Pionera en el abordaje de la cultura LGBTTIQ+ en sus ficciones y en tomar la autobiografía para producir literatura difuminando esa línea que parece determinar la rigidez de los géneros, Sylvia Molloy falleció este jueves a los 83 años con una obra construida en base a innovaciones que la llevaron a imponer la potencia de lo biográfico como insumo para la ficción y a impulsar el programa de escritura creativa en la Universidad de Nueva York.
Escritora, crítica literaria y ensayista, Molloy era autora de una novela emblemática como “En breve cárcel” (1981), pero también de otras como “El común olvido” (2002) y “Desarticulaciones” (2010), y referente de la escritura creativa, disciplina que dictaba en Estados Unidos, donde residía desde hacía décadas.
Su último libro publicado en Argentina fue “Varia imaginación“, una “versión engordada” -como lo llamó la autora en diálogo con Télam- del trabajo que ya había publicado en 2003 por Beatriz Viterbo y que era considerado un clásico de la literatura argentina.
En abril de este año Eterna Cadencia publicó esa reedición en la que desde la potencia de lo breve se condensa el devenir de una vida que también puede leerse como el despliegue de la posición de Molloy ante lo autobiográfico: “Una autobiografía es construir un personaje que sos vos, pero es como un trabajo de ficción, no es distinto”, había dicho a esta agencia en una entrevista en 2016.
“Lo raro juega un papel preponderante en mi escritura. Me interesa temáticamente por razones autobiográficas, pero diría que no son necesariamente las más importantes. Me interesa sobre todo trabajar una perspectiva oblicua, el punto de vista del homosexual que, al igual que el exiliado, nunca se siente del todo seguro, o incluido”.Sylvia Molloy
Molloy había nacido el 19 de agosto de 1938 en la Ciudad de Buenos Aires, pero residía desde hacía décadas en Nueva York, donde ejerció la docencia y llegó a convertirse en 1974 en la primera mujer en conseguir un puesto titular en la Universidad de Princeton. En 2007 fundó la maestría en escritura creativa español en la New York University, la primera en los Estados Unidos.
Su novela “En breve cárcel” se convirtió en ícono de la literatura queer: la había escrito en 1981 con el país todavía atravesado por la mirada restrictiva de la dictadura. El libro se publicó en España pero tardó varios años en llegar al país.
Ese trabajo tuvo varias reediciones: una de las primeras estuvo a cargo de Ricardo Piglia en la serie del Recienvenido del Fondo de Cultura Económica y logró instalar sin ambigüedades una historia de amor entre mujeres como no lo había hecho antes ningún otro texto en la literatura argentina.
“La novela se instala en el presente porque el presente es el tiempo de la pasión, y trata de no salir del cuarto donde se espera -o se desea- que vuelva a suceder lo que ya ha sucedido. Hay unidad de tiempo y de lugar entonces, pero no hay tragedia porque las mujeres de la novela son amigas o amantes, rivales o cómplices pero construyen sus intrigas alejadas del mundo masculino y de la lógica conyugal. Parecen vivir -o querer vivir- una nueva forma del amor cortés, sin propiedad y sin ley, en el que sólo persiste la luminosa inmediatez del deseo”, había escrito Piglia en el prólogo de esa edición.
La narradora y ensayista retomó la temática homosexual en su segunda novela, “El común olvido”, un libro con más presencia autobiográfica que narra la peripecia de un académico argentino que vive en Estados Unidos -como ella, que estaba radicada en territorio estadounidense desde hacía más de 40 años- y que regresa a Buenos Aires con un proyecto de investigación que funciona como excusa para traer las cenizas de su madre.
Autora de “Las letras de Borges”, “Acto de presencia“, “Desarticulaciones” y “Vivir entre lenguas”, Molloy estuvo abocada en los últimos años a dos proyectos que la llevaron a repasar sus propios textos: la reedición de “Varia imaginación” y la traducción al inglés de “Vivir entre lenguas”.
La propuesta de traducir “Vivir entre lenguas” había sido desde la editorial de la universidad en la que trabajaba. Aceptó que el libro se tradujera pero quería ser ella la encargada de esa tarea: “No quería que un traductor se sintiera en la obligación de traducir literalmente esos vaivenes lingüísticos. Solo yo puedo darme el lujo de traducir el texto. Cuando estoy metida en un proyecto en lo general no leo mucho, uso recuerdos de lecturas, los uso tal como aparecen en mi mente”, decía.
Su obra sigue atravesada por traducciones, ya que para los últimos meses de este año se espera la publicación de la versión al inglés de “Desarticulaciones”, a cargo del sello Charco Press y hay un proyecto para traducir también a esa lengua su segunda novela, “El común olvido”.
Si bien se había jubilado en 2012, Molloy mantuvo el contacto con las universidades donde se desempeñó como catedrática de Literatura Latinoamericana y Comparada (Princeton, Yale y New York University), y siguió dando cursos cuando la convocaban y hasta que su salud se lo permitió. Solía viajar a la Argentina con frecuencia: convocada para dar conferencias, como la de “Los mil pequeños sexos”, organizada por la Universidad de Tres de Febrero (Untref), en 2019, o para abrir festivales como el Filba en Bariloche, en 2016.
Durante su estadía en 2019 para participar del coloquio internacional “Los mil pequeños sexos”, en el que también participaron Judith Bluter, Rita Segato y María Moreno, la escritora dijo a Télam que entendía el impulso de usar el plural para hablar de feminismos “para demostrar que no hay un solo” pero se preguntaba “¿por qué no pensamos un feminismo totalmente flexible para flexibilizar la unidad, en lugar de crear nichos? Si es un movimiento de fuerza política hay que fortalecer la idea de conexión, la idea de alianzas”.
Sobre las caracterizaciones de escritora queer, Molloy aseguraba que se sentía “muy cómoda” porque explicitaba: “Si pensás de donde viene la palabra queer significa torcido, desubicado, raro y si creen que mis textos toman desvíos, tanto mejor. Me interesan textos que van por lados insólitos, incluso el ir de una lengua a otra. Tengo ese conflicto lingüístico desde un comienzo, ya que escribo en castellano pero me resuenan frases en otros idiomas”.
Algo similar decía en otro viaje realizado hace 20 años a Buenos Aires cuando el motivo era la presentación de “El común olvido”: “Lo raro juega un papel preponderante en mi escritura. Me interesa temáticamente por razones autobiográficas, pero diría que no son necesariamente las más importantes. Me interesa sobre todo trabajar una perspectiva oblicua, el punto de vista del homosexual que, al igual que el exiliado, nunca se siente del todo seguro, o incluido”.
Ese ir y venir, ese vivir entre lenguas era una característica de su habitar la vida y la escritura. Por eso cuando le preguntaban si pensaba volver a vivir a la Argentina, declaraba: “Si volviera definitivamente me faltaría el otro polo, a mí lo que me estimula es el vaivén, ese estar aquí y allá. No dejo de pensarlo y fantasearlo. No quiero renunciar, quiero seguir yendo y viniendo”.
La muerte de la ensayista fue informada por Eterna Cadencia, el sello que la publicaba en la Argentina en los últimos años, y enseguida comenzaron a despedirla en redes colegas, autores, autoras e instituciones como el ministerio de Cultura nacional que lamentaron si muerte y la describieron como “la primera profesora mujer con un puesto titular en la Universidad de Princeton y pionera en incorporar temas de género y LGBTQI+ en sus trabajos”. Lo mismo hicieron la Unión Argentina de Escritoras y Escritores y la Fundación El Libro.
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