En los seis relatos que integran “Ustedes brillan en lo oscuro”, libro que se quedó con el Premio Ribera Del Duero, la escritora boliviana Liliana Colanzi insiste en su fascinación por resbalar sobre los géneros a partir de un registro que cruza lo verídico con la ciencia ficción y la literatura de terror, en un gesto donde se fusiona la mirada estética con la política: “Hoy en día desde el terror se están trayendo temas de los que no se hablaba o de los que se hablaba de otra forma como la violencia de género, que durante mucho tiempo se ha tratado desde el ámbito de lo privado y no como una cuestión pública”, dice.
Hombres y mujeres como víctimas, victimarios o apenas testigos incautos de procesos que contaminan, precarizan o someten: los cuentos de Liliana Colanzi se deslizan como la silenciosa onda radiactiva que va contaminando a los habitantes de la localidad del altiplano donde transcurre el relato “Atomito”, uno de los tantos donde la narradora borronea las miradas rotundas para mostrar que quien sobreexplota los recursos naturales y pone en riesgo el equilibrio de los ecosistemas es a su vez oprimido por contratos sociales que obligan a trabajar al límite, a desatender el riesgo, a sobrevivir como sea para no desaparecer.
La escritora nacida en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia en 1981 se mueve cómoda entre las formas breves del relato -ha publicado los volúmenes de cuentos “Vacaciones permanentes”, “La ola” y “Nuestro mundo muerto”- y mordisquea los bordes del realismo con un registro que toma elementos de la ciencia ficción y la fantasía para ponerlos en diálogo con sucesos verídicos, como el incidente nuclear que tuvo lugar en la ciudad de Goiânia (Brasil) en 1987 y da origen a “Ustedes brillan en lo oscuro”, el relato que funciona como título del libro ganador del Premio Ribera Del Duero, recién publicado por el sello Páginas de Espuma.
Situados en espacios pocos frecuentados de la geografía latinoamericana y en un tiempo tan tajeado que cuesta identificar el pasado del futuro, los cuentos de Colanzi hablan de territorios explotados, de adolescencias sufridas y errantes, de desechos radiactivos que se cobran como víctimas a los habitantes más marginales de una comunidad, de chicas que habitan en comunidades donde se pretende darle la espalda a la modernidad pero que no dudan en abrirse a la tecnología cuando ofrece la herramienta deseada para disciplinar a las masas.
La escritora, que fue seleccionada entre los 39 mejores latinoamericanos menores de 40 años por el Hay Festival Bogotá 39, enseña literatura latinoamericana y escritura creativa en la Universidad de Cornell. Vive desde hace años en Ithaca, un pequeño barrio neoyorquino que se llama como la pequeña isla griega a la que su mítico rey Ulises tardó más de diez años en volver. “Todo el mundo hace bromas con esto de llegar a Ithaca pero acá lo difícil es salir, porque al menos en invierno hay unas tormentas de nieve muy fuertes y se suelen cancelar muchos los vuelos”, dice Colanzi en una charla vía Zoom con Télam. Confiesa que le gusta “resbalarse por los géneros” y que a diferencia de otros autores preocupados por saber en qué dirección avanza su escritura, ella prefiere que la bruma se vaya disipando sobre la marcha. “Lo que me atrae de la escritura es descubrir aquello que no sabía que sé”, define.
– Télam: Se pueden detectar algunos articuladores que le dan identidad y unicidad a los relatos del libro: por un lado la tentativa de romper la perspectiva antropocéntrica que rige la mirada sobre el planeta y por otro lado un idea bastante sombría sobre la ciencia en nombre de una falsa idea de progreso ¿Todo eso estuvo en la maqueta previa a la escritura?
– Liliana Colanzi: Sí, había una intención de ampliar la mirada o los límites de aquello que se puede narrar. El primer relato que escribí, “La cueva”, te sumerge en estos otros tipos de vida que muchas veces son imperceptibles para el ojo humano: insectos, lagartijas, salamandras, incluso seres microscópicos y seres que pertenecen al mundo de la imaginación, como un par de criaturas alienígenas. Este interés también proviene de una curiosidad por el tiempo del planeta. Estamos acostumbrados a pensar en la Tierra como un lugar que nos pertenece como seres humanos. Sin embargo, nuestro tránsito por este planeta ha sido en realidad muy breve y hay una historia gigantesca que nos precede y de la que sabemos muy poco.
– T.: Toda obra literaria queda inscripta en su marco de época. Es inevitable leer estos cuentos bajo el signo de la pandemia, en tanto hay en ellos un dramatismo que se asemeja al de ese acontecimiento que rompió las certidumbres ¿Esa proximidad con lo real exacerba el registro drástico de esos relatos?
