Con su nuevo libro, el escritor y psicoanalista Luis Gusmán desvela un territorio imaginario llamado “Avellaneda profana”, una geografía que ocupa el barrio de la infancia, los amores, los libros y por donde se desplazan un padre cantor de tangos, una madre espiritista, un abuelo lector y existe un club de fútbol donde el futuro escritor aprende a leer en vez de jugar a la pelota.
En “Avellaneda profana”, publicado por editorial Ampersand, Gusmán recupera una geografía de su vida, pero también de su literatura. Si bien en los primeros libros como “El frasquito” (1973), “Brillos” (1975) o “En el corazón de junio” (1983) no hay una referencia explícita al lugar donde suceden las historias que el narrador cuenta y le cuentan, Avellaneda aparece en 1989 con las vueltas de “La rueda de Virgilio”. Allí irrumpen referencias de lugares reales, pero es en el cuento “Tennessee” con que comienza el volumen “Lo más oscuro del río” donde esa localidad se corporiza más explícitamente a partir de la historia que transcurre en el club Regatas, al borde del Riachuelo. El texto concluye precisamente con un relato titulado “El Regatas”. “Entre esos dos lugares, en esa topografía entre Memphis y Avellaneda comienza a construirse un espacio, una geografía en el sur profundo donde comienzan a moverse los personajes”, explica Gusmán en diálogo con Télam.
“El Regatas” se transforma o prosigue en la novela “Tennessee”, que el realizador Mario Levin filmó con el nombre de “Sotto Voce” y que incluye una escena al borde del Riachuelo donde Norma Pons, Lito Cruz y Martín Adjemián cantan el tango “Intimas”, una escena que para el narrador significó un cambio en la manera de plantear sus historias: “Hay una tristeza en la que el río es testigo de ese vacío. Un amor que te llena de preguntas. Ver a los dos actores y a la actriz diciendo el cuento, su voz saliendo de su cuerpo, desde la sonrisa hasta las lágrimas me los volvió reales. Y a partir de ahí me di cuenta: quería que mis personajes fueran de carne y hueso”, indica Gusmán.
– Télam: ¿Cuándo hablás de “sur profundo” a qué te referís?
– Luis Gusmán: Cuando dije sur profundo, me referí a un barrio donde viví desde muy chico, se llamaba Villa Perro. De grande me enteré el origen de su nombre. El cuartel de bomberos quedaba lejos. Y cuando había un incendio, los bomberos llegaban a apagar el fuego, con la lengua afuera, corriendo detrás de los carros tirados por caballos. Jadeaban como si fueran perros. Un barrio de inmigración italiana del sur, calabreses. Todo era muy brutal. Entonces encontré “un villorrio”, donde contar mis historias.
– T.: ¿Cuándo encontraste ese “villorrio” resonaban en tu mente ejemplos literarios?
– L.G.: Por supuesto, tenía en mi cabeza tres lugares. Yoknapatawpha de Faulkner, Santa María de Onetti y Spoon River de Edgar Lee Master, un cementerio donde los muertos hablan entre ellos, a partir de los epitafios.
– T.: ¿Cómo trabajás la memoria a la hora de escribir historias biográficas?
– L.G.: Borges dice que la memoria es tan caprichosa como el olvido. La memoria de “la infancia perdida” dominó en mi primer libro, “El frasquito”. Quizás yendo a la “Avellaneda profana”, una memoria de las películas y las letras de tango. Jugábamos a contarnos películas en alguna esquina del barrio. A tal punto, que un día me trabé en lucha con Yiyo, que era hijo del tintorero. Solo porque era japonés y yo “vivía” en la película “Arenas de Iwo Jima”. Esto para ver la importancia real que tenía el cine en nuestras vidas.
– T.: El tango ocupa un lugar en el tema de fondo ¿se puede pensar que es un libro de forma tanguera, donde se respira tango, nostalgia?
– L.G.: El tango tiene la posibilidad de contarnos una historia en tres minutos. La historia de un amor que no necesita del tiempo, ni el presente, ni el pasado, ni el futuro, para volverse inolvidable; la historia de una muerte, de una amistad, de una venganza. Creo que la transformación se produjo cuando empecé a escribir personajes: Villa, Landa, el Peletero, Walenski, el pesista.
El tango tiene la posibilidad de contarnos una historia en tres minutos
– T.: ¿Dentro de tantos personajes masculinos cómo se construye uno femenino?
– L.G.: Lo más difícil es escribir un personaje femenino que sea una mujer, y no una mujer contada por un narrador masculino. Creo que La maga (el personaje de “Rayuela”) y Alejandra (de “Sobre héroes y tumbas”) son eso. Para personajes femeninos hay que esperar a Manuel Puig. En “Pubis angelical” esa voz es perfecta.
Creo que en mi novela “El peletero”, Rosa Conte es una mujer. Landa le regala un tapado de piel y le pide se lo pruebe en su presencia. Es una escena conmovedora, el detalle es que ella oculta en los bolsillos del tapado, sus manos percudidas. Lo hace delicadamente, casi de manera imperceptible.
