En su nueva novela, “La última vez”, Guillermo Martínez construye una intriga literaria en la cual se teje un misterio vinculado a los malentendidos de la literatura, en particular a la distancia entre lo que el escritor cree que hace y lo que piensan el agente literario, el editor, los críticos o los lectores: “La ficción es como el acto de un ilusionista, donde lo crucial es lo que ocurre por ‘delante’, en la lectura; siempre el truco detrás de bambalinas será irrisorio, prosaico”, dice.
La obra, recién publicada por Planeta, transcurre a principios de los 90 en el post boom y entre otros personajes hay una agente literaria que recuerda a la legendaria Carmen Balcells. “La última vez” está relacionada con una nouvelle de Henry James titulada “La próxima vez”, aunque en clave contemporánea. Un escritor argentino recluido en Barcelona tiene una enfermedad terminal degenerativa y está escribiendo una última novela y como presiente que no llegará a verla publicada convoca a su último lector.
Martínez nació en Bahía Blanca en 1962. Ganó numerosos premios internacionales y es uno de los escritores vivos más traducido en el mundo. Entre sus obras se destacan su primera novela “Acerca de Roderer”, “Crímenes imperceptibles” -llevada al cine por Alex de la Iglesia- y “Los crímenes de Alicia”. La lectura en clave, la matriz del policial y una cuidada escritura reaparecen en esta nueva novela.
“La ficción es como el acto de un ilusionista, donde lo crucial es lo que ocurre por ‘delante’, en la lectura; siempre el truco detrás de bambalinas será irrisorio, prosaico”Guillermo Martínez
Télam: ¿Una lectura de una novela en clave puede llevar a una lectura paranoica?
Guillermo Martínez: Sí, y no sólo en el caso de la novela en clave: es fácil perderse en el bosque de los signos. En la primera página de otra novela mía yo mencionaba al pasar, como una pequeña ironía entre profesores, un título de Saer: “Nadie nada nunca”. Y bien, ¡un crítico intentó leer el resto de la novela como si yo me hubiera propuesto un contrapunto con esa obra de Saer!
Me ha pasado también que críticos y lectores tratan de extraer interpretaciones simbólicas desmesuradas a partir del nombre de los personajes. O que tengan el afán de descubrir lo autobiográfico “por detrás”.
Pero la ficción es como el acto de un ilusionista, lo crucial es lo que ocurre “por delante”, en la lectura; siempre el truco detrás de bambalinas será irrisorio, prosaico. Dicho esto, en el caso de esta novela la intriga principal es descubrir la clave en la obra de un autor, si la hay. Eso naturalmente puede llevar a leer las pistas de varias maneras y a teorías más o menos delirantes, tal como ocurre con la elección del posible asesino en la lectura de un relato policial. Y estaría bien: quise escribir una novela sobre la escena literaria que tuviera los elementos de suspenso e incertidumbre del género policial.
En la primera semana de marzopic.twitter.com/fEtZn1Af8L
— Guillermo Martínez (@leoysubrayo) February 23, 2022
T.: ¿Los escritores están pendientes de la crítica? ¿Cuánto altera la vida de un escritor la mirada del otro?
G.M.: Esto ha cambiado mucho desde el surgimiento de Internet. En los años 90, época de mi novela, la suerte de un libro se jugaba en las reseñas de tres suplementos culturales y no había mucho más, salvo algunas revistas esporádicas. Que un libro fuera reseñado era ya una victoria, una mínima chance de existir. Había un diario que tenía incluso la política de no reseñar primeros libros, y esperar al segundo. En ese contexto los escritores estaban pendientes de la posibilidad de una reseña: a veces era la única opinión pública sobre su libro. Una crítica lapidaria puede por supuesto afectar la vida y la obra de un autor: basta pensar en Witold Gombrowicz, que escribió prácticamente todos sus libros sobre el tema de la inmadurez, a partir de una reseña en la que trataban a su primer libro de inmaduro. Tuvo la reacción del “¿Ah sí? Ahora van a ver lo que soy capaz de hacer con este tema”. Y le dedicó la vida entera. Yo conocí a escritores jóvenes en los 90 muy deprimidos por reseñas adversas, que incluso dejaron de escribir. Todo esto cambió con las redes sociales y las lecturas en circuitos múltiples, donde pueden aparecer distintas apreciaciones y miradas.
De todas maneras, también cambia la percepción de la crítica con la edad y el desarrollo de una obra. La crítica es más importante para un escritor que se inicia, en sus primeros libros y ya uno deja casi de prestarle atención más adelante, cuando conoce mejor el tablero y los jugadores de su época, los criterios y prejuicios estéticos ajenos y los propios.
