Por decisión de su padre, profesor de dibujo, el 14 de octubre de 1897, un joven malagueño de 16 años, de nombre Pablo Ruiz Picasso, solicitaba a través de una instancia el ingreso en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. Lo hizo así por haber estado enfermo. Fue aceptado para el curso académico 1897-98. Se matriculó solo en dos asignaturas: Dibujo del antiguo y ropajes y Paisaje (sección elemental), que impartían Luis Menéndez Pidal y Antonio Muñoz Degrain, respectivamente. Picasso vivía en el número 5 de la calle San Pedro Mártir. Solo estuvo un año en la Escuela. Volvió a Barcelona a causa de
la escarlatina. Años después, en 1901, regresaría a Madrid: estuvo unos meses en un estudio de la calle Zurbano, donde pintó ‘Mujer en azul’.
El joven e inquieto Picasso se aburría en las clases de la Academia. Solía escaparse al Retiro y al Prado para copiar a los maestros: El Greco, Velázquez, Zurbarán… Precisamente, el próximo lunes el Museo Picasso de Málaga inaugura una exposición en la que Picasso se mide con los maestros antiguos. Muñoz Degrain se quejaba a los padres de Picasso del absentismo de su hijo y su espíritu bohemio. Pese a ello, «aprendió en la Academia a ser artista». Dio buena cuenta de su destreza en el dibujo.
El 25 de octubre de 1971, dos años antes de su muerte, Picasso fue elegido académico honorario. A punto de conmemorarse los 50 años de su muerte (será en 2023), la Academia de Bellas Artes rinde homenaje con una exposición a su aventajado alumno. La muestra, comisariada por Estrella de Diego y Raphaël Bouvier, abre sus puertas desde hoy hasta el 15 de mayo. Centrada en los rostros y figuras, reúne 58 obras. Rescata, por un lado, los propios fondos de la Academia: un conjunto de obras adquiridas a partir de 1981, año del centenario del nacimiento de Picasso, gracias a la iniciativa de dos académicos: Enrique Lafuente Ferrari y Antonio Bonet Correa. Primero se compraron con fondos del legado Guitarte más de 40 estampas de dos emblemáticas series, ambas encargadas por Ambroise Vollard, que no se habían expuesto desde entonces: ‘La obra maestra desconocida’ (basada en un relato homónimo de Balzac) y la ‘Suite Vollard’ (algunos de sus grabados no son aptos en tiempos del #MeToo: ‘La violación VII’, ‘Minotauro atacando a una amazona’, ‘Escena báquica con minotauro’…) Picasso reflexiona sobre el tema del artista y la modelo. Advierte Estrella de Diego que, «si el Prado le regaló la mirada de los grandes maestros, quizás la Academia le ofreció, en medio del tedio del cual se quejaría a menudo, el acceso temprano al ciclo espléndido de escultura clásica que llena sus lienzos y sus estampas, que refleja en sus esculturas».
Se suma a ambas series ‘La comida frugal’ (1904), célebre aguafuerte de la ‘Suite de los Saltimbanquis’. Con los años fueron ingresando en la Academia más Picassos: ‘Fauno sonriente’, pastel dedicado a Juan Gyenes, que el fotógrafo donó a la Academia por su ingreso en la institución; ‘Cabeza de mujer (Fernande)’, escultura en bronce de 1908; dos dibujos en 2007… Junto a ellos, se exhiben en las salas de la Academia siete pinturas y dos esculturas de los más de 30 Picassos que atesora la Fundación Beyeler de Basilea. Son la contrapartida de los generosos préstamos que la institución española hizo a la fundación suiza para una gran monográfica de Goya. Destacan ‘Mujer (época de ‘Las señoritas de Aviñón), de 1907 –idea preparatoria de su celebérrimo cuadro, hoy en el MoMA–; el retrato cubista ‘Mujer sentada en un sillón’, de 1910; ‘Mujer que llora’ y ‘Busto de mujer con sombrero (Dora)’, ambas de 1937… Están presentes en la exposición algunas de sus musas y amantes: Fernande Olivier (modelo de su etapa temprana), Marie-Thérèse Walter (joven rubia y voluptuosa presente en un bello carboncillo sobre lienzo de 1932) y Dora Maar, la mujer que llora cual Dolorosa, testigo privilegiado de la creación del ‘Guernica’ con su cámara de fotos.
No se conservan trabajos de Picasso durante su estancia en la escuela madrileña, aunque el académico José María Luzón cree que su dibujo de la ‘Venus Medici’, de 1899, pudo haberlo hecho un año antes en la Academia, que atesora el yeso traído por Mengs. Vaciados de célebres esculturas del mundo griego y romano (el ‘Hércules Farnese’, el ‘Torso Belvedere’, la ‘Afrodita de Milo’) eran usados para la enseñanza del dibujo en la Academia. Explica Luzón que los yesos de ‘Hércules’ y ‘Flora’ que trajo Velázquez de Roma flanqueaban el zaguán del palacio de Goyeneche, sede de la Academia. Picasso los veía a diario cuando iba a clase. Otro de los vaciados en yeso de la institución, ‘Máscara del Nilo’, de la colección de Felipe de Castro, queda plasmado en una estampa de la ‘Suite Vollard’: ‘Modelo y gran cabeza esculpida’.
En su año escaso matriculado en Madrid, «Picasso almacenó y conservó imágenes en su memoria, que iría destilando lentamente en años posteriores», comenta Luzón. Asimismo, se colaron en su imaginario las figuras iberas del Cerro de los Santos que vio en el Louvre, los mármoles del Partenón, las excavaciones de Pompeya y Herculano… Picasso fue una esponja: se apropiaba de todo aquello que le interesaba y lo convertía en un Picasso. Una genialidad.
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