21 noviembre, 2024
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“Los procesos de Oscar Wilde”, un libro que remite tiempos en que ser gay era un delito

Adrián Melo. Foto: prensa

La criminalización de la homosexualidad que en 1895 llevó al escritor y dramaturgo inglés Oscar Wilde a la cárcel y a la condena pública en la sociedad victoriana por el vínculo que estableció con el joven hijo de un marqués inglés, y cuyos pormenores se cuentan por estos días en una nueva edición del libro que contiene la bitácora del proceso judicial al que fue sometido, tuvo su correlato en una serie de escritores que fueron perseguidos o su obra fue condicionada por su sexualidad, como es el caso de Manuel Mujica Lainez o Marco Denevi, entre otros.

“Los procesos de Oscar Wilde”, el libro recién publicado por Lumen, contiene una introducción de la escritora Claudia Aboaf, autora de “El ojo y la flor” y “El rey del agua”, donde se explica la génesis de la edición actual. El texto fue publicado por primera vez en Argentina en 1967 por la editorial Jorge Álvarez. El traductor fue el abuelo de la escritora, el famoso guionista de cine, poeta, periodista Ulyses Petit de Murat.

“Mi abuelo fue traductor por gusto: eligió primero a Baudelaire por admiración, a Rimbaud porque quiso saber quién es. Y a Wilde por el enojo que le produjo la inequidad del proceso”, dice Aboaf en diálogo con Télam.

Por su parte el investigador Adrián Melo, autor del libro “Historia de la literatura gay en Argentina”, explica lo ocurrido a fin de siglo XIX: los procesos y la posterior condena de Oscar Wilde a dos años de trabajos forzados en la cárcel de Reading por cometer el delito del “amor que no osa decir su nombre”, los cuales tuvieron un siniestro y perdurable impacto durante gran parte del siglo XX. “El castigo al apasionamiento público de Wilde por ese muchacho de cabellos dorados, ojos azules y labios escarlata llamado Alfred ‘Bosie’ Douglas operó como ejemplificador para quienes como él hubieran pensado subvertir los delicados límites morales impuestos por las sociedades victorianas”, sostiene Melo. Con el terror a sufrir la suerte del dramaturgo irlandés, varias generaciones de varones “vivieron sus placeres sensuales de manera secreta, culposa, vergonzosa o autopunitiva”, explica.

Un castigo que perdura en el tiempo. Y no solo en los varones, según Aboaf, quien apunta: “Entendí a mi abuelo y su indignación. Ser homosexual, ser mujer o cualquier minoría ante el patriarcado parece ser una aberración. Al igual que en tiempos de Wilde en donde la prensa se ocupó de expandir ese desprecio, hoy son las redes y la prensa los fogoneros del público. Entre los libros de la que fuera la biblioteca de mi abuelo este libro me interpeló. Su enojo se sumó al mío ante una política anti derechos creciente, y fue impulso suficiente para volver a publicarlo”.

Para Melo, a escala global, el llamado affaire Wilde pareció consolidar los discursos médico-jurídicos decimonónicos de la homosexualidad como enfermedad y perversión y los religiosos de la sodomía como pecado e inauguró una tradición de persecuciones sistemáticas por parte de los Estados modernos: “En efecto, a partir de entonces, cada Estado-Nación comenzó a tener su propia versión del caso Wilde, es decir, un hecho fundante y bisagra que parece desatar las corrientes subterráneas de homofobia social”, indica.

En México fue tempranamente la noche del 19 de noviembre de 1901, fecha de una redada policial en una fiesta privada en la que fueron fueron detenidos 42 hombres por estar vestidos de mujer. “Uno de ellos fue liberado porque eventualmente se trataría del yerno del dictador Porfirio Diaz dando lugar el nombre del hecho: ‘Baile de los 41’. A los detenidos se les obligó a barrer las calles del centro de México travestidos mientras transeúntes ocasionales les propinaban insultos y golpizas. A los que no pudieron zafar pagando una gran fianza o por influencias se los condenó a una larga temporada de disciplina militar en la cárcel de Belén en Yucatán donde sus destinos finales y el alcance de las torturas que sufrieron nunca se esclarecieron.

