22 noviembre, 2024
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Los retos de una chica que confiesa cómo se convirtió en stripper

Foto: Prensa

En su novela de autoficción “Carmen o cómo me inicié en el negocio de bailar sin ropa”, la joven chilena Romina Pistolas, criada en una claustrofóbica isla llamada Calbuco, narra la experiencia de haber emigrado a Australia con tan solo 25 años y haberse convertido en stripper, un oficio que la animó a ser más osada y a desnudarse no solo en el baile sino también en la escritura, en lo que podría leerse como un testimonio de la libertad sexual escrito con valentía y sin tapujos.

Pistolas nació en Puerto Varas en 1987 y creció en la isla de Calbuco, al sur de Chile, “un lugar bastante idílico pero bien solitario”, recuerda ahora la escritora en diálogo con Télam. En “Carmen o cómo me inicié en el negocio de bailar sin ropa”, su primer libro, decidió narrar en primera persona su exploración de la geografía australiana y su iniciación como bailarina en locales nocturnos de ese país, una opción a la que llegó apurada por la inestabilidad económica y tras haber perdido su empleo como vendedora en un local de anteojos.

¿Pero cómo llegó esta joven chilena a instalarse en Australia y a convertirse en escritora, dos decisiones acaso indisolubles de su necesidad de redefinir su origen y su identidad? “Tenía una hermana mayor en ese tiempo pero no nos llevábamos muy bien, no jugábamos como las hermanas juegan, éramos independientes la una de la otra. Los vecinos quedaban un poco lejos y no nos juntábamos con gente de alrededor”, describe Pistolas y cuenta cómo esa soledad le abrió paso a la literatura: “Los libros fueron una compañía, una forma de salir un poco del lugar donde yo estaba, que era una ciudad super chica. Eran una forma también de viajar sin viajar, de recorrer otros lugares, de echar a volar mi imaginación y de estar en otros lados”.

Hace diez años Pistolas llegó a Australia y pasó por distintos trabajos hasta que descubrió el oficio que durante mucho tiempo no se animó a socializar: cuando por fin lo hizo, fundió en un mismo acto la revelación de su secreto con el surgimiento de su vocación escritora.

Foto Prensa
Foto: Prensa

“Mis amigas del trabajo, a las que les contaba las historias de mis clientes y me miraban super entretenidas, me empezaron a decir: ‘Oye, tú deberías escribir estas historias’”, cuenta la autora. Al poco tiempo, tomó la decisión de inscribirse en un curso de escritura creativa con Camila Gutiérrez, cuyo libro “Joven y alocada” fue un éxito literario en Chile. “Cuando yo leía sus cosas, sentía que ella escribía como pensaba y dije: ‘Ah, se puede’. Se puede escribir un libro más honesto, tipo Bukowski, pero sin la misoginia”, recuerda Pistolas.

“Para mí es mucho mas fácil sacarme la ropa frente a cien personas en un club nocturno que desnudarme de tal forma en un libro”, afirma la escritora sobre el proceso de gestación de su primera novela. “Carmen o cómo me inicié en el negocio de bailar sin ropa”, publicada por la editorial Cuneta, es una expresión artística sobre un oficio silenciado: el de stripper. La autora devela, con humor y frescura, cómo se expone el cuerpo, qué implica la libertad, y las diferentes maneras de sentir el amor, el dolor, el arraigo y el desarraigo.

-Télam: En tu primer día, relatás que te dan el consejo de pensar que no es “Romina” quien baila sino un personaje que se va a llamar “Carmen”. En ese momento, tenés que ponerte en otra piel, en otros zapatos. ¿Considerás que este movimiento te ayudó a pensarte también como un personaje de una novela?

-Romina Pistolas: Creo que verme como un personaje me ha ayudado en el posterior, cuando me he tenido que presentar en lugares y hablar en público. Me siento más Carmen que Romina haciendo esas cosas. Pero al momento de escribir, no creo que haya sido verme como un personaje. El libro fue super honesto, super vulnerable. Conté cosas que no le había contado ni a mis amigos, cosas mías que no me las atrevía a contarme ni a mí misma. Hay pensamientos que no sabía que tenía. Soy bien floja para escribir, para ser metódica. Con este libro me senté y no me paré más de esa silla. Estuve meses escribiendo y enfocada en esto porque no tenía para nada el habito de escribir. El taller de Camila me dio las herramientas y ella me dio seguridad. Me mostró distintos tipos de escritura autobiográfica, no ficción, distintos tipos de estilos. Creo que ella vio algo en mí que le gustó y cuando me alejaba de eso, me decía: “No, no, a ver, ¿por qué te estás poniendo a escribir de otra manera, tratando de ser otra cosa que no eres?”.

-T.: Contás que tu familia durante mucho tiempo no supo a qué te dedicabas y, sin embargo, en tu novela no hay tapujos, al contrario: hay soltura y frescura ¿Cómo fue ese proceso de quitarte los velos en la escritura y contar muchos aspectos de tu intimidad?

