Marcados con una pulsera de papel naranja en la muñeca (como las de los festivales de música o los hoteles todo incluido), bien ajustada la mascarilla FFP2 obligatoria y, tras mostrar el certificado Covid o un test negativo, nos embarcamos en un nuevo ARCO, más pequeño, con menos galerías (185 de 30 países), que regresa a su cita habitual en febrero, tras una feria atípica en julio de 2021. Este año la presa periodística no es un ninot del Rey, ni Franco metido en la nevera (aunque está vivito y coleando en algunos estands), ni un vaso de agua medio lleno, ni siquiera los presos políticos censurados, sino una vagina. Sí, y no es una errata del
corrector ortográfico, como ocurrió hace unos años cuando apareció publicada en una crónica de un diario español ‘Vagina Permisiva’ en vez de Yevgeni Primakov, el primer ministro ruso.
Esta vez la vagina es real. La de la artista peruana Wynnie Mynerva, de 30 años, que llega a la galería Ginsberg para contarnos que se ha cerrado tres cuartas partes de su vagina. Sin presentaciones previas, sin anestesia y sin pudor, relata con todo lujo de detalles a los atónitos periodistas que no la necesitaba porque no quiere tener hijos y sus gustos sexuales van por otros derroteros. No nos hemos equivocado: seguimos en el pabellón 9 de Ifema, en una feria de arte. Por suerte, el vídeo donde se muestra la operación, que acompaña a una pintura de grandes dimensiones, no funcionaba el martes. Ayer sí.
Dejamos a la dicharachera Wynnie rodeada de cámaras y micrófonos con su particular monólogo de la vagina y sus quince minutos de gloria. Sin descompresión, nos dirigimos al estand de José de la Mano, donde, un año después de exhibir el ‘Guernica’ de Ibarrola, rescata la serie ‘La Transición’, que el pintor vasco Ramón Bilbao hizo en 1975 y expuso un año después en la galería Edurne de Madrid. A excepción de un par de obras de la serie que atesora el museo Artium de Vitoria, el resto de esta crónica pictórica de la Transición española se hallaba en manos de la familia del artista. Cuelga un retrato de Franco tachado en rojo y una imagen de los últimos ejecutados del franquismo por fusilamiento en 1975. Bilbao, fallecido en 2021, no quiso que esta serie estuviera a la venta (solo se comercializaron unas litografías), sino que acabara en una institución. ¿La comprará, al igual que el ‘Guernica’ de Ibarrola, el Museo de Bellas Artes de Bilbao?
Franco también resucita en ARCO gracias a unas fotografías de Pilar Albarracín, en la galería Filomena Soares de Lisboa. Su título: ‘No apagues mi fuego, déjame arder’. La artista, con mantilla y rosario en mano, sujeta una biografía de Franco escrita por Ricardo de la Cierva, envuelta en llamas. Tras la estela de los sempiternos Eugenio Merino y Santiago Sierra (el primero anda a vueltas con las estatuas de Colón y la descolonización; el segundo exhibe en Helga de Alvear un proyecto de 2005, ‘El pasillo de la Casa del Pueblo’ en Bucarest), otro que se apunta al carro de ‘hago-una-obra-y salgo-en-todos-los-medios’ es el finlandés Riiko Sakkinen, que lleva 20 años viviendo en España. En 2021 trajo al dictador con el lema ‘Franco no era tan malo como dicen’. Con escasa originalidad, repite fórmula, esta vez con Pedro Sánchez, al que acompaña la frase: «Mis líderes políticos de extrema izquierda» y los nombres de lo mejor de cada casa: Lenin, Stalin, Mao, Fidel Castro…
En una nueva vuelta de tuerca y, de nuevo sin descompresión, pasamos de Pedro Sánchez a los token no fungibles (NFTs) y las criptomonedas. ¿Quién dijo que ARCO es aburrido? En este asunto reina el desconcierto entre los galeristas. Y no digamos entre los periodistas. Alberto de Juan, director de Max Estrella –una de las galerías más punteras en nuevas tecnologías–, aún no ha dado el paso: «No tenemos NFTs. Nos parece muy bien el blockchain, un sistema de garantía. El motivo por el que no hemos dado el salto es porque creemos que hay un peligro de burbuja y que se disparen los precios».
