Con eje en los conflictos que encierra la hermandad, Damián Huergo construye en su última novela, “La ley primera”, una historia con tintes autobiográficos en la que un joven sigue paso a paso el destino de su hermano mayor adicto a la cocaína y sus posibilidades de recuperación, con una trama que adquiere rasgos detectivescos y en la que se juegan los afectos y las tensiones de los vínculos familiares.
El protagonista observa a Sebastián en sus rituales nocturnos, sus amistades y su culto por el rock, hasta que a los 15 años esa imagen se convierte en un alerta para la familia, a partir de una adicción que lo sumerge en largos encierros, lo transforma en una presencia fantasmal y lo lleva a protagonizar robos para sostener el consumo.
En algunos tramos la obra adquiere el ritmo de una novela de aventuras, cuando siguiendo a Sebastián el protagonista llega a la Patagonia para trabajar en la cosecha de cerezas junto a peones rurales o se dedica a buscar oro en un paraje perdido del sur luego de haber sido rechazado en varios trabajos del conurbano.
Las posibilidades de recuperación en una granja para personas con adicciones es otro de los ejes que atraviesa la obra que en uno de sus tramos y a modo de ensayo explica los rituales que se llevan a cabo en la fundación Sembrando Vida, donde el narrador reflexiona sobre las condiciones de encierro que esas organizaciones proponen.
La obra, protagonizada por un escritor en ciernes, abre también a modo de ensayo un debate sobre la literatura del yo, cuando el narrador cita autores que abordan ese tipo de género en el marco de un debate interno.
El libro recupera las voces de autores y filósofos acerca de la organización de las sociedades y la posibilidad de muerte del adicto y la angustia que eso genera. Entre muchos de los autores y filósofos que cita, están Joan Didion y su obra “El año del pensamiento mágico”, que reflexiona sobre el duelo luego de la súbita muerte de su marido, y dice: “Es más difícil lidiar con la agonía de la muerte que con la muerte misma. Una vez que ocurre la muerte lo peor ya no puede suceder. En cambio, cuando la muerte es una posibilidad permanente es cuando dificulta y traba la vida”.
Periodista, sociólogo y autor de “Biografía y ficción” y de la novela “Un verano”, Huergo (Buenos Aires, 1983) dialogó con Télam acerca de la construcción de esta obra en la que plantea hasta qué punto el sentimiento o afecto por un hermano se construye o viene ya dado”.
– La obra aborda el impacto de la adicción en una familia pero también la recuperación del adicto. ¿Por qué te interesó tomar también ese aspecto de la recuperación?
– Me interesó trabajar el universo de las adicciones pero no desde el lado de la fiesta del consumo o de la vida nocturna, sino de las secuelas o coletazos que tienen para el que las lleva en su cuerpo y las personas cercanas, quise armar una especie de literatura del post reviente y no del reviente y contar esa pérdida del lenguaje que va teniendo el adicto. El término adicción viene de ahí, porque hace referencia a no tener lenguaje, dicción. Hay algo de la fundación Sembrando Vida que va creciendo en los márgenes de esta sociedad hiperproductiva que me gustaba narrar, porque veía que no estaba narrada e inclusive socialmente, muchas veces, no se sabe qué hacer con las personas que cayeron del mapa, nuestros excluidos.
– El título de la novela remite a “Martín Fierro”.
– En uno de los párrafos se plantea el mandato gauchesco y cristiano del vínculo entre los hermanos, que tiene que ver con la identidad nacional. Por otra parte, la ley primera en la Biblia hace referencia a la ruptura del vínculo entre Caín y Abel y a mí uno de los ejes que me interesaba en la novela era el vínculo entre hermanos varones y el amor que se podía dar entre ellos. La novela no deja de pensar esa pregunta tan propia de las familias que es por qué dos personas con la misma crianza, yendo a las mismas escuelas, son tan diferentes. Y por otra parte, plantea hasta qué punto el sentimiento o afecto por un hermano se construye o viene ya dado.
– Qué desafíos planteó trabajar una novela tan atravesada por lo personal?
– La novela va por la línea delgada de la biografía y la ficción y aunque la biografía es un punto de largada, pienso que “La ley primera” está hermanada con “Crónica de mi familia”, de Vasco Pratolini, que es la historia de su familia y, según cuenta, cuando la estaba por publicar, le dijeron que no era una obra de no ficción porque los lectores se quedaban con la parte testimonial de la obra y dejaban afuera el trabajo de la forma que hace el autor sobre el testimonio. Yo tardé un montón en escribir esta novela porque no sabía qué tono y qué forma darle. Por eso me apoyé mucho en los recursos de la literatura. Por ejemplo, toda una primera parte está narrada desde el gótico, luego tiene referencias al género de aventura, al policial y a la literatura del yo, a la cual no le temo. Se trata de un género muy valioso pero muy bastardeado, que no me interesa cuando surge en función solamente de la exhibición de un problema o de la espectacularización de un hecho íntimo personal, sino como pacto de intimidad que se arma con el lector y de complicidad en la escucha, que supone decirle al lector: “lo que te voy a contar es verdad siempre y cuando lo leas como ficción”. Emmanuel Carrere, que se considera un abanderado de la literatura del yo, dice que todo lo que cuenta, en verdad, existió que nada es inventado. Y a mi me gusta pensar que en el género de biografía y ficción, el pacto con el lector pasa por decirle: “todo lo que te cuento es verdad y todo lo que te cuento es mentira”. En esa línea construir “La ley primera”.
– ¿Cómo concebís la literatura?
– No pienso la literatura como un espacio de salvación y rescate, sino de conflicto, un espacio para problematizar dudas comunitarias, sociales, individuales, por eso el narrador está todo el tiempo planteándose contradicciones que tienen que ver con hasta qué punto podemos querer a un hermano con el que no hay lenguaje ni vínculo. El narrador es un sociólogo que imparte clases sobre la caída de la sociedad disciplinaria y a la vez ve que es una institución disciplinaria la que le permite dar una especie de alivio. Reniega un poco de las herramientas de la literatura del yo, pero necesita contar su historia con esas herramientas. Por eso la literatura es un lugar de preguntas, de conflicto, un espacio para pensar lo real, no para escapar de lo real.
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