Cuando Graciela Lizalde se jubiló como docente en Mar del Plata asegura que “se le abrió un mundo nuevo”. Lejos de las clases y de los chicos, empezó a sacar fotos de sus recorridos diarios por la ciudad para subirlas a una red social, hasta que en una playa céntrica encontró a un grupo de gaviotas.
“Me llamaba la atención una anillada que todavía está, es la más viejita de todas”, cuenta a Télam-Confiar Lizalde. Su curiosidad tuvo respuesta, cuando Jorge Iriberri (uno de los integrantes de la Expedición Atlantis que cruzó el Atlántico en una balsa construida con troncos) vio la foto y la contactó con el biólogo Germán García.
Así, Lizalde comenzó a colaborar con el monitoreo de la gaviota cangrejera, un proyecto de ciencia ciudadana activo desde 2019 y que impulsa el equipo de investigación del Grupo de Vertebrados del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (IIMyC) de la Universidad de Mar del Plata y del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
“El objetivo del proyecto es hacer un monitoreo de la costa argentina, a través del seguimiento de una especie clave que regionalmente está amenazada”, explica García, investigador del Conicet en el IIMyC.
Otro de los propósitos es determinar los movimientos migratorios de estas aves mediante el registro ciudadano de ejemplares anillados en Mar del Plata y Mar Chiquita, a donde suelen ir a invernar. Los registros de los ciudadanos, con la información con el código y color del anillo, fecha, lugar y una foto, suelen llegar al correo [email protected], o vía teléfono celular (más información en el usuario de Instagram del proyecto: avesmarinas.iimyc).
“Porque hay registros sabemos que llegan hasta el norte de Uruguay y se reproducen en Bahía Blanca y en las colonias de Bahía San Blas, a partir de esto empezamos a entender de manera más integrada todo el movimiento de la especie”, afirma el biólogo. Ya cuentan con más de 2.000 reportes correspondientes a 91 ejemplares y la colaboración de cerca de 40 personas.
Sin la ayuda de los ciudadanos hubiera sido necesario recurrir a instrumentos muy costosos o el traslado permanente de los investigadores en distintas localidades costeras.
“Todos los días vamos a la playa a verlas en los meses en los que están, excepto los domingos que nos tomamos franco”, dice entre risas Graciela Lizalde, y luego agrega que junto a su compañero José: “Vamos llueva o truene, es una pasión que tenemos”.
El vínculo que logró Graciela a través de la comida que les lleva y del contacto frecuente, facilitó a los investigadores lograr ubicar a las gaviotas en Mar del Plata y anillarlas.
Durante ese procedimiento, también se toman muestras de sangre y de materia fecal, se caracteriza su plumaje y se realizan pruebas de comportamiento para determinar la personalidad y flexibilidad de los individuos.
“Desde hace muy pocos años la especie empezó a colonizar grandes ciudades de la costa. Antes era muy difícil ver estos animales en Mar del Plata, por lo que estos reportes son muy importantes”, asegura García.
El biólogo considera que la participación de las personas en el proyecto es clave, no sólo por los registros sino para comunicar sobre la situación de las especies y los ambientes costeros, ante el aumento de la población y las urbanizaciones: “Una de las grandes amenazas que tiene esta especie es la interacción con las actividades humanas, como la pesquería recreacional, y la degradación del ambiente”, dice.
Al antropólogo Stephen Johnson, oriundo de la localidad estadounidense de San Francisco, su amor por el mar lo llevó a Puerto Pirámides, en Chubut, a trabajar en una operadora de avistaje y a colaborar en el catálogo de fotoidentificación de ballenas francas australes del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB).
“El catálogo arrancó a principios de los 70 y lo inició la organización de Estados Unidos Ocean Alliance y en los 90 cuando se fundó el ICB tomamos la posta y lideramos localmente los relevamientos aéreos que hacemos en Península Valdés para mantener al día este catálogo desde hace 50 años”, relata la bióloga que coordina el área de fotoidentificación del ICB, Florencia Vilches.
Luego, en 2015, se aprovechó el vínculo cercano con la comunidad de Puerto Pirámides y surgió la posibilidad de cooperación con las operadoras de avistaje de ballenas por todas las fotos que reúnen.