Daniel Canogar exhibe en esta galería ‘Maelstrom’, una animación degenerativa que emplea como fuente de datos imágenes de noticias ‘online’. Un algoritmo traduce esa información en una abstracción visual que nunca se repite. Semeja la obra de un expresionista abstracto norteamericano. «El mundo del coleccionismo de NFTs es otra galaxia que no tiene nada que ver con el coleccionismo tradicional. Hay especulaciones brutales. Es muy loco, cuesta entenderlo», advierte. El año pasado presentó en ARCO ‘Shred’, «una crítica a los NFTs. La estética me parece muy banal. Tuvo mucho interés, pero no se vendió ninguna. Mi galerista en Nueva York me dijo: ¿por qué no asociamos un NFT a esta obra? Hicimos una edición de siete. Se vendieron todas, la última por 130.000 dólares». Paradojas del arte. Ayer se abordaba en un foro de ARCO, bajo el título ‘NFTs:¿qué estamos comprando?’ Eso nos preguntamos todos.
«Dependemos de las necesidades que tengan nuestros artistas. Algunos están pensando la posibilidad de hacer NFTs. Y, si eligen esa vía de trabajo, tendremos que explorar, investigar y desarrollarla. No somos capaces de saber si esto es una burbuja o algo que se va a quedar. Pero está en auge y va a ser una eclosión. Si las ferias empiezan a crear nuevos espacios para que se puedan presentar, ahí estaremos», advierten los galeristas Raquel Ponce y José Robles. José Martínez Calvo y Luis Valverde, de Espacio Mínimo, son más escépticos: «¿Tú pagarías mil euros por un salvapantallas? Hay unos listos que están haciendo un negocio muy raro. Lo que estamos viendo es un timo». El único que parece tenerlo muy claro es Solimán López, que el año pasado vendió el primer NFT de la historia de ARCO. Este año repite en la Galería Baró de Palma de Mallorca: «Presento el proyecto ‘Olea’, que se puede adquirir como formato NFT. Es una propuesta que mezcla biotecnología con tecnología blockchain. Programamos una criptomoneda que se llama Olea y el contrato inteligente de la criptomoneda, que es un archivo digital, lo hemos sintetizado en ADN. Y hemos incluido esas moléculas de ADN en aceite de oliva».
Si cuesta encontrar los NFTs en ARCO, no ocurre igual con las mujeres artistas, que se multiplican por toda la feria. Al igual que ya ocurrió el año pasado, los proyectos especiales están dedicados exclusivamente a ellas. Paseando por la feria nos topamos con obras de Liliana Poter, Marina Abramovic, La Ribot, Cristina Iglesias, Asunción Molinos, Colita, Cristina de Middel, Elena Asins, Paula Rego… De esta última, a la que dedicará una exposición el Museo Picasso de Málaga, cuelga en Marlborough el retrato de una mujer con un feto. Su precio, 805.000 euros.
Y hablando de mujeres, ARCO siempre ha cumplido de sobra la cuota. Al menos en la dirección de la feria. Juana de Aizpuru no ha faltado ningún año a la cita de ARCO en estos 41 años. Fue su primera directora y sigue al pie del cañón con la galería que lleva su nombre. Incombustible a sus quién sabe cuántos años (genio y figura), puso en marcha esta feria en 1982 con muchas ganas y no menos tesón. Nació en el restaurante ‘El burladero’ de Sevilla. «ARCO tiene un buen prestigio y se ha hecho un hueco en el calendario internacional. El público tan entusiasta de ARCO no lo tiene ninguna feria del mundo, vienen a pasarlo bien. Es la fiesta del arte», explica Juana. ¿Alguna debilidad tendrá, no? «Sí, alguna. El punto débil del coleccionismo español es que las grandes fortunas no han entrado. El dinero está en España en manos bastantes conservadoras. Siguen comprando Van Gogh, Manet, Renoir… No se acaban de apasionar por las nuevas tendencias». Para Helga de Alvear, otra histórica de la feria, «ARCO es una superferia, está fenomenal. Este año han venido muchos coleccionistas. El problema es que en España cuesta mucho vender. Pero dinero hay». Solo ha faltado un año a la cita en toda su historia, como protesta. Menuda es ella. Una hora después de abrir sus puertas la feria, ya había comprado obras de Donald Judd, Joel Shapiro (una espectacular escultura multicolor en Cayón) e Inés Medina. A sus colegas le hacen los ojos chiribitas cuando la ven pasar por sus estands.
