La saga compuesta por los libros “En otoño”, “En invierno”, “En primavera” y “En verano”, que el escritor noruego Karl Ove Knausgård le escribió a su cuarta hija y que ahora se publica en Argentina por Anagrama, pone a dialogar la exterioridad universal con su intimidad: mientras en una serie de entradas describe el mundo con puntillismo como si fuera una particular enciclopedia, en las cartas o las entradas de un diario retoma la autoficción, el registro que lo hizo más conocido y al cual prometió no retornar en el futuro.
El plan que Knausgård (Oslo, 1968) había pensado para el “Cuarteto de las Estaciones” apuntaba a que los cuatro tomos salieran a lo largo de un año, respetando la estacionalidad y acompañando al lector. Y así ocurrió entre 2015 y 2016 en los países escandinavos. Si bien los libros están dedicados a su cuarta hija, en el vientre materno para aquel otoño, a quien quiere contarle cómo es el mundo que la recibirá, el escritor tuvo la idea germinal de esta saga torrencial en 1998, cuando terminó de escribir su primera novela. Quería una enciclopedia que recuperara las cosas que lo fascinaban y que expusiera su mundo, inspirado en el poeta y ensayista francés Francis Ponge, quien amaba los diccionarios y prefería llamar “textos” a sus poemas sobre la materia y lo humano.
Aquel proyecto del joven Knausgård se concretó durante su madurez (vital y literaria) con el espíritu lúdico del ejercicio literario. A poco de cumplir cincuenta, se propuso escribir todos los días un texto breve sobre un objeto, con el compromiso de no corregirlo y de que, pasara lo que pasara, seguiría adelante. Labios genitales, hacer pis en la vía pública, piojos, chicle, víboras, dolor, Flaubert; de lo escatológico a lo poético y de lo mundano a lo fisiológico, aquellos textos apuntan a cuestionar el valor que tienen las cosas.
“Quería hacer algo distinto, quitar toda la psicología y volcarme en el mundo de fuera, no el interno. Sentí que eso de alguna manera era equivalente a lo que hacían artistas visuales que pintan y describen el mundo”, contó el escritor noruego, reacio a dar entrevistas, durante un diálogo con El País y, por eso, le pidió a cuatro artistas -Anna Bjerger, Lars Lerin, Vanessa Baird y Anselm Kiefer- que ilustraran un libro cada uno.
“28 de agosto. Ahora, cuando estoy escribiendo esto, tú no sabes nada, nada de lo que te espera, nada del mundo en el que vas a nacer. Y yo no sé nada de ti. He visto una ecografía y he puesto una mano en la barriga en la que reposas, eso es todo. Faltan seis meses para que nazcas y cualquier cosa puede suceder en ese tiempo, pero creo que la vida es fuerte e inquebrantable, que te irá bien y que nacerás sana y fuerte. Ver la luz, se dice”, comienza “En otoño”, el primer volumen del proyecto torrencial de Knausgård, tras “Mi lucha”, la serie autobiográfica de seis novelas escritas a finales de la década de 2000 que lo catapultó a la fama. El libro combina tres “cartas a una hija no nacida”, Anne, con breves entradas que funcionan como reflexiones sobre el chicle que necesita para escribir, el vómito, el amanecer o las moscas. Las ilustraciones a color de la artista Baird embellecen la edición y completan el juego de un libro que apunta al diálogo entre interior y exterior. “Los padres dan vida al niño, el niño da esperanza a los padres. Esa es la transacción. ¿Suena como una carga? No lo es. La esperanza no exige. Y yo soy un sentimental. Pero ¿Cómo escribir sobre esto, que es tan pequeño y grande, tan sencillo y complicado, tan trivial y tan…sagrado?, reflexiona sobre el final. A pesar de que por momentos se vuelve descarnado e impiadoso con algunos de los integrantes de la familia, sin abandonar la ternura y el deslumbramiento en las cartas a Anne: “A veces duele estar vivo pero siempre hay algo por lo que vivir ¿Crees que podrás recordar eso?”
“Es extraño que existas, pero sin saber nada del aspecto que tiene el mundo. Es curioso que exista una primera vez en la que se ve el cielo, una primera vez en la que se ve el sol, una primera vez en la que se siente el aire en la piel. Es extraño que exista una primera vez en la que se ve un rostro, un árbol, una lámpara, un pijama, un zapato. En mi vida eso ya no ocurre casi nunca. Pero pronto ocurrirá. Dentro de unos meses te veré por primera vez”, cuenta en una de las dos cartas a Anne de “En invierno”, en el que narra la espera y el nacimiento de la niña en la estación más fría y melancólica y, en un movimiento paralelo, retoma lo universal con reflexiones sobre el frío, los sonidos de la nieve y las rutinas, pero también el deseo sexual, los funerales y la década del sesenta.
“En primavera”, lejos de replicar aquellas ideas tan transitadas sobre el resurgimiento de la naturaleza o los días más largos y luminosos, relata la rutina y la cotidianidad de aquella familia numerosa cuando su mujer, la escritora sueca Linda Boström, cayó en una profunda fase depresiva de su trastorno bipolar. “Entre ese mundo exterior y la realidad interior en la que vivía tu madre apenas había relación. Se había roto. Lo que para ella era hermoso unas semanas atrás, ya no era hermoso, no era nada. Eso es porque lo hermoso y lo bueno adquiere sentido con la relación, con el intercambio, con lo que está abierto entre nosotros y el mundo. Las cosas y los sucesos no significan nada en sí mismos. Adquieren significado con la resonancia que provocan. Es la resonancia la que nos une con el mundo, y eso era lo que le sucedió a tu madre, el mundo ya no resonaba en ella. Esa relación se había roto, ella estaba excluida”, describe al recordar esos días. Aquel registro, que en este tomo se vuelve más intimista y confesional, y los detalles que dio sobre el largo tratamiento que recibió ella, le trajeron algunos problemas al escritor tras el divorcio. “Karl es un buen escritor, que hace ficción con sus recuerdos de un modo algo narcisista. La mirada que ofreció sobre mí es muy limitada, me molestó porque es como si no me conociera”, explicó Boström y meses después del divorcio contó en una novela de clave autobiográfica su versión de los hechos.
Knausgård -quien ahora vive en Londres lejos de la casa que describe en la saga, con su nueva pareja, Michal Shavit, directora de la editorial Jonathan Cape y madre de su quinto hijo- empieza en junio “En verano” con el registro de los aspersores de su jardín, del castaño que cuida, un viaje a Río con su hijo o la posibilidad de ser un hombre de mediana edad que usa pantalones cortos. Hacia el final de su segunda saga y en los tramos de un diario, retoma su concepción sobre la escritura: “Nunca me he avergonzado por nada que haya pensado ni por quien soy, sino solo por lo que he dicho, hecho o escrito. En otras palabras, aquello de mi interior que se ha hecho visible ante los demás. Es curioso, es como una doble moral, todo está bien mientras esté oculto y no se vea. Solo con olvidar que uno está escribiendo se puede proporcionar a lo interior una expresión exterior sin que la vergüenza lo caracterice y lo impida, como hace con todas las demás expresiones exteriores”.
“La escritura me permite dejar de ser quien soy, perderme, cuando lo hago no pienso mucho en mí mismo. Aunque se trate de tu vida, luego cuando te vuelve ya impreso no eres tú”, define el autor noruego, cuyos dos últimos libros, aún no publicados en la Argentina, operan un alejamiento de la autoficción que desplegó en las dos sagas. En la última novela, incluso, se animó a desarrollar las voces de nueve narradores aunque resalta que también para esa misión necesitó usar su historia y experiencia.
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