– L.C.: Hay un cuento, “Atomito”, donde a pesar de que no hace una referencia directa al Covid habla de una epidemia de danza de la que se van contagiando los pobladores. Ese cuento fue una forma de procesar algunos elementos de la realidad que pertenecen a ese período pandémico, así como ciertos elementos del pasado muy reciente, como la represión policial y militar hacia los habitantes del Alto (localidad boliviana) que ocurrió en 2019. Este es un cuento de ciencia ficción escrito en el modo cyberpunk pero que a la vez está lidiando con varios elementos de la realidad de una manera desplazada.
– T.: Casi todos estos relatos están construidos a partir de capas superpuestas de sentido. El registro general se podría definir como una suerte de realismo enrarecido: hay ciencia ficción, hay fantasía, pero siempre volviendo a un universo que no abandona del todo el verosímil…
– L.C.: Sí, hay diferentes grados de irrealidad o de especulación en estos cuentos. Algunos hablan de lo fantástico de manera más directa, si pensamos por ejemplo en “Los ojos más verdes”, en el que una niña toma el teléfono y llama al diablo para pedirle el color de ojos de su padre. Allí lo fantástico está presente de una forma más explícita y casi naturalizada, porque el personaje del diablo no provoca temor ni sorpresa, es parte de ese paisaje amazónico al que pertenece la niña. Pero hay otros cuentos en los que la presencia de lo extraordinario o lo sobrenatural es parte de un escenario más encarecido y se puede achacar al mundo de los sueños o a otros factores. Por ejemplo, en el cuento “La deuda” hay varias escenas extrañas: la protagonista que encuentra a su madre caminando en medio del mercado y cuando se acerca a ella es una mujer que no tiene cara. Hay allí una vacilación en la forma, en cómo se produce este contacto o quiebre con lo real.
– T. : Hay toda una idea de lo monstruoso que en los últimos años toma cuerpo en una genealogía de escritoras como Mariana Enriquez, Samanta Schweblin, María Fernanda Ampuero, Mónica Ojeda y que aparece también en tu libro. ¿El monstruo es para vos una manera de nominar la catástrofe ecológica o la amenaza radiactiva o incluso los modos de precarización de este capitalismo tardío?
– L.C.: Quizá más que monstruos en este libro hay algunas figuras míticas, como el diablo que no aparece pensado como un monstruo sino como una figura mitológica que se está resignificando constantemente. Es una figura a la que siempre vuelvo y que aparece de diferentes maneras. Después hay otro tipo de figuras que no sé si considerarlas necesariamente monstruos, aunque por allí rozan lo monstruoso, como Atomito que es este “superhéroe” que tiene un lado siniestro: por un lado una forma infantil y una voz muy aguda, pero sin embargo está asociado al peligro de la radiación y tiene esta esta característica un poco inquietante a la vez que su representación es bastante bastante infantil que también me hace pensar en esa naturaleza antigua de algunos superhéroes o criaturas que han sido concebidas para los niños pero que a la vez tienen un trasfondo perturbador.
– T.: Tanto en vos como en las escritoras que mencionaba anteriormente hay todo un trabajo ligado al dislocamiento de los géneros como una operación que excede lo literario y puede leerse como un gesto político. ¿En qué medida cuando eligen trastocar esas fronteras de alguna manera también están tratando de romper cierta hegemonía que nos ha regido no solamente con respecto al género sino también a la raza?
– L.C.: Eso se ve hoy en día con la irrupción de género del horror, que está muy conectado con la escritura de varias autoras mujeres que están trayendo temas de los que no se hablaba o de los que se hablaba de otra forma y que tienen relación con cuestiones invisibilizadas en una sociedad patriarcal, desde la violencia de género que durante mucho tiempo se ha tratado desde el ámbito de lo privado y no como una cuestión pública hasta los feminicidios como una de las facetas del gran horror. Creo que desde el horror hay un cuestionamiento del patriarcado a través de un modo de irrealidad. Me interesa resbalar en distintos géneros y cruzar esas fronteras tan remarcadas entre ellos, ponerlos en diálogo y ver qué sale de allí. Es por eso que mis cuentos pueden ser leídos desde la ciencia ficción, el horror y lo fantástico o lo insólito.
– T.: Hay en los relatos muchos personajes que atraviesan situaciones de abandono o de desamor. ¿Dé donde surge este interés por narrar la errancia y la orfandad?
– L.C.: Sí, es una cuestión que se repite: hay personajes que están buscando su origen y otros que han quedado huérfanos y que dependen de los amigos para crear una comunidad afectiva, así como hay madres también que rechazan a sus hijos y otras que tienen una relación muy ambigua con respecto a la maternidad. Me siento atraída por esas zonas más cenagosas, más oscuras, más conflictivas de las relaciones entre padres e hijos. Me atraen esos lugares supuestamente familiares que asociamos con la idea de protección o de seguridad pero que en realidad son espacios de violencias primitivas, que muchas veces son invisibles.
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