Cómo narrar a los padres, la paternidad y la maternidad en la escritura como trabajo de elaboración por oposición a la catarsis, o cómo hacerse con la lengua de la que la madre ha sido y es y tal vez siga siendo dueña, son algunas de las cuestiones sobre las que debatieron este martes en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires la escritora María Negroni, la autora peruana Katya Adaui y el uruguayo Roberto Appratti.
Cómo lidiar con la pérdida originaria, parir un texto siendo hija o hijo, fueron parte de los asuntos puestos en cuestión en la sexta charla con que cerró el “Diálogo de escritoras y escritores de Latinoamérica”, en esta 46ta. edición de la Feria que llegó “tras dos años de pandemia y de no verse, pese a todos los vivos que hayamos presenciado”, resumió su moderadora, la escritora Natalia Ginzburg.
Aunque las escritoras abordaron la cuestión padre-madre, hija-hijos en muchos textos, los libros puestos este martes a dialogar fueron “Geografía de la oscuridad”, de Adaui, “El corazón del daño”, de Negroni, e “Intima” y “El origen de todo”, de Appratto, donde duela primero al padre, en la obra publicada en 1993, y luego a la madre, en 2020.
Y si bien “no son libros escritos exclusivamente en pandemia, sí fueron publicados en pandemia, lo que no deja de ser una curiosidad a la hora de pensar su recepción”, subrayó Ginzburg. Los de Negroni (1951) y Appratto (1950) relacionados con lo autobiográfico. El de Adaui (1977), una miríada de paternidades y maternidades con matices y diferencias, desde lo ríspido e infame, a una ternura desvelada.
La relación entre tema y forma fue uno de los tópicos que rondó la charla. “Siempre fue fundamental para mí ese vínculo -dijo Appratto-. Yo era solo poeta y pasé a ser narrador a través de ‘Íntima’, hubo un trasvase violento e indudable, sabía que por el lado de la poesía no podía liquidar a mi padre, imposible arreglar eso con uno ni con cien poemas, era necesario escribir algo narrativo que además fuera no ficción. Me siento en el mismo terreno de María en esto, el de la gente que usa a los padres como pretexto para liberar la escritura”.
De esa relación entre formas y tema recupera Negroni algo de lo que se dio cuenta mucho después de terminado “El corazón del daño”: “Me crié con una sensación de que había poco aire en la poesía. El asma de mi madre. Decir lo más posible con la menor cantidad de palabras. Quise expandir, abrir, irme a la frase larga. Pero a veces leo algún fragmento y las frases son de condensación, casi como hachazos donde no hay mucho relato. A pesar de que estaba en la intención”, planteó.
¿Por qué primero escribió sobre su padre -una suerte de párrafo único y continuo donde vuelve sobre su recuerdo y obsesiones- y luego sobre su madre -una nouvelle más bien tradicional-? “Por una cuestión de fallecimientos -respondió Appratto-. Mi padre murió primero y sentí un agujero muy grande en cuanto a lo que yo le debía a él. Cuando falleció mi madre pasó lo mismo, pero generó otro relato y otra forma de escribir”.
Negroni recurre a Néstor Sánchez para explicarse, recomponiendo una cita que, repasó, “dice algo así como que una no va a la página a escribir lo que sabe, sino que va en busca de una memoria que está afuera del tiempo” y “esto es importante”, remarcó, “porque los temas en los libros son secundarios, no son más que excusas para poder enfrentarse con la incertidumbre que somos”.
“Una puede escribir sobre la pérdida, hacer el duelo de un padre, de una madre, pero eso sigue siendo una excusa, lo más importante en un libro es la aventura del lenguaje. Qué hace el lenguaje con esa excusa que tiene. Y así una llega otra vez a escribir sin saber, a ciegas -dijo Negroni, autora ‘La ineptitud’ y de ‘La anunciación’-. Escribimos y hablamos porque hemos perdido algo. La palabra tiene que ver con eso”.
“Todos hemos perdido algo antes de la muerte: nuestra unidad con el útero materno, el paraíso personal donde no hay escisión con lo deseado. Eso hemos pedido a nivel individual y como humanidad -agregó la poeta, novelista, ensayista y traductora rosarina-. Somos seres precarios limitados, huérfanos, no de padres, una orfandad existencial, por eso escribimos, porque perdemos permanentemente cosas y el lenguaje nos viene a rescatar por un lado y a desafiar por el otro: a ver qué podés hacer con esto”.
Parte de lo curioso de tomar el lugar de hija en el relato, siendo adulta, siendo madre de hijos adultos, apuntó en relación a la figura de su propia madre como eje en torno al cual gira todo en “El corazón del daño”, es que “los padres siguen siendo la ley, aunque no la ejerzan. Los hijos son insubordinación, insolencia, los desobedientes, los que reclaman su libertad y se revelan. Pero además son la infancia y en ella hay cosas extraordinarias, esa especie de crueldad inocente que tienen niños y niñas, un lugar muy interesante para pensar el origen de la escritura”.
Y lo graficó: “en mi libro digo que mi madre fue siempre la dueña del lenguaje y todo el libro es un intento de disputarle esa propiedad, inspirándome en ella, plagiándola. Uso todo el tiempo palabras y expresiones que ella usaba: bigudíes, humor de perros, incordio, allá vos. Todos núcleos de sentido”.
Adaui sumó que “una escribe generalmente peleando palabra por palabra” y que cada una de esas palabras “se las va a arrancar a la madre, aún así no te haya querido, aún así hayas escuchado su voz sólo para rechazarte. Y en el parto eres literalmente expulsada al mundo. Estamos en caída, y a partir del lenguaje que nos apropiamos, caemos para arriba o para abajo. El lenguaje es entonces el lugar de la defensiva, no de ofensiva. Protege, es refugio”.
Y agregó que piensa “en ese ‘re’ que es una repetición. Recordar, rehacer, revelar. Y en revelar es velarse dos veces, ponerse dos veces el velo, el primero puede ser el duelo que se ha hecho con lo real por los padres, el otro el de la epifanía, el del cómo transformar la experiencia en otra cosa”.
“Ya todos hemos llegado a una edad en que hemos perdido algo -señaló-. ¿Qué convierte eso en escritura? Muchas veces que se trascienda la anécdota. Y muchas veces solo lo logramos con lenguaje y esa persistencia en volver a velar: algo tiene que morir, que no es una y es una al mismo tiempo, para que una se dé el sí en la escritura”.
Y “en esa búsqueda no hay una edad, hace bien envejecer, que decante la experiencia, que se exude por ahí porque una llega a la escritura por rebalse. Es el dique roto de lo ‘Intimo’, de ‘El corazón del daño’ que por fin ocurre y baja de una manera muy rara a la mano y es como si otra persona escribiera por ti”, concluyó.
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