El escritor argentino radicado en España Andrés Neuman y la chilena Nona Fernández dialogaron hoy sobre memoria y olvido en Casa de América en Madrid, en el marco del Festival de Literatura Eñe, y la conversación fue una oportunidad para problematizar las historias de sus países pero también para señalar qué aporta la literatura para que repensar el pasado sea resignificarlo en función del presente.
El salón Simón Bolívar del monumental edificio de Casa de América fue el escenario para un encuentro presentado por Enrique Ojeda Vila, director de la institución; Luis Posada, director del festival; y Lola Larumbe, la directora literaria, quienes celebraron la alta concurrencia a la primera de las actividades de lo que es la Semana Eñe, una serie de actividades que se realizan a diario desde hoy y hasta el 27 de noviembre.
“Creo que llegan tiempos difíciles en los que buscaremos las voces de escritores que sepan ver alternativas a nuestro modo de vida actual, y que sepan ver más allá de nuestra sociedad temerosa y sus obsesivas tecnologías, hacia otras formas de ser, e incluso imaginen bases sólidas para la esperanza”, se pronunció Ursula K. Le Guin al ganar el National Book Awards 2014. Larumbe recuperó la cita para dar lugar a las disertaciones e inmediatamente fue la escritora española Inés Martín Rodrigo quien los presentó y propuso conversar sin solemnidades apuntando una primera pregunta: ¿Puede la literatura ser una herramienta para fijar el pasado y recuperar la memoria?
Fernández (Santiago de Chile, 1971), llegada hacía muy pocas horas de Chile, dijo que “la literatura es una herramienta para resignificar el pasado, no para fijarlo” porque consideró que la literatura problematiza el pasado para pensar el presente y la definió como “una herramienta para ponernos a pensar”, pero invitándonos siempre a pensar el presente. “Recordar como verbo y acción”, advirtió la también actriz y guionista.
Neuman, quien dijo proponerse “hablar en argentino” como forma de representar al país invitado de honor en esta edición, pero también tomando al idioma o al dialecto como formas del recuerdo, respondió con una caracterización de la memoria entendida desde distintos tipos: la anecdótica, que se propone pensar para no olvidar; la personal e íntima, que lo remitió a los primeros tiempos de una vida “desde los que partimos y los que creemos que olvidamos”; la nostálgica, que renuncia al futuro para mirar con placer el pasado; y la corporal que se construye con lo que falta.
La autora de “Mapocho” y “La dimensión desconocida” retomó esa idea para plantear “al cuerpo como contenedor de memoria” y se agarró del ejemplo de Neuman de esa memoria corporal y personal que tiene muy presente en estos días por convivir con su hijo bebé.
“Venimos cargados de memoria en nuestro ADN”, lo acompañó Fernández en ese punto y trajo a la mesa aquella memoria traumática de la que muchas veces no sabemos dar cuenta, desentrañar. “Esa herencia es memoria también”, aseveró.
Martín Rodrigo les preguntó si en ese ejercicio de la memoria se pueden construir recuerdos fiables. Neuman (Buenos Aires, 1977) hizo hincapié en ese punto en la importancia del punto de vista porque “quien cuenta funda un relato, ya que memoria no es solo recordar sino la manera en la que recordamos” y recordó una cita de un filósofo francés que decía que “la historia es la novela de los acontecimientos y la novela es la historia de los sentimientos”. En ese cruce se da para el autor de “Fractura”, “El viajero del siglo” y “Anatomía sensible” ese punto de vista.
Fernández asumió que “cuando hablamos de memoria, hablamos de un problema. No hay posibilidad de certeza cuando hablamos del pasado entonces lo importante es la diversidad de voces. Sin embargo, es clave asumir que es un problema y que no hay recuerdo único, que la memoria es frágil y volátil”.