-R.P.: Ahora miro hacia atrás: de pura valentía nomás. Fueron meses de pura valentía, meses donde mi salud mental se vio super afectada. Casi me fui internada en un psiquiátrico en el proceso de escribir este libro, en el minuto preciso en el que yo tenía que contarle a mi familia. En el fondo, era todo: decidir publicarlo y por ende, tener que contarle a todo el mundo y permitir que todo el mundo me juzgue. Yo ya venía con un ataque de ansiedad severo. Me acuerdo de estar rogándole a mi novio “Llévenme a un lado que me dopen, no puedo más. Me voy a morir”. Él, que tiene estudios en psicología, me dijo “Ok, vamos a ir pero antes vamos a contar todas las hojas de esta planta”. Teníamos en la pieza una enredadera gigante. Me dijo: “Vas a contar exactamente cuántas hojas tiene”. Había exactamente 88 hojas. Las conté y me calmé. En ese momento, él me dijo que yo estaba haciéndome un lío en la cabeza sin ni siquiera saber qué era lo que iba a pasar. “No tienes que hacerle caso a cada pensamiento que tienes en la cabeza”, me dijo. Hay cosas que se rescatan y otras que son pura ansiedad. El proceso de escribir también estuvo muy intercalado con salir del closet, con contarle a mi familia, contarle a mis amigos, a la gente. Siento que ahora estoy un poco curada de espanto en ese sentido.

Foto Prensa
Foto: Prensa

-T.: ¿Fue un libro que te acompañó en todo el proceso de liberarte?

-R.P.:

Sí. Exactamente. Ahora que estoy afuera de todo ese secretismo, de la culpa, del esconderme, del auto exilio de la sociedad. Porque al final las trabajadoras sexuales nos exiliamos, porque si le contamos a la gente puede que reaccionen de manera discriminatoria hacia nosotras.

-T.: ¿En qué medida considerás que tu novela puede leerse como un testimonio sobre la libertad sexual en tanto derriba prejuicios sobre el oficio de stripper?

-R.P.: No hice este libro pensando en temas políticos, ni en entregar ningún tipo de mensaje. Creo que solamente por el hecho de haberlo escrito, ya la consecuencia es que el tema esté afuera y que se toque. Me ha dado mucho orgullo escuchar que gente se me ha acercado a decirme “Yo también tenía vergüenza y ahora estoy pensando que tienes razón, que a quién le importa, por quién no estoy contando esto, ¿por mí o por la gente?”. En ese sentido, me encanta haber participado de esto. Tenemos la narrativa arcaica de que la mujer tiene que ser salvada, que no tenemos agencia y que no tenemos control, que somos víctimas. Y que las mujeres que realizan trabajo sexual, lo hacen por pura negligencia familiar, que vienen de un hogar roto, que tienen problemas de droga y alcohol, que tienen que hacerlo por necesidad imperativa. Pero al final, yo lo que he encontrado es que hay de todo pero en la mayoría no es así. Y yo soy un ejemplo de esa persona que eligió el trabajo y que se me tiene que respetar, no se me tiene que denostar ni discriminar.

-T.: También hablás del dolor en tu libro, como la escena en la que te autoflagelás, que resulta tan fuerte y compleja. ¿Cómo fue tu decisión de abordarla?

-R.P.: Hubo varias cosas que dije “No, mejor lo saco”. Cuando estuvo listo, mi editor se reía de esto porque le decía: “Quiero sacar la mitad del libro”. No quiero que nadie sepa de estas cosas, son muy personales. Para mí es mucho mas fácil sacarme la ropa frente a cien personas en un club nocturno a desnudarme de tal forma en un libro. El cuerpo para mí no es nada, no lo sacralizo para nada. Lo otro sí. Es la primera vez que me hacen esta pregunta y me ha sorprendido, puede que sea porque es algo que al otro le resulta ajeno, que no le resuena tanto. Lo incluí porque así como otras cosas pasaron que me hacen ver vulnerable, y hacen al arco de la protagonista -que soy yo- para que se entienda su actuar. Entonces también tienen que ir las partes que son un poco más oscuras, reales y de las que se habla muy poco, como la autoflagelación. De repente, el dolor interno es tan grande y no sabes cómo escapar de él, no hay nada que te haga sentir bien. Y en esos casos, sentir dolor exterior es la única solución para separar la cabeza y enfocarse en el dolor. Ese era el momento en que yo estaba muy vulnerable porque me estaba dando cuenta que iba a romper un corazón, que iba a abandonar un proyecto. Que quería terminar con mi marido, que me había desenamorado. Ese dolor interno no supe cómo manejarlo. No tenía muchas herramientas. Ahora ya no me pasa. Y gracias a este trabajo, que me ha dado solvencia económica, he tenido acceso a un montón de ayuda psicológica, psiquiátrica y de terapias alternativas.

-T.: Pero también hay mucho humor ¿Qué rol creés que juega lo humorístico en tu novela?

-R.P.: Yo soy muy graciosa. En verdad, siento que tiene que ver con mi cultura. Crecí en un lugar donde todo se prestaba para la risa, donde todo el tiempo estaba lloviendo. Los doce meses del año llueve y está oscuro. Hay que reírse, hay que pasarla bien. Hay que ser la “luz de la oscuridad”. Y el humor calbucano, el humor sureño es muy picaresco, de la talla rápida, del ping pong. Así es mi papá, y así era mi abuelo. Y así es como soy yo.

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