Corría el año 1919, y en el Madrid ceniciento de la época una mujer de nombre Carmen Flores, cupletista de profesión y sin parentesco con La Faraona, se atrevía a cantar una canción, titulada ‘La sindicalista’, en la que se podía escuchar: «La mujer debe de ser como yo pienso, ni soltera, ni viuda, ni casá. Igualdad, fraternidad, legalidad. Reparto de los bienes Y aquí no ha pasao ná». Un par de años después, Amalia de Isaura, compañera de fatigas cupleteras, hacía lo mismo con la tonadilla ‘La pequeña bolchevique’, en la que entonaba, con mucho garbo: «A mí no hay uno en casa que se me resista, porque soy una nena bolcheviquista. Si algún novio
me sale, me dura poco, pues con las cosas mías le vuelvo loco. Y si conquistarme quiere alguno al fin, tiene que decirme: ¡que viva Lenín!».
Y, pasada una década, Amalia Molina, heredera de ambas, hasta se atrevía a reivindicar el voto femenino, con crítica incluida a los político de entonces, en ‘La diputada’: «Llegó la hora del feminismo, y como siempre fui avispada, y en todas partes me llevo algo, me llevé el acta de diputada. En el congreso con Luis de Tapia, estoy actuando de adalid, ¡Viva el divorcio! ¡Vivan mis manos, que aún no han cosido ni un calcetín!».
Una España cantada, hasta ahora poco contada, que cambió de tonalidad, en el fondo y en la forma, en los colores y en las voces, en el 36, con la Guerra Civil. Pero, hasta entonces, y desde finales del siglo XIX, la historia cultural de nuestro país pasó por varias revoluciones, una de ellas protagonizada por las cupletistas, mujeres de vanguardia que se echaron al monte de la modernidad y se pusieron un mundo por montera que las repudiaba lo mismo que las adoraba.
Protagonistas
La Chelito, La Fornarina, La Cachavera, Raquel Meller, La Polaire, La Bella Dorita, Yvette Guilbert, la Bella Otero, Adelita Lulú, Tórtola Valencia, La Goya o la ya mencionada Amalia de Isaura, entre muchas otras, son reivindicadas por Gloria G. Durán en ‘El gran libro del cuplé y la sicalipsis’ (La Felguera), una obra que debería ser de culto.
Durán, doctora en Bellas Artes y profesora asociada de la Facultad de Bellas Artes de la Complutense de Madrid y de la Universidad de Salamanca, hizo su tesis doctoral sobre mujeres dandis en el periodo de entreguerras y llegó al cuplé un poco por esa causalidad que a veces tiene la vida. Su madre, que falleció en mayo, padeció Alzheimer durante los últimos quince años de su vida, y su relación con ella durante todo ese tiempo fue a través de la música. «Un día, estaba desayunando con ella, me miró y me dijo: ‘La casa se bambolea con este peso fenomenal y pita la chimenea como los barcos en altamar’. Yo, que soy de vanguardia, pensé: mi madre es vanguardista, Dios. Esto es la copla ‘Compuesta y sin novio’. De la copla fui al cuplé, y me di cuenta de que nuestras dandis patrias son las cupletistas».
A partir de ese descubrimiento, Durán empezó a rastrear todo lo habido y por haber de estas mujeres depositarias de una cultura popular que estaba en la calle y a la que algunos se empeñaban en ponerle el adjetivo de ‘baja’. Son las canciones de la Edad de Plata, narraciones de la vida cotidiana que las mujeres de la época memorizaban sin saber muy bien que lo estaban haciendo –ni su significado–, y que reflejaban la sabiduría popular.
Trama cultural
«La trama cultural que hay en España desde finales del XIX hasta la Guerra Civil es riquísima, con millones de protagonistas, la prensa sicalíptica, la literatura a bajo precio… Todo eso genera una trama cultural donde florecen las sicalípticas como creadoras, además, porque eso es lo importante: ellas no son intérpretes, ellas son creadoras, y crean una performance», defiende Durán.
Ninguna, eso sí, escribía las letras de los cuplés, aunque todas compartían camaradería con los encargados de poner sobre el papel lo que luego ellas cantaban para deleite de un público que a medida que iba pasando el tiempo se iba ampliando y, sobre todo, iba dejando de ser exclusivamente masculino. «Todas las letras son obra de hombres, pero ellas metían muchísima mano. Todos eran colegas. Firmaban ellos porque, claro, hacían cuplés como churros. No dejaba de ser una sociedad ultramachista, pero todo ese ideario para ser mujer de otra manera sí cuajó, era como una especie de semilla de cambio que no siguió por el drama de la guerra, pero podíamos estar a la altura de París, de toda Europa».
El cuplé, además, estaba muy relacionado, hermanado, más bien, con la vanguardia artística y literaria de la época. Tanto es así que don Ramón Gómez de la Serna, que incluyó en sus ‘ismos’ a las cantantes epilépticas como grandes musas del nuevo arte, y el mismísimo Azorín empujaron a La Chelito a que debutara, y de qué manera. «Estas mujeres nos van a enseñar el camino. Para mí, ellas son súper dandi. Rompen todas las normas, pero manteniéndose en la paradoja permanente: consiguen fascinar y ser odiadas al mismo tiempo, ser vistas como peligrosas, que pueden contaminar a la sociedad entera, y al mismo tiempo ejercen una atracción irresistible».
De ahí el término, sicalipsis, que como recuerda Gloria G. Durán es un neologismo. «Es un invento patrio de 1901-1902, que es cuando sale a la luz una revista y se supone que alguien, un tipógrafo, se equivoca y pone que es muy sicalíptica. Se supone que él quería poner apocalíptica. Para mí, es un combinatorio de las cantantes epilépticas, que eran las que estaban de moda en el París de esa época –de hecho, los primeros cuplés son copias de sus canciones–, y la sífilis, que era como el gran miedo al contagio. La sicalipsis tiene algo de monstruoso. El miedo al contagio está presente en el origen del término. Toda esa trama cultural trabaja con lo innombrable».
Ellas, las cupletistas, se construyeron como personajes excéntricos, extravagantes, provocadores. «Es parte de su publicidad, les revierte más contratos, más giras, más dinero. Son muy revolucionarias porque casi se lo demandan. Siempre están en ese límite tolerante, sin llegar a pasarse. Lo que pasa ahora con las uñas de la Rosalía, que todas las llevan, pues pasó en su momento con el azul que puso de moda La Bella Otero».
Y una noche sí y otra también acababan en comisaría por escándalo público. «Nuestras cupletistas tienen escándalos a punta pala, pero no generan el corpus de poner en valor la potencia revolucionaria del escándalo. Yo les veo potencialmente vanguardistas. Son mujeres que están a la vanguardia total, el problema es que hacen ‘baja cultura’. Pero ‘baja cultura’ es una contradicción en los términos, porque la vanguardia bebe de la ‘baja cultura’».
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