21 noviembre, 2024
Cultura

Las Descalzas Reales reabren sus puertas renovadas

La serie del ‘Ministerio del Tiempo’ ubicó su puerta al pasado en el Palacio de la Duquesa de Sueca, pero la auténtica entrada a la Historia se encuentra justo detrás de la calle Preciados. La cantinela de Cortilandia que resuena estos días prenavideños en el centro de Madrid enmudece al cruzar la puerta del Real Monasterio de las Descalzas Reales, donde 19 monjas clarisas viven entregadas a Dios, con su huerta y sus rezos, entre cerca de 2.000 obras de arte que gestiona Patrimonio Nacional. Cerrado al público desde marzo de 2020, el convento reabre el próximo 2 de diciembre con un acto que estará presidido por la Reina Letizia y con un nuevo recorrido que explica mejor

 el legado que atesora.

«Desde que este monasterio de clausura se abrió a la vista pública hace 61 años, se ha ido investigando en profundidad su colección artística y ahora todo ese trabajo permite que el discurso expositivo sea mucho más depurado», explica la conservadora Ana García Sanz. La salida de casi 200 piezas para la exposición ‘La otra Corte’ del Palacio Real fue el detonante para emprender la renovación de la instalación eléctrica y pintar las ocho salas de la entreplanta, donde se han colgado las obras con un nuevo orden.

Interior del convento de las Descalzas Reales
Interior del convento de las Descalzas Reales – Ernesto Agudo

Apenas unos días antes de su reapertura, solo los ruidos de las restauradoras que se afanan en los últimos retoques perturban la insólita calma que habita entre sus recios muros. Allí nació Juana de Austria (1535-1573), hija menor del emperador Carlos V y princesa de Portugal, en el entonces palacio del tesorero real Alonso Gutiérrez y tras convertirlo en monasterio de monjas clarisas, en él vivió y quiso ser enterrada. De la casa-palacio originaria aún perviven algunos elementos como la Escalera Principal renacentista, decorada en los siglos XVI y XVII con pinturas murales. Todo el que visita el monasterio se detiene casi abrumado por su extraordinaria belleza. Eso no ha cambiado en nada, pero quien ascienda el primer tramo de peldaños y continúe el recorrido a su derecha comenzará a sorprenderse.

Restauración de unas pinturas murales
Restauración de unas pinturas murales – E.Agudo

«Se han ubicado y combinado obras de otra manera y se han sacado piezas de salas que no se visitaban o de zonas donde no se veían bien», explica la conservadora de las Descalzas Reales. Un cuadro de San Francisco penitente se ha reunido en la primera de las salas con los santos fundadores de órdenes religiosas y ermitaños que servían de modelo a las religiosas. A su lado, en la llamada casita de la infanta sor Margarita de la Cruz, archiduquesa de Austria y una de las monjas más relevantes del convento, se han restaurado sus pinturas murales y se muestran ahora obras traídas de otras salas que explican sus dos grandes devociones: la pasión de Cristo y el Niño Jesús. «Ella reunió una colección de figuras del Niño Jesús y llegó a tener muchas», recuerda García Sanz.

A pocos pasos, la capilla del arcángel Jehudiel se ha depurado de imágenes y al arcángel elegido por este monasterio como protector de la comunidad acompañan ahora pequeños cuadros de los otros seis. Quizá estos pasen desapercibidos por el visitante, que en cambio sí advertirá los cambios llevados a cabo en la sala del Candilón y en el Salón de Reyes.

Cuadros de la Sala del Candilón
Cuadros de la Sala del Candilón – Ernesto Agudo

En la primera, llamada así por el candil que encendían las monjas en su centro durante los velatorios, se han reunido «los retratos que se conservan y que nos hablan de la vida del monasterio», continúa la conservadora. Hay retratos oficiales, como el de la infanta Margarita que el propio monasterio difundió a través de estampitas, el de Isabel Clara Eugenia o el de Sor Ana Dorotea, hija del emperador Rodolfo II, que pintó Rubens. También pinturas de memoria y funerarias o una vanitas que advertía de la muerte a las religiosas con un tétrico retrato con hábito.