Aparte del arte más crítico, reivindicativo, político y tecnológico, también está presente en ARCO el arte más codiciado por los coleccionistas. Eso sí, no apto para todos los bolsillos. La galería Leandro Navarro pone al mal tiempo su mejor cara y ha tirado la casa por la ventana con obras de mercado internacional. Un óleo sobre masonita de Miró, ‘Vol d’oiseaux entourant le jaune d’un éclair’, de 1973, se vende por dos millones de euros. Enfrente, dos dibujos y una escultura de Matisse. Apenas hay obras del artista francés en el mercado español. A un lado, un autorretrato de Chagall como un gallo (600.000 euros). En la galería Mayoral de Barcelona, un Tàpies que estuvo en la Bienal de Venecia del 93 está a la venta por un millón. El mismo precio de un Millares, que estuvo también en la cita veneciana, pero en el 58. La galería Cayón dedica un espacio espléndido al desaparecido Martín Chirino con preciosas esculturas. Un año más Lelong apuesta por Jaume Plensa. Esta vez con una de sus ya celebérrimas cabezas de mujer (Hortensia, se llama), realizada en pórfido, un tipo de roca. Le acompañan obras de Tàpies, Dubuffet, Kiki Smith, Kounellis… Juan Muñoz y Olafur Eliasson están presentes en la galería Elvira González con sendas piezas de espejos. Del artista danés se incluye en una sala anexa al estand una imponente y fotogénica (carne de selfis) proyección de luces led con filtros de colores. No sueltan prenda de su precio.
Con un año de retraso a causa de la pandemia, ARCO celebra este año su 40 aniversario con un proyecto donde se exhiben clásicos contemporáneos. Sergio Rubira, uno de los comisarios, explica que «es un homenaje a las galerías que han apoyado la feria por su fidelidad. Una especie de museo imaginario con obras huérfanas que deberían estar en museos». Cuatro pintoras realistas ya fallecidas (Amalia Avia, Isabel Quintanilla, Carmen Laffón y María Moreno) comparten espacio de Leandro Navarro. El italiano Giorgio Persano ha traído dos de las piezas más espectaculares de esta edición: un iglú de Mario Merz y una construcción de Susana Solano del 87. La galería Chantal Crousel exhibe una pieza de Mona Hatoum. Elena Asins y Donald Judd son las apuestas de Elvira González; Rogelio López Cuenca y Dora García, de Juana de Aizpuru; Hernández Pijuan, Ràfols-Casamada y Perejaume, de Joan Prats. El estand de la galería 1900-2000 de París semeja una cueva de Alí Babá repleta de tesoros: Miró, Man Ray, Picasso, Picabia, Brassaï… Tras la pandemia, dice Sergio Rubira, se ha llevado a cabo una reflexión sobre el futuro de las ferias de arte: era necesaria una revisión del pasado para afrontar el futuro.
Resulta muy curioso en este ‘ARCO (40+1)’ la instalación ‘Kitchen Pieces’ (2012), de la alemana Karin Sander, en Helga de Alvear. La artista clavó en las paredes de Villa Massimo en Roma una colección de verduras, a semejanza de los frisos o cenefas vegetales que se repiten en la historia del arte. En el estand cuelgan en las paredes lechugas, coliflores, berenjenas, pimientos, brócoli, plátanos, fresas, uvas… Todos reales. El célebre plátano pegado a la pared con cinta adhesiva de Maurizio Cattelan que tanto revuelo causó en Art Basel Miami resulta que es un plagio. Cada fruta o verdura de Sander cuesta 7.500 euros. Nos dicen que lo que compras en realidad es el clavo, artesanal eso sí, con el que cada pieza se clava a la pared, y el certificado de la obra. Cuando se pudran las piezas de fruta y verdura, se sustituyen por otras. Y tan frescas. Bien podría ser una metáfora del precio de la lista de la compra.
Abandonamos ARCO. Wynnie Mynerva sigue rodeada de periodistas hablando de su vagina cerrada.
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