Los implacables requerimientos y límites de la normalidad, su cualidad oclusiva, su irresistible destreza para destruir ternuras y su imposibilidad de aventurarse en nuevas relaciones afectivas son el tema de “El hombre de acero”, impactante unipersonal que con solidez interpreta Marcos Montes en Espacio Callejón.
Con texto y dirección de Juan Francisco Dasso, la obra que ganó el XII Premio Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia comienza como por casualidad, con Montes pidiendo que se apaguen los celulares, aún a medio vestir para el personaje y mientras una asistente le acerca las zapatillas que olvidó, primero, y un cinturón, más tarde, momentos que el actor utiliza para dibujar las primeras pinceladas del personaje: un padre, que sostendrá el drama a lo largo de 50 minutos.
La primera violencia que se pone de manifiesto en “El hombre de acero” -título que remite a una anécdota de un cumpleaños del hijo con autismo del protagonista- es verbal.
Montes interpreta a un hombre de mediana edad de una burguesía acomodada, un profesional o empresario que vive en una casa con jardín en una zona residencial, podría ser San Isidro. El vestuario, con su remera Penguin, sus pantalones de vestir beige y sus zapatillas náuticas (además del cinturón que el actor olvidó llevar a escenario y fue alcanzado por la asistente) es perfecto.
También el decir que emplea el personaje interpretado por Montes, que es pulcro, preciso, de cierto refinamiento conceptual. En la rigidez de ese lenguaje perfecto, en su casi permanente capacidad analítica y su ausencia de desbordes está el primer conflicto dramático de la obra, su personalidad más concluyente, su violencia.
Para decirlo de forma sencilla: es un lenguaje de inmensa capacidad analítica que puede observar y discurrir con precisión sobre cada uno de los acontecimientos que relata pero está huérfano de las notas más sanguíneas que lleva consigo todo querer, adolece de la fiebre del amor, por el hijo, por la esposa, por quien sea.
En realidad, no es que el personaje de Montes no pueda querer, de hecho hay una prueba concluyente de su amor hacia el final de la obra, hay unos ojos vidriados que dejan escapar su humanidad; lo que le sucede es que la “anormalidad”, el “defecto”, la mancha en la pintura perfecta que pensó para su vida y su presente, le impiden dar ese paso definitorio y necesario del amor que desoye las normas y las ilusiones y se abraza al barro.
El personaje de Montes es esclavo de su normalidad, de su idea de corrección y belleza y de un elemento insustituible de la clase social que pone en escena: la exterioridad, la apariencia, lo que ven los otros.
La obra transcurre a lo largo de una tarde y un día después de un “acontecimiento” impactante para la familia en relación con el comportamiento del hijo y en escena hay otros tres personajes, ausentes, además del padre que interpreta Montes.
La madre del chico, que duerme por efecto de las pastillas; un adolescente de extracción social baja y que comparte con el hijo la institución a la que éste asiste y que fue parte del “acontecimiento” suscitado en la víspera; y el hijo, que “está encerrado en el baño hace cinco horas”.
Al adolescente (que no está y ocupa una silla vacía), lo arrancó el personaje de Montes de su casa, lo subió a su automóvil y lo llevó a su casa. A esa silla vacía es a la que le habla, cuando no le habla al público.
El relato de una primera fiesta adolescente del padre en un colegio salesiano con “las chicas del María Auxiliadora” y que sigue terminando de delinear los contornos de ese padre, figura excluyente del relato más allá de la fantasmática presencia del hijo con autismo, es uno de los grandes aciertos de la obra y donde se pone de manifiesto con mayor locuacidad la belleza discursiva que también encierra “El hombre de acero”, una obra que tributa a esa belleza-perfección-corrección que condena al padre.
La actuación de Montes es insuperable, en todo momento da el talle perfecto del personaje y nos permite acercarnos a él. No tiene excesos porque no debe tenerlos (hay solamente un grito en toda la obra), su dicción es óptima, su locuacidad bella. La manera de llevar el cuerpo, la gestualidad permanente que pone en escena es maravillosa y la composición de ese sujeto de esa clase social de ese barrio de esa sociedad de ese país no tiene rajaduras ni quiebres.
“El hombre de acero” está protagonizado por Marcos Montes, con dramaturgia y dirección de Juan Francisco Dasso, escenografía de Cecilia Zuvialde, iluminación de Ricardo Sica, asistencia de Ana Schimelman, producción de Zoilo Garcés y se puede ver este sábado a las 20, y los domingos de abril a las 19, en Espacio Callejón (Humahuaca 3759).
La entrada “El hombre de acero”, los implacables requerimientos de la normalidad se publicó primero en Cultural Cava.