Ella dice que fue un milagro. Usa esa palabra, milagro, con la mirada encendida, y así lo cuenta. Estaba escribiendo una novela de campus protagonizada por una poeta llamada Inés Sánchez Cruz que preparaba una tesis doctoral sobre la Generación del 27, y de pronto, en el momento más insospechado, durante una sesión de yoga por Skype (cosas de la pandemia), alguien le dijo: tengo aquí unos documentos de mi abuelo, cuando todo esto acabe, por favor, ven a verlos. Quien le hablaba era la nieta de Joaquín Amigo, figura interesante pero poco conocida de la Edad de Plata. Ana Merino, que es quien escuchó esto, fue a su casa el 25 de junio de 2020 –no, no
olvida la fecha exacta– y allí descubrió un tesoro: un archivo desconocido y desordenado en el que había tres cartas inéditas de Lorca, una postal de Dalí, varios manuscritos tempranos de Luis Rosales… En fin, un material de primera.
Sobre ese hallazgo ha levantado la escritora su nueva novela, ‘Amigo‘ (Destino), en la que ha mezclado una trama de ficción –las luchas de poder en la academia, la vida de una mujer en medio de ese fuego cruzado– y una investigación real: la que ella misma ha hecho con los papeles de Joaquín Amigo, un hombre católico y de familia conservadora, filósofo, discípulo de Ortega y Gasset y catedrático de instituto, además de uno de los grandes defensores del proyecto literario de Lorca, con el que tuvo una relación muy profunda desde muy joven. Eso da el telón de fondo de la novela, el tema: la amistad, pero también la pérdida. «Es muy dramático porque son dos amigos íntimos que son asesinados, sus cuerpos no han aparecido y cada uno es asesinado por un bando diferente», recuerda Merino.
De alguna forma, explica la autora, esta es una «novela de archivo, de investigación». «Quería llevar al lector al lugar del descubrimiento, que tuviera la experiencia de entrar en un archivo. Lo que me interesaba era desarrollar cómo se siente uno al descubrir un archivo, cómo va transcribiendo, cómo va interiorizando la experiencia del saber, esa emoción de encontrar nuevos materiales de una época maravillosa», relata. Esa experiencia, justamente, es la que rescata a la protagonista del desánimo, y la que une presente y pasado. Así lo expresa en el libro: «Inés siente un vértigo extraño: que su propia existencia sumida en la desgana y el pensamiento obsesivo solo tendrá sentido si se asoma a escuchar la vida de Joaquín Amigo. Siente que el agujero negro se cierra: al poder deslizarse por la vida de otra persona, podrá olvidarse de su propia vida».
Con ese ímpetu nos asomamos a la historia de la literatura española. Porque ‘Amigo’ sirve como mirilla para conocer, aún más, a Lorca y compañía a través de sus propias palabras. «Dalí no quiere que me vaya de ninguna manera, pero mi familia me reclama urgentemente. De todos modos yo estaré algunos días aquí disfrutando de este mar y redactando un manifiesto que vamos a llamar Dalí y yo ‘Manifiesto antiartístico’, que será el escándalo más grande que se habrá registrado en la vida artística española», le cuenta Federico a Amigo en una carta. Antes le ha soltado esto: «Aquí en Barcelona hay una gran juventud y una gran cantidad de mierdas catalanistas tan grande como la juventud». Y esto: «Hice un brindis muy significativo y brindé por vosotros mis amigos de Granada que es lo único que me interesa de esta ciudad». «Las cartas de Lorca son fascinantes, pero también las de otros personajes», celebra Merino.
Ahí va otro botón. Hablando de Bergamín y sus criterios poéticos, Amigo escribe: «…mientras que Alberti, el mierda de Alberti, es el poeta tipo, original, y constructor, creador de los moldes líricos andaluces. ¿Se puede esto tolerar en lo que creíamos más puro de nuestros jóvenes ensayistas? ¿Qué revela eso en el seno mismo del ‘grupo’, en este grupo del cual lo esperamos todo?». Y de ese cabreo pronto pasa al cariño. «¿Cuándo vendrás? ¡Qué bien llegas a Granada cuando has estado una temporada con Dalí! Él es la única persona que orienta tu espíritu a clarísimas objetividades; parece que llegas más limpio».
Quien investiga todo esto es Inés Sánchez Cruz, una mexicana fascinada por España, que tal y como señala Merino refleja el gran intercambio cultural que hubo en los noventa entre los dos países, con figuras como Jorge Volpi o Ignacio Padilla. «Siempre ha habido una relación maravillosamente fluida entre México y España. México siempre ha sido nuestro hermano, es un país de intercambio constante. A lo mejor, ahora, coyunturalmente, por razones políticas, pasan cosas… Pero la literatura, afortunadamente, va por otro lado. El intercambio de los intelectuales, el amor, la hermandad, la fraternidad… Eso no es algo coyuntural», asevera. Y luego remata: «Los que mejor nos miran muchas veces son de fuera. Traen otra mirada».
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