El Escorial femenino

Si hasta entonces santos y togas han acompañado al visitante, como cabe esperar en un monasterio, la siguiente puerta le conduce a un amplio Salón de Reyes, chocante en un convento de clausura. Es el único espacio en el que aún se pueden ver las dimensiones de las salas y parte de la decoración del antiguo palacio, con un friso de yesería que conserva el escudo de Antonio Gutiérrez y parte de la decoración cerámica original que fue descubierta en una restauración. «La idea de Juana de Austria era contar con un convento con una comunidad religiosa, una iglesia abierta al público, un colegio para niñas huérfanas, un asilo para sacerdotes mayores, un hospital de la misericordia que construyó donde está El Corte Inglés ahora y junto a eso un Cuarto Real y su propio Panteón real. Es muy parecido a lo que hace unos años más tarde su hermano en El Escorial», explica la conservadora de las Descalzas Reales. Pero la hermana de Felipe II murió con 38 años y no logró concluir su proyecto.

En este espacio intermedio entre la vida monástica y el Cuarto Real, donde pasaban temporadas princesas e infantas y vivieron la emperatriz María e Isabel Clara Eugenia, se recibía a los reyes, embajadores y gobernantes extranjeros que entraban a través de la iglesia y la sala del relicario. «Funcionaba como una corte paralela, estas mujeres tenían muchísimo poder», subraya García Sanz. Los retratos de los Habsburgo pueblan ahora sus paredes.

Lugar destinado al retablo que se está restaurando
Lugar destinado al retablo que se está restaurando – E.Agudo

En el centro de la sala, rodeando a Juana de Austria, figuran sus familiares más cercanos y a su alrededor los parientes que a través de alianzas matrimoniales que terminaron en diversas cortes europeas. «Aquí se explica toda esa red que generan los Habsburgo entre cortes y cómo se representan», resume García Sanz. Los hay incluso retratados ‘a lo divino’ como Maximiliano, marido de la infanta María, y su hijo Rodolfo, representados como San Valerio y San Víctor. Estas pinturas que estaban en clausura flanquean ahora el lugar donde se colocará el retablo que está siendo restaurado. Al retirarlo, descubrieron unos restos de pinturas murales con una inscripción que alude a la llegada de las reliquias de Santa Úrsula al monasterio. «Se debieron de colocar ahí», aventura la conservadora.

Las salas siguientes las ocupan pinturas de temática religiosa, repartidas entre un pequeño oratorio y dos salas a las que se llega por un pasillo donde se expondrán unas sibilas recientemente identificadas. En la antigua sala de pintura flamenca se cuelgan actualmente obras del siglo XVI, muchas de las cuales pertenecían a la colección privada de Juana de Austria, como el tríptico de la Virgen del Papagayo o el políptico que ya se llevó consigo cuando viajó a Portugal a casarse con el príncipe Juan.

La Virgen del Papagayo en la sala de pinturas del siglo XVI
La Virgen del Papagayo en la sala de pinturas del siglo XVI – Ernesto Agudo

Y en la anteriormente conocida como sala de pintura italiana y española se han colgado tras la remodelación pinturas del siglo XVII. Para esta estancia, que antiguamente albergó la zona de servicio del Cuarto Real, se han sacado algunos cuadros de zonas donde no se veían, como un ‘San José con el Niño’, una iconografía inusual, de Matías de Torres, o una Anunciación antigua de Vicente Carducho que estaba en clausura, o la ‘Oración en el huerto’ de Guido Reni, que estaba en el coro, en la parte superior del sepulcro de la emperatriz María, donde no llegaba la vista y donde se pondrá ahora una reproducción.

La singularidad de este convento reside en que reúne «aspectos muy diversos y todos muy interesantes», según resume García Sanz. Fue en origen un palacio del Renacimiento, una fundación real por iniciativa de una mujer, Juana de Austria, y un centro de poder, además de un centro religioso. «Y desde 1559 en que empieza la vida de este monasterio hasta la actualidad ha estado en funcionamiento, habitado por una comunidad de clarisas franciscanas y eso ha permitido que se conserve y lo podamos visitar hoy», añade. Dos de las monjas nos despiden en la puerta, con unas sencillas sandalias y los pies desnudos pese a los escasos grados de noviembre. No me resisto a preguntarle a una de ellas: ¿De verdad no tiene usted frío? «De verdad que no», me responde con una sonrisa.

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