22 noviembre, 2024
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Ignacio Peyró: «La comida inglesa es mucho mejor de lo que la pintan»

Ignacio Peyró (Madrid, 1980) lleva gran parte de su vida con un ojo puesto en el Reino Unido, escribiendo sobre sus genios, su sociedad y sus costumbres. En 2017 lo nombraron director del Cervantes de Londres y se marchó a la city, un lugar que define apoyándose en Samuel Johnson: «Quien está cansado de Londres está cansado de la vida». Ahora ha reunido sus artículos de tema británico en ‘Un aire inglés’ (Fórcola), un libro lleno de anécdotas, impresiones y pequeñas verdades, donde cabe desde la crítica cultural a la crónica intrépida.

—Le cito: «Casi todo el mundo se mete a periodista con el sueño de ser reportero e ir a la guerra; sin ninguna batalla a mano, yo este

 domingo he ido a un club de croquet».

—Me sacrifiqué por la humanidad. Yo siempre en la retaguardia de la información [se troncha].

—Bueno, esas cosas también son necesarias.

—Y a la gente le encanta, además. Pero es que ahora está muy de moda ser un poco triste y nihilista, y no gusta esto en los periódicos… Encima es una tradición muy española, y no me refiero a Camba, sino al Siglo de Oro: hay una risa y una mirada española desmitificadora e irónica que está en Cervantes, es más corrosiva en Quevedo y luego se vuelve más dulce en Galdós. Está ahí, sin duda.

—¿Recuerda su primer contacto con el Reino Unido?

—Las primeras nociones que tuve de Inglaterra fueron interpuestas: hermanas mías y vecinos míos que habían ido al país y me traían cosas. Todo aquello me causaba una gran fascinación. La anglofilia siempre ha tenido un punto muy material, curiosamente, cosa que no ocurre con la germanofilia, por ejemplo. Salvo que te dejes una melena wagneriana nadie tiene por qué saber tus gustos.

—¿Cómo le ha cambiado la vida vivir en Inglaterra?

—Yo llevaba una vida muy madrileña y casi madrileñista. Y Londres es una ciudad muy exigente, es una ciudad ceremonial. Decirle a alguien ‘oye, ¿tomamos algo esta noche?’ es un insulto. No puedes. ‘Estoy deseando verte, ¿nos vemos en dos semanas?’ Ese es el planteamiento.

—Nada que ver con Madrid, vaya.

—Es que Inglaterra es el país de la antelación. Y de la puntualidad. En los actos del Cervantes, diez minutos antes de que empiecen, siempre digo: ‘Dios mío, no ha venido nadie’. Bueno, pues dos minutos antes, como una escena de cine, ves que entra la gente por un lado, casi llevados por los hilos del destino, y de pronto, pum, todo el mundo ahí sin un solo ruido. Eso es muy llamativo…

—¿Cómo nos ven desde allí?

—En general, y no solo en Inglaterra, España tiene una imagen muy positiva, es un país que despierta buenas asociaciones. Es dificilísimo encontrar a un británico que no haya estado en España: yo no sé si conozco a alguno. Y les gusta mucho. No todo el mundo es un gran hispanista, pero en la parte académica hay un gran interés, y que además es creciente: no solo en historia o literatura, también en música o artes plásticas. Y en un estrato más popular, ahora mismo el español es la lengua de predilección para estudiar, siendo un país que nunca ha tenido incentivos para aprender otras lenguas.

—¿Cree que existe algo así como lo británico?

—Esto de los caracteres nacionales está muy desacreditado en las sociedades libres, en las que cada uno es hijo de su madre y su padre y además somos sociedades multiétnicas, con una diversidad de credos y orígenes de todo tipo, pero yo creo que sí que hay algo así como lo británico. Basta con ir a un aeropuerto: es impresionante la disciplina que tienen para hacer la cola. Nosotros llegamos y somos como manifestantes que fueran a tomar la puerta de embarque; ellos hacen una cola perfecta. Yo he llegado a ver colas de tres que parecían del ejército chino.

—¿La comida inglesa es tan mala como la pintan?

—Es mucho mejor de lo que la pintan, y además da gusto ver cómo ellos mismos la celebran. Tienen la costumbre del desayuno del fin de semana, que es una liturgia, lo que llaman el full english. Las salchichas, el beicon, el huevo… Es impresionante. Y el asado del domingo, también. Ellos han hecho mucha patria de la comida sencilla, en oposición a la cocina del continente, llena de aceites y sofisticaciones. Ellos reivindican el rosbif de la vieja Inglaterra, que es sencillo, honesto. Además, en algunos sitios de Londres tienes una representación de las comidas de fuera extraordinaria, muy pedagógica.

—Con ‘The Crown’ han logrado que la monarquía y su historia sea algo pop, ya.

—Es envidiable cómo convierten su historia, su patrimonio y su cultura en algo muy rentable. Como la figura de Churchill. Pero es que además ‘The Crown’ tiene muchísima exigencia. Hay un montón de gente viéndola para buscar defectos. Hubo una carta en la que se quejaban de que el actor que hacía del príncipe galés pescase tan mal con mosca, que aquello era un insulto. O que un mueble tenía que ser estilo regency, y era regency tardío. ‘¡Nos están tomando el pelo!’

—Es un país encantado con su historia, ¿no?

—Inglaterra es un país que en su momento de auge moderno, en el XIX, recibe una serie de influencias muy importantes que la llevan a mirar atrás, al pasado. En una sociedad fabril, industrial, tienes a un William Morris, a un Ruskin, tienes un movimiento de Oxford… Y lo que hacen estos es mirar hacia atrás para crear una estética. Es verdad: estéticamente los ingleses están enamorados de su pasado.

—A estas alturas, ¿ya tiene claro lo que es el humor inglés?

—Yo creo que es esa distancia irónica, un cierto gusto por la paradoja, y sobre todo una cosa que es muy importante: más que humor es finura. Más que la gran risotada, una pequeña sonrisa. Por eso es un síntoma de inteligencia.

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