“Nosotros por una cuestión de costos solamente podemos afrontar un vuelo anual en un día en particular, por lo que nos perdemos muchas ballenas”. Durante esa jornada se toman fotos de los animales identificados por el patrón único de callosidades que tienen en la cabeza, que se trata de colonias de ciámidos, pequeños crustáceos que solo viven sobre las ballenas. Ese patrón se mantiene a lo largo de toda la vida del animal.
“Si al momento de sobrevolar un área en particular justo una ballena está panza arriba, saltando o sumergida, la perdimos, para nosotros ese año no estuvo ahí”, aclara Vilches y ahí es donde empieza a ser clave el aporte de los guías y fotógrafos de avistaje como Johnson.
“Estamos en las lanchas todos los días, tenemos acceso a más ballenas que ellos”, explica el antropólogo que decidió tomar un nuevo rumbo hasta llegar al sur del país “hace tiempo estaba alejándome de la búsqueda de entender al ser humano, prefiero estar en el mar con las ballenas toda la vida, me resulta más fácil de comprender”, dice Johnson y acompaña con risas su reflexión.
La colaboración significó que el equipo de investigación recibiera literalmente medio millón de fotos sacadas entre 2003 hasta el 2016, que aún están procesando. Con las que ya analizaron pudieron encontrar individuos que no habían visto en el relevamiento aéreo desde hace 16 años, además de poder calcular la edad de otros a través de las fotos de cuando eran crías.
En el catálogo hay alrededor de 4.000 individuos identificados a través de los vuelos y el avistaje. El proyecto de largo plazo permitió conocer más sobre la biología de la ballena franca austral como, por ejemplo, a qué edad son reproductivamente maduras las hembras y cuánto tiempo están asociadas a los ballenatos. “Tienen cría cada tres años y hemos visto que las variaciones de ese intervalo son indicadores de fracasos reproductivos porque la cría se murió en alguna instancia”, indica Vilches.
Cada año, científicos y colaboradores se reúnen para compartir la información lograda gracias al trabajo de todos. El ICB también cuenta con el Programa de Adopción Ballena Franca Austral para apoyar su protección y la continuidad de los estudios a través de una contribución monetaria.
Tucanes a la vista
En San Salvador de Jujuy existe el proyecto de ciencia ciudadana para el monitoreo de la presencia y uso del hábitat del Tucán Grande en un ambiente urbano. La iniciativa está activa desde mediados del año pasado y ya cuenta con 450 reportes y la participación de alrededor de 200 personas. Los participantes envían una foto de las aves acompañada de día, hora, y lugar en la que fue tomada y alguna descripción de lo que estaban haciendo los animales.
“Hay una altísima estacionalidad en los reportes porque en otoño y en invierno es más frecuente que se vea a los tucanes en la ciudad”, señala el biólogo e investigador del Conicet y de la Universidad Nacional de Jujuy, Román Ruggera.
Su colega e integrante del proyecto, Alejandro Schaaf, especula que una de las razones es que el monte nativo de los alrededores de la ciudad se encuentra seco durante las estaciones en las que la temperatura es más baja. Por el contrario, en las ciudades hay plantas exóticas con frutos, alimento de los tucanes, lo cual puede explicar la presencia de estas aves especialmente en otoño e invierno.
Sin embargo, la colaboración de los ciudadanos da sorpresas, a tal punto que uno de ellos envió la foto de un nido en noviembre pasado, en pleno centro de la ciudad. Para los investigadores es una rareza “porque es la época en que no suelen estar, debe ser el primer registro”, asegura Schaaf.
A pesar de ser un ave muy característica no se tiene mucho conocimiento sobre ella y menos de su desenvolvimiento en áreas urbanas. Además, por el peligro de comercialización ilegal del tucán es necesario su monitoreo que se facilita con los ciudadanos.
“También es una manera de involucrarlos en la concientización del cuidado de la fauna en ambientes urbanos. El tucán funciona como una especie paraguas a través de la cual podemos estar indirectamente beneficiando a muchas otras en riesgo de extinción”, concluye Ruggera.
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