Jubiló al comandante Verhoeven y dijo, se dijo, que c’est fini. Se acabó. «No escribiré más novela negra», anunció Pierre Lemaitre (París, 1951) al poco de ganar el Goncourt de 2013 con ‘Nos vemos allá arriba’. «Pero eso no significa que mi relación con los asuntos criminales haya acabado», añadió acto seguido el autor de ‘Irene’, ‘Alex’, ‘Camille’ y ‘Rosy & John’. Dicho y hecho, el autor francés ya no escribe género, pero eso no quiere decir que no pueda escribir sobre él. Sobras sus filias y fobias, sus autores favoritos y los pilares maestros de lo negrocriminal. Sobre Dashiell Hammett, Agatha Christie, Ed McBain y Patricia Cornwell. Sobre, en fin, un amor por el género que se desparrama a placer en las 500 páginas
de ‘Diccionario apasionado de la novela negra’ (Salamandra), su regreso al lugar del crimen para ofrecer una clase magistral. «Fue Dumas quien me descubrió e hizo amar las novelas de intriga, pero la Série Noir me permitía cambiar de marcha y darle al acelerador», reconoce en el apartado dedicado a la colección que ancló a su corazón lector la pasión por el policial, lo detectivesco y el género negro.
Antes de empezar, ya avisa Lemaitre, esto no es, Dios no lo quiera, una obra enciclopédica ni exhaustiva. «Habrá olvidos imperdonables, injusticias flagrantes, valoraciones discutibles… Es inevitable: se trata de un diccionario de lo que me gusta donde ni siquiera cabe todo lo que me gusta. La selección de las entradas responde a un método un tanto peculiar que se basa en lo que solemos denominar ‘olfato’. En consecuencia, incluye a Yves Ravey, Dennis Lehane, Petros Márkaris, Elmore Leonard o Joseph Incardona, pero no a Michael Connelly, William Irish, Nick Tosches, Yishai Sarid o David Goodis, lo cual, evidentemente, no significa que no me gusten…», advierte.
Aclarado esto, ¿cómo se traduce lo que el autor de ‘El espejo de nuestras penas’ califica de ‘olfato’? Veamos: Lemaitre muestra debilidad por Jim Thompson, «uno de los mejores escritores estadounidenses de su generación», por los góticos americanos (de Larry Brown a Harry Crews pasando por Donald Ray Pollock, no falta casi ni uno) y, claro, por Jean-Patrick Manchette, «algo así como el James Dean del género negro». «Si la novela negra francesa entra en todos los compartimentos de la vida social y no ceja en su empeño de mostrar la responsabilidad de las estructuras sociales en la existencia individual, hay que agradecérselo al impulso transgresor de Manchette», escribe.
Pasión por ‘Los cinco’
De los novelistas tardíos como Petros Márkaris (o él mismo, que debutó pasados los cincuenta) asegura que «nos consuelan un poco ante el paso del tiempo» y de Sherlock Holmes, amor primerizo, recuerda cómo sus amigos le apodaron durante un tiempo ‘Peter el Negro’ en alusión a uno de los relatos de ‘El regreso de Sherlock Holmes’. Y es que, a pesar de cierto tono académico y wikipediesco, Lemaitre también va componiendo con este ‘Diccionario apasionado de la novela negra’ una suerte de autobiografía lectora y emocional en la que sólo queda unir los puntos.
Sabemos, por ejemplo, que su primera obra policíaca la rechazaron 22 editoriales, el mismo número de novelas que tuvo que escribir R. J. Ellory antes de que le publicasen la primera; que una navidades se tragó junto a su mujer todos los episodios de ‘Colombo’, del primero al último; y que su primer gran flechazo lector fueron muy probablemente ‘Los cinco’, de Enid Blyton. «A los ocho o nueve años, mi corazón palpitaba durante horas y días con Jorge, Julián, Dick, Ana y Timoteo. Los primeros investigadores con los que me identifiqué fueron ellos», subraya. Luego vendrían ‘El cuarto amarillo’ y ‘Diez negritos’. Simonen y Manchette. Bunker y Ellroy. Sandrine Collette y Fred Vargas.
‘A Sangre Fría’, explica, lo dejó pasmado ya que por primera vez «veía cómo se aliaban, se replicaban y se oponían las dos hermanas enemigas de la literatura: realidad y ficción»; ‘The Wire’ le sirve como excusa para asegurar que las series de televisión, en cuanto que eslabón perdido entre el cine y la novela, «fueron un regalo del cielo para los novelistas y guionistas»; y de Arturo Pérez Reverte, el único español del volumen junto a Vázquez Montalbán, destaca que sus libros «son un magnífico ejemplo de lo que puede ser hoy en día un novelista criado con la leche de la novela y el folletín del XIX«. «Mi simpatía por Pérez-Reverte se debe a mi predilección por los tocapelotas literarios», añade, guasón.
Simenon el Grande
Eso sí: si hay algo con lo que no puede, algo que tiene atravesado, es el ‘noir escandinavo’. «Decir que estos autores nos han amargado la vida es decir poco: a mí, leer veinte páginas de Jo Nesbo me dejaba para el arrastre, la verdad», confiesa antes de recordar su cara de pasmo cuando el ‘Times’ le bautizó como ‘el nuevo Stieg Larsson’. Tampoco soporta Lemaitre los discursos inspiracionales de John Grisham (aunque sus novelas, reconozca, sean una fuente de ‘placer superficial), fobia que compensa con creces con su amor por Simenon: heredó de sus madre una colección de 25 tomos y ahí se quedó a vivir en cuanto pudo. «De todos los escritores que me gustan, Simenon es el único que hace que me entren ganas de escribir; los otros más bien me disuaden de hacerlo», asegura.
Como tantos otros, también se apunta el francés al debate sobre el origen de todo, la primera piedra sobre la que se erigió la tradición negrocriminal. «¿A quién corresponde el honor de haber sido, a Sófocles, Shakespeare, Voltaire, Edgar Allan Poe?», se pregunta antes de apostar parte de sus fichas a una única carta: la de Honoré de Balzac. Según Lemaitre, en el ciclo de La Comedia Humana «hay dos textos que se singularizan por su orientación policíaca: un relato, ‘Maese Cornelius’ (1831), y una novela, ‘Un asunto tenebroso’ (1841)». Tampoco es que se moje demasiado, pero sí que inclina ligeramente la balanza al apoyarse en citas de Roger Martin y Robert Deleuse, para quienes no hay duda de que Balzac salió antes de la meta que ‘Los crímenes de la calle Morgue’ de Poe.
En cualquier caso, el origen es lo de menos, parece sugerir Lemaitre, para quien lo realmente relevante es que ‘este género literario surgió progresivamente del experimento del folletín de la década de 1840, de la novela judicial del Segundo Imperio y del auge de la literatura popular en el siglo XIX». Y ahí sigue, años después, alimentando bajas pasiones y confirmando que, como sugiere Vázquez Montalbán en una de las citas iniciales, todo lo que no es novela de amor es novela policíaca. «Dígame usted un título de la literatura universal, el que sea, y verá que el tema es, o bien la investigación de la violación de un tabú; en definitiva, de un delito, o bien una historia de amor».
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