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En hebreo, cementerio se dice ‘beit hajaim’, la ‘casa de la vida’ o ‘la casa de los vivientes’. Puede parecer una paradoja, una muestra más del mítico humor judío, pero también puede leerse como una pequeña rebelión ante la muerte: no tendrás la última palabra. Por eso Delphine Horvilleur (Nancy, 1974), que es una de las pocas rabinas de Francia y sin duda la más conocida, ha dedicado buena parte de su vida a buscar el verbo preciso con el que iluminar los entierros que oficia. No frivolizarlos, no convertirlos en una fiesta, no. Iluminarlos igual que se ilumina una verdad con un solo verso. Ese es su trabajo.
«La tradición judía manda que entre el fallecimiento y el momento de la inhumación se ponga junto al cuerpo del difunto una vela como símbolo de la presencia del alma, que sigue viva.
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