21 noviembre, 2024
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La capilla Herrera de Carracci renace, fresco a fresco, en el MNAC

Los museos, defiende el director del MNAC, Pepe Serra, explican historias y relatos, y pocas historias tan apasionantes y tan artísticamente relevantes como el rocambolesco periplo de los frescos de Annibale Carracci para la capilla Herrera de la iglesia de Santiago de los Españoles en Roma. Un viaje de la Italia del siglo XVII a la España del XXI con ramificaciones en el Museo del Prado, el MNAC de Barcelona y la iglesia de Montserrat de Roma.

Una odisea que, casi doscientos años después, culmina de la mejor manera posible: con casi todas las pinturas que Carracci realizó para la capilla (faltan tres, de ahí que el casi, que se dieron por perdidas en en siglo XIX) reunidas por primera vez desde que fueron arrancadas en 1833. Una operación rescate que permite también reivindicar la figura de un artista revolucionario pero poco reconocido que, apunta el comisario de la exposición y director adjunto de Conservación del Museo del Prado, Andrés Úbeda, «decidió contestar el arte prevalente en ese momento».

«Estamos hablando de una restitución importante», subraya Úbeda justo antes de recordar que Annibale Carracci (Bolonia, 1560-Roma, 1609) fue, junto con Caravaggio, uno de los máximos reformadores de la pintura barroca. «No se dejen engañar por la poca presencia y el poco conocimiento existente actualmente de este personaje», advierte. «La exposición cuenta un momento absolutamente fundamental dentro de la evolución de la pintura occidental como son los primeros años del siglo XVII en Roma. Y lo hace a través de un pintor fundamental como era Carracci», añade el director del Museo del Prado, Miguel Falomir, durante la presentación de una muestra que, tras levar anclas en la la pinacoteca madrileña el pasado mes de marzo, recala en Barcelona hasta el 9 de octubre.

«No se dejen engañar por la poca presencia y el poco conocimiento existente actualmente de este personaje»

Andrés Úbeda

Director adjunto de Conservación del Museo del Prado

En noviembre, cuando ‘Annibale Carracci. Los frescos de la capilla Herrera’ viaje a la Gallerie Nazionali di Arte Antica de Roma, se cerrará un círculo que empezó a dibujarse en 1602, cuando el banquero palentino Juan Enríquez de Herrera encomendó al pintor italiano decorar una capilla dedicada al monje franciscano San Diego de Alcalá. Carracci, que acababa de terminar la sensacional Galería Farsene, se volcó con el proyecto, pero al cabo de un par de años su cuerpo dijo basta y una grave enfermedad lo dejó fuera de juego. Sería Francesco Albani, colaborador estrecho de Carracci, el encargado de terminar los frescos siempre bajo la supervisión del maestro y con sus dibujos preparatorios como mapa a seguir. Una docena de estos bocetos, pertenecientes a la Colección Real británica, se expone también en el MNAC junto a libros de exequias de los Reyes de España que muestran el interior de la iglesia.

Imagen secundaria 1 - La iglesia de Santiago de los Españoles, actualmente Nuestra Signora del Sacro Cuore, fue desde mediados del siglo XVI hasta el XVIII uno de los lugares de mayor importancia religiosa, simbólica y representativa de la monarquía española en Roma. Vinculada a la Corona de Castilla, comparte protagonismo en la plaza Navona de Roma nada menos que con Sant'Agnese in Agone y con las fuentes de Bernini y Borromini
Imagen secundaria 2 - La iglesia de Santiago de los Españoles, actualmente Nuestra Signora del Sacro Cuore, fue desde mediados del siglo XVI hasta el XVIII uno de los lugares de mayor importancia religiosa, simbólica y representativa de la monarquía española en Roma. Vinculada a la Corona de Castilla, comparte protagonismo en la plaza Navona de Roma nada menos que con Sant'Agnese in Agone y con las fuentes de Bernini y Borromini

Una plaza repleta de tesoros.


La iglesia de Santiago de los Españoles, actualmente Nuestra Signora del Sacro Cuore, fue desde mediados del siglo XVI hasta el XVIII uno de los lugares de mayor importancia religiosa, simbólica y representativa de la monarquía española en Roma. Vinculada a la Corona de Castilla, comparte protagonismo en la plaza Navona de Roma nada menos que con Sant’Agnese in Agone y con las fuentes de Bernini y Borromini


Gaspar van Wittel / MNAC

El gran atractivo de la muestra, sin embargo, está en las pinturas murales que Carracci ideó para la iglesia de la plaza Navona y que en Barcelona se muestran con un montaje algo diferente que el de Madrid. «Queríamos hacer énfasis en una cuestión que es muy importante en nuestra colección: la pintura mural aplicada a la arquitectura y toda la cuestión patrimonial de qué pasa con los frescos cuando se arrancan por condiciones de peligro, guerra o clima», explica Pepe Serra. De ahí que, sin llegar a reproducir la disposición original de la capilla, el MNAC sí que haya apostado por la verticalidad y por mostrar los frescos en altura.

Del esplendor al olvido

 

Explica Andrés Úbeda que, durante los siglos XVII y XVIII, cada vez que aparecía una referencia a la capilla Carracci los elogios eran superlativos, pero llegó el siglo XIX y todo cambió: la decadencia de la presencia española en Italia, sumada a los problemas de mantenimiento de la iglesia, llevó a una carrera «hacia la ruina» y la venta de la iglesia. Antes de eso, en 1833, las pinturas fueron arrancadas en una operación realizada por Pellegrino Succi y depositadas temporalmente en la iglesia de Montserrat de Roma. Entraron 19 frescos pero solo 16 embarcaron en 1850 rumbo a Barcelona. ¿Los otros tres? Nadie sabe qué ocurrió con ellos. Tampoco se sabe qué pasó para que nueve fragmentos se quedaran en Barcelona y otros siete viajaran a Madrid. «Se desarrollan una serie de episodios oscuros que no he sido capaz de desentrañar», apunta Úbeda.

En un principio, añade el comisario, el destino final era Madrid, pero Isabel II, a través de una real orden, regaló las pinturas a la ciudad de Barcelona. «Sin que sepamos ni cómo ni por qué, una parte de esas pinturas termina viajando a Madrid, al Museo de la Trinidad. Los nueve fragmentos de mayor tamaño permanecieron en Barcelona y los siete más pequeños viajaron a Madrid. Cómo se torció la voluntad de la reina es algo que no he sido capaz de desentrañar», relata Úbeda.

Es justo entonces cuando la obra maestra de Carracci desaparece del mapa, «de los libros y del conocimiento». «En 1971 incluso se escribió una monografía que daba los frescos por irrecuperables y decía que el último capítulo de la vida de Carracci era imposible de conocer», asegura el comisario. La realidad, sin embargo, era que las pinturas permanecían en Madrid y Barcelona a la espera de que alguien se decidiese a hacer algo con ellas.

En los años noventa, el MNAC ya emprendió un proceso de restauración de sus nueve piezas, pero tuvieron que pasar cerca de dos décadas para que el Prado se pusiera manos a la obra con las suyas. El estado de conservación de los frescos, sin embargo, no auguraba nada nuevo. «No estábamos convencidos de poder llegar aquí», desliza el comisario mientras señala el magnífico ‘Padre eterno’ de Francesco Albani que remataba la linterna de la capilla. A su lado, los trapecios y óvalos que narran la vida del santo y los flamantes frescos dedicados a la ‘Asunción de la Virgen’ y a los ‘Apóstoles alrededor del sepulcro vacío de la Virgen’ confirman que, después de todo, sí que se ha llegado a buen puerto.

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