Guillermo “Willie” Schavelzon, exlibrero, exeditor y fundador de la agencia literaria Schavelzon-Graham que desde Barcelona representa la obra un centenar de autores como Claudia Piñeiro, Martín Kohan, Gioconda Belli, Paul Auster y Ricardo Piglia, traza en “El enigma del oficio” un relato que da testimonio de los cincuenta años que lleva en el mundo editorial y que permite espiar el universo más coloquial de la literatura gracias a las anécdotas y testimonios que recupera.
Cuando tenía 9 años, durante unas vacaciones en la playa, Schavelzon notó que las amigas de su madre -mujeres de clase media, esposas de profesionales que no se definían como feministas, leían “El segundo sexo” de Simone de Beauvoir. Aquel recuerdo le permitió inferir que ya entonces estaba atento a lo que leían los otros. “Y no solo lo que leían los otros, sino algo más curioso: me acuerdo de las editoriales de los libros que leían los otros, de los que se promocionaban con carteles en el tranvía en que iba al colegio, y de los que yo leía. Eran Siglo Veinte, Sudamericana, Robin Hood y Emecé”, recupera, en diálogo con Télam, sobre el primer indicio que tuvo de cómo los libros marcarían su biografía.
Nació en Buenos Aires, se exilió en México y vive desde hace veinte años en Barcelona. Su carrera comenzó como editor, a los 19 años, mientras estudiaba cine en la Universidad de La Plata y entró a trabajar en la Editorial Jorge Álvarez. Años después, abrió su propia editorial, la mítica Galerna que editó a autores como Adolfo Bioy Casares, Juan Gelman, Francisco Urondo, Germán Rozenmacher y Héctor Tizón. En los ochenta trabajó para importantes editoriales españolas como Alfaguara, y en los noventa fue gerente de la editorial de Planeta Argentina. Tras renunciar a la comodidad de un cargo gerencial, volvió a reinventarse: se convirtió en agente, un rol que le permitió ocupar un lugar profesional del lado del escritor e hizo de la lectura y la escucha sus mejores herramientas para interceder entre el autor y el mercado.
– Télam: En el mundo anglosajón es más común que quien trabajó en el mundo del libro guarde notas y escriba sus memorias. ¿Tuviste algún referente para emprender tu tarea o trabajaste inspirado en algún texto similar?
– Guillermo Schavelzon: Desde hace muchos años leo todo lo que puedo de libros de editores, agentes, hasta las decenas de manuales prácticos que se publican en Estados Unidos sobre cómo buscar agente, qué es un agente o cómo ser publicado. Hay libros que merecen la pena mencionar, como el de Siegfred Unsel, “El autor y su editor”, en el que establece las bases del trabajo del editor (o como era hace cincuenta años), y dedica capítulos a su experiencia con grandes escritores de esa época, como Bertold Brecht, Rilke, Herman Hesse y otros. Hay un libro de memorias de Maxwell Perkins, CEO de Random House en los años 30 del siglo pasado, en el que se aprende otro tipo de cosas, por ejemplo, que cuando invitó a Gertrude Stein a visitar Nueva York para el lanzamiento de un libro, tenía que salir (con coche y chofer, por supuesto) a recorrer Manhattan para encontrar alguna panadería francesa que hiciera croissants, que ella exigía para el desayuno. También de esto se aprende y todos fueron referentes, lecturas a lo largo de décadas que no tiene sentido enumerar. Aunque hoy las cosas no son de esa forma, no concibo que una editora o editor no aproveche esos libros para formarse y crecer profesionalmente.
T.: ¿Por qué decidiste publicarlo en Ampersand?
G.S.: Desde el primer momento tuve claro que quería una editorial muy independiente, que publicara libros similares y con la que no tuviera ninguna relación profesional. Por eso elegí Ampersand, y la editorial Trama (que solo publica libros sobre y para editores) en Madrid. Tuve la suerte que los dos me aceptaron, y el cuidado y la calidad del libro me dejaron sorprendido. La editorial hizo un trabajo de lujo.
T.: En el prólogo contás que gran parte del “enigma del oficio” fue saber escuchar. ¿Fue algo que aprendiste con los años o creés que obedece a algo de tu personalidad? ¿En qué cuestiones encontraste que los escritores necesitan ser escuchados?
