22 noviembre, 2024
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Javier Pérez Andújar: «A medida que se pierde la libertad desaparece el humor»

Javier Pérez Andújar (Sant Adrià de Besos, Barcelona, 1965) ganó el último premio Herralde con ‘El año del Búfalo’, un artefacto literario no identificado repleto de golpes de Estado, revoluciones que acaban regular y psicofonías surgidas de no se sabe muy bien dónde; un libro por el que van desfilando dictadores y golpistas recién salidos de la Wikipedia y la hemeroteca de ‘Le Monde’ mientras cuatro tipos comparten encierro en un garaje y las notas a pie de página se hacen poco a poco con el control de la narración principal. «En la novela cabe todo, lo aguanta todo», relativiza el autor barcelonés, uno de los más hábiles equilibristas de la narrativa contemporánea.

a los escritores españoles nos viene muy bien, que venimos de la metafísica y de Santo Tomás», añade con sorna cuando empieza a buscar el germen de ‘El año del Búfalo’ en algún momento inconcreto de los años noventa, cuando aún le faltaba una década para publicar su primera novela. «Fue lo primero que quise escribir, pero en su momento no me atreví. Y no por mí, sino por la vida. Creía que con algo así la gente pensaría que no sabía escribir. Esa idea de que para poder atreverte con algo vanguardista primero has de dominar lo clásico… ¡Eso me pasa por estudiar!», explica el autor de ‘Los príncipes valientes’.

Por aquel entonces, Pérez Andújar trabajaba en una enciclopedia redactando entradas y pies de foto y, asegura, ya fantaseaba con que todos aquellos pies de foto se encadenasen en secreto para dar vida a una interminable novela. «Era imposible, porque luego por la propia compaginación venía alguien y cortaba el pie o cambiaba la foto», matiza. Con ‘El año del Búfalo’, revolucionaria novela sobre las revoluciones perdidas, el de Sant Adrià ha ido un poco más allá y ha animado a las notas a pie de página a dar un golpe de Estado contra la narración principal para replicar formalmente lo que se cuece dentro del libro. «Quería que el libro fuese un ser vivo al que le pasaba lo mismo que se explicaba dentro. Además, para alguien como yo, que siempre he sido marginal en todo, era normal que todo se acabase desplazando a los márgenes», explica.

—’El año del Búfalo’ hace referencia a un año chino en concreto: 1973. ¿Por qué?

—Es un año que le venía bien al libro. Además, con la crisis del petróleo, es como una barrera. Simboliza el momento en el que fracasa una manera de ver el mundo. Se desmorona el optimismo de la Europa progresista y vienen los años de plomo y el auge del conservadurismo. En España es el año en el que matan a Carrero Blanco.

—«En España siempre ha sido 1939, y sino 1492. Lo de 1992 fue un espejismo», escribe.

—Con el corazón en la mano se lo digo: como buen escritor español, tengo una visión negra de España. Es algo que siempre ha estado ahí, desde Quevedo hasta Cela. En el Lazarillo ya está ese pesimismo.

Cita también Pérez Andújar a Umbral, Gómez de la Serna y su adorado Gregorio Morán, presencia constante en las páginas de la novela, pero a la hora de buscarle parejas de baile a ‘El año del Búfalo’ se decanta por ‘Tintín y los Pícaros’, con sus militares golpistas y sus dictadores siniestros, y ‘El libro de los condenados’, de Charles Ford. «No es que esté en ‘El año del Búfalo’, es que está en mí», defiende. De ahí, insiste, su pasión por los márgenes y el extrarradio no estrictamente urbano. «Siempre he sido alguien marginal, ya fuese por el barrio en el que vivía o por ideas políticas», defiende un autor para quien el humor siempre ha sido algo indisociable de su propia creación. «No recurro a él. Me sale. Es como teclear con tres dedos o coger el lápiz de una determinada manera. De pequeño me gustaba mucho Mark Twain y me sigue gustando ahora, así que supongo que me gusta la gente que escribe con sentido del humor», explica.

—¿Y cómo casan humor y política?

—Es una relación que siempre ha existido. O había existido. La retranca de Carrillo y de Felipe, aquello de: ‘Hemos ganado, pero no sabemos quién’… Incluso Suárez tenía gestos de ironía.

—¿Eso se ha perdido?

—Es una manifestación de libertad e inteligencia que se ha constreñido. A medida que se pierde la libertad desaparece el humor. Los políticos eran gente libre que ejercía la política. Eran espontáneos.

—¿Dónde cree que encaja un libro como este ahora que todo tiende a la literalidad extrema?

—Es algo que me inquieta. Porque es verdad que a veces me dicen que es raro. Pero los libros no son raros. Si acaso, raros somos los escritores. Nadie diría que ‘Rayuela’ es raro. O ‘La Odisea’. Los libros no son raros. La inteligencia no es rara. Lo raro es que todo sea igual. Ahora ya no se lee por leer, se lee para buscar información. Es la trampa de los 2000. ¿Qué es eso de que un libro te ha de aportar algo? Ni que fuera una pata de jamón. Un libro es algo inútil que te hace sentirte muy útil.

—La novela está repleta de guiños al confinamiento.

—Era inevitable. Supura confinamiento. Lo de los cuatro del garaje estaba desde el primer día, pero lo que he hecho ha sido dejar transcrito el confinamiento en el libro. Y eso es bueno, porque quiere decir que se debe a su época, está comprometido con su tiempo. Y un artista ha de comprometerse con su época. No con una ideología política, sino con una época.

—¿Y usted se siente conectado con su época?

—Sí, pero desde los márgenes. Mi disco duro está formateado en el siglo XX. Y pudiendo ser del siglo XX, ¿por qué voy a ser del XXI? Pero vamos, que si cojo el ascensor lo hago en el siglo XXI, no en el XX.

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