Casi como desafiando al lector, la escritora y periodista Marina Cavaletti aborda el cuerpo roto, la enfermedad y la hospitalización durante la infancia en su libro “Hospital Pediátrico”, un poemario incómodo y necesario que prescinde de los límites de la prosa para encontrar en el lenguaje poético los recursos que le permiten captar el sufrimiento de una etapa normalmente vinculada al juego y al goce.
Cuando tenía 10 años, a Cavaletti la operaron en el Hospital Garrahan, en una intervención que según ella misma dice, estalló su cuerpo. Le estiraron los músculos de la ingle, las rodillas y los tobillos para que su anatomía no se atrofiara producto de la parálisis cerebral espástica -con predominancia en miembros inferiores- que padecía desde su nacimiento. Pasó 40 días de post-operatorio con un yeso que le separaba las piernas, mirando el techo del hospital y sin poder moverse.
Poniendo en jaque los lugares comunes para contar la relación del cuerpo con el dolor, Cavaletti recorre su pasado de salas de espera y vínculos familiares atravesados por la enfermedad. Con poemas más duros como “La costurera” -en donde narra a su madre en rol de enfermera- o “Carnaval”, en el que se refiere a las infancias felices que sólo puede observar desde lejos, “Hospital Pediátrico” universaliza con sutileza y precisión una experiencia personal de vida.
Hacia el cierre, la autora abre el juego a una instancia de belleza y ternura que le permite al lector vislumbrar cierta esperanza. Para crear esta obra literaria, la autora, acaso una poeta maldita más del conurbano, volvió al Hospital Garrahan 20 años después de aquella operación y el resultado del reencuentro con su pasado es este libro, que obtuvo el primer premio del Concurso Literario Nacional de Cuento y Poesía Adolfo Bioy Casares.
– Télam: Hay una elección de forma, la poesía, para hablar de temas que normalmente encontramos en la prosa. ¿Qué ventajas tiene la poesía para tocar el cuerpo y la enfermedad?
– Marina Cavaletti: La poesía tiene la síntesis necesaria. Creo que cuando uno trabaja con prosa tiene que contar una historia, y acá no hace falta. Si bien hay en el libro cierto orden cronológico, no hay un relato. A mí la poesía me resulta funcional y hasta me es natural. La poesía tiene un golpe de efecto, un cross a la mandíbula que generalmente pasa con poetas y no con escritores de narrativa. Como lectora diría que me pasa, por ejemplo, con Borges, pero no mucho más. A mí me interesa especialmente la síntesis, no me gustan las cosas largas. Lo bueno si breve, dos veces bueno: frase un poco trillada, pero es así.
– T: ¿Hay una intención con el libro de universalizar la experiencia personal?
– MC: Sí. Por eso está dedicado a todas las infancias que transitan el paso por un hospital, de acá y de donde sea. Cualquier persona que transita una experiencia hospitalaria, ya sea personal o con algún familiar, saben que los hospitales no son hospitalarios, uno se quiere ir de ahí todo el tiempo. Confío en que esto le pasa y le pasó a un montón de gente. En un momento de mi regreso al hospital miré desde un piso de arriba la terminal de turnos: parecía la terminal de Retiro, lleno de gente agolpada pidiendo turnos. Y ahí me di cuenta que esto le pasa a un montón de gente. Niños, niñas, adultos, médicos, hermanos. Estoy convencida de que esto lo puede sentir cualquier persona de cualquier ciudad, provincia o país del mundo: todos los hospitales tienen el mismo olor y todas las personas en los hospitales tenemos las mismas ganas de irnos. Nadie disfruta de estar ahí.
– T: Las palabras que componen los poemas son específicas, punzantes y efectivas. ¿Cómo fue el proceso creativo para alcanzar ese estadío?
