Kim Sherwood (Londres, 1989) tenía apenas doce años cuando cayó en la marmita de Ian Fleming y decidió que de mayor quería ser James Bond. Literalmente. «Cuando jugaba lo hacía como Bond, no como una chica Bond. Quería rescatar, no ser rescatada», recuerda. La culpa, asegura, la tuvo una edición en rústica y de segunda mano de ‘Desde Rusia con amor’, la primera novela de la saga 007 que cayó en sus manos. Solo tenía 12 años, sí, pero también las cosas muy claras. «Quería escribir una novela de espías, pero no sabía muy bien cómo, así que mi madre me dijo que un buen punto de partida sería leer los libros de Bond de Fleming. Sencillamente, me enamoré de su forma de escribir», explica.
Lo que no podía imaginar Sherwood es que, años después de aquel primer flechazo y con una única novela publicada, ella sería la escogida por los herederos de Fleming para retomar las aventuras del superespía del MI6 y convertirse en la primera mujer en tomar las riendas de una de las franquicias más celebradas de la historia de la literatura. «James Bond se ha convertido en una figura cultural imponente, así que el gran desafío era de nuevo de humanidad», reflexiona Sherwood.
Bien pensado, no había mejor candidata para el puesto que ella: su abuelo, el actor George Baker, tuvo papeles secundarios en ‘Sólo se vive dos veces’, ‘La espía que me amó’ y ‘007 al servicio secreto de su majestad’; y ella misma llevó su ‘bondmania’ a tal extremo que cuando su agente le pidió una carta motivacional para enviar a la familia Fleming, le bastó con rescatar un trabajo escolar dedicado al escritor británico. «Tenía ilustraciones, solapas, fragmentos emergentes… De todo. Así que lo fotocopié y se lo envié», confiesa entre risas.
«Quería que Bond desapareciera en un escenario parecido al personaje, y Barcelona tiene toda esta arquitectura realmente icónica»
¿Su misión, en caso de aceptarla? Traerse a Bond, James Bond, al siglo XXI y ampliar el elenco de personajes con una nueva hornada de agentes doble cero. Una nueva generación más inclusiva y acorde con los tiempos que corren. «Para ser un ícono amado mundialmente durante tantas décadas, tienes que ser más de una cosa, porque tienes que atraer a más de un tipo de persona», explica la autora. ¿Un Bond más políticamente correcto? Quizá. Aunque también eso, apunta Sherwood, tiene una explicación. «Lo primero que hice antes de empezar a escribir la novela fue entrar en la web del MI6 para mirar el apartado dedicado a reclutamiento. Lo que más me llamó la atención es que buscaban personas de orígenes diferentes. En realidad, es bastante lógico, ya que si todos tus espías son hombres blancos y heterosexuales recién salidos de Eton, el número de misiones encubiertas en el que podrá participar será muy limitado», relata.
Perdido en Montjuïc
Es así como empezó a dar forma a 003 (Johanna Harwood; una doctora de familia francoargelina), 004 (Joseph Dryen; negro, homosexual y con una discapacidad auditiva) y 009 (Sid Bashir; de procedencia musulmana), personajes que comparten escena con sospechosos habituales del universo literario de Fleming como Miss Moneypenny y, claro, con 007. O casi.
Porque en ‘Doble o nada’ (Roca Editorial), la primera de las tres novelas a las que se ha comprometido Sherwood, 007 es un fantasma. Un espectro. El gran truco de magia, de hecho, es que ‘Doble o nada’ es una novela de James Bond sin James Bond. «Había desaparecido en pleno verano hacía diecisiete meses. Mikhail Petrov estaba dando una conferencia académica sobre la reducción de la capa de hielo marino en la Fira de Barcelona», escribe Sherwood en el libro. Sí, en Barcelona. A un tiro de piedra Montjuïc y del piso franco en el que 007 y 009 jugaban a ajedrez y despachaban botellas de Haig Dimple. «Quería que Bond desapareciera en un escenario parecido al personaje, y Barcelona tiene toda esta arquitectura realmente icónica -explica-. Además, Montjuïc me pareció un escenario muy teatral, el escenario perfecto para evocar en este gran momento en el que se esfuma».
Ni que decir que buena parte de la trama tiene que ver con los esfuerzos del MI6 y los nuevos agentes doble cero por descubrir qué demonios ha pasado con Bond y dónde se ha metido. Esté dónde esté, no andará lejos sir Bertram Paradise, archivillano que quiere sacar la máxima tajada posible del cambio climático. «Fleming siempre escribía sobre las grandes preocupaciones de su época, ya fuera una amenaza ideológica como el comunismo o una real como la bomba atómica. Y para mí no hay mayor amenaza hoy en día que el cambio climático», defiende la autora.
Patio de recreo ajeno
En su primera incursión en el universo Fleming -acaba de terminar la segunda novela, aunque no puede comentar nada al respecto-, Sherwood se ha sentido de maravilla, ha sacado del semianonimato al ascensorista de los primeros libros, Bob Simmons, y ha aprovechado para homenajear a la Johanna Harwood real, coautora (no reconocida) de las dos primeras películas de Bond. Con todo, es consciente de que en realidad «es como si estuviese jugando en el arenero de otra persona». «Luego alguien más vendrá y seguirá con la historia», asume.
Es ley de vida. Máxime con un personaje que lleva desde finales de los sesenta cambiando de manos y esquivando la naturaleza finita de su creador para proyectarse en diferentes épocas, cambiar el martini por el té y conducir un fiable y aburrido Saab en vez de algún bólido ridículamente veloz. Ya lo dijo Kingsley Amis, el primero en ponerse en el pellejo de Ian Fleming para firmar, en 1968 y bajo el pseudónimo de Robert Markham, ‘Colonel Sun’: «Cuando Ian Fleming murió en 1964, se consideró que James Bond era demasiado popular como para correr la misma suerte». Casi sesenta años después de aquello, la franquicia Bond ha cobrado vida propia y suma ya más de treinta novelas post Fleming, entre versiones originales y adaptaciones literarias de las películas. Unos números que duplican con creces los de la serie original, con sólo 14 títulos escritos y publicados por Fleming.
En todo este tiempo, Bond ha envejecido y rejuvenecido, ha recorrido el globo un par de veces e incluso ha tenido tiempo para convertirse en veterano de la guerra de Afganistán. Y es que, como Sherwood ahora, cada autor que se ha medido con el mito ha querido dejar su huella. John Gardner, responsable de una quincena de títulos y responsable de las novelizaciones de ‘Licencia para matar’ y ‘Goldeneye’, le quitó el alcohol y la velocidad; Raymond Benson, con doce títulos, lo hizo aparecer en la revista ‘Playboy’ y recuperó el hilo de la serie original; Sebastian Faulks asumió el reto de relanzar la marca y recuperar parte de la popularidad perdida con ‘La esencia del mal’; Jeffery Deaver lo americanizó a conciencia…
Anthony Horowitz, que ya había devuelto a la vida a Sherlock Holmes, era hasta ahora el último eslabón de una cadena en la que cambian los protagonistas pero permanece, inalterable, el superespía más famoso de la historia de la literatura. «Cuando Ian Fleming se sentó a escribir ‘Casino Royale’, dijo: ‘voy a escribir la historia de espías que acabará con las historias de espías’. Y creo que lo hizo, porque reinventó el género y, aunque pasen los años, hay una esencia de Bond que no cambia», defiende Sherwood. Una esencia que se transmite de generación en generación y de escritor en escritor hasta llegar a alguien que lleva media soñando con agitar y mezclar al hijo pródigo de Ian Fleming.
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