21 noviembre, 2024
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Hildegarda de Bingen: el camino de minas hasta ser una mística oficial

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Muy cerca de morir estuvo al llegar al mundo. Su infancia, muy frágil. Fue también la clásica niña especial en el sentido más recalcitrante de la palabra: taciturna, contemplativa, ensimismada, rarita… pero un detalle pone sonido al dibujo: su interior escuchaba a Dios. Estamos, concretamente, en el año 1098. Y Hildegarda de Bingen, la que luego sería la famosa monja mística, la protofeminista conservadora, la compositora, herbolaria y poeta, la santa protectora de los esperantistas, la primera sexóloga de la historia, acaba de nacer. Un nuevo libro titulado como ella, ‘Hildegarda’ (ed.Lumen), de la danesa Anne Lise Marstrand-Jørgensen, narra su peaje de incomprensión hasta contar con el ‘sí’ papal, hasta ser oficialidad. Porque, pese a la

 correspondencia divina, costó lo suyo.

La definida como ‘mujer más famosa del s.XII’ veía a Dios en la luz, que le hablaba, ya de muy jovencita. Predijo, según esta novela histórica, que un niño moriría en el parto, percibió al becerro de una vaca antes de nacer… Por estas trascendentales circunstancias, no le agobiaban los ordinarios problemas humanos; ella se centraba en otros menesteres (Dios). Cuando en la pubertad marcha a vivir al monasterio de Disibodenberg (Alemania), hay solo dos mujeres. La razón: eran tentaciones para el hombre de fe. Allí, a los religiosos presentes les funde a preguntas complejas y causa severos trastornos. Cuando no la dejan cantar en los salmos, por eso de encender el fuego del pecado de pensamiento, ella replica que no es justo prohibirle alabar al Señor con las capacidades que le ha dado. Entre tanto, no para de rezar para evitar que el Diablo se adentre en su corazón puro.

Y si ahora en Afganistán vuelve el burka, en el medievo cristiano las mujeres fueron un riesgo a la rectitud. «Pero también tenían su lugar. De hecho, si estudias las leyes de la época anterior a Hildegarda, la violación se consideraba un delito contra la propiedad del hombre. Luego, en su época, ya se les consideraba personas por derecho propio. No con muchos derechos, eso cierto. Antes del s.XIV, se podían acumular conocimientos y escribir. No digo que fuera una opción para mucha gente, mujeres o no. Esto fue antes de que el estudio de la medicina se confinara en las Universidades», contextualiza Marstrand-Jørgensen. En el monasterio de la novela, la escritora danesa pone reflexiones a los superiores de la niña: «La serpiente no se cansa nunca de servirse de la debilidad femenina para tentarnos con el camino que nos llevará a la perdición». O: «Mujer, tu nombre es Eva, y convenciste a Adán, a quien Satán no pudo convencer y por esa razón eres el medio de Satán».

Protofeminista conservadora

Por su bagaje de rebeldía, a Hildegarda se la conviertió ya hace años en icono feminista: «Creo que era una persona muy honesta que buscaba siempre la verdad. Pero su verdad es diferente de la de muchos otros, porque está convencida de que su verdad le llega de Dios. Y no es capaz de callárselo. Si ve algo que no está bien lo tiene que decir. Muchas feministas, sobre todo en los 70, se interesaron en la vida de Hildegarda porque la veían una mujer independiente, que tenía su carrera, que escribía música. Pero en realidad era bastante conservadora en cuanto al tema religioso. La autoridad de Hildegarda viene de creerse que no es ella la que manda sino que hay alguien por encima. Me interesa como protofeminista», responde la autora.

Para hacerse una idea de los embolados por los que transitó Hildegarda en su vida, habría que señalar que esta monja benedictina fue la primera persona de la historia en hablar del orgasmo femenino. En la novela, tiene sueños eróticos con Jesús. «Los tiene. El que tiene cuerpo tiene sensaciones, lo interesante era ver cómo gestionaba esa corporeidad. Su vocación es más importante que escuchar a su propio cuerpo… pero su cuerpo tiene su propio idioma, y, de alguna manera, se hace oír», responde la autora danesa. A la monja sanitaria le parecía bien que las mujeres se casaran, tuvieran hijos y se ocuparan de la casa. «Ella también es la Iglesia. Nunca he oído que hubiera una oposición a que hablara del orgasmo femenino y de los temas de los que hablaba. Lo veía como una cosa práctica, para ayudar a las mujeres a concebir. No es reacia al sexo, pero su meta es más alta. El sueño con Jesús es algo que le ocurre y acepta, está acostumbrada a aceptar un montón de situaciones complejas en otras áreas de su vida. Esa conciencia de tener un cuerpo y una sexualidad la hacen más comprensiva y la abren más a la realidad».

Compositora innata, también dio con un alfabeto secreto, todo ello de difícil aceptación para sus compañeros. De hecho, la novela relata como su vínculo con Dios fue, por fin, reconocido: «Bernardo de Claraval te defendió en la iglesia de Tréveris. El abad ha regresado con una carta del Papa Eugenio; has obtenido su aprobación. El Papa confirma que tienes el don de la visión y es Dios quien te habla. Dice que debes salir al mundo y explicar cuanto ves y oyes, porque nadie debe acallar una voz que procede del Señor». Antes, hemos asistido al prepartido ascético y al castigo por no ser una infante convencional: «A lo largo de la historia vemos como los niños sensibles e inteligentes funcionan de otra manera y se les reprime. En realidad, traen al mundo belleza y es una pena». Palabra de Marstrand-Jørgensen.

Finalmente, otro reconocimiento. En 2012, La lista de las «Doctoras de Dios», abierta por Pablo VI en 1970, incorporó como nuevo valor a Hildegarda de Bingen, «una de las mujeres más extraordinarias de la Europa del siglo XII», en palabras del cronista de ABC Juan Vicente Boo, que se unía así a Catalina de Siena, Teresa de Ávila, y Teresa de Lisieux como «Doctora de la Iglesia Universal».

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