En Argentina, manifiesta Melo, fue el “escándalo de los cadetes”: víctimas de una denuncia, en septiembre de 1942, un grupo de jóvenes fueron detenidos por la policía acusados de organizar en departamentos de Barrio Norte orgías sexuales entre varones de las que habrían participado conscriptos, soldados, marineros y cadetes pertenecientes al Colegio Militar Las evidencias eran fotografías de muchachos desnudos o vestidos tan solo con un atributo militar -gorra, cinturón, sable- que habían sido disparadas por uno de los anfitriones: Jorge Horacio Ballvé Piñero. Luego de ser sometidos a confesiones humillantes, los acusados fueron condenados a terribles años de cárcel bajo el cargo de “perversión de menores”. Ese era, según Melo, un “subterfugio mentiroso porque en muchas ocasiones, los supuestos pervertidores eran menores –el propio Ballvé era menor de edad- que los pervertidos. Fue la excusa para emprender una verdadera persecución homosexual, tal como la denomina Gonzalo Demaría que investigó exhaustivamente el tema en su libro ejemplar ‘Cacería’”.

En agosto de 1943, tras unas apariciones en el Teatro Avenida de Buenos Aires, la policía prohibió la actuación del cantante español Miguel de Molina, que fue obligado a irse de Argentina, despojado de sus bienes e interceptado en la cárcel de Devoto hasta poder concretar su exilio forzado. “El periodismo local de la época criticó la ambigüedad sexual del artista en sus representaciones con palabras tales como ‘la voluptuosidad y el exhibicionismo del amor que no osaba decir su nombre’ y que para Noticias gráficas ofendían ‘el sentimiento público’. Se lo acusó también de organizar orgías multitudinarias con muchachos, cargo que el artista desmintió. Para Juan José Sebreli, en ese momento adolescente que ya sentía deseos eróticos por otros varones, el incidente fue traumático, como una versión local del caso Oscar Wilde”, explica Melo.

La tragedia de Wilde repercutió también sobre el campo cultural y la manera de representación en el arte de los gays y el erotismo entre varones durante la mayor parte del siglo XX. La mayoría de los escritores temieron abordar libremente la temática a riesgo de ser penalizados, arrestados o exiliados.

Melo sostiene que “según Marcel Proust, en cuestión de homosexualidad se podía decir todo, a condición de nunca decir ‘yo’. La otra estrategia de Proust fue disfrazar sus enamoramientos por el mismo sexo cambiándole de género en la ficción”, explica.

Una regla no escrita para el campo literario es que, de retratarse amor o sexo entre varones, el final para los implicados debía ser infeliz, trágico, aleccionador. Melo ejemplifica con un caso particular: en 1914, el dramaturgo anarquista argentino José González Castillo escribió la obra de teatro “Los invertidos” cuyo argumento propone la autoeliminación de los homosexuales como solución final.

Escritores gays locales como Manuel Mujica Láinez (1910-1984) o Marco Denevi (1922-1998) apelaron a metáforas o a ciertos secretismos para dar expresar sus sentimientos y emociones.

Mújica Láinez construyó una monumental obra plena de relatos y novelas donde abundaban los amores desdichados entre varones. En “El unicornio” se centró en la figura del hada Melusina que, enamorada de un joven, primero es condenada a ser invisible y después víctima de un embrujo deviene una mujer encerrada en un cuerpo de varón. Cuando trató amores homosexuales de manera explícita y realista en “Sergio” (1976), la novela terminó con los amantes acribillados.

Melo precisa que “Denevi construyó personajes tímidos como el Camilo Canegato de ‘Rosaura a las diez’ que puede ser leído como un gay dentro del closet que, para disimular su vergüenza frente a sus vecinos de pensión, se inventa un romance con una mujer inexistente.

Mujica Lainez y Denevi habían aprendido la lección de Wilde, pero también de los escritores que se animaron a hacer explícita la homosexualidad en la literatura local, tales como Carlos Correas que en “La narración de la historia” -que puede ser considerado el primer cuento gay argentino- osó describir un levante callejero entre un burgués y un lumpenproletario. La publicación del relato provocó un proceso judicial por inmoralidad y pornografía para autor y editor y una serie de ataques que los acusaban de una delirante “conjura homosexual marxista”.

Similar suerte corrió años después Renato Pellegrini cuando en su novela “Asfalto” (1964) narraba sin ambages, culpas ni moralismos las aventuras sexuales callejeras de un adolescente con otros varones, lo cual le valió la censura del libro y un proceso judicial que derivó en tres meses de prisión por el delito de obscenidad previsto por el artículo 128 del Código Penal vigente durante la dictadura del ultramontano Onganía.

El propio Mujica Lainez escribió el prólogo para la primera edición de “Asfalto” pero optó que saliera sin su nombre porque sabía de las consecuencias. “No te lo firmo, porque con este libro te meterán preso y yo no quiero verme metido en este lío”, le advirtió al autor. Aún entrada, la década del sesenta del siglo XX, la sombra de la tragedia Wilde seguía acechando. En el siglo XXI sigue acechando a las víctimas del patriarcado”, sostiene Aboaf.

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