T.: ¿Todo escritor padece el malentendido del lector?
G.M.: Este es el tema de fondo de mi novela: ¿la literatura es, fatalmente, malentendido? ¿O habría formas de leer más apegadas al propósito y las claves del escritor? ¿Se puede inferir a partir de lo escrito la tormenta cerebral de intenciones que animaba al autor? Es la diferencia, digamos, entre la idea de Umberto Eco de obra abierta, de “apropiación” del lector, y la idea de Edward Said (o de Susan Sontag) de precisar y jerarquizar entre distintas interpretaciones. Esta es una de las formas de un problema filosófico más amplio, planteado por Wittgenstein, sobre qué significa seguir una regla, que reaparece en muchos otros contextos y que persigo de novela en novela: en la cuestión de las posibles continuaciones de una serie lógica (la serie de crímenes en “Crímenes imperceptibles”); en el dilema del “verdadero” significado de una palabra en un idioma extranjero o alienígena (la palabra “Gavagai” en “Los crímenes de Alicia”); y en general en la distancia entre lo sintáctico, el texto escrito como sucesión de símbolos, y las posibles interpretaciones (como en “Pierre Menard, autor del Quijote”, de Borges)
T.: Si tuvieras que elegir entre ser la señora Highsmore del cuento de James, que no puede dejar de tener éxito o el escritor oscuro, Limbert, de un genio no reconocido ¿cuál elegirías?
G.M.: El problema con lo que se suele llamar “éxito” en literatura, tanto si es de crítica como de público, es que depende de la opinión de los otros, y muchas veces de algún aspecto sociológico o generacional, de la música de época, que algunos deciden tocar y otros no. En deportes como el tenis, que reaparece en esta novela, hay una idea de éxito bastante clara en ganar, por ejemplo, un torneo, y se puede lograr incluso con toda la tribuna en contra.
También en la matemática el éxito es algo que puede reconocer uno mismo al hallar la demostración difícil de un teorema importante. Grigori Perelman demostró la conjetura de Poincaré, la publicó en un sitio de preprints sin esperar referato, rechazó el millón de dólares que le correspondía de premio y ni se molestó en dar entrevistas. Había resuelto uno de los siete problemas abiertos más famosos de la matemática y no necesitaba la opinión de nadie sobre su genio. Si uno pudiera tener en literatura esa convicción íntima elegiría por supuesto al oscuro Limbert, ¿quién no?
T.: El erotismo es clave en toda la novela ¿cuáles son tus modelos de escritor sobre este tema?
G.M.: En la novela se nombra a Casanova (“Historia de mi vida”), a Henry Miller, a D.H. Lawrence y a Nabokov (por “Lolita”), dentro de una discusión sobre por qué la crítica literaria no suele apreciar las novelas de tema sexual. Pero en cuanto al tratamiento de lo sexual mis referentes son más bien dos escritores bastante olvidados, Erskine Caldwell y Alberto Moravia, quizá porque los leí en la adolescencia.
En ellos lo sexual aparece como ráfagas breves pero muy intensas y vívidas, nunca como la materia principal, precedidas por una atmósfera de tensión (en vez de la maratón de “números” hilvanados en que se convierte casi siempre la novela declaradamente erótica). Y desde el lado cómico o filosófico, tuve en cuenta a Gombrowicz: la escena del partido de tenis dentro de mi novela evoca directamente a “Los hechizados”.
T.: ¿Cómo debe articular el escritor la relación entre ficción y datos biográficos?
G.M.: No sé “cómo debe”, supongo que cada cual lo resuelve a su manera. Yo podría decir que cuando hago un pie en lo autobiográfico es para transmutar ese elemento “real” en algo diferente, para aguzar en lo ficticio su sentido simbólico. Por ejemplo, cuando fui a Barcelona a ver por primera vez a la ya legendaria Carmen Balcells, ella “realmente” me envió con su chofer a recorrer Barcelona y subí al Tibidabo. Ahora bien, yo tomo en mi novela ese recorrido como introducción al mundo literario del postboom de Barcelona en esa época y como una manera de mostrar, en el interrogatorio que le hace luego la agente a mi joven crítico, el carácter dual y el costado mefistofélico de ella en la misión que está por encomendarle.
En cuanto a las formas de leer, como ya dije -y repite mi personaje- creo que es mejor pasar por alto o despegarse de las anécdotas biográficas y leer sólo el mundo escrito, el mundo imaginado.
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