En ese sentido compartió un recuerdo, el del trabajo que hizo para narrar la historia de una compañera suya del Liceo cuyo padre había sido un militar de la dictadura chilena. Al comenzar a escribir, ya había pasado bastante tiempo, entonces fue a sus recuerdos pero acudió también a los de sus compañeros y compañeras: todos recordaban a esa niña llamada Estrella de maneras muy distintas.
“Algunos decían que tenía el pelo largo, otros corto, otros que era muy simpática, otros que no. Me empecé a marear y entendí que Estrella era todo eso”, expresó.
Neuman advirtió que coincidía con esa idea pero “para no caer en el relativismo” bregó por que “nunca estaremos un recuerdo nos exima de seguir buscando porque de los hechos nunca hay una versión completa”.
El también poeta y traductor señaló que en esa instancia del recuerdo hay siempre trauma donde se cruzan lo personal, lo familiar y lo colectivo y este proceso involucra tres turnos: uno en el que la protagonista es la generación que vive el trauma, donde “el recuerdo es indecible, inenarrable, es tan fuerte que aparece la afasia”; otro en el que la generación siguiente va tomando perspectiva histórica pero “es inoportuno el recuerdo, prima lo inconveniente”; y un tercero en el que los nietos y nietas ya no tienen tan presente la cadena de incomodidad pero el recuerdo del trauma se torna “inconcebible”.
Para Neuman esto demuestra que nunca parece ser un buen momento para retomar el trauma y es ahí donde sirve la literatura.
En ese punto, Martín Rodrigo los interrogó acerca de cómo la literatura puede ayudar a iluminar la parte invisibilizada de la historia y Fernández tomó la palabra enseguida para afirmar que su escritura se construyó con las ganas orgánicas de iluminar aquello que no estaba iluminado cuando era chica y la dictadura de Pinochet asediaba Chile.
La autora convocó a pensar el presente, la coyuntura y manifestó su preocupación por el proceso chileno reciente en el que se votó el plebiscito para modificar la constitución pinochetista y ganó el no, y señaló que ahí el tema de la memoria estuvo muy involucrado.
“¿Qué hemos hecho mal?”, se preguntó y enfatizó: “¿Cómo podemos recordar ahora para entender que hay cosas que no tienen que volver a pasar y que hay límites para poder construir un futuro digno, bueno?”. En ese sentido dijo que, como alguien que le dedica mucho tiempo a intentar recordar, proponía pensar nuevas estrategias para el plano artístico.
Neuman intentó esbozar una reflexión sobre este presente y aseguró que hoy no se trata de falta información, hay una sociedad más informada pero destacó que “no es lo mismo informarse sobre un acontecimiento que pasarlo por el cuerpo” y subrayó que “la memoria cuanto más emocional, más poderosa”.
Sobre el final, el escritor se permitió un recuerdo: el de su tía Silvia, quien falleció hace unos años en España donde había llegado exiliada, luego de haber estado detenida desaparecida en la dictadura argentina. Ella había asistido a ese salón cada vez que su sobrino fue invitado.
Él, en su novela “Una vez Argentina” se había propuesto contar la historia familiar. La etapa en la que ella estaba detenida en un campo de concentración la recuperó a través del resto de los integrantes de la familia, porque le habían advertido que la tía “no quería hablar por el trauma”. Esa primera edición del libro se construyó con la omisión de su testimonio directo.
Hasta que para la reedición del libro, muchos años después, se propuso ir directo a Silvia. La conversación fue telefónica y su tía le contó “perfecto, con detalles, las voces, los hechos casi con frialdad”. Para Neuman, queda el interrogante de si ella deseaba hablar y nadie le había preguntado o si esas décadas la prepararon para lo que dijo ese día telefónicamente.
Fernández prometió leer esa segunda edición de la novela, había leído la primera pero ahora dijo que quería encontrarse con la voz de Silvia.
Así finalizó la conversación en Casa de América, mientras afuera garuaba y los asistentes, muy pocos de ellos con barbijos, se agolpaban en la mesa de la puerta del salón para adquirir los libros de ambos autores.
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