruo

«Muchas veces nos enmascaramos no para falsear, para mentir, sino para vivir una experiencia real con la cortada o la distancia que generan las máscaras», explica Rocha. Uno de los ejemplos más extremos, añade, sería el del Ku Klux Klan, protagonista de una primera sala que explora la evolución estética de la organización racista y supremacista estadounidense. «Necesitamos convertirnos en monstruos para cometer monstruosidades», decían los infames caballeros del Klan. Y para ello pasaron de una primera encarnación caótica, espontánea y carnavalesca, con capuchas con borlas, túnicas de rojo chillón y cuernos de algodón, al terrorífico ejército de capirotes y túnicas blancas ideado por William Joseph Simmons tras el estreno, en 1915, de la película ‘El nacimiento de una nación’. La cara, eso sí, siempre a cubierto, porque la máscara, insiste Rocha, genera distancia. «¿Acaso tenemos aspecto de caballeros? Nosotros venimos del infierno?», que declaró en 1871 uno de los primeros miembros del Ku Klux Klan original, el que nació a imagen y semejanza del mito nórdico de la cacería salvaje y los ejércitos furiosos.

Cartel de la película 'Fantômas: À l'ombre de la guillotine'
Cartel de la película ‘Fantômas: À l’ombre de la guillotine’ – ABC

En Europa, el siglo XX trae un auge de la criminalidad, los primeros archivos policiales con caras de delincuentes y la identificación antropométrica de Alphonse Bertillon. En Francia, los llamados Apaches y la banda Bonnot siembran el caos y la investigación científica empieza a despuntar. Es el caldo de cultivo ideal para que un personaje como Fantômas, archivillano de rostro fluido e intenciones más negras que el betún, campe a sus anchas y salte de la novela al cinematógrafo anticipando el canon estético del surrealismo. «Fue la gran respuesta de la imaginación popular al control del rostro desarrollado por la incipiente policía científica», destacan los comisarios sobre el personaje creado por Marcel Allain y Pierre Souvestre.

Noticias con antifaz

El testigo de Fantômas lo recoge la masonería, aunque no tanto por las máscaras que se utilizan en los rituales iniciáticos, que también, como por las invenciones de Léo Taxil, autor francés que publicó decenas de libros con testimonios inventados, ritos filosatánicos y, para añadirle un poco más de encanto a todo el asunto, máscaras diabólicas y terroríficas. «Él mismo reconoció que todo era falso, pero la gente prefirió quedarse con la mentira porque era más atractiva», apunta Costa al tiempo que señala a Taxil, de nombre real Marie Joseph Gabriel Antoine Jogand-Pagès, como uno de los pioneros en el arte de las ‘fake news’. O, para no desentonar, de las noticias con antifaz.

El repertorio de rostros enmascarados salta de la logia masónica a la trinchera para recordar que con el horror de la Primera Guerra Mundial llegaron al mismo tiempo las máscaras de gas y las ‘caras rotas’ de los mutilados en el frente; dos caras de una misma moneda contra la que se rebelaron las vanguardias artísticas. «En 1916, en el Cabaret Voltaire de Zúrich, los fundadores del dadaísmo conjuraban los horrores de la guerra europea a través del baile salvaje y utilizaban máscaras como elemento fundamental de su fascinación por todo lo primitivo», señalan los comisarios. Es aquí donde cobran relevancia creadoras como Emmy Hennings, Mary Wigman, Remedios Varo y Katti Horna, y donde pueden admirarse desde inquietantes máscaras y cascos de Borneo y Papua Nueva Guinea a fotografías de Max Ernst posando con su colección de máscaras kachina.

La exposición reúne más de 700 objetos
La exposición reúne más de 700 objetos – Martí E. Berenguera

Advierte Rocha que ‘La máscara nunca miente’ no es una exposición integral ni exhaustiva sobre máscaras y ocultaciones, por lo que lo más normal es echar de menos entradas y apartados más o menos obvios. La muestra, por ejemplo, anda sobrada de villanos, pero escasean en cambio los superhéroes, acaso la encarnación más popular del enmascarado de ficción. Sí que encontramos células subversivas como El Colegio Invisible, grupos terroristas como la Angry Brigade inglesa y militantes anarquistas del movimiento Black Mask manifestándose por primera vez con pasamontañas negros contra Wall Street.

También ahí, entre guiños a Anonymous y la organización londinense Reclaim The Streets, se cuela Guy Fawkes y la máscara de papel maché que David Lloyd, creador junto a Alan Moore de ‘V de Vendetta’, convirtió casi por accidente en icono del activismo global. En un vídeo, el dibujante británico detalla el nacimiento de la novela gráfica y se recrea en el momento en que surgió la idea de convertir la cara de Fawkes en el rostro de V. «Detrás de la máscara hay una idea, y las ideas son a prueba de balas», se puede leer a su lado en una fotografía tomada durante las protestas en Chile de 2019.

Bocetos de David Lloyd para 'V de Vendetta'
Bocetos de David Lloyd para ‘V de Vendetta’ – ABC

La frase, adaptación más o menos libre de una de las líneas más célebres del cómic, viene a enmarcar un apartado en el que la máscara se convierte en herramienta de resistencia política y cultural. Y nada mejor para simbolizar ese espíritu de confrontación que los balaclavas de colores chillones de Pussy Riot, colectivo ruso arrestado en 2012 y condenado a dos años de cárcel por irrumpir en la catedral del Cristo Salvador de Moscú al grito de ‘Virgen María, líbranos de Putin’. Durante el juicio, recuerda Rocha, cuando les preguntaron a las tres jóvenes el que porqué de esos pasamontañas tan vistosos en vez de los negros de toda la vida, su respuesta fue de lo más elocuente: no querían parecer malas personas,

Y es que, insiste el comisario, las máscaras siempre generan un efecto de transformación o transfiguración entre quien las porta, algo que cobra especial trascendencia ahora que, por imperativo legal y sanitario, nos hemos visto obligados a ocultar el rostro. «De pronto no sabemos como tratar al otro», señala Rocha, para quien era inevitable que la exposición terminase con la época actual y con una mascarilla gigantesca que se debate entre lo profiláctico y lo distópico. «Cuando empezamos a trabajar en la exposición no podíamos imaginar que habría un capítulo final no escrito, que es el que estamos escribiendo entre todos ahora», relativiza Costa.

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