– MC: Fue un proceso muy variado y muy importante tanto la producción como la revisión. Quién me ayudó en la revisión me hizo dar cuenta que había un costado víctima que aparecía en algunos poemas, y eso quedó afuera. Hubo una poda de mi parte víctima, y después hubo poemas que nacieron a partir de epígrafes de otros. Por ejemplo, el primer poema del libro. Hubo algunos poemas que nacieron de mi regreso al hospital y otros que surgieron de charlas con otras personas. Por eso considero que todo libro es colectivo, porque muchas personas tuvieron que ver con este proceso.
– T: ¿Para qué tipo de lector está pensado este libro?
– MC: Para las personas que saben de lo que estoy hablando. Y las que no pasaron por un proceso de hospitalización pediátrica e igual lo quieren leer con empatía, también es bienvenido. Pero este libro para mí básicamente tiene que ver con agradecerle a los médicos y decirles a todos los que están pasando por algo similar que estoy acá, que a mí también me pasó, que no es necesario que te rías todo el tiempo si estás atravesando una enfermedad. También podemos darnos el espacio a estar mal o tristes. Es importante entender que no todas las personas podemos ponernos “positivas” a la hora de transitar un tratamiento o una enfermedad. Es válido que las personas enfermas, también, estemos enojadas. Y pensando en esto también creo que testimoniar el dolor es “raro”. En general se sacan fotos de cumpleaños, de festejos, de momentos lindos; no así del dolor, de la enfermedad. Yo no tengo imágenes de mi post operatorio, tengo sólo una foto. A nadie le gusta testimoniar el dolor.
– T: ¿Cuál es la relación que tenés hoy, de adulta, con el cuerpo, en relación a la experiencia de ser una “niña enferma”?
– MC: Por supuesto que la relación con el cuerpo es una relación conflictiva, diría que a todas las personas nos pasa, hayamos atravesado una enfermedad o no. En principio en nosotras opera fuertemente el patriarcado y por eso es muy difícil no juzgarse. Por momentos me pone feliz que me funcionen muchas partes de mi cuerpo, y en ese sentido la natación fue fundamental para mí. El agua es un lugar súper democrático, donde todos los cuerpos son iguales. Todos tenemos días y días, pero el cuerpo es el vehículo para expresar lo que somos. Y es un vínculo pendular, como la vida misma.
– T: Hay varios poemas en los que aparecen vínculos familiares, como tu mamá o tu hermana. ¿Cómo se configuran esas relaciones siendo una niña enferma, qué particularidades tienen?
– MC: Es complejo porque en principio ningún padre o madre está preparado para tener un hijo con una disrrupción. Por eso durante muchos años se solía decir: nació sanito, nació sanita. Es complejo, vivir con una diferencia tan evidente no es fácil, y el enojo que una puede tener repercute en los vínculos familiares. Uno querría que nos funcione el cuerpo entero. Y cuando una plantea el enojo las respuestas suelen ser: bueno, pero sos inteligente. Opera todo el tiempo el peso de la norma, aunque uno sepa que es ridículo y que es cultural. Pero más allá de lo conflictivo que pueden ser los vínculos familiares, lo que siempre primó en mi familia fue el amor. Más allá de que yo acuerde o no con algunas decisiones, la imagen de mi mamá sacándome los hilos después de la operación, a pesar de que yo no podía mirarla a la cara por la impresión, es un gesto de amor total. Podrían haber contratado a una enfermera, pero lo hizo ella. O el gesto de mi hermano de caminar como yo, imitarme. O de mi hermana melliza de decirme: bueno, yo también quería que vos dejaras de sufrir.
– T: ¿Qué desdoblamiento hay entre vos, Marina, la persona, y vos Marina la escritora, en este libro?
– MC: Ninguno. Obviamente los poetas podemos ficcionalizar y muchos lo hacen, pero en este caso Hospital Pediátrico es un elemento literario autobiográfico en formato poético.
– T: ¿Por qué decidiste dividir el libro en dos partes, “Piel” y “Hospital”?