G.S.: Un enigma es algo difícil de entender y en general no se entiende, saber escuchar me parece una de las mejores maneras de aprender y de conectar con el otro, todos necesitamos ser escuchados. En el caso de los escritores esta demanda es mayor por lo solitario y aislado de su trabajo, y porque su entorno más cercano a veces ya no soporta que, además de pasar horas encerrado, luego no hable de otra cosa que de eso que lo apasiona. Saber escuchar a una escritora o a un escritor es una especie de gracia para quien oye. Es esencial, pero no suficiente para cumplir con un buen trabajo de agente. Mi personalidad se fue constituyendo con la experiencia, las buenas y las malas, no es algo que viene en los genes.
T.: Te convertiste en agente de Saer después de su muerte y contás que él tenía una percepción muy clara de que su obra era su inversión y capital. ¿Qué desafío implicó para vos asumir ese rol?
G.S.: Cuando me lo propuso la familia, sentí un compromiso tremendo, frente a ellos y a Alberto Díaz, su editor de toda la vida, que había sido consultado antes de que me llamaran. Por suerte llegó en un momento en que la agencia tenía una trayectoria, un buen equipo y una gestión ordenada. Con una obra como la de Saer, no fue difícil lograr que se publicara en casi todo el mundo.
T.: Hacés referencia a esa autodefinición de Jorge Álvarez: “Yo tenía talento para manejar el talento de los demás”. ¿Cuál crees que ha sido el que cultivaste durante cinco décadas en el mundo editorial?
G.S.: Por suerte nunca tuve ese talento, que no lo considero algo positivo. Yo siempre fui un gestor de la obra de los escritores, un trabajo que requiere mucha información, conocimiento, lectura de los libros que mencioné al principio y lectura de los manuscritos de los autores que vas a representar. Hay que ser un intenso y buen lector, obviamente no solo de tus representados. El sentido común, un concepto tan despreciado, es esencial, y curiosamente no se aprende en ningún máster. Es llamativo el fracaso de los algoritmos y las neurociencias en la decisión de contratación de las grandes editoriales, que siguen teniendo nueve fracasos de cada diez libros publicados ¡lo mismo que hace cien años!
T.: Solés referirte a una industrialización cada vez más profunda de la actividad editorial en desmedro de una actitud más “artesanal” frente a la edición. ¿Cuál es tu desafío como agente ante ese diagnóstico?
G.S.: El desafío en saber caminar junto a ambas, poder hablar los dos lenguajes y sobre todo saber qué tiene que ir por un lado y qué por el otro.
T.: Cuando fundaste Galerna, Beatriz Guido te dio el manuscrito de “Piedra libre” para que lo publicaras. Más allá de ese gesto personal en honor a la amistad que mantenían, hoy eso parece inimaginable en un autor consagrado. ¿Los escritores perdieron margen de maniobra personal en el actual entramado editorial?
G.S.: No creo que los escritores hayan perdido margen de maniobra, más bien me parece que lo que no hay es mucho terreno para maniobrar. Muchos escritores a veces hacen cosas que no les conviene, pero les gusta hacerlo. Y es sensacional que sea así.
T.: ¿Seguís encontrando placer en la lectura a pesar de la profesionalización? ¿Cómo te definís hoy como lector?
G.S.: Claro que sí, cada vez leo más, me definiría como un buen lector con una enorme curiosidad.
T.: En la agencia está Bárbara Graham, tu socia. El trabajo del agente en la Argentina, por diversas razones, no es tan habitual. ¿Te interesó formar a una nueva camada de agentes o es un oficio un tanto intransferible?
G.S.: No me ocupé de formar agentes, solo di clases durante diez años en un máster de edición en una importante universidad de Barcelona. Mi socia, que es quien dirige la agencia, lleva muchos años dentro, y no hace lo que hacía yo, sino otra cosa, y por suerte la agencia va muy bien. No se puede hacer lo mismo durante veinte años, eso sí sería fracasar. Hay que saber que la parte glamurosa de una agencia, que es lo visible, es como lo del iceberg, hay un enorme trabajo que debe ser riguroso, organizado, algo muy laborioso que no se ve, pero que es esencial.
La entrada “Es llamativo el fracaso de los algoritmos en las contrataciones de las editoriales” se publicó primero en Cultural Cava.