25 noviembre, 2024
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Gabriela Wiener: “Lo anticolonial es una manera de vivir y de existir frente a un sistema”

Gabriela Wiener es marrón. Es peruana y vive en España, y dice que ha sufrido tanto racismo en la vieja capital del Virreinato como en Madrid.

“Huaco Retrato”, la nueva novela de la periodista y escritora peruana Gabriela Wiener, plantea un recorrido por temas universales como la identidad, el racismo, la exploración del deseo y la muerte del padre contados desde una perspectiva profundamente personal y carnal, mediante una prosa en pedazos que fluye entre el pasado fantasmagórico y el presente audaz de la autora. “Toda la literatura es ideológica, especialmente la que intenta no serlo”, sostiene.

Gabriela Wiener es marrón. Es peruana y vive en España, y dice que ha sufrido tanto racismo en la vieja capital del Virreinato como en Madrid. Una de las primeras cosas que cuenta cuando comienza la entrevista es que desde los discursos racistas se impone una idea tan ridícula como ofensiva: que las personas marrones no se bañan.

Lo cuenta entre risas, acaso utiliza el humor como tránsito para soportar, pero la historia de Wiener es la de miles de migrantes marrones que llevan la extranjería sellada en el cuerpo a donde sea que vayan. Especialmente si eligen vivir en un país europeo. En “Huaco Retrato” (Pengüin Random House), la autora bucea en la historia de su tatarabuelo, un “descubridor” blanco, y en el posterior robo de la historia y las raíces de todo un continente.

“Toda la literatura es ideológica, especialmente la que intenta no serlo”Gabriel Wiener

La memoria saqueada, la apropiación cultural y la historia bastarda es reconstruida por la escritora en una operación que entreteje pedazos: el tatarabuelo Charles, que llegó a Perú en 1878 como explorador del imperio europeo para buscar el Machu Picchu. El saqueo de más de 4.000 huacos (retratos de madera) y el robo de un niño. Una familia negadora, un árbol genealógico al que le faltan partes y los avatares sexuales y sentimentales de una vida actual junto a un marido “cholo” y una esposa blanca.

Wiener le pone el cuerpo a la reconstrucción de una historia bastarda que no encuentra respuestas en la realidad pero se las inventa en la ficción. Aunque gran parte de su obra pueda considerarse de auto-ficción, ella prefiere despegarse de esta etiqueta para complejizar la mirada sobre “Huaco Retrato”. Ir en contra de las estructuras es, de cierto modo, su manera de vivir.

La muerte de su padre y los fantasmas de su herencia marcan el retorno de Wiener con esta exploración memorable sobre el amor, el deseo, los celos y el racismo.

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– Télam: ¿De qué manera y cuándo te diste cuenta que la historia de tu tatarabuelo podía ser una novela?
– Gabriela Wiener:
Siempre supe que quería escribir una novela sobre Wiener porque me extrañaba mucho mi apellido: no tenía nada que ver con mi cara. Sabía que mi familia me estaba contando sólo la superficie. Tenía en mis manos un libro suyo de 1000 páginas que siempre supe debía leer. Trabajo con textos y me encanta el archivo, he hecho mucha literatura documental. Sabía que ahí tenía algo que podía explotar, y efectivamente abrir ese libro fue darme cuenta de todo: de dónde venía y cómo yo estaba en las antípodas de sus discursos. Él era un progresista de la época, en realidad. En tanto judío no buscaba el exterminio. Más bien creía en la “rehabilitación”, y en ese sentido el discurso de Charles es más bien actual. Los políticos españoles me suenan como él: hablan del mestizaje, de la reeducación del indio, de ser migrante integrado.

Había un personajazo y había cuestiones de la identidad fundamentales, pero al mismo tiempo la cosa crecía y se ampliaba a comunidades enteras. Porque esta no es una historia sólo mía, aquí había una cuestión de identidad que se comparte en los siglos por andino descendientes, precisamente por lo colonial, por el saqueo. Y luego descubro que se había llevado un niño indígena: esto abrió nuevos sentidos para la fabulación. Aparecieron cosas que nunca se iban a completar a través de la no ficción o la investigación, y que completé literariamente.

– T: En la novela planteás que esta es una historia de “fragmentos robados”. ¿Encontraste las respuestas que buscabas? ¿Qué otras preguntas se abrieron en el proceso y tras la publicación del libro?
– GW: Es una historia que se asume como incompleta, es una búsqueda permanente. No sé si en algún momento dije que esto cerraría, pero cuando hablo de historia pues hablo de un relato que también tiene una parte de recreación o de inventiva, necesariamente, porque sí hay una memoria que fue borrada, pisoteada y sepultada. El libro propone esta especie de desenterramiento reparador que es lo contrario al saqueo, y al mismo tiempo de construcción de un relato alternativo, o por lo menos una disputa del discurso patriarcal, tradicional y colonial. Porque incluso dentro de las propias familias se dan relaciones de poder jerárquico, también a partir de la raza y de la clase.

