Invitado por la Residencia de Escritores Malba, el escritor Juan Vico -una de las voces más potentes y prometedoras de la narrativa española-, visita Buenos Aires, donde presenta su libro “El animal más triste”, una novela que se se desliza en la idea de infidelidad sentimental y la hace extensiva a otros pactos que se rompen: “Quería que fuera también un poco una metáfora de la infidelidad con uno mismo, con los ideales, con los modelos de comportamiento”, dice.
Vico borronea límites. Surfea sobre terreno resbaladizo, escapa a las estructuras, huye a las definiciones de géneros. Dice que seguramente las generaciones más jóvenes lo tengan más claro, pero a sus 47 años y con varios libros publicados, esta operación a él le sale bastante bien. Pasa sus días en Argentina, adonde llegó elegido por el Malba para formar parte de su proyecto de residencia creativa.
En “El animal más triste” (Planeta) un grupo de amigos se reúne en una casa y retoman antiguos proyectos, entre ellos un corto experimental que rodaron en sus años universitarios. Todo lo que sucede después este hito es lúdico, con momentos fantasmales y otros más luminosos, una novela plagada de referencias cinematográficas que hacen de la lectura una experiencia literaria y a su vez artística y sensorial.
Es una novela que juega con la infidelidad sexual como tema central, pero también con la infidelidad que el paso de los años obliga a los personajes a ejercer sobre ellos mismos, el desarme de la expectativa que produce toparse con la propia realidad. Lo que siempre imaginaron ser y no son. Los objetivos no cumplidos. Las estructuras caídas.
El escritor es autor, además, de un ensayo narrativo denominado “Elogio de lo borroso”, una reflexión en primera persona sobre los contornos difuminados entre el cine, la fotografía, la pintura, la literatura e incluso la vida cotidiana.
En esta residencia en Buenos Aires, Vico trabaja sobre su próxima novela, “Los regresos”, que parte de una idea obsesiva: ¿y si las relaciones que mantenemos a lo largo de la vida obedecieran, de algún modo, a un itinerario? Esta obra aborda la tensión entre los prototipos amorosos, los prejuicios y el modo en que los personajes terminan siendo víctimas de las trampas de la memoria. En una conversación con Télam reflexiona sobre la fluidez de los géneros literarios, el rol fundamental del arte en su literatura y el deseo y la sexualidad como el gran motor humano.
– Télam: Estudiaste comunicación audiovisual, luego escribiste y publicaste poesía, ahora das pasos en la novela. ¿Qué hay en ese recorrido tan ecléctico y variado?
– Juan Vico: Me gusta mucho el cine. El cine está muy presente en toda mi escritura, incluso en los ensayos. La literatura siempre ha estado ahí, de fondo, pero mi carrera de grado es vinculada al cine, aunque nunca me haya dedicado a eso. Quizás por eso está tan presente en mis libros: el abordaje literario del cine es mi forma de tenerlo presente. Y empecé a publicar poesía siendo joven, es quizás el género más inmediato. La poesía es de rapto. La obsesión porque el párrafo funcione de manera autónoma, más allá de que sea una pieza en la novela, que cada página pueda funcionar también con cierta autonomía formal, que cada frase esté muy trabajada, creo que eso viene de mi experiencia con la poesía.
– T: ¿Te gusta más definirte como poeta o como escritor?
– JV: Escritor, diría. Aunque nunca he acabado de entender por qué se diferencian. Hay poetas que están como contaminados por cierto misticismo, y nada que ver con eso. En el fondo es todo buena escritura. De hecho, me gusta romper los géneros, no creo mucho en la frontera muy cerrada entre los géneros, hay novelas muy poéticas y poesía muy prosaica. Me gusta mucho contaminar eso y el ensayo es un terreno muy fértil para esos procedimientos.
– T: Y la literatura más contemporánea también está rompiendo con esas estructuras de géneros, ¿no?
– JV: Sí, quizás la gente más joven lo tiene más superado todo esto, está menos compartimentada. Aunque hay gente no necesariamente joven que está rompiendo hace muchos años esos límites. Yo soy un poco egoísta cuando escribo porque siempre hago lo que me apetece, por eso mis libros son tan diferentes entre unos y otros. Hay obsesiones, temas en común, cosas rastreables en todos los libros. Pero a nivel más superficial son todos bastante diferentes. Esa mezcla viene de ahí, de probar. Me gusta mucho romper con las expectativas en diferentes niveles: en la estructura, de manera imprevista, o en detalles más pequeños como en cuestiones de estilo o frases.
– T: Hay en la novela algunas cuestiones que son ambiguas, situaciones que no terminan de entenderse o que tienen más de una lectura posible. ¿Hay una búsqueda en ese sentido?
