Casi una década después de ‘Canciones de amor a quemarropa’, debut que le cambió la vida y abrió una ventana literaria y sentimental al Medio Oeste estadounidense, Nickolas Butler (1979) da un nuevo volantazo para enfocar el sueño americano desde su cara más oscura y perversa. Poco amigo de la línea recta, venía Butler de medirse con el extremismo religioso en ‘Algo en lo que creer’ y sobrevivir a un campamento scout en ‘El corazón de los hombres’, pero esto, avisa, es otra cosa. «En cierto modo, en este libro todos los personajes son malos», advierte a la hora de presentar ‘Buena suerte’ (Libros del Asteroide; Periscopi en catalán), fábula ‘noir’ con la que cambia de escenario y casi
de género para seguir los pasos de Bart, Teddy y Cole, tres amigos de la infancia y socios en una pequeña empresa constructora que reciben el disparatado encargo de terminar una lujosa casa en tiempo récord. «Creo que representan a muchos trabajadores americanos a los que están expulsando de sus casa por el aumento de los precios de la vivienda. Son ingenuos sobre la política y el dinero, e intentan sobrevivir y mejorar las vidas de sus familias», avanza sobre una cuadrilla que no tardará en meterse en problemas realmente turbios.
Con ‘Buena suerte’ se marcha de Wisconsin, escenario de todas sus novelas, y se acerca al thriller. ¿Necesitaba un cambio?
Cuando estudiaba en Iowa, uno de mis profesores me dijo que siempre tenía que elegir lo que más le convenía a la historia. Nunca había escrito algo así, por lo que fue todo un reto.
¿Qué le atraía del thriller?
El mecanismo, esa idea de construir un relato en el que capítulo a capítulo y de forma muy intencionada estás ideando una historia que quieres que atrape al lector. Sigo queriendo escribir una buena novela literaria en la que, a un nivel molecular, las palabras y las frases sean bonitas, pero me encanta cuando un thriller tiene ambición literaria. No quería que fuese algo facilón. Patricia Highsmith sería un buen ejemplo. Tampoco me preocupaba la oscuridad del thriller.
De hecho, cada novela que ha publicado desde ‘Canciones de amor a quemarropa’ se ha vuelto un poco más oscura y desesperanzada.
Es curioso, porque en mi despacho tengo un papelito en el que, de cara al próximo libro, pone solo dos cosas: amor y amistad. Pero sí que es cierto que si escribes una historia humana real y auténtica necesitas luz y oscuridad; felicidad y tristeza. Lo contrario sería como cocinar un plato sin sal.
La amistad sigue siendo uno de los ejes centrales de ‘Buena suerte’.
La amistad es como una forma de amor que, sin embargo, no tiene relación con otras cosas como el dinero, el sexo o el negocio. Es una expresión de amor en la que la gente disfruta de la presencia del otro. Y no creo que haya muchos autores escribiendo sobre ello. Además, también quiero que mis libros sean un reflejo de quién soy, así que si lees mi novelas puedes hacerte una idea de lo que significa ser amigo mío.
Ocurre en ‘Buena suerte’ y en el resto de sus novelas: casi todos sus personajes son de clase trabajadora.
Es que de ahí es de donde yo vengo. A veces me decepciona la falta de historias sobre la gente trabajadora en nuestra cultura. Una cosa complicada es que se puede tener la idea, falsa y equivocada, de que los personajes de un libro como ‘Buena suerte’ son necesariamente votantes de Trump y por lo tanto, no son dignos de que hablemos de ellos. No sé si me caerían bien estos tres; no creo que me fuese a tomar una cerveza con ellos, pero sí que sé que son quienes estarían construyendo una casa para alguien muy rico. Pueden ser buenas personas, aunque no nos gusten sus ideas políticas. Pero no quería que fuese un libro político. Es más bien un libro que se preocupa por el hecho de que a las clases medias y trabajadores les cuesta cada vez más vivir en sus pueblos por los precios de las viviendas. Desde que lo terminé en 2019, las cosas se han complicado aún más.
En este sentido, también están muy presentes en la novela las drogas y la adicción a la metanfetamina.
El Covid-19 ha sido una experiencia universal que nos ha afectado a todos y parece que no sea culpa de nadie, pero el consumo de drogas siempre es culpa de quien se droga. De ahí que no se muestre una gran empatía por ellos. La epidemia de metanfetamina se ha convertido en algo sucio, pero tiene una gran prevalencia en todo el país, sobre todo en las zonas rurales, porque son drogas baratas. Es la expresión más desesperada de lo que están pasando estos chicos.
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