A nivel identidad y búsqueda personal, el libro cierra muchas cosas simplemente por ponerlas sobre la mesa, por hablar de cosas que estaban acalladas. Silencios que pertenecen al ámbito de lo familiar, lo que se guarda detrás de los armarios. En ese sentido es un relato transgresor, que va en contra de los mandatos sociales discriminadores o excluyentes de realidad, de sujetos, de cuerpos. En este proceso de rearmar las piezas y descolonizar, hay que romper.

– T: En un tramo decís que “Dios es blanco y la historia es blanca y masculina”. ¿”Huaco Retrato” viene a discutir esta estructura desde un lugar singular, o dialoga con otros productos culturales similares que disputan los mismos sentidos?
– GW: El libro ha tenido un sentido de oportunidad, no de oportunismo, porque ha caído en un momento en que estamos discutiendo todos estos temas de identidad. El empuje de los feminismos trajo una mirada interseccional y abierta para mirar y pensar los derechos, identidades y violencias, no quedándonos nada más en una identidad de género o blanca. Se han empezado a recuperar textos de pensadoras sobre el racismo y hay movimientos sociales que lo sostienen. Estamos, además ante una reacción de los movimientos de liberación que crecen, las fuerzas conservadoras están sacando la cabeza y perdiendo la vergüenza. Es un momento socialmente interesante, donde hay un cruce de discursos políticos muy fuertes. Me interesa una literatura que no esté todo el rato ensimismada y reivindicando su textualidad, me gustan los textos que son parte de su tiempo, que conversan con lo que está pasando.

“Huaco Retrato” se publicó días antes del 12 de octubre, que es en España la fiesta nacional. Es un libro de una migrante peruana, de una excolonia, que está aquí haciéndose estas preguntas, que está hablando de identidad del sur global, de migración, de cuestionar estructuras coloniales que todavía subsisten. Soy, además de escritora, una persona que está en el mundo. Mi libro es un libro político, escrito por una escritora y activista, que lógicamente contiene muchas cosas en las que creo y no tengo ningún temor a la crítica. Se nos acusa de estar instrumentalizando el dolor, de victimizarnos, de hacer una literatura ideológica. ¿Cómo no va a ser ideológica? Toda la literatura es ideológica, sobre todo la que intenta no serlo. La ideología de la nada, del statu quo. Ya no es tan importante lo más o menos literaria que sea la novela, sino que como dice Josefina Ludmer, son escrituras que están fabricando presente.

– T: En el libro hablás de lo bastardo, y pensé en cómo los argentinos nos identificamos con la herencia europea, negando gran parte de nuestras raíces y nuestra historia. ¿Pensás que esto es un mecanismo de los Estados de América Latina?
– GW: Bueno, yo cuando hablo de la bastardía la encarno. Me gusta el concepto de María Galindo de “lo bastardo como esa memoria que activa el conflicto”, frente a una visión del mestizaje que es más bien pacificadora. Con la figura del huaco quiero hablar específicamente de los cuerpos marrones, y de la experiencia bastarda de los cuerpos marrones o andino-descendientes específicamente. En ese sentido el huaco es una metáfora de esas identidades que fueron saqueadas, descontextualizadas, llevadas a otro lugar. La protagonista del libro tiene un presunto antepasado, porque ni siquiera se confirma que lo es. Está siempre puesto en duda. En ese sentido todas nuestras identidades son dudosas y las hemos vivido así: con dolor. Venimos de experiencias muy violentas: violaciones, dueños de la hacienda que esclavizan, compra de personas. En los procesos de inserción social, que incluyen mucho blanqueamiento, esto se borra. Y no se transmite. Esa dinámica viene desde los lugares de poder y además las propias familias de descendientes no quieren que estas cosas se sepan. Esta reivindicación de lo bastardo para lo marrón es muy importante.

En “Huaco Retrato” se habla de esa comunidad creada, de esa familia elegida, de esos lugares de diáspora donde encuentras finalmente familia. Es decir: no lo tengo, me lo invento. Huaco es esto: romper para hacer tu propia genealogía. En este mismo sentido la sociedad argentina es una sociedad blanqueada, que borra a sus indígenas, y ahí están los colectivos como Identidad marrón recordándoles que Argentina no es blanca.

– T: El registro literario, la prosa de Huaco Retrato es, también, descolonizado. ¿Fue algo pensado previamente o te lo dio la misma historia?
– GW: Creo que ha sido entenderme a mí como escritora. No he podido nunca escribir un libro monolítico, esas grandes novelas que nos han dicho que tenemos que escribir para que nos hagan caso. He sido siempre una escritora de fragmentos, muy de los pedazos. He sido también una escritora a destajo porque vivo el día a día escribiendo, vendiendo mis artículos como periodista freelance. Muchas veces esas escrituras han arrancado la posibilidad de un libro, han empezado así, en un medio periodístico. Lo anticolonial no es una estética, es una manera de vivir y de existir frente a una norma o estructura y un orden, un sistema. Mi libro es una expresión clarísima de la escritora que soy: de fragmentos, de recoger pedazos, de coser trozos de historias. Y eso es anticolonial.

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