– T.: ¿Qué lugar ocupa la niñez en tu vida y tu literatura?
– L.G.: La niñez aparece fundamentalmente en “El frasquito”. El hermano muerto, que según las versiones a veces era mellizo en otras, gemelo. De hecho, en Italia acaba de aparecer ese libro traducido con el título de “El gemelo”. Creo que en mi literatura hay algo que convoca al encuentro, a la coincidencia. Cuando presenté “Avellaneda profana” en Eterna Cadencia conté la historia del gemelo muerto que mi abuela me llevaba a ver a la Chacarita y con una mentira piadosa, cuando le preguntaba donde estaba, me decía allá arriba y me señalaba un nicho con alguna flor donde ni mi altura ni mi mirada me permitían llegar. Bueno, se podría pensar que estaba en el cielo.
Cuando terminó la charla se acercó un hombre, unos años menor que yo, y me dijo: “Yo soy un gemelo auténtico”. Me lo quedé mirando, y le respondí: “Y yo, no lo soy ¿porque el otro se murió?” Nos reímos. Entonces me dijo que espere y llamó a un hombre que estaba sentado con él. Era su hermano gemelo. Me pidieron que nos saquemos una foto y me mostraron un ejemplar de la primera edición de “El frasquito” que le había dedicado hacía unos cuantos años. Como te darás cuenta, la coincidencia, el lector cruzado, ya me regalaron una historia.
Desde mi primer libro, he escrito historias de dobles y dúos. Borges dice que un ventrílocuo es un mellizo fracasado. Y se pregunta ¿Cuál es la voz del doble del ventrílocuo? Mi literatura es un tanto de un estilo ventrílocuo. Hablado, escrito por los otros.
Mi literatura es un tanto de un estilo ventrílocuo. Hablado, escrito por los otros
– T.: Esa idea del doble te persiguió de muy niño…
– L.G: Tal cual. De chico vivía en un conventillo donde había una amiga de mi madre. Su nombre ya implicaba un destino: María Alegre. Parece que ella había matado a su marido. Hay una foto mía de niño con una dedicatoria a María Alegre. La letra es de mi madre. Me pregunté, ¿por qué me hizo dedicarle una foto a una asesina? Ya hay otro cuento. Las historias se van armando desde mi imaginación infantil que suele ser afiebrada. Cuando con Osvaldo Lamborghini escribimos a dúo algunas historietas para la revista “El Tony”, él me decía: ‘yo pongo la escritura y vos la imaginación’. Cuando el dúo se rompió me di cuenta de que yo era también dueño de una escritura.
En un prólogo a “El frasquito” escribí: “El estilo le impone un limite a la confesión”, quiero decir la verdad biográfica siempre está atravesada por ese énfasis propio, la imaginación de la infancia tiende a exagerar.
– T.: ¿La formación literaria te marginó de algún grupo de pertenencia, el futbolero por ejemplo?
– L.G.: No. Me marginó la falta de habilidad que reemplacé por un coraje y un entusiasmo desbordante. Como hincha fui como el personaje de Villa, un mosca. Me hice amigo de los ídolos de Racing de aquel equipo donde estaban Corbata, Pizutti, Sosa. A tal punto que a Sosa lo seguía a todos lados. Hasta me invitó al balneario El Ancla en Olivos, donde estaban todos los jugadores. Y casi entro a trabajar en la sastrería como cadete, que él tenía en la estación de Saavedra.
– T.: ¿Ser psicoanalista generó en la crítica una lectura paranoica?
– L.G.: Sí, cuando me dediqué al psicoanálisis en muchas de mis novelas era inevitable que encontraran huellas psicoanalíticas que no existían. Mientras que Osvaldo (Lamborghini) en sus libros podía poner el falo, pero era parodia. Manuel (Puig), en “Pubis…” hasta menciona a Lacan, pero era literatura pop. En “El Beso de la mujer araña” desdobla la narración con las notas al pie de página para desembarazarse de todas las referencias que en los escritores del setenta teníamos encima. Cita a pie de página a Freud. Mientras que yo inmediatamente era sospechado de escribir desde el psicoanálisis. Al respecto, lo más claro fue el comentario que Jorge Panesi me hizo en un reportaje: “Lo sospechoso en tus textos literarios es la ausencia del psicoanálisis”. En mis artículos psicoanalíticos renuncio explícitamente al estilo, solo argumento. La pregunta inevitable es si me baso en las historias que escucho para escribir. A lo que respondo: ya bastante tengo con lo que trama mi imaginación.
– T.: ¿La trama de tus historias son parte de tu poética?
– L.G.: Es posible que mi apuesta a la trama me haya hecho perder estilo. En mis primeros libros poco me interesaba la historia. Era una escritura dictada. A veces, como humorada digo dictada por el espiritismo y pienso al escritor como médium. En otro sentido, la infancia y su recuerdo convocan a lo lírico. A tal punto que estoy escribiendo poemas. Su titulo revela lo que acabo de decir: “Ejercicios inútiles para abandonar la trama”.
La entrada Luis Gusmán: “La imaginación de la infancia tiende a exagerar” se publicó primero en Cultural Cava.