– MC: Yo creo que hay poemas que tienen más que ver con el cuerpo, con el modo de habitar el cuerpo diferente, y en ese sentido son poemas que operan hoy. Y hay otros que son de la infancia. Cuando volví al Garrahan tuve de repente una imagen en la que me sostenía a mí misma de niña entrando al hospital. Hay poemas en los que sigo siendo esa niña, aunque lo cuente desde la adultez, sigo teniendo las mismas sensaciones. Creo que todos somos como una muñeca rusa: llevamos dentro nuestra infancia, nuestra juventud y tendremos nuestra ancianidad en algún momento. El cuerpo es diferente a la enfermedad del cuerpo, como la infancia es diferente de la adultez. Y también creo que es un poemario fuerte, y que está bien darle al lector un espacio de respiración entre la primera y la segunda parte.
– T: Hay momentos de mucha belleza y amor en el libro, a pesar de que habla fundamentalmente del dolor. ¿Cómo convive todo esto en un mismo libro de poemas?
– MC: Estoy convencida que un buen poemario empieza con un gran poema y termina con un gran poema, y en el medio pasan un montón de cosas: como pasa con el disco de Fito Páez, “El amor después del amor”. La idea del libro es abrir. Nadie se opera para no florecer… es un poco la idea del jardinero que poda para que siga creciendo. De todo proceso de dolor se puede salir fortalecido, todo depende de cómo juegue uno las cartas. Si yo no hubiera tenido el arte no sé qué sería de mí. Y sé que es un poemario fuerte, pero que deja un rayito de sol al final.
Un recorrido por ficciones seleccionadas que narran la relación del cuerpo con el dolor
La reciente aparición de “Hospital Pediátrico”, de Marina Cavaletti, se inscribe en una genealogía de obras que han explorado la relación del cuerpo con la enfermedad y el dolor
A continuación, un breve listado de ficciones recomendadas que trabajan esos tópicos:
“Un lugar guardado para algo”. Luciana Cáncer (Penguin Random House)
En esta novela la autora narra la convivencia con la anorexia, enfermedad que se vuelve un monstruo omnipresente en el día a día de la protagonista. Es, también, un texto de autoficción: la autora no creció ni física ni mentalmente entre los 14 y los 20 años debido a la enfermedad. La relación con las dietas, los vínculos amorosos y el derrotero de una familia marcada por un padre ausente.
“Formas propias, diario de un cuerpo en guerra”. Matías Fernández Burzaco (Tusquets)
Impulsado por un profesor de periodismo, el autor comenzó a investigar la rara enfermedad que padece, fibromatosis hialina juvenil. Esta novela es producto de ese proceso, un relato en el que el autor es también protagonista y cuenta cómo se vive en un “cuerpo en guerra”. Poético y feroz, Matías describe que lo suyo no tiene cura ni mejora: cómo se vive con una enfermedad que sólo registra 65 casos en todo el mundo.
“Sangre en el ojo”. Lina Meruane (Eterna Cadencia)
En Nueva York, en una fiesta, mientras busca en su cartera la jeringa con la que debía inyectarse insulina, Luciana experimenta eso que tantas veces le habían dicho que pasaría, algo como un fuego artificial que atraviesa su cabeza. No es más que la sangre derramándose dentro de su ojo, la sangre menos esperada y más espantosa. Lina Meruane cuenta en esta novela autobiográfica el recorrido médico de una escritora chilena entre Nueva York y Santiago, desde la noche del derrame hasta el postoperatorio. La ceguera absoluta, la incertidumbre y las incontables consultas al médico, una mudanza y un viaje a su país natal.
“Un año sin amor”, Pablo Pérez (Blatt & Ríos)
Una novela que funciona también como diario íntimo del autor, un relato en primera persona de la vida con VIH. El suspenso de la muerte, el cuerpo como laboratorio de rituales, terapias y sadomasoquismo, y el refugio en la amistad como antídoto para la adversidad que implica vivir con una enfermedad crónica.
La entrada Marina Cavaletti: “Las personas se incomodan ante las infancias enfermas y hospitalizadas” se publicó primero en Cultural Cava.