– JV: Sí, me interesa mucho ese terreno resbaladizo. El uso de la elipsis, por ejemplo. En toda la tercera parte pasan cosas entre un capítulo y otro, que se van complementando. Me interesa además que todas las cosas que están en las sombras sean interpretadas por el lector. Darle todo me resulta muy violento, es un molde: no quiero explicarle todo. Entiendo que hay literatura más obsesionada porque la lectura sea una cosa ligera, pero a mí me interesa un lector activo. No un lector que tenga que romperse la cabeza, pero sí activo. Porque si un lector no es activo, ¿qué es? ¿un zombi?
– T: En la novela hay un componente importante del cine y del arte en general, la fotografía. ¿Esta decisión viene de tu formación académica, de una decisión literaria o ambas cosas?
– JV: De ambas cosas. Por un lado en todos mis libros hay interacción con otras disciplinas: cine, arte, fotografía, música. Me interesa mucho los vasos comunicantes, la interrelación entre disciplinas. Y por otro lado también vienen las necesidades de la ficción. Estos personajes están un poco hastiados y desengañados de la vida sin motivos de peso, de una manera bastante interna. Tienen una vida más o menos tranquila. E intentan utilizar la cultura como una forma de salvarse de ese aburrimiento vital, pero no les funciona. Están atrapados en esa dinámica, ni la vida real les resulta lo suficientemente interesante ni la cultura a esta altura les compensa lo suficiente.
– T: Hay infidelidades entre los personajes, pero también hay infidelidad con ellos mismos, con su propio deseo.
-JV: Sí, a nivel puramente argumental hay infidelidades sentimentales. Quería que esto fuera también un poco una metáfora de la infidelidad con uno mismo, con los ideales, con los modelos de comportamiento. Es un poco la crisis de la edad: son personajes que se comparan con cómo ellos mismos se veían, o creían que iban a ser cuando eran jóvenes, siempre hay una infidelidad para bien o para mal. Eso está muy a flor de piel en la novela. El comienzo de la historia es el personaje principal viéndose a sí mismo en una grabación, cuando era joven, que le envía un amigo, una noche que no recuerda, una idea borrosa, casi no se reconoce. Es como un fantasma, un ideal. Algo que nunca existió en realidad, pero que le hace pensar en qué se ha convertido, y es el germen que hace explotar todo.
– T: Otro de los temas claves es la sexualidad entre los personajes, y el deseo en sus múltiples formas. ¿Hubo una decisión en ese sentido?
– JV: Sí, es esta pugna entre la realidad y el deseo, diría el poeta español Luis Cernuda. El deseo en un sentido global. A nivel más literal, el sexual. Pero también a nivel vital, a nivel de relación con los demás. El deseo es el motor de la existencia a muchos niveles diferentes. Cuando la realidad se opone a ese deseo desde lo más micro hasta lo más general, eso crea una tensión muy interesante para explotar narrativamente. Más allá de las frustraciones, que además son necesarias. Porque sin frustraciones no habría conflicto.
– T: ¿Cuáles son tus escritores referentes?
– JV: Me interesa mucho la literatura francesa, autores ya mayores pero vivos aún. De España me interesa mucho Vila Matas, que tuvo además un gran éxito en América Latina. Conecta con cierta literatura latinoamericana que plantea esto de que no importa que quede en evidencia que hay un artificio detrás, que no hay que buscar el realismo más estricto porque sí. Puede estar dentro de un registro realista, pero buscar el juego con el artificio, y Vila Matas lo hace muy bien.
– T: No te molesta que se evidencie el artificio, ¿como escritor, como lector, o ambas cosas?
– JV: Ambas cosas. Me gustan mucho los momentos en que el pacto ficcional se resquebraja. Sin que sea una cosa banal, luego lo vuelves a coser. Pero de repente hay una grieta y asoma el propio discurso de la narración, eso me interesa. Está además en la tradición, por ejemplo en “El Quijote” o en “Tristam Shandy”. Nos hemos olvidado de todo eso, un poco apisonados por la literatura del siglo XIX cuyas herederas son ahora las series de la televisión ahora, con una trama con muchas vueltas narrativas, muy obsesionadas con la verosimilitud. Pero también existió el siglo XX, que rompió todo esto. Está en la tradición, hay que buscar la parte lúdica de la literatura, no como frivolidad, sino como un dispositivo narrativo que da posibilidades, más allá de contar una historia interesante.
–T: ¿Qué opinión tenés de la literatura del yo?
-JV: Me interesa mucho, pero lo negativo es que hoy la etiqueta sirve para darle un valor de entrada ya a literaturas que en verdad no tienen mucho valor literario. ¿Qué quiero decir? Que hoy algo sea una historia supuestamente real o una confesión vital ya le da unos puntos de entrada a la literatura que me parecen injustificados. Me interesa la literatura del yo igual que me interesa la literatura que no es del yo: en la medida en que llevan algo de fondo y donde hay un buen trabajo literario.
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